Los héroes de la visera : 08
Segunda parte - Capítulo IV
La Nati entró como una tromba, y tras de quitarse el imperdible con una enorme cruz de azabache, con que se lo prendía, echó hacia atrás el manto que llevaba aún por el luto de su hermana, y encarose con Amparito, conminadora:
-¡Se acabó! ¡Vaya si se acabó!
Sentose un momento, tornó a levantarse, bufando de indignación, y siguió rezongando mientras iba de un lado para otro, tropezando con los muebles, tirando las cosas, no dejando nada en su sitio.
-¡Me gusta! ¡Ay, madre, qué gracia! ¡Miren la señorita, rodando por ahí como una bribona! ¡Qué digo como una bribona, mil veces peor que una bribona, porque, al fin y al cabo, ellas lo hacen para comer y tú estás comida y vestida y regalada «mismamente» que una reina!
-¡Pero tía...!
-¡Qué tía ni qué niño muerto! ¡Falsa! ¡Hipocritona! ¡Judas! ¿Conque es así como agradeces el pan que comes? ¡Ay, Jesús! ¡Para qué hara una favores a nadie! ¡Si tenías que salir así, con la misma cabeza de chorlito de tu padre, que tanto nos dio que bregar! ¡Dios le haya perdonado!
Julián quiso meter baza:
-Pero ¿qué pasa?
-¡Qué ha de pasar: que aprovechando mi confianza en ella, esta chica se iba todos los días a la academia de baile con la Cristeta! ¡Academias! ¡Conque academitas, y luego escolta de maletas! ¡Miren ustedes la niña!
La nena hizo frente valientemente a la indignación de la madura señora.
-¡Yo quiero ser artista!
-¡Jesús! ¡Y qué desvergüenza tan grande! ¡Venir a decirme eso a mí! ¡A mí! ¿Artista? ¡Cochina! ¡Ladrona! ¡Te voy a dar una mano de azotes, a ver si se te bajan los humos!
La entrada de la tarasca les había sorprendido en pleno idilio, un idilio inconsciente, en que se hallaban en un terreno donde la niñez de Amparito hermanaba con la ruinosa madurez de Julián: el ensueño.
En los cuatro meses transcurridos desde la muerte de Clotilde la amistad entre ellos se había afirmado; ella le infundía ánimos y esperanzas; él la escuchaba con dulce ternura.
-¡Conque ya lo sabes! -prosiguió la «Rubia», ahogándose en sus carnes, si bien no tan orondas como en el pueblo, gracias a sus esfuerzos para adelgazar, aún muy holgadas y lustrosas-. ¡Se acabó la academia, se acabó la escolta, se acabó...!
Con mayor firmeza aún aseguró la moza:
-Yo quiero ser artista.
Julián intervino enérgico:
-¡Bueno, basta ya! Si la chica quiere ser del teatro, es cosa de pensarlo. Veremos si vale, si tiene verdadera disposición...
La Nati le miró un momento de arriba abajo, fluctuando entre el asombro y la indignación; al fin, furiosa, encarose con él:
-¿Y a usted quién le mete, tío lilaina, a abogado de causas perdidas?
Decidido a ir hasta el fin, se encaró con ella:
-¡Me meto en lo que me da la realísima gana! ¿Estás? Y delante de mí no atropellas a la chica, ¿oyes?
Aproximose a él y le contempló curiosamente.
-¿Y tú quién eres «pa» meterte en «camisa» de once varas?
-Soy...
No concluyó. La hembra le abrumaba con su desprecio.
-¡Eres! ¿Quieres que te diga lo que eres? ¡Pues eres un chulo aburrido que estás viviendo del pan que te doy por lástima! ¡Por lástima! -repitió sarcástica-. ¡Porque ya ni «pa» chulo sirves!
Dio un paso hacia ella y alzó la mano. Esperole la arpía a pie firme.
-¡Pega, anda; pega y llamo a la pareja y sales de aquí con unos pantalones y una camiseta! -Y como le viese casi vencido, se encaró con Amparito-. Conque ve apuntando; de aquí no vuelves a salir sino conmigo, ¿estás?
Retirose dando un portazo, y la nena, aterrada, se refugió llorando en los brazos de Julián. Él la mimó como a un niño chiquito.
-¡Pobrecita nenita!
Amparito suspiró:
-¡Quiero ser artista!
-Lo serás, mi vida.
-¿De veras?
-De veras.
Sonrió a través de las lágrimas, y los labios juveniles buscaron los del torero y se posaron largamente en ellos. Al contacto de la fruta fresca y temprana evocó Julián, estremecido involuntariamente, la boca voraz que, como un vampiro de historia de brujería, había secado su vida.