Los dioses de la Pampa: 25

Los dioses de la Pampa de Godofredo Daireaux
Capítulo XXIV: Concejo de Dioses



Al ver la Pampa llenarse de dioses, el Creador juzgó necesario reunirlos en asamblea para conocerlos él a todos, hacer que se conociesen entre sí, y dictar una orden general que les sirviera de constitución.

Eligió para juntarlos, el olímpico sitio de las sierras del Tandil, a la hora en que, para guarecerse del frío matutino, se envuelven en la tenue gasa de los vapores que suben de la llanura. Un fauno quiso, para probar sus fuerzas y hacerse el gracioso, voltear la piedra movediza, y lo hubiera conseguido, si Pan, que venía detrás de él, no le da una palmada tan seca, que las majadas que dormían en el valle, se levantaron asustadas y dispararon en los corrales, con gran inquietud de los pastores despertados por el tañido de las dumbas.

Abierta la sesión, lo primero y casi lo único que pidió a los dioses el Creador, fue que no permitiesen que su culto fuera a crear a la Humanidad ninguna obligación fastidiosa, como tantas otras religiones, basadas todas en las palabras demasiado grandiosas para no ser vanas, de virtud, de caridad, de humanidad, atribuyéndose cada una de ellas, el monopolio de la Verdad.

Les explicó que todas tratan de deslumbrar al Hombre con los esplendores del culto, de aterrorizarlo con la amenaza de suplicios atroces en este mundo o peores aun en el otro, o de engañarlo con promesas absurdas de eterna felicidad; desviando así siempre de algún modo, la idea santa de respetuoso amor que debería tener el Hombre hacia la divinidad y acabando por hacerla odiosa o ridícula.

«De ritos sanguinarios o terribles, les dijo, fanáticamente exclusivo, infantil y necio, o poético y risueño, todo culto sacerdotal ha corrido, corre o correrá la misma suerte».

Y la asamblea decidió que la sencilla majestad de los dioses campestres, no necesita templos grandiosos, iglesias lujosas, catedrales inmensas, o mezquitas doradas; que para ellos basta la llanura sin fin, la naturaleza con sus mil aspectos, el cielo radiante de sol o salpicado de estrellas, o la misma alma del soñador.

Y desde entonces, cualquier homenaje les agrada; no piden sacrificios, ni ofrendas; nunca extienden la mano para amenazar, ni para pedir. Se contentan con inspirar al hombre, sin exigir la fe ciega, el amor profundo a lo bello y a lo bueno, la admiración de los mil fenómenos de la naturaleza, el agradecimiento por los favores de que nos colma; la compasión para lo que sufre, la indulgencia para lo malo.

No requieren, para celebrar su gloria, majestuosos y sonoros órganos; les basta la lira del poeta, la guitarra del payador, el canto de las aves, y tampoco piden que les eleven estatuas, pues de ellas nace la idolatría.

A más ¿qué imagen puede el Hombre dar de los dioses que sea digna de ellos? -Dirán que por Fidias fue esculpida Venus. ¡Venga entonces un Fidias argentino, y les dé vida a los dioses del Olimpo pampeano!