Los dioses de la Pampa: 15
Del éxito nace la envidia; el impotente para crear goza en la destrucción. Así del éxito conseguido en sus dominios de la Pampa por Pan y los dioses protectores de los rebaños, nació la envidia de sus congéneres: los dioses Malvados. Y se empeñaron éstos y se siguen empeñando en contrarrestar en mil modos los beneficios prodigados al Hombre por los primeros.
Mientras los rebaños abandonados a sí mismos, produjeron poco, los dejaron en paz; pero cuando ya vieron que aumentaban y brindaban al Hombre agradecido los mil favores que los dioses protectores le habían prometido, empezaron ellos, con razón, a temer que aquel no retribuyese más culto que a los que por sus divinas inspiraciones, lo iban haciendo feliz.
Y dando curso a su fecunda imaginación, inventaron ingeniosas molestias, fastidiosas, exasperantes y perjudiciales que desalentaran al pastor. Llamaron en su ayuda a los mosquitos que arrean lejos de la querencia a las manadas; a los jejenes, que enloqueciendo las majadas, se las llevan, durante la siesta, en lento remolino, hasta hacerlas mixturar con otras; a los tábanos que tienen rodeadas las haciendas, sin dejarlas salir a comer.
Aprovechando los descuidos del pastor, la soledad, la extensión de la llanura y la tupidez de los pajonales, desatan los cencerros del pescuezo de los animales madrinos y facilitan el extravío de puntas de ovejas que nunca se vuelven a ver, y de tropillas que para siempre desaparecen.
También introducen en rebaños refinados, reproductores de baja extracción que dejan burlado, para un tiempo, el esmero del criador en refinar sus haciendas.
Inundan la tierra, con sólo abrir, en un descuido del aguatero celestial, la llave del depósito, o poner sigilosamente en libertad a la Sequía y sus horribles hijos el Hambre y la Sed. Hacen que el fumador, al galopar, inconsciente, entre montones de paja voladora, deje caer el fósforo prendido, produciendo quemazones.
Ellos son que por medio de seres impalpables, cuya existencia durante mucho tiempo no pudo sospechar el Hombre, en su ignorancia, desparramaron la muerte en los rebaños; hasta que el semi-dios Pasteur, mandado a la Tierra por los dioses protectores, hizo conocer los efectos y las causas, revelando a sus discípulos, antes de volver a las regiones etéreas, los medios de combatir las plagas mortíferas.
También han creado los dioses malvados para sus fines destructores, la sarna que roe la lana y carcome la oveja, y la terrible langosta que no deja pasto donde pasa.
Algo peor han hecho, en su afán malévolo: han inventado ciertos parásitos -que no son insectos-, a los cuales el hacendado, para hacérselos propicios, tiene que pagar el tributo que exigen su corrupción y su avidez.