Los dioses de la Pampa: 06



La diosa de las Praderas, hermana de la diosa Pampa, pero de mejor genio, más sociable, más hospitalaria, incansablemente se esfuerza en darle a ésta mejor figura, a pesar de su resistencia.

Aprovecha sus descuidos para agregarle al pobre vestido algún adorno de color alegre, o algún retazo de género más tupido; pues le da vergüenza verla tan descuidada.

Pampa se defiende, se enoja, trata de destruir lo que para ella hizo la benévola diosa de las Praderas; tapa con arena, destruye con salitre los yuyos verdes que, mata tras mata, va plantando ésta en sus dominios.

Pero no descansa en su obra la Diosa bienhechora y, poco a poco, le da a la hermana aspecto más atrayente y más simpático. A escondidas, va, y entre el pasto puna, gris y feo, duro y seco, tira algunas semillas de trébol, de gramilla o de cardo. Pampa los manda destruir por los pájaros, por el agua, o por el sol, pero siempre quedan algunas y, poco a poco, su puna mimada va mermando, vencida.

Lo que más a Pampa le gusta por adorno, es echarse en las espaldas algún manto de pajas espesas y de fachinales ordinarios que le dan aire todavía más huraño.

Y su hermana trabaja, se empeña en quitárselo, en cambiárselo por un rico vestido de pastos tiernos, verdes y tupidos, cuya sola vista haga felices a los pastores, protegidos de Pan y de los Faunos, y sus grandes amigos.

Los pastores, para ayudarla, de vez en cuando, queman los harapos de Pampa, dándole ocasión a la buena diosa de regalarle en cambio verdes praderas.

Pero tiene sus peligros el recurrir a esos medios; Pampa es vengativa: con sólo prohibir a la Lluvia de regar los campos quemados, hace perecer los rebaños y llorar los pastores.

La diosa de las Praderas pudo, un día, de las pajas más duras y toscas, hacer brotar lindos penachos plateados, con los cuales se adornó Pampa; y la diosa buena, viendo que le gustaban las flores, sembró otras. Pronto relucieron, tan lindas como modestas, las estrellas del macachín, las campanillas de la flor morada y el oro de la rama negra, y la púrpura de la verbena; y Pampa, encantada acabó por consentir en que su hermana le hiciera un vestido verde esmeralda, salpicado de flores: y despacio, ésta se lo va tejiendo.