Los dioses de la Pampa: 05



¿Qué es lo que habrá perdido el Viento?

¿A quién andará buscando?

Hace poco, apareció por un punto del horizonte, como de paseo, tranquilo, manso, suave; recorrió despacio la llanura, acariciando las pajas altas y los juncales que saludaban, complacidos; hizo cosquillas, al pasar, a las aguas de la laguna, que se rizaron, sonriéndose, y se fue.

Ahora, vuelve por otro lado, como loco, dando vueltas en contorno de los ranchos, sacándoles el techo para mirar lo que pasa en ellos, o abriendo las puertas y cerrándolas a golpes, y parándose un rato, para correr otra vez con más furia. Registra los pajonales, los azota con violencia, agarra del cuello los juncos, los tira de rodillas, y sacude las aguas hasta romper el espejo de la laguna.

¡Y se fue! ¿Qué andará buscando?...

¡Ah, ya volvió! esta vez no sólo gime, como siempre, sino que llora a mares. Le acompaña la Lluvia, y va derramando lágrimas que es una desolación... ¿Habrá perdido algún pariente, o le habrán hecho algún daño?

¡No; si es otro! son tres hermanos: uno que sería de genio regular, si no fuera tan caprichoso; el otro siempre violento, malhumorado; y el tercero, llorón y triste como él solo, que parece no poder sobrellevar su suerte.

Los tres tienen una historia singular. ¿Quién sabe si será cierta? Cuentan que una vez, el viejo rey Eolo quiso, como era su costumbre, encerrar todos los vientos en el odre donde los solía guardar. No pudo; los muchachos ya se habían criado; habían ido, varias veces, de una disparada, cuando el viejo no miraba, a recorrer países nuevos que recién se iban haciendo conocer, y el espíritu de independencia se apoderó de tal modo de tres de ellos que se hicieron los sordos y no contestaron a los gritos del rey, debilitado por la edad; pues también pasan los dioses.

Se fugaron, y después de mucho andar, llegaron a la Pampa. Cuando quisieron volver a su tierra, vieron que estaban presos, en castigo de su desobediencia; y desde entonces, siempre tratan, cada uno a su modo, de romper las infranqueables paredes de la cárcel donde los encerró la maldición de su amo.

Si el viento Norte quiere deslizarse por el sur, después de haber escollado contra el Ecuador que lo detuvo, como siempre lo hace, pronto lo rechaza el mismo hermano llorón que, destilando agua, se viene del Atlántico, donde aguarda, él también, sin encontrarlo jamás, un momento favorable para mandarse mudar.

Y cuando éste está por llegar a las Cordilleras, que también tiene sus esperanzas de franquear, se encuentra a su vez con el otro hermano, el rabioso Pampero, que enojado de haber sido mojado por él, lo rechaza hasta el mar.

Y cada vez que pelean entre sí los tres, echándose la culpa uno a otro de su desgracia común, el Hombre es el que paga los gastos de la guerra.