Los derechos de la salud: 02


Acto primero

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(Un saloncito amueblado sin lujo, pero con elegancia y buen gusto.)


Escena I

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(LUISA y MIJITA)


LUISA.- Está bien, Mijita, está bien. Luego me contarás el resto.

MIJITA.- Como gustes. Creí que te interesara.

LUISA.- Lo que me interesa es ver a mis hijos.

MIJITA.- Se fueron ya a tomar el aire.

LUISA.- Pero ¿esas criaturas viven en la calle?

MIJITA.- ¡Oh, no hay que exagerar!...

LUISA.- Hace dos días que estoy de vuelta y en todo ese tiempo apenas si he podido tenerlos una hora a mi lado. Parece que lo hicieran deliberadamente.

MIJITA. - ¿Qué es lo que supones, Mijita, que hagamos a propósito?

LUISA.- Aislarlos de mí.

MIJITA.- ¡Virgen María!... ¡Y lo piensas!... Antes sí, hijita, cuando estabas enferma, los médicos aconsejaron que los alejáramos un poco para evitarte molestias. Pero hoy que estás tan bien, tan repuesta, ¿qué necesidad habría? Es cierto que salen seguido...

LUISA.- Demasiado seguido.

MIJITA.- ...pero es por el bien de ellos. Las criaturas son un poco débiles y necesitan tomar aire, mucho aire, como dice el doctor Ramos.

LUISA.- Pues... en adelante saldrán conmigo.

MIJITA.- Eso me parece muy bien pensado, salvo que...

LUISA.- (Brusca.) ¿Qué? ¿Salvo qué?

MIJITA.- Como ya empiezan los fríos, quién sabe si te conviene hacer muchas excursiones.

LUISA.- También necesito mucho aire.

MIJITA.- No este aire de la ciudad.

LUISA.- ¡Mucho aire!... (Abre la ventana de par en par después de descorrer las cortinas.) ¡Estoy en una atmósfera de invernadero!... (Aspira una bocanada de aire.) ¡Ah!...

MIJITA.- El relente de la tarde es muy malo, hijita. Sal de esa ventana. ¡No seas imprudente! ¡Sal de aquí! (Cierra la ventana.)

LUISA.- ¡Mijita! ¡Mijita!... (Tomándola por un brazo.) ¡Mijita, ven acá!... Mírame bien, así, en los ojos. Tú sabes la verdad; dímela.

MIJITA.- Virgen santa ¿qué verdad quieres que te diga?

LUISA.- La verdad de mi salud. Dímela.

MIJITA.- ¡Pero, hijita!...

LUISA.- Yo estoy tísica. ¿No es cierto?

MIJITA.- ¡Virgen santa!... ¡Qué locuras te pasan por la cabeza, hijita!... (confundida rehuye las miradas de LUISA)

LUISA.- Mírame, te digo, mírame bien. Tú que nunca has engañado a tu hijita, no debes mentirle ahora. Estoy condenada ¿verdad?

MIJITA.- ¡No, santa, no pienses cosas tan tristes... cosas tan terribles!...

LUISA.- Más terrible es el tormento de la duda. Quiero saber. ¡Quiero defenderme! Te lo han dicho ¿verdad?: «La hijita Luisa está condenada, se muere, se muere a plazo más o menos largo, pero se muere».

MIJITA.- (Angustiada.) ¡No, no, no!...

LUISA.- ¡Sí, sí, sí!... ¿No ves que te traicionas?... Te han hecho entrar en el complot sin contar con que en tu alma sencilla no cabe el disimulo. Y sin contar con que tú en ningún caso estarías contra mí.

MIJITA.- ¡Contra ella! ¡Quién podría estar contra ella, Dios, santo!

LUISA.- Todos los que me oculten la verdad. De modo, Mijita, que es preciso ser razonable. ¿Que tú no te atreves a decir las cosas? Yo te ahorraré el trabajo: Renata y Roberto conocen mi sentencia. El doctor Ramos se lo ha dicho todo a mi marido y Roberto no ha podido ocultárselo a Renata que ejerce aquí desde mi enfermedad, funciones maternales. ¿Comprendes? Que es una especie de señora de la casa, la suegra de Roberto, como quien dice. El espíritu práctico, avezado y fuerte, y como ambos no podían obrar sin contar con tu complicidad te enteran del caso. Luisa está condenada; está tísica, su mal es incurable y lo que es peor, contagioso. Y ya que no podemos salvarla, hay que salvar a los niños, tenemos que salvarnos todos.

MIJITA.- No, hijita. Te juro...

LUISA.- No jures nada. Sé que he perdido todos los derechos de la vida. Que no puedo ser madre, ni esposa, ni amiga... Me separan de mis hijos para que no los envenene con mis besos...

MIJITA.- (Llorando.) No, santa. Eres injusta y cruel con nosotros, y contigo misma. La hijita no podría prestarse a ningún complot. No podría hacerlo. ¡Te juro!... Mira, te juro por Dios y María Santísima, que nada de lo que dices es verdad. ¿Serías capaz de creerme ahora?

LUISA.- Sí, Mijita, quisiera creerte.

MIJITA.- Mientras estabas en las sierras, muchas veces nos ha visitado el doctor Ramos y siempre le he oído hablar con Renata de tu enfermedad. Tú tienes una bronquitis que se curará con paciencia y con cuidados... Una bronquitis... Una bronquitis...

LUISA.- (esperanzada.) ¿No me engañas?

MIJITA.- ¡Oh! ¿Quieres que te lo jure otra vez?...

LUISA.- No, Mijita; basta. Sin embargo...

MIJITA.- (Advirtiendo a ALBERTINA) Mira quién llega. (Aparte.) Dios la manda.