Los condenados: 35


Escena II

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Dichos; FELICIANA, en traje de señora, con mantilla, por el portón.


FELICIANA.- ¡Buenas tardes, Madre Marcela!

SOR MARCELA.- Señora doña Feliciana, ¡cuánto bueno por aquí!

FELICIANA.- Vengo a visitará la Superiora. ¿Podré verla?

SOR MARCELA.- Creo que sí. Pronto empezará el coro. Vísperas solemnes; luego procesión de la Virgen por la iglesia y los claustros.

FELICIANA.- ¡Oh, qué bonito! Me quedo a la función, y ya tendré coyuntura para hablar con la Madre.

SOR MARCELA.- Le pasaré recado.

FELICIANA.- Ya sabe usted: «la viuda de Bellido,» una de las principales protectoras de esta santa casa.

SOR MARCELA.- ¡Ah, ya sé!...

GINÉS.- (Con sorna.) (¡Ay, Dios mío de mi vida! ¡Protectora tú! ¡Si debías ser la primera que encerraran aquí! Super aspidem et basiliscum ambulabis...) (Cruza con FELICIANA miradas de inteligencia.)

SOR MARCELA.- De paso que llevo esto, avisaré... (Se retira, y FELICIANA la detiene.)

FELICIANA.- Un momentito... Dígame: ¿esa joven, la sobrinita de Gastón...?

SOR MARCELA.- La tenemos en la enfermería. (Señala a la derecha.) Está delicadilla... desasosiego nervioso... accesos de llanto... inapetencia... No es de cuidado... Por lo demás, bien... muy recogida, muy obediente.

FELICIANA.- ¿Arrepentida, por supuesto?...

SOR MARCELA.- Oh, arrepentidísima! ¡No le hablen a ella de volver al mundo! ¿Quiere usted verla?

FELICIANA.- No, no. Quizás no le agradaría verme.

SOR MARCELA.- ¡Hasta luego!

FELICIANA.- Aquí aguardo. (Vase SOR MARCELA por el pórtico, segundo término de la derecha.)