Los condenados: 19


Escena III editar

Dichos; SANTAMONA, por el fondo, con una gran cesta colgada del brazo.


SANTAMONA.- Buenas tardes, condenaditos míos. Mirad, mirad lo que os traigo.

SALOMÉ.- (Suspendiendo el trabajo.) ¿A ver, a ver? (Ponen la cesta de SANTAMONA sobre la mesa, y van sacando.)

SANTAMONA.- Pan.

JOSÉ LEÓN.- ¡Cuánta cosa buena! (Saca un porrón de vino.)

SALOMÉ.- (Sacando paquetes.) ¡Azúcar, chocolate, café!...

JOSÉ LEÓN.- ¡Pobre Santamona! Tan viejecita y tan incansable. Pero ¿no te fatiga el venir hasta aquí?

SANTAMONA.- A mí no.

JOSÉ LEÓN.- ¿Cuántos años tienes?

SANTAMONA.- ¿Qué sé yo?

SALOMÉ.- Ésta no tiene años. Es eterna.

JOSÉ LEÓN.- Jamón.

SALOMÉ.- (Gozosa.) Alubias; medio cabrito asado... Me río de la cara que va a poner Ginés cuando vea esto.

JOSÉ LEÓN.- ¡Pero qué Santita esta tan re-mona! Y dime: ¿no temes que te acusen de proteger a pillos? Porque, francamente, habremos dejado en Ansó una fama horrorosa.

SANTAMONA.- Oh, sí; medianilla fama dejasteis. Pero eso a mí poco me importa; ni nada tengo yo que ver con la opinión de tejas abajo.

SALOMÉ.- Voy a preparar la cenita. (Coge varias cosas y se va por la izquierda.)

JOSÉ LEÓN.- A ver, Santamona, con franqueza; ¿qué idea tienes de mí?

SANTAMONA.- La peor idea que se puede tener.

JOSÉ LEÓN.- (Con amargura.) Y con razón, Mónica bendita; yo no soy bueno. En mi vida hay bastantes puntos obscuros.

SANTAMONA.- Guárdatelos. Nadie te pregunta nada.

JOSÉ LEÓN.- ¿Por qué lo dices...? (Alarmado.) ¿Acaso sabes...?

SANTAMONA.- No, hijo; yo no sé nada, ni quiero.

JOSÉ LEÓN.- ¡Puedo asegurarte una cosa: a medida que iba yo tratando a Salomé, sentía en mí unas ganas de... de reconciliarme con Dios y los hombres!

SANTAMONA.- Buen pájaro estás tú. (Levántase.)

JOSÉ LEÓN.- Y desde que la traje conmigo, parece que la conciencia se me remueve desde lo más hondo, y mi alma se llena de una deslumbradora claridad. Ah, Santomona; yo quiero ser digno de la celestial criatura que me ha deparado mi destino.

SANTAMONA.- Dios te ha tocado en el corazón. Pues vuélvete a Dios, regenérale, límpiate de tus horrorosos pecado!...

JOSÉ LEÓN.- ¡Límpiate! ¡límpiate! ¡Qué fácil de decir!

SANTAMONA.- Más fácil de hacer. (Recogiéndose la basquiña.) Fíjate en el ejemplo que te doy. Voy a limpiaros toda la casita, y a dejárosla como un espejo. ¡Luego traeré mis yerbas del campo, y os lo pondré todo tan fresco y hermoso!... Verás.