​Obras Completas de Eusebio Blasco​
Tomo II, Del Amor... y otros excesos.
Los celos
 de Eusebio Blasco

Nota:se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.


LOS CELOS


No conozco nada más ridículo que un hombre celoso.

Al mismo tiempo que hago esta declaración, debo hacer otra.

El hombre, en general, es celoso.

Y creo que ya no necesito hacer comentarios ni extenderme en consideraciones acerca de los celos.

Estoy seguro de que todo hombre, al sufrir esa enfermedad, se ha dicho:

—No tengo razón; soy un bárbaro.

Y sin embargo, no habrá dormido, ni habrá comido, ni habrá hecho más que desesperarse.

¿Por qué?

Porque es condición precisa del hombre figurarse constantemente que se la pegan.

No hablo aquí de los celos fundados, porque éstos, dicho se está, que teniendo su razón de ser, motivados están de sobra.

Me refiero a esa imaginación crónica que padece un hombre enamorado de una mujer, creyendo que esa mujer quiere a todos los hombres menos a él.

Logra un sujeto cualquiera que una mujer le diga que le ama; si es verdad ó no, Dios y ella lo saben; pero elia dice que sí, y el sujeto se queda tan satisfecho.

Desde aquel momento, la pobre mujer no ha de mirar a nadie, ni ha de saludar a nadie, ni ha de moverse delante de nadie.

Supongamos que un día se le acerca un amigo y le dice:

—¡A los pies de usted, Luisa!

Ya está el novio asustado y le sube calor a la cara.

—¿Cómo va? dice el amigo, y alarga la mano a la muchacha.

La muchacha le da la mano. El novio suda.

—¡Qué bonita está usted! añade el amigo.

Al novio le tiembla la barba.

Sigue la conversación; el amigo, que conoce a la muchacha desde mucho antes que el novio, comienza, verbigracia, a recordarle tiempos pasados.

El novio está ya pensando en lo que pasaría entonces.

Se va el amigo.

Aquí empieza Cristo a padecer.

El novio pregunta, con una seriedad extraordinaria:

—¿Quién es ese hombre?

—Es un amigo.

—Conque un amigo ¿eh? ¡Pues el amigo te apretaba la mano más de lo necesario!

—¡Qué ocurrencia! ¿Cómo has podido ver eso?

—¿Crees tú que a uno se le escapan esas cosas? Lo mismo que el decirte que estabas bonita ¿á qué viene eso?

—Pero, hombre, ¿también vas a tener celos ahora? Si ese es un amigo antiguo de mi casa, un hombre que me ha visto nacer.

Al oír ésto, el novio se quiere morir. ¡Un hombre que la ha visto nacer! ¡Es decir, que la habrá visto en cueros!

—¡Adiós! dice.

Y se marcha a casa y se da con la cabeza contra la pared.

Noche toledana. El amigo que vio nacer a la novia le apretaba la mano...

¡Malo!

Le dijo que estaba bonita...

¡Peor!

Le preguntó si iría al teatro la noche siguiente

¡Esto es grave!

Ella dijo que pensaba ir...

¡Esto es mucho más grave!

A la noche siguiente, el novio va al teatro decidido a no hablar una palabra con ella, y a espiar desde una butaca sus menores movimientos.

Pero al final del primer acto, el amigo que la vio nacer se presenta en el palco donde está ella.

El novio suda. A pesar de que está incomodado, quebranta su propósito y sube a palco. Saluda muy afectuoso a todas las personas que hay en el palco, excepto a ella. Al darle la mano, no se la aprieta. Además mira con cierta insolencia al hombre que ve nacer a las novias impunemente.

Por fin el amigo se aleja, y se acerca a la muchacha.

Ésta ha comprendido ya que el novio está a punto de dar un estallido, que va a interrumpir la representación, y quiere calmarle con una palabra.

Él dice en voz baja, pero terrible:

—¡Luisa, hemos concluido!

—Pero hombre, ¿no has visto que he estado tan indiferente con el pobre señor?

—¡El pobre señor! ¡El pobre señor! ¡Ahora quieres disimular, es claro! ¡Pero te conozco, te conozco!

La chica opta por no responder y se pone a mirar con los gemelos a cualquier parte.

—¡¿A quién miras?!

La chica no responde.

—¡Que no quiero que mires!

La chica cierra los ojos.

—¡Eso es! ¡Hazme burla, no me falta más que eso!

Por último, el novio se va, y ¿quién lo querrá creer? ¡se va llorando!

Sí, señor, yo he visto llorar a hombres con patillas y picados de viruelas, por desahogarse, porque estaban celosos!

¡Ah! qué situación la del hombre enamorado!

¡Ah! qué escenas tan cómicas!

Y todo ¿por qué? porque él se empeña en figurarse que la mujer amada se la pega.

¡Y es un error, créalo el hombre, es un error muy grande!

La mujer no se la pega a uno sino cuando uno no se lo figura.