Los balcones de MadridLos balcones de MadridTirso de MolinaActo II
Acto II
Sale el CONDE como de noche y LEONOR
CONDE:
Tengo un poco que deciros.
LEONOR:
¿Vos a mí? Viniera bien,
si yo fuera Inés, aquello
de "un poco te quiero, Inés."
CONDE:
Decís verdad; mas no sufre
la prisa con que me veis
el remate de la copla,
"yo te lo diré después"
porque si esta ocasión pierdo,
la esperanza perderé
que en vuestro favor estriba.
LEONOR:
Terrible tiempo escogéis,
mi señor. Es esa sala,
que divide esta pared,
con su hija y con don Pedro,
hoy su yerno ausente ayer,
conciertan las escrituras.
Y están presentes con él
su sobrina y de ambas partes
deudos que han venido a ser
agentes de nuestras bodas.
Pues la hora... ya lo veis.
El reloj las doce ha dado
y vinieron a las diez. Échale el CONDE en la manga un bolsillo
¡Ay! ¿Qué es esto que en la manga
suena?
CONDE:
No os alborotéis
que aunque pesan no son cantos
que os descalabren.
LEONOR:
¿Pues, qué?
CONDE:
Unos pocos de doblones
para que facilitéis
deseos; que cumple a damas
la calle del interés.
LEONOR:
¿En el siglo de vellón
doblones? Vos entraréis
mejor, si ansí granizáis,
que el planeta ginovés.
Baldada me habéis cogido
del manjar que siempre fue,
cuando se hace el amor hombre,
codillo de la mujer.
¡No hay oros en todo el mundo!
Mirad como no daréis
un todo en aquesta casa.
Hablad, servid, pretended;
que aunque amantes peregrinen,
dos primero, y con vos tres
deseosos de alcanzar
la villa del bienquerer
llegaréis primero que ellos
pues a la posta corréis
por la senda de Galiana,
vos volando, ellos a pie.
Parecéisme un pino de oro
pues fruto de oro escogéis,
y ellos, en fe de difuntos,
cada cual será un ciprés.
¿Amáis a Elisa o a doña Ana?
CONDE:
Antes que noticia os dé
de mi amor, que en vos consiste,
deciros quién soy es bien.
¿Conocéis al Conde Carlos?
LEONOR:
Conde Claros sois? ¿Tendréis
el nombre como las obras
porque no puede ofrecer
estrellas de oro, doblones,
sino un cielo cuando esté
claro como un Conde Claros
cual vos. Oí encarecer
a un don Carlos, señoría
nuestro vecino, de quien
dicen que si el nombre es César,
en el obligar es rey.
CONDE:
Y sacaré verdadera
con vos esa fama. Haced
mis partes, y si se logran,
Leonor mía, no cuidéis
de vuestro dote y ventura.
LEONOR:
Bésoos las manos y pies,
que atada de ellos y de ellas
vuestra esclava soy.
CONDE:
Oíd, pues:
exageróme un amigo
que tengo y vos conocéis
con tanto extremo esta noche
la dama a quien quiere bien.
Tanto encareció sus partes,
tan suspenso le escuché,
tan ponderativo anduvo,
tan curioso yo con él
que ausentándose de mí
sin dármela a conocer,
en su retrato mi envidia
pienso que puso el pincel.
Como de la novedad
hija la admiración es,
y ésta madre del deseo,
¡juzgad de tanta preñez
cual saldría el apetito!
Porque en mí fue tan cruel
que obediente a sus impulsos
su amistad atropellé.
Hice seguirle a un criado.
Fue diligente tras él.
Vióle en casa de doña Ana.
Que la amaba sospeché.
Digna fuera su hermosura
de abrasarme, a no saber
que don Juan adora a Elisa;
porque saliendo después
de con doña Ana, turbado,
en la calle le escuché
fulminar con quien le sirve
las locuras que un desdén,
un olvido, una mudanza,
suele arrojar de tropel.
CONDE:
Impedíale el criado
la entrada, por conocer
el riesgo de sus arrojos;
pero tan en vano fue
que a pesar de sus avisos,
yo mismo le vi poner,
ciego, la mano en la daga
y en sus umbrales los pies.
Entró, en fin, habrá dos horas
mas no salió. Vos sabréis,
como confidente suya,
Leonor, lo que se hizo de él;
que yo, con celos primero
que amante, un rato dudé
a las puertas de la calle
entre celoso y cortés
si entraría o no entraría
hasta que por no ofender
la quietud de quien adoro
mis deseos retiré.
CONDE:
De su padre y de don Pedro,
don Álvaro y don Miguel,
doña Ana y otros amigos,
entre todos cinco o seis
que son los que están agora,
conforme dicho me habéis,
haciendo las escrituras
y dándola el parabién,
disimuléme criado
con los demás y llegué
a la presencia de Elisa,
mereciendo en ella ver
tanto cielo, gracia tanta
que en don Juan quedó esta vez,
aunque dijo cuanto pudo,
avaro el encarecer.
Yo la adoro, Leonor mía,
yo estoy loco. Podrá ser
que cuanto más imposible
mis esperanzas la ven,
me parezca más hermosa.
Sin ella, no lo dudéis,
es la vida en mí tan ardua
como cortado el clavel,
como sin calor el fuego,
como sin su esfera el pez,
como el pájaro sin aire,
como sin agua el bajel.
Vos sola, Leonor piadosa,
Leonor cuerda, Leonor fiel,
Leonor...
LEONOR:
Vuestra soy. Decid,
Conde, y no me leonoréis.
CONDE:
Vos sola sois mi remedio.
Vos tenéis, sola, poder
para conservar mis años
en el mayo en que los veis.
¿No es mejor para condesa
la hermosa Elisa? ¿No es
mejor para señoría,
Leonor, que para merced?
Pues con una acción no más
que esta noche ejecutéis,
ella os deberá mi estado,
yo la vida os deberé.
LEONOR:
Conde, decid, que doblones
en manga deben de ser,
por San Juan, granos de helecho,
pues desde que los toqué
os quiero más que a mis ojos.
CONDE:
Quinientos de ellos tendréis,
seguros para casaros.
Oídme y proseguiré:
don Pedro, Elisa y su padre,
y los demás que sabéis,
con las escrituras que hacen
quieren mi sepulcro hacer.
En el semblante de Elisa,
que siempre del alma fue
intérprete fidedigno,
el pesar eché de ver
con que estas bodas permite.
Con causa maliciaré
de que don Juan ocasiona
la pena con que la ven.
Si vos, antes que se firme
el riguroso papel,
alegando nulidades,
por mi esperanza volvéis
diciendo fuisteis testigo
de que su palabra y fe
me dio con la mano hermosa
y que no consentiréis,
que por temor del peligro
quebrando al cielo la ley
que en estos casos dispuso
vos por ella os condenéis,
sus intentos estorbáis,
yo, en fin, resucitaré.
Vos tendréis en mí un esclavo
y a Elisa redimiréis
de la vejación que llora,
pues sosegadas después
pesadumbres y alborotos,
claro está que ha de querer
a un conde más que a un don Juan
su padre, y que vos seréis
gratificada de todos
y estimada en más después.
¿Qué decís?
LEONOR:
Que ya es más caro,
Conde, de lo que pensé
el oro que me enmangasteis;
pero, ¿qué tengo de hacer?
No me tengáis por ingrata.
Cuanto mandáis cumpliré.
Comprada soy que no mía.
Vos fuisteis mi mercader;
mas si al ímpetu primero
pretende el viejo cruel
ser en mí leonoricida,
¿quién me podrá socorrer?
CONDE:
Yo, Leonor, yo que he de estar,
si advertida me escondéis
donde de vuestras agencias
siendo testigo sea juez.
Cuando intenten agraviaros
los unos y otros, saldré
a sacaros verdadera;
pues es forzoso que os den
crédito viéndome oculto
en casa, con que podréis
libraros vos de su enojo,
y yo sus dudas vencer.
LEONOR:
Alto, nunca las hazañas
discursivas han de ser.
Todo consejo es cobarde
porque padre del miedo es.
Entraos en ese aposento
que es donde duermo, y poned
toda el alma en los oídos.
Sabrán lo que me debéis.
(En el otro está don Juan. (-Aparte-)
A pares empieza el mes.
¡En mi casa las tramoyas!
Conde es Carlos, yo mujer;
doblones los que me hechizan.)
¿Entráis?
CONDE:
Entro para hacer
vuestra fortuna envidiada. Entra el CONDE
LEONOR:
Dios vaya conmigo, amén.
Mas todos salen acá.
Ocasión, Amor, me dé
en que encaje mis mentiras
y me saque de ellas bien.
Salen don ALONSO, don PEDRO, doña ANA, ELISA y otros
ALONSO:
Elisa, no ocasiones
sospechas a tu fama;
que ni te han de valer tus evasiones,
ni a quien con tantas veras y fe te ama
consentiré quejoso;
pues vino con gusto a ser tu esposo.
ANA:
Prima, si ésta no es tema
y quieres a don Pedro, ¿qué hay que tema
la dilación de un día que encareces?
Quien liberal da luego, da dos veces.
ELISA:
Deja para los viejos,
pues que no peinas canas, los consejos
si no es que interesada
te importa el verme a mi pesar casada.
Conozco lo que medro
feliz consorte del señor don Pedro,
y estoy reconocida
al amor que me muestra,
mas tengo prometida
una novena a la patrona nuestra
de Atocha, y así trato
que se queda por hoy este contrato.
ALONSO:
Harásla desposada
con más quietud y menos registrada;
que aunque las estaciones
son tan santas de suyo, hay ocasiones
en que las juventudes
profanan oraciones y virtudes,
y pocas hay que apenas
no saquen verdadero a quien decía
"Haberse de llamar," cuando las veía,
"en [las muchas] novenas, las nobuenas."
No apures mi paciencia.
Firma esas escrituras
o apercibe tu loca resistencia
a un convento de Lerma en que tus tías
en su clausura culpan tus porfías.
ELISA:
Escojo, pues a mi elección lo dejas,
por mejor que entre rejas
sujeta siempre viva
que a quien no tengo amor servir cautiva;
pues si uno y otro al fin es cautiverio,
más noble me le ofrece un monasterio,
y más vale medrando eterno nombre
ser esclava de Dios que no de un hombre.
Y porque creas cuán constante afirmo
la determinación de tus venganzas,
rasgo en estos papeles esperanzas; Rásgalos
que de esta suerte yo violencias firmo.
ALONSO:
Detén, inadvertida. Saca la daga
la mano, si no intentas que en tu vida
mi enojo satisfaga.
LEONOR:
¿Está en sí, vuesasted? Meta la daga,
que siendo tan cristiana mi señora,
(La chanza encajo agora.) (-Aparte-)
y esposa de quien burlan, presumidos,
no ha de tener a un tiempo dos maridos.
ALONSO:
¿Qué dices?
PEDRO:
¿Cómo es eso?
ELISA:
¿Estás en ti, Leonor?
LEONOR:
Todo mi seso
está como solía.
Señores, mi señora es señoría.
Un conde la confiesa;
él por su esposa y yo por mi Condesa.
Ayer le dio la mano
besándosela amante y cortesano.
Yo fui cura y testigo. Aparte doña ELISA y LEONOR
ELISA:
¡Desatinada, advierte...
LEONOR:
Ve conmigo.
ELISA:
...que está don Juan oyendo tus quimeras,
y que ha de imaginar que hablas de veras.
En voz alta
LEONOR:
En balde me cohechas al oído.
Más quiero mi conciencia. Tu marido
es el conde don Carlos. A doña ELISA
Ve conmigo, que así puedes burlarlos.
ALONSO:
¿Qué conde o desventura?
LEONOR:
Esto es notorio.
Delante de mí se hizo el desposorio.
¿De qué forman espantos?
¿Es mucho un conde donde sobran tantos?
Él jura, endoselando estas paredes,
en señorías mejorar mercedes.
Y que apetezca yo, no es maravilla,
ver las espaldas vueltas a una silla.
ALONSO:
Ya digas la verdad o ya estés loca.
Tu atrevimiento mi furor provoca
a que en tu sangre vil...
LEONOR:
¡Jesús, María!
¡Conde, vuelva por mí Vuesaseñoría!
Sale el CONDE
CONDE:
La voluntad, caballeros,
que el cielo quiso eximir
de humanas jurisdicciones
no ha de violentarse ansí.
Elisa, en cuya belleza
elíseos deleites vi,
puesto que allá vive el gozo
y acá el amarla es vivir,
piadosa admitió finezas
del alma que la rendí.
¡Corta oferta un alma sola
quien quisiera darla mil!
Poco más debe de haber
de un mes que por competir
con el sol, salió en un coche
ella flora y él jardín
a dar nueva vida al Prado.
Pues, volviéndole a vestir
de yerba y rosa soberbio,
vio por noviembre su abril.
Todas las ponderaciones
que en los versos aplaudís
cuando idiomas adulteran
nuevos modos de escribir
pudieran, si la pintaran,
lograr su elocuencia aquí;
mas, ¿para qué os la retrato
si a su origen asistís?
Sin libertad desde entonces
diademas apetecí
felices a coronar
su hermosura emperatriz.
CONDE:
Dila parte de mis penas,
solicité, pretendí
sin perdonar circunstancias
que suele el amor lucir.
Correspondiólas afable
porque echó de ver que en mí
eran una misma cosa
el ponderar y el sentir.
La víspera de año nuevo
echó suertes y salí
por elección de los hados
su amante, y anoche en fin
me entituló su consorte
tan rendida, tan feliz
que en nuestras manos amor
nuestras almas vino a unir.
Avisóme de la ofensa
en que todos incurrís
tiranizando su imperio.
Caballeros advertid:
que es mi esposa, que es Condesa,
y que si lo resistís,
será fuerza el defender
mi acción y fama o morir.
ALONSO:
Conde, entre los generosos
siempre ha sido acción civil
hurtar el cuerpo a las leyes
y al sol el rostro encubrir.
Ilustre os conoce España,
conde, os venera Madrid,
rico Fortuna os conserva,
la edad en vos es abril;
mas aunque por tantas partes
calidades presumís,
no son menos las que Elisa
nos debe al cielo y a mí.
Valor, juventud y hacienda
tiene igual; sólo añadís
un título que aunque honroso
no es difícil de adquirir.
Si a Elisa, pues os iguala,
conde, amáis como decís
un mes ha con fin honesto,
pudiéndomela pedir
seguro de vuestro abono,
¿por qué de noche venís
a usurpar jurisdicciones
y esperanzas deslucir?
Intenten pobres plebeyos
medrar por medio tan vil
calidades a sus casas
ennobleciéndose ansí
que es lo que disculpa en ellos.
Viene a ser, pues lo seguís,
defecto vituperable
digno en vos de corregir.
ALONSO:
Oblígueos, pues sois tan noble,
la templanza a que advertís
a pesar de mis ofensas
en mi enojo, y elegid
a satisfacción de partes
esposa con quien vivir
sin que menosprecios llore
después si os arrepentís;
que amores no consultados
y bodas sin prevenir
pronostican las más veces
buen principio y triste fin.
ELISA:
Señores, ¡qué disparates!
¿Me pretenden consumir
el seso con la paciencia?
Yo, ¿cuándo os correspondí?
¿Cuándo os tuve por amante?
¿Cuándo, conde, os llegué a oír
deseos que me venciesen?
¿Cuándo os hablé? ¿Cuándo os vi?
LEONOR habla aparte a doña ELISA
LEONOR:
¡Que lo echamos a perder,
señora! ¡Pobre de mí!
El conde viene a librarte
con este ingenioso ardid
de tu padre y de don Pedro.
Por don Juan ha entrado aquí
que es íntimo en sus amores.
Si esta vez sabes fingir
date por libre y dichosa. LEONOR habla aparte a doña ANA
Señora, sólo por ti
me engolfé en esto. Si el conde
a Elisa llega a adquirir
te queda libre don Juan.
Que es su esposo el conde di,
y dale todo por hecho.
ELISA:
(¿Hay quimera más sutil? (-Aparte-)
Lo que Leonor me aconseja
está de perlas.)
ANA:
(Salid, (-Aparte-)
Amor, a la causa vuestra;
que si llegáis a impedir
que don Juan de Elisa sea,
mi esperanza conseguí.)
El callar es ya culpable,
señores, y el resistir
al cielo y temeridad.
Con Leonor testigo fui
de cuanto ha propuesto el conde.
Él la dio el alma, ella el sí;
conformidad las estrellas,
la noche ocasión y, en fin,
don Pedro culpe a sus hados
y téngase por feliz
esta casa, pues, merece
dueño tanto.
ALONSO:
¡Que por ti,
inadvertida, liviana,
haya mi honor de salir
a la vergüenza! ¿Qué dices?
¿Qué respondes?
ELISA:
Que encubrir
tan manifiestas verdades
no es posible; que seguí
los consejos de doña Ana
sin poderme persuadir
a querer bien a don Pedro,
y que el conde vive en mí.
Sale don JUAN
JUAN:
Ya es infame el sufrimiento.
Déjame salir a dar
desahogos al pesar,
avisos al escarmiento.
Pretender que en el tormento
sufra las penas atroces
la congoja y no dé voces
con el agravio es lo mismo
que amansar sobre el abismo
los huracanes veloces.
Quien quiere en los evidentes
ímpetus de la violencia
que esté oculta la paciencia
y los agravios patentes,
llegue a enfrenar las corrientes
que entre desatados hielos
forman airados los cielos,
reprima el fuego en los bronces.
Podrá ser que amanse entonces
la tempestad de los celos.
Todos me habéis ofendido;
de todos juntos me quejo:
de la imprudencia de un viejo
por avaro inadvertido;
de un amigo fementido
que, vuelto competidor.
JUAN:
Vellido fue de mi amor;
de un amante que pretende
obligar a quien ofende
por los medios del rigor;
de una olvidada hermosura
que siendo noble se venga
y porque efecto no tenga
mi amor turbarle procura
de quien fue mi ventura
solícita intercesora
y ya a mi fe burladora
su lealtad osó vender
que no es infamia ya el ser
por el interés traidora;
de mí mismo que creí
en la duración liviana
de la flor, la sombra vana,
del sueño, del frenesí,
de Elisa, en fin, a quien di
crédito y fe sin temer
que en su leve proceder
es, de las mudanzas dueño,
flor, frenesí, sombra, sueño,
la palabra en la mujer.
No ha un hora que me juró
con afectos apacibles
atropellar imposibles
que en mi favor despreció.
No ha media que me escondió
donde la creí diamante.
No ha un instante que inconstante
anegó mis esperanzas.
¡Considerad las mudanzas
de una hora, media, un instante!
Todos mi mal prevenís.
Loco por todos parezco.
A todos os aborrezco
pues todos me perseguís.
Si estos oprobios sentís,
venid a contradecirme.
Sígame el necio que afirme
que no es infeliz quien ama,
que Amor su imperio no infama
y que hay hermosura firme.
Vase don JUAN
PEDRO:
Prevención discreta ha sido,
Elisa, la que hecho habéis;
pues, porque os sobren tenéis
en cada sala un marido.
De los tres que hemos venido
podéis a gusto escoger
y esta casa no temer
lo que muchas necesitan
si las que poco se habitan
a pique están de caer.
¡Tanto huésped encerrado!
¡Notable capacidad
tiene vuestra voluntad
pues a tres lugar ha dado!
Puesto que he sido llamado
renuncio el ser escogido.
En Talavera he vivido,
en ella de mí os servid
aunque aquí y allá advertid:
se quiebran de una manera
los platos de Talavera
y las damas de Madrid.
Vase don PEDRO
CONDE:
Ya, señora, dificulto
lo que antes facilité
aunque crédito no dé
a vislumbres de esta insulto.
¡Pero a tal hora y oculto
en vuestra casa don Juan!
Permisiones de galán
exceden del justo extremo.
No os culpo yo, pero temo
peligro del qué dirán. Vase el CONDE
LEONOR:
(Miedos, ¿qué hacemos aquí (-Aparte-)
si en esta tempestad toda
soy la vaca de la boda
y ha de llover sobre mí?
Por el conde me perdí,
de él me voy a socorrer;
y cuando no pueda ser,
pues a embelecos me atrevo,
oficio conmigo llevo
que me gane de comer.)
Vase LEONOR
ANA:
Prima, por verte en altura
que a tus deudos nos honrase,
procuré que se casase
con un conde tu hermosura.
El amor todo es ventura.
No la supiste tener.
Don Juan te ha echado a perder
y es quien de ti más se ofende;
que quien todo lo pretende
todo lo viene a perder. Vase doña ANA
ELISA:
En tu silencio, padre generoso,
conjeturo señales
del pesar congojoso
que crece a la medida de tus males,
pues cuando es tan valiente
de mucho sentimiento no se siente.
Esto causan agravios desiguales
y yo, en la ocasión de ellos inocente
al paso que culpada,
el cuello rindo a tu pasión airada.
Mas óyeme primero, no clemente
sino ofendido sabio.
Sabrás en qué estoy libre, en qué te agravio,
y seré en la opinión que me desdora
de mí misma fiscal y defensora.
ELISA:
Un año ha, poco más, que agradecida
a finezas de amantes
rendí a don Juan la voluntad y vida
con afectos de amor tan semejantes,
con tal conformidad de corazones,
que, si fueran verdad las opiniones
que afirman haber sido
la mujer y el varón un cuerpo solo
y haberlos dividido
severo el dios progenitor de Apolo,
creyera mi cuidado
que de don Juan me habían separado
y que en los dos las almas, dos mitades,
deseaban unir sus voluntades.
Al mismo tiempo, pues que me inclinaba
a don Juan, a don Pedro aborrecía
con tanto extremo que...¡si le pintaba
mi ciega fantasía!
Y opuesta a su deseo
tan inclinados tus afectos veía
a que mi amor en él hiciese empleo.
Desmayos de la muerte
el alma me asustaban
sintiendo el no poder obedecerte
y sólo con la vista se aliviaban
de don Juan, que no ofrece
la humana medicina
pítima tan cordial y peregrina
como el ver a quien ama quien padece.
ELISA:
Ausentóse a mi instancia
don Pedro y, ya seguro de él mi amante
en su fe y mi constancia,
labraba Amor finezas de diamante.
Sentiste verle ausente,
permitiste obediente
que volviese a Madrid. ¡Qué desatino!
A desposarse vino,
desesperó esperanzas quien adoro
y perdiendo el decoro
a su cortés templanza,
aumentó con sus ansias mis desvelos.
Sólo quien tiene amor perfecto alcanza
las congojas rabiosas de los celos.
Causómelos doña Ana.
Vivir yo sin don Juan fuera imposible.
Aseguréle humana.
Redujéle apacible.
Entraste a hacer las tristes escrituras.
Prosiguió mi don Juan en sus locuras.
Temí que si le vieses
descrédito a mi fama honesta dieses.
Resistí tu violencia rigurosa.
Salió, no sé de donde
ni quien le ocultó en casa, aquese conde
que mi opinión lastima.
Mintió Leonor, mintió también mi prima
en lo que falsa alega;
que es ciego Amor y hasta los nobles ciega.
Ocasionóme a enojos
porque en mi vida puse en él los ojos.
ELISA:
Afirmóme Leonor que fiel amigo
de don Juan me procuraba
ver si con tal engaño me libraba
de don Pedro. Por esto que soy, digo,
esposa de ese Carlos.
Salió don Juan celoso.
Multipliqué peligros por obrarlos.
Lo seguro arriesgué por lo dudoso.
La verdad te he propuesto.
El medio elige agora más honesto.
Ya a morir me apercibas,
ya ausente de tus casa vengativas
de Madrid me destierres,
ya entre paredes trágicas me encierres,
o ya, advertido sabio,
reduzcas con don Juan a amor tu agravio. De rodillas
A tus plantas rendida
la cabeza te ofrezco con la vida.
Lastime al escarmiento
la libertad que oprime a un convento,
a don Juan toda el alma, que si es suya
forzoso es que a su amor se restituya;
pero a don Pedro, al conde inadvertido,
con desdén inmortal eterno olvido.
ALONSO:
Ya está, indiscreta Elisa,
en estado tu fama
que da al remedio prisa,
y cuando de tu amor la ciega llama
obligarme pudiera
a que don Juan te diera,
de puro pretendida
ninguno hay que te quiera
porque vale el honor más que la vida.
Oculto el conde Carlos
que en fe de ser tu esposo
presenta, verdadero o mentiroso,
testigos que no puedes recusarlos,
¿de qué suerte pretendes
que don Juan, a quien amas cuando ofendes,
arroje a la malicia
el honor, vidrio al fin tan delicado
que al aliento no más le mancha, quiera
vil para todos una vez quebrado?
Haz el mismo argumento
del conde que ofendido
vio salir a don Juan de tu aposento,
en él por tu imprudencia conducido.
ALONSO:
Y mira, cuando amaras
a don Pedro y mi gusto obedecieras,
¿cómo le persuadieras
desmintiendo apariencias que tan claras
nuestra opinión lastiman?
¿Y es bien que tiemblen los que su honra estiman?
Pocos serán mis días.
Presto dará esta pena cabo de ellas.
En Lerma están tus tías.
Déjame con sosiego fenecellos
y vive tú entre tanto
cuando no religiosa, retirada.
Estarás, si no alegre, regalada
mientras Madrid, apetecido encanto,
este desaire olvida
y elegirás, en viéndome sin vida,
a gusto tuyo estado:
ya de don Juan esposa
o ya, con más acuerdo, religiosa.
Segura mi vejez de este cuidado,
prevenirte procura
que Madrid con no verte
al vulgo enfrenará si te murmura,
pues si se olvida todo con la muerte
y la ausencia retrato suyo ha sido,
podrás ausente ocasionar su olvido.
ELISA:
¡Tan sabio medio ofreces!
ALONSO:
No me agradezcas lo que no mereces.
Por mi honor me reporto.
Ocupa el plazo corto,
Elisa, en prevenirte
porque dentro de una hora has de partirte. Vase don ALONSO
ELISA:
¡Ay, caro don Juan mío,
ofendido te dejo!
¿Cómo es posible si de ti me alejo
yo toda amor, tú todo desvarío,
que no muera impaciente
quien a un tiempo es culpada e inocente? Vase doña ELISA. Salen LEONOR y doña ANA
LEONOR:
Esto es todo lo que pasa.
ANA:
En efecto, ¿que tú fuiste
la que a Carlos escondiste?
LEONOR:
Ocultéle por ti en casa
y, de ella salgo por ti,
huyendo.
ANA:
Mientras la mía
de ti su esperanza fía,
en ella tendrás, y en mí,
la acción que yo. Y, si don Juan
hace caso de su honor
y paga mi honesto amor,
mis dichas te deberán
las medras de nuestro engaño.
LEONOR:
Ten por cierto que no esté
en Madrid quien más te dé
pesares en todo este año.
Yo vi a sus puertas el coche
con las mulas de camino;
que ha de sacarla imagino
el viejo esta misma noche.
ANA:
Logre mis dichas, Amor
y sáqueme de estas olas. Sale don JUAN
JUAN:
Pésame no hallarte a solas.
Retírate allá, Leonor.
LEONOR:
(Bueno se le va poniendo (-Aparte-)
el ojo al hacha. ¿Ya están
los amores de don Juan
de otro temple? No lo entiendo.)
Vase LEONOR
JUAN:
Doña Ana, yo necesito
de tu amor y tu consejo.
Herido a don Carlos dejo,
castigo de su delito.
Aguardéle en esa calle;
ciego me salió a buscar.
La razón me pudo dar
aceros para sobralle.
Enemigo es poderoso,
peligrosa mi asistencia,
el retirarme prudencia.
Partirme luego es forzoso.
Débote la voluntad
que pagarte no he podido,
cuando más reconocido
no quiere mi adversidad
que llegue a corresponderla.
El peligro me da prisa;
la poca lealtad de Elisa
ocasión de aborrecerla.
Sirva el ver que me despido
de ti sola y te doy cuenta
de esta desgracia violenta
de señal si te he ofendido
que te vengué castigado,
que reconozco tu amor,
que soy de tu fe deudor,
que me ausento enamorado
deseoso de agradarte
sin recelos de ofenderte,
indigno de merecerte
y resuelto en adorarte.
ANA:
No querrá mi suerte airada,
don Juan, ya en mi favor cuerda
que cobrándote te pierda
hoy dichoso, hoy desdichada.
De Madrid saca mi tío
a Elisa. Si aquí estuviera
tu partida permitiera
porque en efecto no fío,
viendo la de tus mudanzas.
Si se ausenta y tú te vas
temo que la seguirás;
que con amor no hay venganzas.
Haga el Conde diligencias
buscándote; que en mi casa
mientras este rigor pasa
desmentirás sus violencias.
En ella es bien te asegure;
que nadie creerá de mí
que por socorrerte a ti
yo mi opinión aventure.
Este cuarto, ese balcón,
pues en amar te aventajo,
pasándome yo al de abajo
te ha de servir de prisión.
Sus espesas celosías
registros deslumbrarán
y en ella divertirán
tus penas melancolías.
No hay padres a quien temer;
de mis acciones soy dueño.
Ocultándote te empeño
nuevamente. Esto has de hacer
y, si no, daré noticia
antes que salgas de aquí
a la justicia de ti.
JUAN:
¿Para qué, mi bien, justicia
donde reina la piedad,
donde triunfa tu firmeza?
Si es mi alcaide tu belleza
mi prisión es libertad.
Mas témome de Leonor
que me vio entrar.
ANA:
No hay temella.
Téngola grata y por ella
se ha de lograr nuestro amor.
De casa no ha de salir
ni la permitiré hablar
con otros, pero cuidar
de tu regalo, asistir
a lo que hayas menester.
Eso sí. Vínose huyendo
de la de Elisa y pretendo
que no lleguen a entender
que apruebo sus demasías.
Mis criadas callarán
también porque, en fin don Juan,
te quieren bien por ser mías.
JUAN:
Tú lo dispones de suerte
que en las dichas que intereso
soy ya dos veces tu preso.
ANA:
Libros en que entretenerte
hay sobre ese contador
y aderezo con que escribas
versos, que a Elisa apercibas,
mientras que viene Leonor
a traerte de cenar
y a disponerte la cama.
JUAN:
La aurora aljófar derrama.
Tarde es para reposar.
ANA:
No tienes en qué ocuparte.
Los presos duermen de día.
JUAN:
Desvela amor, Ana mía,
y amo yo.
ANA:
Quiero cerrarte
que te temo fugitivo. Cierra con llave
JUAN:
Si me buscare Coral,
fíate de él que es leal.
ANA:
Adiós, pues, dueño cautivo. Vase doña ANA
JUAN:
Deleita el color verde, que consiste
entre el blanco y el negro, y la Esperanza
le elige porque el medio y punto alcanza
perfectamente de lo alegre y triste.
Pobre de él si el color negro le viste
y le enluta tal vez su destemplanza,
pues le imposibilita su mudanza
que el medio alegre que perdió conquiste.
Lo mismo pesa en la pasión celosa
que entre amor y temor alcanza el medio
y alegrando tal vez, tal entristece.
Ya es imposible amarte, Elisa hermosa,
mi esperanza enlutaste. ¡No hay remedio!
¡Qué mal puede esperar quien aborrece!
Abre CORAL y entra
CORAL:
Déjame la llave y vete
a tus haciendas, Leonor.
Aunque siendo haciendas tuyas
no tendrán mucho de Dios.
JUAN:
¡Oh, mi Coral, bien venido!
CORAL:
Coral y tan tuyo soy
que esta vez he de quitarte
todo el mal de corazón.
Déjame cerrar la puerta.
Retirémonos los dos
donde, ya que nos acechen
no nos oigan. Atención:
después que al coso saliste
picado del garrochón
de los celos, si no toro
torote atropellador,
de lo roso y lo velloso,
y tu furia nos abrió
el toril o el aposento...
sigo mi comparación
pues toros y desengaños
con una misma armazón
de cabeza nos lo vende
la experiencia su pintor.
CORAL:
Sin osarme rebullir
ovillo de mi temor,
tuve envidia en las paredes
a las letras de carbón,
deseando transformarme
en ellas con saber yo
ser cartapacio del necio
y sátira del lector.
Temblando, en fin, de valiente,
telaraña de un rincón,
me juzgaba palatino.
Del viejo a la primer tos
cuando después que te fuiste
cada cual competidor
sarpullido de tus celos,
le dio a tu dama un jabón.
Quedaron ella y su padre...
¡Ya ves qué tales los dos!
Como en las uñas del gato
el ánima del ratón,
él suspenso, ella turbada.
Fue el miedo tan orador
como en las mujeres se usa
que el peligro es Cicerón.
Ponderó lo que te amaba,
tus finezas, tu valor,
la tempestad de tus celos,
lo limpio de tu afición
y que próvida en no dar
sospechas al pundonor
en los que a vistas vinieron
a esconderte te obligó.
CORAL:
Que a don Pedro aborrecía
más que el buho el resplandor,
al buen año el avariento,
a la Hermandad el ladrón.
Juró como un catalán
no saber quien ocultó
a aquel Conde entremetido,
de nuestra paz Galalón,
que ni de él tuvo noticia
ni en su vida le dignó
la memoria ni aun los ojos.
Mas que, a pura persuasión
de doña Ana que la dijo
ser tu amigo protector
y querer con tal engaño
redimir su vejación,
concedió con su embeleco,
y cerró la confesión
con ofrecer a su espada
el cuello todo candor.
Oyóla pro tribunali
el viejo ponderador,
resolviéndose después
de media hora de sermón
en que había de llevarla
a Lerma antes que, veloz,
diese el alba afeite al Prado
y a su oriente bermellón.
Entró a prevenirse Elisa.
CORAL:
El viejo aprestar mandó
el coche con dos criados
y, entre tanto... oye el mejor
caso que escribió poeta
que, a serlo a fe de quien soy,
que sin mendigar asuntos
yo enriqueciera a un autor.
Entre tanto, como digo,
por un pariente envió,
confidente de su casa,
celoso de su opinión.
A éste, pues, en puridad
le dijo, "Álvaro, yo estoy
resuelto a honrar con la sangre
del Conde mi sucesión.
Persuadir que trueque Elisa
en desdén la inclinación
que a don Juan tiene es querer
que el abril viva sin flor.
Fiado, pues, en el tiempo
cuya cuerda dilación
muda afectos y apetitos,
he fingido que llevo hoy
a un monasterio de Lerma
a Elisa, en cuya prisión
escarmiente rebeldías
y llore su obstinación.
CORAL:
Sacaréla luego al punto
de la corte y, yendo yo,
Dorotea y Alvarado
con ella, sin permisión
que a persona comunique,
ni vea aun el resplandor
del cielo con las cortinas
echadas. Mi prevención
estriba en que ignore el pueblo
que ha de darla habitación.
Llegaremos de esta suerte
a la una o a las dos
a sestear a las ventas
que llaman de Torrejón.
Retiraréla a una cuadra
hasta que cubra de horror
la noche nuestro hemisferio
y, siguiendo mi ficción
daremos vuelta a Madrid
persuadiéndola que estoy
resuelto a que viva oculta
en Illescas, donde vos
ya esperáis a instancia mía
mientras la murmuración,
sepultada en el olvido,
no lastime nuestro honor.
Vendrémonos tan despacio
que entremos cuando el rumor
y bullicio de la gente
no pueda darla ocasión
para advertir que a la corte
mi engaño la restauró.
CORAL:
Vos, don Álvaro entre tanto,
en fe que mi amigo sois
y que en vuestra lealtad tengo
antigua satisfacción,
despejando aquesta sala
de cuanto adorno la dio
la calidad de mi estado
y de mi haciendo el valor,
cuadros, colgaduras, sillas,
escritorio, contador,
cama, estrado, sin que quede
un clavo que dé ocasión
a que reconozca el sitio,
pediréis al corredor
Pedro de Ávila, el que vive
junto a la Puerta del Sol,
que os alquile por un mes
otra tanta ostentación
que de modo la disfrace
que no la conozca yo.
Retirada en ella Elisa,
y las puertas del balcón
clavadas, dando la luz
la vidriera superior,
ni creerá que está en la corte
ni viéndola sino vos.
Hará don Juan diligencias
que despierten su afición.
CORAL:
Solicitaré entre tanto
que el Conde, que sospechó
mal del desaire pasado,
haga cuerda información
de la honestidad de Elisa
y, buscando intercesor
poderoso, si es su amante
lograré mi pretensión."
Esto dijo, esto escuché,
temeroso acechador,
por el hueco de la llave.
Esto mismo prometió
el amigo confidente
partiendo a su ejecución
como el coche a su jornada.
Salí a tiento a un corredor.
Topé con una escalera.
Hasta un patio me guió.
Di desde él en un corral.
Salté por un paredón.
Supe que el Conde huyó herido.
Mi lealtad adivinó
que estabas en esta casa.
Doña Ana abrirme mandó.
Y la noche que se sigue
volverá a la posesión
de su cuarto nuestra Elisa.
Si permanece tu amor,
pared en medio la tienes,
Tisbe y Píramo los dos.
CORAL:
No os veréis por rehendijas
mas de balcón a balcón.
Para que os comuniquéis
con toda circunspección
sin riesgo de la conciencia,
que eso no lo quiera Dios,
traza tengo imaginada
que ha de hacerme arquitector
balconero con que admire
al artífice mayor.
Ya sabes mi habilidad.
Mi ingenio es ensamblador.
Lo que te quiero infinito.
Consulta a tu suspensión
durmiendo agora sobre ello
si te estará bien o no;
que después queda a mi cargo
el lograr esta invención.
JUAN:
Coral, cosas me refieres
que, al paso que nuevas son,
causan en mí novedades
extrañas. Sale doña ANA
ANA:
Entra, Leonor,
que es hora que don Juan cene.
JUAN:
Coral, abre.
ANA:
Pues, señor,
¿cómo os va de carcelaje?
JUAN:
Doña Ana, ¿cómo con vos?
ANA:
Tarde es para que cenéis,
almorzar será mejor
y reposaréis de día.
JUAN:
No hay plato de igual sazón
como el ver vuestra belleza.
ANA:
Venid. Aparte a CORAL
JUAN:
Coral, vuelva yo
por ti a la gracia de Elisa
y mi hacienda a tus pies pon.