Los Césares de la Patagonia (Leyenda áurea del Nuevo Mundo) (1913)
de Ciro Bayo
Capítulo II
CAPÍTULO II
Minucias históricas que hacen al caso.

Corría el mes de Diciembre de 1539, y el marques Francisco Pizarro, conquistador del Perú, se ocupaba en remunerar los servicios de los que le habían servido bien en su reciente contienda con Diego de Almagro. A Pedro de Valdivia, antiguo soldado de los tercios de Italia, capitán de á caballo, del marqués de Pescara en Milán, y, por último, maestre de campo de Pizarro durante la campaña que terminó con la batalla de las Salinas, cupo en suerte, cuando sólo tenia treinta y siete años de edad, el descubrimiento y conquista de Chile, paralizada desde el desastroso fin de la expedición de Almagro en 1535.

A punto de aprestarse Valdivia para su conquista, he aquí parece ante Pizarro un Pero Sancho de la Hoz con reales provisiones para el descubrimiento y conquista de las tierras que se extendían al Sur del Estrecho de Magallanes y las islas adyacentes que descubriera navegando aquellos mares; la gobernación, en suma, vaca por la frustrada empresa de la armada del obispo.

El tal Sancho de la Hoz era un perulero vuelto á España con un buen botín que le cupo en el reparto de los tesoros de Atahuallpa, y era casado en Toledo con dona Guiomar de Aragón. Como buen advenedizo de Indias, había disipado su caudal, y para rehacerse, creyó lo más acertado tentar por segunda vez el camino que tan bien le había probado primero. A este fin, solicitó y obtuvo del monarca la concesión del gobierno de la Patagonia; pero en vez de entrar navegando por el Estrecho de Magallanes, con armada propia, hizo el camino ordinario por el istmo de Panamá, hasta llegar al Cuzco á presentar á Pizarro su real capitulación y nombramiento.

De esta suerte, Pero Sancho de la Hoz aparecía como un temible rival de Valdivia, pues le segregaba el territorio de la conquista, desde el Bío Bío hasta el Estrecho, entre los dos mares del Sur y del Norte (Pacifico y Atlántico). Por vía de acomodo, el marqués Pizarro les convidó á comer en su casa del Cuzco, y á los postres concertó á los dos pretensores. Según ese concierto, Valdivia partiría en el acto para su conquista, mientras Pero Sancho iría á Lima por naves, bastimentos, caballos y corazas para alcanzar a su aliado en el camino.

Sancho la Hoz no logró reunir los recursos que se comprometió aportar. En su exasperación, apeló á un medio reprobado. Acompañado de cuatro almagristas, enemigos de Valdivia, llegó al real de éste, á la entrada del despoblado de Atacama, con ánimo de sorprender á Valdivia y proclamarse en su lugar con la ayuda de las reales provisiones que llevaba.

Falló el intento, porque Valdivia no estaba en el real cuando los conspiradores llegaron; mas cuando vino y se enteró del plan abortado, hizo prender á Pero Sancho y sus cómplices. Perdonóles la vida a condición que Sancho hiciera dejacíón de todos los derechos que pudieran pertenecerle por las capitulaciones reales. Arbitro del campo, Valdivia se armó de todas armas, y estando todos sus soldados puestos en escuadra, mandó venir un escribano y le dijo en alta Voz: "Escribano, estad atento a lo que dijera é hiciera y dadme por fe y testimonio en manera que haga fe a mí: Pedro de Valdivia, capitán general que soy de este ejército, como en nombre de la majestad del emperador Carlos V, rey de Espana, y mi señor natural, y por la real corona de Castilla, tomo la posesión de esta provincia y valles de Chile, por sí y por las demás provincias, reinos y tierras que más descubriere, conquistare y ganare, y las que en esta demarcación adelante ó por cualquiera parte quedaren por descubrir y conquistar."

Y diciendo estas palabras, puso mano á la espada y comenzó con ella en señal de posesión, á cortar Arboles y ramas, á pasearse y á arrancar hierbas y mudar piedras de una parte á otra. Esto acabado, así armado de punta en blanco como estaba y con su espada desnuda, se apartó un poco más de su gente, y volvió á decir: "Si la posesión que aquí he tomado, alguna persona, por sí ó por algún príncipe ó señorío del mundo, me la quisiere contradecir, aquí le espero en este campo, armado para la defender y combatir hasta le rendir ó matar ó echar del campo.

Para asegurarse de La Hoz, Valdivia lo llevó por fuerza á Chile; hasta que un día el buen Sancho, que guardaba religiosamente la real provisión de su nombramiento, trató de hacerla efectiva, noticioso que Valdivia se embarcaba para el Perú; descubrióse la conspiración e hízose justicia cortando la cabeza á Pero Sancho, estando aún en la rada de Valparaíso el gobernador Valdivia.

Digna de contarse es esta escapada de Valdivia.

Es el caso que Gonzalo Pizarro, en armas contra el rey, había nombrado nuevo gobernador de Chile, y sabiéndolo Valdivia y que el presidente La Gasca le llamaba á defender los derechos de la Corona, halló más acertado ir al Perú y asegurar su Gobierno.

A este fin, fingió enviar su maestre de campo Villagra, á quien acompañó á Valparaíso. Aquí se le presentaron unos mercaderes pidiéndole licencia para abandonar la tierra. Valdivia se la dió, mostrándose penoso porque se iban de Chile; pero tras la despedida, se metió en un batel con sus amigos de más confianza y se pasó al navío que tenían aparejado los mercaderes y en el que iban 90.000 pesos en oro. El trompeta de Valdivia, viendo que el navío se daba á la vela, conociendo el engaño, tocó el clarín y siguió con este cantar, principio de algún romance:

Cátalo vá, Juanica, cátalo vá;
el oro se lleva, tarde volverá. ¡Cátalo vá!

Para consolar á los mercaderes, les dejó Valdivia un papel escrito, en que les decía que tuviesen paciencia hasta que volviese; que aquel oro era necesario para el servicio del rey, y que pues eran tan servidores de su majestad, pasaran por el despojo. Con este oro y otro poco que llevaba suyo, hizo Valdivia clavos y herraduras para sus caballos, para hacer ostentación en el Perú de las riquezas de Chile y aficionar á muchos á seguirle; como lo logró, porque por su decisiva influencia en la batalla de Jaquijuana, habiéndole premiado La Gasca con el Gobierno efectivo de Chile, prosiguió la conquista en 1548, reclutando los mismos secuaces de Pizarro condenados al destierro por delito de rebelión.

Todas estas minucias [1], aunque se antojen digresiones del asunto principal de este libro vienen muy al caso, pues forman el ambiente histórico de la época.

El conquistador de Chile era, como él decía, "amigo de mucho", para significar sus levantadas aspiraciones; así que no cesaba de dirigirse á la Corte y Consejo de Indias en solicitud de la ampliación de su gobernación. Para ganarse al rey le decía "que haría que se labrase oro en Chile, como hierro en Vizcaya". Mientras sus agentes presentaban memoriales y solicitaban nuevas concesiones, el capitán extremeño, adelantándose á las autorizaciones reales, continuaba audazmente sus descubrimientos y conquistas hacia el Atlántico, por el Oriente, y hacia el Estrecho, por el Sur. Al mismo, tiempo que él y su teniente Villagrán avanzaban por tierra, iban el genovés Pastene y Ulloa con barcos á explorar el Estrecho.

Las aspiraciones de Valdivia quedaron cortadas con su desastrosa muerte en Tucapel, á manos de los indios purenes (1553); confirmándose así lo que un adivino le pronosticó en el saco de Roma; que había de morir á manos de sus vasallos; pero sus sucesores en el gobierno de Chile las tuvieron muy en cuenta. Y el primero, D. García Hurtado de Mendoza, hijo del virrey marqués de Cañete, joven á la sazón, entusiasta y animoso, que impulsó el avance de las armas españolas en tierras australes. Tras de batallar con los araucanos en las riberas del mar, en el sitio mismo de la antigua ciudad de la Concepción, despoblada á consecuencia de las últimas derrotas, entró en la tierra combatiendo siempre; pobló la ciudad de Cañete, pacificó los distritos de la Imperial, Valdivia y Villarrica, y no se detuvo hasta los Coronados (indios de la tierra firme frente á Chiloé). De esta avanzada fué D. Alonso de Ercilla, quien, para testimonio de su intrepidez, en la corteza del árbol más robusto que vió allí, grabó con la punta de su daga los siguientes versos:

Aquí llegó, donde otro no ha llegado,
D, Alonso de Ercilla, que el primero
en un pequeño barco deslastrado,
con solo diez, pasó el desaguadero;
el año de cincuenta y ocho entrado
sobre mil y quinientos, por Febrero...

Desde estos límites envió D. García al capitán Juan Ladrillero, vecino de La Paz, el más diestro en las cosas de mar que había en toda aquella tierra, para que con dos embarcaciones corriera el Estrecho de Magallanes. Fueron en esta expedición más de 40 soldados y marineros de Chile, y llegando al Estrecho descubrieron hasta más allá de donde había llegado Francisco de Ulloa, mandado en 1553 por Pedro de Valdivia. Juan Ladrillero, acompañado del piloto Hernán Gallego, recorrió todo el Estrecho de mar á mar, poniendo á los promontorios, islas, bahías y canales, nombres que en su mayoría se conservan hasta ahora. A uno de los parajes le puso "Punta Ballena" por haber encontrado una muy disforme chapeada de conchas que se habían pegado, y de escaramujos, que no parecía sino una peña de mar, y arpeando sobre ella pensaron haber encallado en un islote. Otra isleta hallaron de verdad, que apenas tenía de boj treinta pasos, con una peña que arrojaba una cristalina pluma de agua dulce, estando en medio del mar, tan alegre y fresca, que sirvió de recreo á los navegantes. Tomó Ladrillero posesión con todas las formalidades de estilo de toda aquella tierra, según lo comprueba esta acta levantada por el escribano de la expedición, el día en que el buque mayor desembocó por el Estrecho en el Atlántico:

Yo, Luis Mora escribano de esta Armada real del Estrecho de Magallanes, doy fe y verdadero testimonio á todos los señores que la presente vieren, como á nueve días del mes de Agosto de 1558 años, el capitán Juan Ladrillero, general de la dicha armada, estando surtos en esta punta de la Posesión, el dicho general salió en tierra y echó mano á su espada y cortó unas ramas, y dijo que tomaba posesión en aquella tierra á vista del Mar del Norte, en nombre de Su Majestad y de su Excelencia y de su muy caro y muy amado hijo D. García Hurtado de Mendoza, gobernador y capitán general por Su Majestad en las provincias de Chile, sin contradicción alguna. Y este dicho día, el dicho general, juntamente con su piloto Hernán Gallego, tomaron la altura en 52 grados y medio larguillos, y el dicho general tomó juramento al dicho piloto, el cual declaró haber tomado la altura coma dicho es. A todo lo cual fueron presentes Francisco de Brihuega y Melchor Cortés y Pedro Cantero, y de pedimenta de dicho general y porque conste la verdad, doy la presente, que es fecha en esta punta de la Posesión, á nueve días del mes de Agosto de 1558 años; y por ende fice aquí este mío signo seguro que es á tales testimonios de verdad.—Luis Mora, escribano de la Armada de Su Majestad.

En este crucero por el Estrecho nada se pudo averiguar sobre el paradero del Comendador Rivera y su gente, si bien es verdad que eran pasados diez y ocho años de su naufragio.

Tantas expediciones al Estrecho habían ensanchado los conocimientos geográficos sobre las regiones australes del Nuevo Mundo.

Sebastián Caboto, cosmógrafo y piloto mayor de Carlos V, en un planisferio que vió la luz en 1544., dejó diseñadas ambas costas de la América meridional, desde el Ecuador hasta el Estrecho [2]. Años después, en 1553, se imprimía en Sevilla la parte primera de la Crónica del Perú, de Pedro Cieza de León, en la que se demarcan y describen sus provincias, con el aditamento en ediciones posteriores, de un mapa de la América meridional, trazado por Juan Bellero con la perfección posible en aquella época. No es de extrañar, por tanto, que naciones marítimas rivales de España, probaran á tantear este camino para abocar al Pacífico y caer sobre los puertos del Perú, adonde afluían el oro, la plata y las perlas de los colonos españoles, para la remesa ó intercambio con las mercaderías de la metrópoli. Como algunas de esas expediciones marítimas están tan relacionadas con el mito de los Césares, por fuerza han de referirse aquí.

El año de 1577, á 7 de Octubre, se vió en los reinos del Perú un famoso cometa con una cola muy larga que señalaba al Estrecho de Magallanes. Duró casi dos meses y pareció ser anuncio que por el Estrecho había de entrar algún castigo enviado por la mano de Dios, como sucedió. Y fue que el famoso corsario inglés Francisco Drake se lanzó en su navío El Pelícano por el Estrecho al Pacífico. "Caso jamás, imaginado—escribe el cronista Lizárraga—y de ánimo más que inglés, porque salir de su tierra y venir por mares y temples tan contrarios al temple inglés, y seguir derrota que tantos años no se seguía, ni otra que la nao Victoria no había hecho, porque de las que con ella salieron sola ésta volvió, las demás se perdieron, y de las del obispo de Plasencia D. Gutierre de Carvajal, ni una sola se salvó; atreverse este capitán inglés á renovar esta navegación, ya casi olvidada, y á meterse en las manos de sus enemigos, como se metió, tan apartado de donde le pudiese venir socorro, fué más que temeridad, sino que como venía para castigo destos reinos por nuestros pecados, todo le sucedía bien."

No es del caso referir aquí las hazañas de Drake. En resumidas cuentas, asoló todo el litoral, robando los navíos descuidados en Valparaíso, Coquimbo, Arequipa, Arica y Callao, donde apresó un buque que conducía 400.000 pesos ensayados. Cuando el virrey Toledo llegó al Callao, vió al buque corsario con las velas pegadas á los mástiles, porque le faltaba viento para huir. Empero, como el ejercicio de las armas se había olvidado en Lima, por haberse mandado que ningún hombre caminase con arcabuz, no habiendo un grano de pólvora en la ciudad, los leones del Perú hubieron de recibir un bofetón de los grandes. El supradicho Lizárraga, contemporáneo del suceso, refiere que los vecinos, rompiendo sábanas, hicieron mechas y las encendieron, asomándolas á las ventanas para que el inglés creyese eran arcabuces. Pero como Drake no venía más que por plata, de allí se corrió al Norte; en Acapulco apresó el galeón de Manila, y pasando adelante siguió la derrota á la China para volver á Inglaterra cargado de barras de plata, cabiéndole la gloria de ser el segundo en dar la vuelta al orbe. En suma, una expedición á la inglesa, en la que el negocio va siempre por delante.

Lo chusco es que, según unos documentos inéditos (recién descubiertos en 1912 por la mexicanista Zelia Nubttal), resulta que Drake había sido autorizado por la reina Isabel sólo para hacer un viaje de descubrimiento, sin molestar los dominios de Felipe II, por temor á las represalias. Los mismos papeles demuestran que los funcionarios españoles en la América de entonces, eran prototipos del caballero español: aceptaban todo cuanto les sucedía con ecuanimidad, nobleza é hidalguía. La impresión que Franco Drac hizo en sus prisioneros es muy interesante. Según ellos, Drake oficiaba en persona en las ceremonias religiosas todos los días, leyendo el Libro de los mártires, de Foxe, y la Biblia; sentaba siempre á su mesa á los prisioneros, y los trataba muy bien. Se contentaba con robarles la hacienda.

Al lado de Drake, positivista, el español El Cano que se contentó con ostentar la divisa Primus me circundidisti, aparece como un Quijote naval.


  1. Pueden verse detalladas en el tomo XLIX de la colección de Documentos inéditos para la Historia de España, en notas puestas al proceso de Pedro de Valdivia, y en La Historia de Chile, del P. Rosales.
  2. El mapa original se conserva en la Biblioteca Nacional de París.