De D. Fernando a Demetria


Sitges, Octubre.

Turris eburnea: Llego de Barcelona echando venablos y maldiciendo de los enfadosos clérigos de San Quirico, que después de hacerme detener tres días más de lo que pensaba, salen con la gaita de que el educando y corrigendo D. Santiago no vuelve de Ripoll hasta fin del corriente, porque el preste, rector, o sacripante mitrado de allá le señala mayor suma de ejercicios, sin duda para embrutecérnosle más de lo que está. Esto no se puede sufrir, esto es burlarse de todas las leyes divinas y humanas... Perdóname: no sé lo que me digo.

Me ha consolado de estos berrinches tu amorosa carta, y lo más bonito de ella es tu conformidad, en principio, con la idea nuestra de que os vengáis acá. ¡Bendígaos Dios, oh excelsas niñas de Castro! Me contraría la reserva de que no te determinas a emprender la marcha sin que haya motivos en que fundar esperanzas razonables de la captación de Ibero, pues de otro modo te sería muy difícil convencer a tu pobre hermana de la conveniencia de veniros acá. Como siempre, te sobra razón en todo lo que dices. Traer a Gracia sin abrirle por esta parte algún horizonte, es empresa dificilísima. Si con horizontes figurados la traemos, y al llegar aquí se le cierran, los efectos del viaje podrían ser desastrosos. Tengamos calma.

Toda vez que mi madre no tiene novedad, y parece asegurarse en su mejoría, a principios de semana saldré a una segunda exploración, y acompañado del bravo Lesseps me iré hasta Ripoll. Ha quedado éste en acopiar buenas recomendaciones eclesiásticas, para que se allanen nuestros caminos. Incomparable amigo es este Cónsul, no tan francés como parece, pues su madre es española, de los Kirkpatrick de Málaga, hombre amenísimo, cortés, muy corrido en sociedad, de estos que en la familiar conversación echan de sí, sin darse cuenta de ello, ideas grandes... Pues bien: Lesseps, a quien enteré del fin que me propongo perseguir, me alienta con simpatía generosa, incítame a llevar adelante el asunto, sin reparar en medios, desplegando, si el caso lo exige, toda la osadía feudal y todas las impetuosidades caballerescas que fuesen menester... Si en esta primera excursión a Ripoll adquiero las deseadas esperanzas, te las mandaré a escape. ¡Que no puedan ir con el pensamiento! Dice el Cónsul que pronto establecerán los ingleses el telégrafo eléctrico, y que Francia no tardará en adoptarlo. Mira qué bien nos vendría el gran invento para comunicarnos a tanta distancia y poder yo decirte al oído cuatro perrerías, o mandarte... los rosados horizontes en cuanto los hubiera. Pero ese adelanto prodigioso tardará un siglo ¡vive Dios! en llegar a nuestra España, y en tanto nos gastamos una millonada en levantar torres, que son un telégrafo por medio de garatusas, como las que se hacen los novios entre el balcón y la calle.

Excelente, como de mi madre, es la idea de veniros por Francia. En los caminos españoles no temo yo a los tacaños, sino a las partidas que a lo mejor pueden levantarse, producto espontáneo del suelo; a los ejércitos que se pronuncian por un quítame allá esas pajas, a las juntas patrióticas, al paisanaje que politiquea con formas de bandolerismo. Aquí no hay hora segura, y hoy están las cosas en tal estado de madurez revolucionaria, que bastará un grito cualquiera para que se arme. Sí, sí, por Francia: no hay que vacilar...

Mi madre sigue mejorando, y hasta el presente, la entrada de otoño no le ha causado ninguna desazón. La facilidad con que respira y las fuerzas que recobra son para mí un sentido favorable en las enigmáticas rayas de la escritura del Destino. Cada uno tiene su manera de deletrear el porvenir.

Adiós, janua coeli (que quiere decir puerta del cielo). Te adora tu penitente caballero -Fernando.