Los Ayacuchos/22
De D. Fernando a Demetria
Sitges, Julio.
Amadísima mujer: Te escribo en la mayor consternación. Encuentro a mi madre enferma, con grave recrudecimiento de su achaque pulmonar, intensa fiebre, postración grande; disneas frecuentes a menudo disminuyen mis esperanzas y aumentan mis temores. Hoy es uno de los días más tristes de mi vida. Llegué con la emoción que puedes figurarte, y al ver de lejos la villa blanca, el corazón se me saltaba del pecho. Mi entrada en la casa fue como el testarazo del ave ciega que en su vuelo rápido se estrella contra un muro. ¿Quién comprenderá mi pena como tú, quién como tú la compartirá? Me consuela el pensar que en cuanto recibas mi carta, seremos dos a soportar esta pesadumbre. ¿Ves, querida mía, cuán cara cuesta la felicidad, y cómo se hace valer, y cómo se hace esperar, y con qué infame perfidia juega el destino con nuestros deseos?... No me extiendo más. Basta por hoy con darte conocimiento de mi tribulación. No puedo separarme de mi madre, ni consiento que otras manos cuiden de ella, ni que otros ojos la vigilen, ni que otra boca la consuele y la conforte. El dolor aviva mi comunicación contigo; paréceme que no estoy solo, y cosas pienso que sospecho me las dices tú al oído... Ilusión es ésta de las más vanas. ¡De La Guardia a Sitges qué inmensidad de leguas! ¿Estarán más separados los muertos de los vivos?... Te adora tu -Fernando.
Del mismo a la misma
Sitges, Agosto.
Está visto, Reina, que Dios quiere someternos a pruebas durísimas, como si aún no tuviera bien probada nuestra fortaleza. Yo pregunto: ¿qué hemos hecho para que se desaten contra nosotros los furores del mal humano? Y si salimos tú y yo vencedores de esta batalla, ¿qué compensación de felicidad nos dará Dios? No me digas que no es esto un ensañamiento de la divinidad: cuando mi madre, a fuerza de cuidados y de ciencia, nos vuelve a la vida, tu hermana recae en sus trastornos, se agrava, la crees muerta, vive tan sólo en un aliento, en un suspiro. Aunque tu carta de hoy me da esperanzas, y no deja de ser consoladora la opinión del amigo Crispijana, no acabo yo de tranquilizarme. Estoy muy pesimista, y todo lo veo lúgubre, desde que la enfermedad de mi madre me cortó los vuelos.
No creas que me descuido en mis obligaciones hercúleas: en cuanto he visto a mi madre recobrando lentamente la vida, no he pensado más que en lo nuestro, y no siéndome posible separarme de mi enferma ni un día ni una hora, he mandado a Sabas a Barcelona, bien asistido de personas prácticas, para que vaya desbrozándome el terreno y averigüe si ha llegado el hombre, y dónde está y qué demonios hace. Aún no ha vuelto.
Mi madre te consagra todos sus pensamientos. Es tanto y tan ardoroso lo que habla de ti, que a veces tengo que mandarla callar, porque el continuado uso de la palabra no le hace provecho. Ninguna idea la turba y aflige tanto como la presunción de morirse sin verte. No sé las veces que me ha pedido nueva relación de lo que hablamos tú y yo en las célebres vistas de Samaniego, lo que me dijiste, lo que yo te contesté, y qué cara ponías cuando yo te manifestaba mi repugnancia de los trabajos si no iban precedidos del casorio. No cesa de preguntarme cómo eres, si es bonito tu metal de voz, si tus ojos son pardos tirando a negros, o negritos del todo. Figúrate tú, mi cara mitad, lo que yo le diré, y qué perrerías se me ocurrirán acerca de tu persona. La pobre va muy despacito en su restablecimiento, y estoy con el alma en un hilo temiendo las recaídas, y temblando de que me la hiera un traidor soplo de aire.
He tomado aborrecimiento a nuestra embarcación y a los paseos marítimos, pues de ahí vino este arrechucho. Cuatro días antes de mi llegada, salieron mi padre y D. Pedro a su diversión por el Mediterráneo: hallándose muy afuera, les cogió una fuerte virazón al Oeste, y aunque la fortaleza de la embarcación les garantizaba del peligro de ahogarse, pasaron un gran susto. Corriendo a la vela con rizos en demanda del puerto, no les fue posible cogerlo, y tuvieron que arribar a Cubella bajo el azote de un tremendo chaparrón que a todos les caló hasta los huesos. Mojados de agua de las nubes, se dieron otro remojo de salada al desembarcar a hombros de marineros. Mi madre se puso tan mala, que tuvo que pernoctar en Villanueva y Geltrú, donde se le manifestaron los efectos de la mojadura y el enfriamiento. Me ha contado Hillo que al día siguiente del naufragio, cuando venían para Sitges en la desvencijada tartana que pudieron encontrar, pasó la mayor angustia de su vida, creyendo que mi madre se le quedaba en el camino. No hay bromas con Neptuno. He suprimido el departamento de Marina, y he mandado que me saquen a tierra la barca y que le quiten el aparejo y la cubran con vela, condenada a servir de albergue a dos mareantes que no tienen otra casa. Mírala allí tumbada de un lado, vergonzosa de su mala acción, aunque ella dice que no tiene culpa de lo sucedido, que fue la mar, la juguetona mar quien nos hizo la jugarreta... Y la mar dice que no fue ella, sino el cielo... Ve tú a entenderlos...
Adiós por hoy, vida mía. Cariños mil de tu pobre Hércules, prisionero del amor maternal.
Miércoles.
Hoy te mando más de una receta de medicamentos que creo de gran eficacia para tu hermana. Las drogas son excelentes, y las he obtenido en largas experiencias fármaco-psicológicas. Mas para que obren con seguridad y energía ha de haber mucho tino en la administración de ellas; a tus manos delicadas y a tu conocimiento de los diferentes estados en que puede encontrarse la enferma, fío el buen éxito de este tratamiento.
Allá van mis prescripciones y advertencias del modo de aplicarlas. Si ves a Gracia muy triste, quejumbrosa, con mimo infantil, pero sin fiebre ni postración física grandes, le dices que Santiago Ibero está en un pueblecito de Barcelona, bueno y rollizo... es Santiago quien está rollizo, no el pueblo. Gracias a la reposada vida que allí hace y al nutritivo alimento que le dan, curado está el hombre de sus negras murrias, y su intelecto vuelve a lucir con todo el brillo de la sindéresis más pura. Guárdate de añadir a esta receta la noticia de que Santiago se propone, y a ello tiran los buenos religiosos sus maestros, cantar misa en el próximo Diciembre, para lo cual se dan prisa a meter latines y fórmulas litúrgicas en los huecos cerebrales donde antes estuvieron las liviandades amorosas... No le digas esto de la misa, por Dios, que sería trocar en veneno la medicina.
Podrás usar, en caso de gravedad manifiesta, de otro antiespasmódico sumamente enérgico, y es que Ibero no la olvida, que se arrepiente de su botaratada, que todo fue obra de un fugaz rapto de locura. Esto no es verdad, digo, no me consta; pero puede ser cierto, y cae dentro de la jurisdicción de lo probable y admisible. Para el caso de muerte, no me falta una prescripción que ya no es medicinal, sino milagrosa. Cuando hayáis amortajado a Gracia y estéis a punto de ponerla en la caja, le dices al oído: «Ya vienen Fernando y Santiago, decididos a casarse con nosotras, naturalmente cada uno con la suya. Santiago te ama, y viene a pedirte perdón». Verás como de un brinco sale nuestra querida hermana del ataúd. Conque ahí tienes la terapéutica gradual que usar puedes, según los aspectos que vaya tomando el desconsuelo de Gracia, representado en la vida física por imponentes alteraciones de la salud, más aparatosas que reales.
Ahora te diré, ¡oh dulce esposa!, el motivo de que yo te mande estas especies farmacéuticas, por las que verás que no desconfío del buen término de mi trabajo, si la salud de mi madre me permite consagrarme a él con alma y vida. Llegó Sabas de Barcelona a los tres días de salir de aquí, y en la cara le conocimos que alegres nuevas nos traía. No halló facilidades para ver a Ibero, y las tres o cuatro veces que llamó al portón de San Quirico, residencia de los padres de la Instrucción Cristiana, en un pueblo que llaman Papiol, no vio más que caras displicentes. La intervención de un amigo nuestro, de Barcelona, D. Magín Cornellá, gran beato, más admirador de Tristany que de Espartero, y muy considerado de los que se visten por la cabeza, venció toda la resistencia frailuna, y Sabas tuvo la satisfacción de verse frente a su compatriota en el locutorio de San Quirico. Cuenta que Santiago le conoció al punto, saludándole con la mayor cordialidad, y alegrándose de verle. Por todos los vecinos de Samaniego le preguntó, recorriendo el ciclo de familias sin que ninguna se le olvidara; mas no nombró a las niñas de Castro ni a ningún habitante grande ni chico de Majada Mayor. Fiel a mis advertencias, Sabas tampoco hizo mención de las señoritas ni de sus propiedades y colonos. En nada de lo que dijo Santiago se advertía la menor perturbación: sus juicios eran claros; su palabra, reposada y cortés. Hablando de sí mismo empleó esta figura, que mi escudero ha reproducido con feliz memoria: «Me cogieron en lo mejor de mi vida terribles tempestades, y después de estrellarme en los escollos del error, he venido a tomar tierra en la playa del desengaño». Preguntó luego por mí, y al enterarse de que vivo en Sitges y de que no pasarán muchos días sin que mi madre y yo nos traslademos a Barcelona, palideció el hombre y se quedó como suspenso. «D. Fernando -dijo- fue mi mejor amigo, y yo le quiero como a un hermano. Si se acuerda de mí, estará muy enojado porque a sus cartas no di respuesta». Cuidó Sabas de tranquilizarle sobre este punto, asegurándole que no agravios, sino terribles ganitas de verle y abrazarle tenía yo, y él se mostró agradecido a esta manifestación y consolado de su recelo. Como preguntara con gran interés si me había casado y con quién, al saber que pronto seremos tú y yo marido y mujer, se puso muy contento y se le encandilaron los ojos. A punto estuvo mi criado, en tal coyuntura, de hablarle de la señorita Gracia; pero recordando a tiempo mis instrucciones, calló. Al despedirse, indicole que yo tendría sumo placer en visitarle, si tanto él como los Padres me daban su licencia, y a esto respondió que por su parte no pondría reparo; mas no podría ser en algunos días, pues al siguiente le mandaban a Ripoll para dar comienzo a no sé qué espirituales ejercicios... ¡Déjale estar, que ya le daré yo ejercicios y buenos pases de la teología más sutil! Las impresiones que me ha traído Sabas, y que te transmito, son excelentes. Tenemos lo principal, el hombre, y no enfermo, sino en completa salud; no perdido en los laberintos de un caótico pensamiento, sino bien hallado en la claridad de ideas juiciosas. Su espíritu no nos pertenece: ha tomado rumbos muy distintos de los que pretendemos señalarle; pero si la obra de rectificar su sendero es difícil y arriesgada, no me parece de imposible realización. Allá veremos: nosotros lo intentamos, y Dios decide. ¿No es esto lo que piensas tú?
Cuenta Sabas que la fisonomía de Ibero es la misma, y que aún no se ha quitado el bigote. Viste de paisano, traje negro de feísimo corte y fementida traza, que desmienten la esbeltez y arrogancia del sujeto... Ya, ya le vestiré yo a mi gusto. Te digo que tengo esperanzas, y observo que cuando las echo de mí, vuelven presurosas, como los pájaros al nido. ¿En qué me fundo para creer que al Señor le da la ventolera de allanarme la senda hercúlea después de haberme dificultado con tantos tropezones los primeros pasos que en ella di? ¿En qué me fundo, señora mujer mía? ¿Lo sé yo acaso? Otra cosa te diré para mejor inteligencia de mi optimismo. Mejora mi enferma de día en día, y ello es probado que cuando mi madre respira bien y se anima, yo lo veo todo risueño; así como cuando tose y se abate, no veo más que sombras y horrores. Vamos bien; pero la convalecencia de tu mamá política no ha de quedar asegurada antes de quince o veinte días. No quiero pensar ahora lo que tendremos al descenso de la estación, cuando nos mande el otoño los primeros fríos. Verás, verás qué idea se me ha ocurrido para el caso de que me obliguen las circunstancias a continuar junto a mi madre... Pero ahora no te lo digo, no, que es tarde y tengo sueño. Quiero además hacerte rabiar un poquito, y que sigas frunciendo el bonito entrecejo: «¿Qué incumbencias me traerá mi señor marido?...». Agur, sedes sapientiae, turris davidica. Te abraza y te besa tu -F.