Lo que ha de serLo que ha de serFélix Lope de Vega y CarpioActo II
Acto II
Salen el REY, el PRÍNCIPE y SEVERO.
REY:
Tanta tristeza en ti de pocos días,
Alejandro, a esta parte estraña cosa.
ALEJANDRO:
Con ellos crecen las desdichas mías,
¿qué causa me preguntas más forzosa?
REY:
De mi justa obediencia te desvías
tan alabada en ti por milagrosa,
algo te han dicho porque de otro modo
blasón fue tuyo obedecerme en todo.
ALEJANDRO:
Ya sé la causa porque aquí me tienes
en injusta prisión tan largos años,
que cada instante de sus horas vienes
a entretener tu vida en mis engaños.
Y ya de tal manera la entretienes,
que por librarte de pensar mis daños,
mi desesperación hará que pida
a la muerte remedio de mi vida.
Por dicha quiero yo salir al monte,
donde pueda matarme alguna fiera
de las que mira el Sol en horizonte
como si Venus tú y yo Adonis fuera.
Quiero ya que la caza me remonte
por su crespa cerviz que en la ribera
del mar se empina a la más alta nube
que por escalas de peñascos sube.
Quiérome no más de ver en compañía
del más leal que tu privanza crea
cuatro arbolillos y una fuente fría
que hacen adorno a una pequeña aldea.
¿Es mucho que me des licencia un día
para que a cuatro labradores vea?
¿Qué Cortes pido yo, ni qué ciudades,
donde andan rebozadas las verdades?
¿En qué nave solícita me embarco
por el rigor de la salada espuma?
¿Qué Cesar soy de Amidas en el barco,
cuando mi engaño tu valor presuma?
¿A quién voy a vencer? ¿Qué flecha de arco
dio el yerro al blanco y retiro la pluma?
Mas bien será que el de la muerte sea,
pues no me dejan ver tan pobre aldea.
(Vase.)
REY:
¿Qué es aquesto, Severo, cómo llega
Alejandro a tan loco desvarío?
¿Qué aldea es esta contra el gusto mío?
¿No sabe que no puedo
darle licencia para tanto daño?
SEVERO:
Señor, de que es ciudad te desengaño,
aquí vive una bella labradora
que con menos clavel sale la aurora,
y para verla lo que dice intenta.
REY:
Esa afición su entendimiento afrenta.
¿No hay damas en la Corte, no hay señoras?
SEVERO:
La bendición, señor, del gusto ignoras.
Tal vez agrada lo que no merece
ser por amor amado y se aborrece
lo que de amar es digno. No he podido,
en tanto amor, un átomo de olvido
poner por más que persuadirle intento.
REY:
Un hombre de tan claro entendimiento
no habla de aplicar a lo que es justo
la inclinación y el gusto, y agradarse de damas
que en el yelo mayor encienden llamas.
Sin duda es invención la labradora
para poder salir hasta el aldea,
salir, Severo, y aun huir desea,
pues esa blanca aurora,
vestida de claveles y jazmines,
véngale a ver, Severo; no imagines
que ha de salir de aquí.
SEVERO:
Triste le veo.
REY:
Pues sufra y viva, que su bien deseo.
(Vanse.)
(Salen LEONARDO y PEROL.)
LEONARDO:
¿Qué me dices?
PEROL:
Que ha venido
Laura.
LEONARDO:
Laura.
PEROL:
Laura hermosa,
no hay más incrédula cosa
que un pecho al amor rendido,
y por vida de Perol,
no porque lisonja sea,
que parece que en la aldea
faltaba hasta agora el sol.
Si crédito no me das
pregunta al prado, a las flores,
si vieron tales olores
en sus pimpollos jamás.
LEONARDO:
¡Oh, qué bien se echa de ver,
todo se alienta y restaura!
¿Cómo viene?
PEROL:
Como Laura,
que no hay más que encarecer.
LEONARDO:
No lo hubiera dicho yo,
¡oh, qué envidia te he tenido!
PEROL:
Soy sabio, soy entendido,
aunque venturoso no.
LEONARDO:
En fin, Laura vino ya
del peligro del palacio.
PEROL:
Peligro en tan breve espacio;
segura en sí mi señora está,
pues que dél Laura ha venido
sin palabra descortés.
(Salen CASANDRA y CINTIA.)
LEONARDO:
Plegue a Dios, mas esta es.
CASANDRA:
Dicen que estaba ofendido
y no ha tenido razón.
CINTIA:
Amor, Laura, todo es celos.
CASANDRA:
Guarden tu vida los cielos.
LEONARDO:
Sí harán, que tus ojos son;
ya te aguardaban los campos,
bosques, árboles y fuentes,
bellísima labradora,
que de los palacios vienes.
Por tus ojos, que no he visto
el Sol en el cielo alegre
después que con tu partida,
dando mi vida a la muerte.
En los fines del estío
todo se alegra y florece,
por ti presumen los campos
que la primavera vuelve.
No hay prado, bosque ni selva
que no se vista de verde,
y sola está mi esperanza,
tan desnuda como siempre.
Envidia tengo a los prados
que pisados reverdecen
de esos pies a donde amor
tantas libertades tiene.
No hay flor que a tomar olores
no salga aunque al tiempo pese,
las clavelinas por grana,
las azucenas por nieve.
Yo solo en tu sol, ¡ay, Laura!,
que no tenga vida quieres,
pues anocheces en mí
cuando entre dos amaneces.
Pero dime de Alejandro
las nuevas que el alma tiene,
que le vi inclinado a amarte.
Tú sabes lo que mereces,
sosiega, Laura, mis celos,
que rayos de amor parecen.
Serás laurel para mí,
que los rayos no le ofenden
y así tengas tanta dicha
como hermosura que dejes,
atrevimiento a mis brazos,
licencia de los que vienen,
que si respondes ingrata,
flores, campos, prados, fuentes,
abrasarán mis suspiros
y llorarán tus desdenes.
CASANDRA:
Después, querido Leonardo,
que quiero pagarte así
lo que mi causa encareces,
pues tú no sabrás fingir.
Después de rústico baile,
donde tan bien parecí
a quien no me lo parece,
porque yo no sé mentir.
Después, digo, que te fuiste
y me dejaste sin mí,
con lástima de mirarte,
enmudecer y sentir.
Quiso Alejandro que entrase
donde en sus riquezas vi
trasladar su plata el indio,
su rubio metal Ofir,
la China el blanco diamante,
Ceilán el rojo rubí,
Ganges su topacio ardiente,
Éufrates su azul zofir,
sus pensiles, Babilonia;
que el más pequeño jardín,
pudiera con mayor fama
ser de sus muros pensil.
CASANDRA:
Y abriéndome un escritorio,
que fue lo mismo que abrir
puesta a las luces la noche,
otras tantas joyas vi.
Hurtar pudieran a Midas,
igualar y competir
con las riquezas de Creso,
causa de su triste fin.
Díjome: «hermosa aldeana,
aunque nunca yo lo fui,
haz cuenta que todas estas
se labraron para ti.
Cuantas te agradaren toma.»
Yo, Leonardo, respondí:
«no guarnecen ricas prendas,
sayal tan grosero y vil.
Guarda, famoso Alejandro,
para quien iguale en ti
las riquezas destas joyas,
que la aldea en que nací
aún no sabe que es cristal,
porque se suele servir
de arroyos para tocarse
sin fingir rosa y jazmín.»
Enojose y viendo yo
un cupido relucir
que navegaba en un mar
sobre un hermoso delfín.
CASANDRA:
Tomele por contentarle
y de la cuadra salí
llamando a Cintia y a Nise,
y esto me dijo al salir:
«Aunque al amor lleves, Laura,
más amor dejas en mí,
que eres la primer mujer
a quien el alma rendí.
Venme a ver pues que me has muerto,
venme a ver, Laura gentil,
que si yo salir pudiera,
yo fuera a buscarte a ti.
Estoy en esta prisión
por una estrella infeliz,
ya no la siento, que siento
la del alma que te di.»
Con esto quedose y triste,
si fue de verme partir,
no lo sé, mas sé que luego
que del castillo salí,
me di prisa para verte
porque ya con verte aquí,
de fin la historia y la ausencia,
que el amor no tiene fin.
LEONARDO:
Nunca pensó mi paciencia
de ver, ¡ay, pena mortal!,
tanto bien a tanto mal
como fue, Laura, tu ausencia.
Mi muerte fue tu partida,
pero ya con solo verte
corrida se fue la muerte
y vino alegre la vida,
si bien no pudo tener
seguridad del amor
de un hombre cuyo valor
tanto me da que temer.
CASANDRA:
Oye por tu vida.
LEONARDO:
Di.
PEROL:
¡Ay, Cintia, qué linda mano
te has dado a lo cortesano!
CINTIA:
Yo, Perol, a bulto fui.
PEROL:
A bulto en corte he visto,
que es lo mismo que a río vuelto
andar, Cintia, el diablo suelto.
CINTIA:
¿Qué importa si yo resisto?
PEROL:
Hubo pellizco de paje,
necedad de gentilhombre
y otras cosas deste nombre
hizo novedad el traje.
Nadie se llegó al olor
del tomillo del aldea,
nadie te llamó Amaltea.
CINTIA:
A fe que vienes de humor.
PEROL:
Bonitos son los lindones
para que perdonen nada.
CINTIA:
Laura fue la festejada,
que tiene ilustres razones
y sabía responder.
PEROL:
¿Qué te dio el Príncipe a ti?
CINTIA:
¿A mí, Perol?
PEROL:
A ti.
CINTIA:
A mí
no me dieron a escoger,
en rubíes y diamantes;
esta cadena me dio.
PEROL:
¿Quieres prestármela?
CINTIA:
No.
PEROL:
¿No respondes?
CINTIA:
No te espantes,
que no hay hombre que a mujer
vuelva cosa que le preste.
PEROL:
Bravo desengaño es este
y, ¿qué nos soléis volver
de todo cuanto os prestamos?
CINTIA:
Sois hombres, Perol, es justo
que es traición sobre mal gusto
dar la mujer.
PEROL:
Bien medramos,
Cintia, quien tiene de dar,
o sea hombre o sea mujer,
cuando se llega a querer.
CINTIA:
La cadena he de guardar
si más razones alegas,
que en un pleito hay peticiones,
trampas, notificaciones,
pasos y pasiones ciegas.
LEONARDO:
De todo estoy satisfecho;
descansa, Laura, si acaso
lo estás.
CASANDRA:
Desde el primer paso.
LEONARDO:
No es aquel rústico techo
a propósito de quien
de tantas riquezas viene.
CASANDRA:
Aunque las que estimo tiene.
LEONARDO:
Vida los cielos te den.
(Vanse.)
PEROL:
En efeto, no hay que hablar
en esto de la...
CINTIA:
Ya entiendo,
mucho me cansas pidiendo.
PEROL:
Pues yo tengo que te dar
una cosa que es muy buena.
CINTIA:
Si es alma, sácala al sol.
PEROL:
Pues no seré yo, Perol,
si no os pesco la cadena.
(Vanse.)
(Salen el REY, SEVERO, TEODORO y CELIO.)
REY:
¿Es posible que ha llegado
el Príncipe a tal tristeza?
SEVERO:
No se espante vuestra alteza.
REY:
Pues, ¿no me ha de dar cuidado?
SEVERO:
Quien de la prisión de amor
se admira, no tenga nombre
de hombre, porque en el hombre
es natural su rigor,
pero tú juzgar no debes
en tus años de sus daños.
REY:
No se me olvidan los años,
que son los años muy breves
y en materia de querer
Alejandro inobediente;
pasar deste fuerte el puente,
cosa que no puede ser.
Sé lo que dijo Platón
describiendo en el Timeo
su atrevimiento y deseo,
pero no será razón
que tal licencia le dé.
TEODORO:
Y si de pena se muere,
¿qué remedio habrá que espere
tu cuidado?
REY:
Yo lo sé.
TEODORO:
¿Cómo?
REY:
Trae del aldea
esa bella labradora,
que como decís adora.
CELIO:
¿Y no puede ser que sea
mujer de tanto valor
que a su fuerza se resista?
REY:
Puede ser, mas con la vista
templa su fuerza el amor,
que tampoco yo querría
dar lugar a cosa injusta.
TEODORO:
Pues si vuestra alteza gusta
de su salud...
REY:
Es la mía.
TEODORO:
Hoy iremos Celio y yo,
y le trairemos a Laura.
REY:
Lo que su vida restaura
es mi salud, que otra no,
y Severo la tendrá
en guarda porque es razón
mirar su honor y opinión.
CELIO:
En viéndola templará
la tristeza de su ausencia.
(Vanse el REY y SEVERO, y sale el PRÍNCIPE.)
PRÍNCIPE:
¿Qué os ha dicho el Rey, Teodoro?
TEODORO:
Que con el gusto decoro
venga Laura a tu presencia,
pero que la tenga en guarda
Severo.
ALEJANDRO:
Tenga en buen hora;
vea yo mi labradora
discreta, hermosa y gallarda,
que no pasa mi deseo
la margen de la razón.
CELIO:
Vencer la propia pasión
fue siempre el mayor trofeo.
ALEJANDRO:
Partid los dos a buscar
de mi salud el remedio,
pues no hay montañas en medio,
ni montes de airado mar.
Id a ese pobre lugar,
rico de tan gran tesoro,
amigos Celio y Teodoro,
y para sol más bizarro
pedid al del cielo el carro,
todo de diamantes y oro.
Y si el de Venus traía
cisnes por más majestad,
caballos blancos llevad
como nieve helada y fría.
Decid a la prenda mía
que mi padre, para darme
salud, quiere que a curarme
venga aquesta ocasión,
porque como no es león
no teme que ha de matarme.
Y engáñase, que recelo
que Laura tiene en su oriente
al león por ascendente,
séptimo signo del cielo.
Pues, ¿qué importa su desvelo
si el pronóstico ha cumplido?
Muerto a sus manos he sido,
tan honrado, aunque encubierto,
que es el león que me ha muerto
dentro del cielo nacido.
(Vanse.)
(Salen CASANDRA y NISE.)
NISE:
Después, Laura, que veniste
a la aldea, estoy de suerte
que se acobarda la muerte
de matar vida tan triste.
Fiando mucho en quien fuiste,
nunca te he querido, ¡ay cielos!,
decir mis locos desvelos,
porque cuando fuese culpa
siempre tiene amor disculpa,
pero no en pidiendo celos.
Olvidome el labrador
que por güésped has tenido
por quererte, que el olvido
fue siempre sombra de amor.
Pensé yo de tu valor
que del Príncipe vinieras
enamorada y que dieras
lugar a tus pensamientos
sin que tus merecimientos,
tan bajamente ofendieras.
Pero engañeme, pues ya
pagas su necia afición.
CASANDRA:
Si tus palabras lo son,
el efeto lo dirá,
si te ha olvidado será
porque nunca le has querido.
De mí, Nise, no lo ha sido
y no he nacido en aldea,
mas puede ser que lo sea
si tú despiertas mi olvido.
Es Leonardo muy buen hombre,
mas no bueno para mí,
porque pienso que nací
muy desigual a su nombre.
Mi voluntad no te asombre,
que se la debo tener,
pues no más de por mujer
me ha dado tanto favor,
que era no tenerle amor
dejarle de conocer.
Él es ido a la ciudad
a llevar muerto un león
y a ciertos premios que son
celo de honor en su edad;
direle tu necedad
cuando venga, si tú quieres.
NISE:
No, mi Laura, no te alteres;
el verme alterar te admira.
¿No sabes ya que es la ira
mayorazgo en las mujeres?
(Sale PEROL.)
PEROL:
Lindamente ha sucedido.
CASANDRA:
¿Qué hay, Perol?
PEROL:
Leonardo vuelve
de la ciudad vitorioso.
CASANDRA:
Albricias por él mereces;
di a Nise que te las dé.
PEROL:
¿Por qué, si tú me las debes?
CASANDRA:
El porqué Nise lo sabe
y con Leonardo se entiende.
PEROL:
Cólera tenemos ya,
oye, ansí Venus aumente
tus años y tu hermosura.
CASANDRA:
Lo que ha pasado, refiere.
PEROL:
En la plaza del castillo,
que está del jardín enfrente,
estaba un alto teatro
para tres nobles jueces.
El Príncipe, en un balcón
sobre un bordado tapete
de tela de oro, mostraba
la luz que el sol en su oriente;
colgadas diversas armas
la joventud noble encienden
con los premios que a otra parte
igualmente resplandecen;
después de haber presentado
Leonardo el león valiente,
que aun muerto causaba espanto,
que aun muerto pueden temerle,
bajamos a ver la plaza
en que al Príncipe entretienen
carreras, fuerzas y espadas,
y hacen señal que comiencen.
Sale un fuerte luchador
en camisa y zaragüelles,
barbado de pecho y brazos,
calzado de frente y sienes.
Quítase Leonardo un sayo,
y como un toro arremete,
alza el hombro, traba el brazo,
nervios y güesos le tuerce.
Gimen, anhelan, suspiran,
sudan, braman, finalmente
al competidor cansado,
Leonardo en la tierra tiende.
PEROL:
Danle una cadena de oro
y codicia conocerle
Alejandro, dando causa
a que a más premio se aliente.
Dentro de un hora a la plaza,
digo a la palestra, vuelve,
donde tiraban la barra,
mozos gallardos y fuertes.
Tomola en la fuerte mano
y una vez que la revuelve
al mayor tiro de todos
pasa seis palmos o siete.
Danle una copa de plata,
descansa y partirse quiere,
pero viendo las espadas,
irse por bajeza tiene.
Vase para su contrario
y con tajos y reveses
rompió los cascos a cuatro,
lo mismo hiciera de veinte.
Danle una sarta de perlas
tan bella que me parece
que la veo en tu garganta,
aunque es nieve sobre nieve.
(Salen TEODORO y CELIO.)
CELIO:
Aquí dicen que ha de estar
con algunas labradoras.
CASANDRA:
¿Qué esto, gente a estas horas?
NISE:
Habrán llegado al lugar
para pasar a la sierra.
PEROL:
Sí, que cazadores son.
TEODORO:
Aquí están.
CELIO:
Buena ocasión.
TEODORO:
Bravo monte.
CELIO:
Fértil tierra.
TEODORO:
Venus os guarde, aldeanas,
y logre vuestra hermosura.
CASANDRA:
Júpiter os dé ventura.
CELIO:
¿En qué damas cortesanas
puede haber más perfección?
CASANDRA:
¿Qué es lo que buscáis, señores?
Porque si sois cazadores
de un espantoso león,
vino un labrador ayer
a dar nuevas al aldea.
CELIO:
Como mi gente le vea
no os dejará qué temer.
¿Destruyen mucho el ganado?
CASANDRA:
No llegan tanto al lugar.
NISE:
Di que nos dejen andar
en su coche por el prado,
Laura, así te guarde Dios.
CASANDRA:
¡Qué lindo coche traéis!
CELIO:
Entrad en él si queréis
andar un rato las dos
por el prado o el aldea.
CASANDRA:
Ha tanto que no me vi
en coche que aun por aquí
tendré a ventura que sea.
CELIO:
Pues entrad.
CASANDRA:
Entremos, Nise.
CELIO:
Cochero, esas damas lleva.
NISE:
Brava fiesta.
CASANDRA:
Cosa nueva.
TEODORO:
No es menester que le avise,
que él sabe lo que ha de hacer.
Pica al castillo, Danteo.
(Éntrense.)
PEROL:
¡Ay, cielos!, ¿qué es lo que veo?
Engaño debe de ser.
CASANDRA:
(Dentro.)
Menos priesa, porque quiero
ir con mucha autoridad.
NISE:
(Dentro.)
No vais hacia la ciudad
sino hacia el prado, cochero.
CELIO:
Laura, al Príncipe os llevamos,
no volveréis a la aldea.
PEROL:
¿Quién habrá que aquesto crea?
¿En qué Libia o Citia estamos?
¿Esto se ha de consentir?
Como corren los caballos
es imposible alcanzallos
aunque los quiera seguir.
¡Ay, triste!, ¿qué hará Leonardo?
(Sale LEONARDO.)
LEONARDO:
¿Qué es esto?
PEROL:
¿De dónde vienes?
LEONARDO:
Del lugar donde me han dicho
que salió Laura a la fuente.
¿Dónde está Laura, Perol?
¿De qué te turbas?, ¿qué tienes?,
¿qué ha sucedido, que el alma
hablar lo que callas quiere?
PEROL:
De ese príncipe Alejandro,
a quien no sin causa temes,
vinieron aquí en un coche
dos criados y otra gente.
Hablaron con Laura y Nise,
y como tienen mujeres
espíritu ambulativo
y no hay cosa que no intenten,
rogaron a los traidores
que andar un rato las dejen
en su coche por el prado.
Luego los dos lo conceden,
entran las dos y ellos entran,
y como el milano suele,
en agarrando los pollos,
volar por el aire leve,
parten al castillo dando
con ánimo diferente
ellas voces y ellos prisa,
quedando yo desta suerte,
que robando a Proserpina
lloraba la diosa Ceres,
o para decir mejor,
como gallina que pierde
los pollos pues yo lo fui
en no morir y atreverme.
LEONARDO:
No temía yo sin causa,
¡oh, cómo las almas siempre
son profetas de los daños,
y lo que ha de venir temen!
Cual suele cándida garza
saber cuál halcón la prende,
así el amante en sus celos
conoce al que ha de vencerle.
¡Oh, fuerza de poderosos!
¡Oh, Alejandro, que tú puedes
solo en el mundo quitarme
lo que tus prendas merecen!
Pero entre tantas desdichas,
¿de qué sirve entretenerme?
Seguirla tengo, Perol,
aunque mil vidas me cueste.
Toda esta hacienda te toma,
que voy a morir.
PEROL:
Detente,
que es locura lo que intentas.
LEONARDO:
Pues, perro, ¿tú me detienes?,
¿no conoces mi valor?
PEROL:
Iré contigo a perderme.
LEONARDO:
Sin Laura no quiero vida,
con ella es vida la muerte.
(Vanse y salen SEVERO y el REY.)
SEVERO:
Laura dicen que ha llegado.
REY:
Advertid que esté con vós
y que tengáis con los dos,
Severo, mucho cuidado;
basta que el Príncipe vea
esta mujer, que no es bien
que más licencia le den.
SEVERO:
Aunque es de una pobre aldea
miraré con justo celo
su honor en esta ocasión,
con más ojos que el pavón
que puso Juno en el cielo.
REY:
Con Lisarda puede estar,
y honestamente la vea,
de suerte que solo sea
honesto ver, casto hablar.
(Vase.)
SEVERO:
Yo fío de su valor
lo que del tuyo podría.
(Sale el PRÍNCIPE, CASANDRA, y NISE, CELIO y TEODORO.)
CASANDRA:
Esto más es tiranía
que desatinos de amor,
darme la muerte es mejor
si os causo desasosiego.
ALEJANDRO:
Si sabes que amor es ciego,
Laura, en tanta discreción,
juzgas mi amor a traición.
CASANDRA:
Dejadme volver os ruego.
ALEJANDRO:
Volver, ¿cómo o de qué suerte?
¿No sabes que enfermo estoy
de verte y que desde hoy
me verás volviendo a verte?
¿No ves que escusas mi muerte
y mi médico has de ser?
CASANDRA:
Pues si os he venido a ver,
quien el ser médico imita
en haciendo la visita,
¿por qué no se ha de volver?
ALEJANDRO:
Cuando un hombre como yo
enferma, un médico está
con él siempre y no se va.
CASANDRA:
¿Y no se va?
ALEJANDRO:
Laura, no,
y este mal que a mí me dio
quiere el médico presente
para cualquier accidente,
porque si me viene a dar,
¿cómo se ha de remediar
estando el médico ausente?
CASANDRA:
¿Qué accidente puede daros
que no los haga mayores
el verme?
ALEJANDRO:
Males de amores
no son de curar tan claros
y quieren tantos reparos
cuanto son los pensamientos.
CASANDRA:
Pues de otros medicamentos,
mas que el veros, no soy yo
dotor que los estudió
en humildes nacimientos.
Dejad que vuelva a mi aldea,
que os doy palabra de ser
vuestro médico y volver
a que vuestro mal me vea.
ALEJANDRO:
Sí, mas porque todo sea
como en fin enfermedad,
la mano, Laura, me dad,
que en el pulso del amor
conoceréis de qué ardor
enfermó la voluntad.
CASANDRA:
No me mandéis que lo intente,
que en esta mala porfía
curo por astrología
y conozco por la frente.
ALEJANDRO:
Vós haréis que mi accidente
os las tome.
CASANDRA:
¡No haréis tal!,
si ya no es que vuestro mal
se ha convertido en locura,
y ese es mal que no se cura
sino con locura igual.
Obligadme honestamente,
yo sabré corresponder.
ALEJANDRO:
¿Posible es que esta mujer
ha nacido humildemente,
Severo?
SEVERO:
¿Señor?
ALEJANDRO:
Quien siente
desta manera su honor
no tiene oculto valor.
SEVERO:
Déjala estar con Lisarda,
que ha de ser su honesta guarda,
que allá tratarán tu amor;
ten esperanza y paciencia.
Vamos, Laura, donde estéis
como vós misma queréis.
CASANDRA:
¿Esto es amor o es violencia?
Vamos, Nise.
(Vanse los tres.)
NISE:
Ten prudencia.
ALEJANDRO:
¿Qué tengo de hacer, Teodoro,
si un ángel hermoso adoro,
y en las desdichas que paso
de sus tibiezas me abraso,
de su desdén me enamoro?
TEODORO:
Señor, a tu gran poder
no se podrá resistir,
principios son de sufrir
aunque es humilde mujer.
CELIO:
Severo no ha de querer
vete con ese cuidado,
que en efeto te ha criado.
ALEJANDRO:
¡Ay, Celio!, pues con Lisarda,
su hija mayor, la guarda;
el rey se lo habrá mandado.
(Salen PEROL y LEONARDO.)
PEROL:
Aquí está Alejandro, mira
el desatino que intentas.
LEONARDO:
A un amante persuades,
viento coges, el mar siembras.
ALEJANDRO:
Mirad quién se ha entrado aquí.
LEONARDO:
¿No conoce vuestra alteza
a un labrador que luchaba,
que tiraba y hacía fuerzas,
y que con diversas armas
descalabró en tu presencia
los maestros más famosos?
ALEJANDRO:
¿Pues qué quieres?, ¿no te premian?,
¿pretendes algún oficio?
LEONARDO:
No hay oficio que pretenda
en palacio, porque soy
pobre en una pobre aldea,
a la cual pienso que son
los que están en tu presencia.
Fueron dos criados tuyos
y sacaron con cautela
una mujer en un coche,
con quien sus deudos conciertan
casarme, que está sin padre,
súpelo y vengo por ella
o a morir determinado.
ALEJANDRO:
¿Qué historia troyana o griega
tal desatino de amor
como el deste amante cuenta?
Esta es la causa, Teodoro,
porque esta villana necia
se resiste a quien yo soy.
TEODORO:
Estas, Señor, no se prendan,
sino allá con sus iguales.
LEONARDO:
¿Qué respondes, no me entregas
a Laura, no se lo mandas?
Que no he de volver sin ella.
ALEJANDRO:
Esto ya pasa de amor,
o es locura o es soberbia
notable.
LEONARDO:
Probad, llegad,
mataréis quien lo desea,
¿a qué aguardáis, cortesanos?
CELIO:
¡Pues muera el villano, muera!
¡Mételos a cuchilladas!
PEROL:
No debe de ser muy fácil,
que lindamente les pega.
ALEJANDRO:
¡Hola, guardadla, soldados!
¡No se vio cosa como esta
en casa de un hombre vil!
(Sale SEVERO.)
SEVERO:
¿Qué es esto, señor?
ALEJANDRO:
¿Que sea
un rústico de ese monte
tan atrevido? ¿Que venga
a pedirme a Laura a mí
y con locura tan ciega
acuchille a mis criados?
SEVERO:
Ahorcalle de una almena,
porque él no podrá salir
con tanta guarda a la puerta.
(Salen TEODORO y CELIO.)
TEODORO:
Algún demonio es el hombre.
CELIO:
No he visto tigre tan fiera
con un escuadrón de picas;
pudieron prenderle apenas,
no se ha visto igual valor.
ALEJANDRO:
Ahórquenle porque sea
escarmiento a sus iguales.
SEVERO:
Será afrentar la grandeza
de tu generoso nombre.
El castigo se suspenda,
pues está preso, que yo
le haré ejemplo de su aldea
por honor tuyo y por ser
de toda aquella ribera
del mar el mozo más fuerte.
ALEJANDRO:
Como tú quisieres sea,
y pues ya Laura no tiene,
como este ejemplo lo muestra,
tanto amor como blasona,
permíteme que entre a verla,
que no es razón que queriendo
a un labrador de una sierra,
parto humilde, tenga en poco
tan arrogante y soberbia
a quien hoy Alejandría
por su Príncipe respeta.
¡Vive Júpiter sagrado
que he de forzarla!
SEVERO:
No creas
que de aquesta puerta pases.
ALEJANDRO:
¿Pues tú la puerta me cierras?
¡Quítate della, Severo!
SEVERO:
No pienso quitarme della
aunque me quites la vida.
ALEJANDRO:
¡Toma!
(Dale un bofetón.)
SEVERO:
¿A mi rostro esta afrenta?
TEODORO:
Señor, ¿qué has hecho a tu ayo?
ALEJANDRO:
¡Apártate y agradezca
que no le di con la daga!
TEODORO:
¿Con poderosos paciencia?
(Vanse los tres.)
SEVERO:
¡Por los soberanos dioses
que cielo y tierra gobiernan
que he de vengarme, rapaz,
aunque mi Príncipe seas!
Yo descubriré el secreto
y haré que el Imperio pierdas,
que en injuria y sin razón
no es la venganza bajeza.