Las nubes (Zorrilla)
¿Qué quieren esas nubes que con furor se agrupan
del aire trasparente por la región azul?
¿Qué quieren cuando el paso de su vacío ocupan
del cenit suspendiendo su tenebroso tul?
¿Qué instinto las arrastra? ¿Qué esencia las mantiene?
¿Con qué secreto impulso por el espacio van?
¿Qué ser velado en ellas atravesando viene
sus cóncavas llanuras que sin lumbrera están?
¡Cuál rápidas se agolpan! ¡Cuál ruedan y se ensanchan
y al firmamento trepan en lóbrego montón
y el puro azul alegre del firmamento manchan
sus misteriosos grupos en torva confusión!
Resbalan lentamente por cima de los montes,
avanzan en silencio sobre el rugiente mar,
los huecos oscurecen de entrambos horizontes,
el orbe en tinieblas bajo ellas va a quedar.
La luna huyó al mirarlas; huyeron las estrellas;
su claridad escasa la inmensidad sorbió;
ya reinan solamente por los espacios ellas;
doquier se ven tinieblas, mas firmamento no.
En vano nuestros ojos se afanan por hallarle
del tenebroso velo que le embozó detrás;
que cuanto más los ojos se empeñan en buscarle,
se esconde el firmamento de nuestros ojos más.
¡Las nubes solamente! - ¡Las nubes se acrecientan
sobre el dormido mundo! - Las nubes por doquier!
A cada instante que huye la lobreguez aumentan
y se las ve en montones sin límites crecer.
Ya montes gigantescos semejan sus contornos
al brillo de un relámpago que aumenta la ilusión
ya de volcanes cientos los inflamados hornos:
ya de movibles monstruos alígero escuadrón.
Ya imitan apiñadas de los espesos pinos
las desiguales copas y el campo desigual:
ya informes pelotones de objetos peregrinos
que mudan de colores, de forma y de local.
¿Qué brazo las impele?¿Qué espíritu las guía?
¿Quién habla dentro de ellas con tan gigante voz
cuando retumba el trueno y cuando va bravía
rugiendo por su vientre la tempestad veloz?
Acaso en medio de ellas a visitar los mundos
el Hacedor Supremo del Universo va,
y envuelto en sus vapores sus senos profundos
estudia y sus cimientos, por si caducan ya.
Acaso de su carro tras la viviente rueda
con impotente saña caminará Luzbel,
y por aquí al cegarle su resplandor no pueda
agolpará esas nubes entre su gloria y él.
Y acaso alguna de ellas será la formidable
que circundó la cumbre del alto Sinaí;
en tanto que el ardiente misterio impenetrable
que iluminó el profeta se fermentaba allí.
Acaso será alguna la que vertió en Sodoma
en inflamadas fuentes la cólera de Dios:
acaso sea alguna la que en los mares toma
las aguas de un diluvio que la acompaña en pos.
¡Señor, yo te conozco! La noche azul, serena,
me dice desde lejos: "Tu Dios se esconde allí".
Pero la noche oscura, la de nublados llena
me dice más pujante: "Tu Dios se acerca a ti".
Te acercas, sí; conozco las orlas de tu manto
en esa ardiente nube con que ceñido estás;
el resplandor conozco de tu semblante santo
cuando al cruzar el éter relampagueando vas.
Conozco, sí, tu sombra que pasa sin colores
detrás de esos nublados que vagan en tropel;
conozco en esos grupo de lóbregos vapores
los pálidos fantasmas, los sueños de Daniel.
Conozco de tus pasos las invisibles huellas
del repentino trueno en el crujiente son,
las chispas de tu carro conozco en las centellas,
la aliento en el rugido del rápido Aquilón.
¿Quién ante Ti parece? ¿Quién es en tu presencia
más que una arista seca que el aire va a romper?
Tus ojos son el día; tu soplo es la existencia,
tu alfombra el firmamento, la eternidad, tu ser.
¡Señor!, yo te conozco, mi corazón te adora
mi espíritu de hinojos ante tus pies está;
pero mi lengua calla, porque mi lengua ignora
los cánticos que llegan al grande y buen Jehová.
Palomas de los valles, prestadme vuestro arrullo;
prestadme, claras fuentes, vuestro gentil rumor;
prestadme, amenos bosques, vuestro feliz murmullo;
y cantaré a par vuestro la gloria del Señor.
Si su hálito llegara al arpa del poeta,
si a mí, Señor, bajara tu espíritu inmortal,
mi corazón henchido del fuego del profeta
cantara, y no tuvieran sus cánticos igual.
Mi voz fuera más dulce que el ruido de las hojas
mecidas por las auras del oloroso abril,
más grata que del Fénix las últimas congojas,
y más que los gorjeos del ruiseñor gentil.
Más grave y majestuosa que el eco del torrente
que cruza del desierto la inmensa soledad,
más grande y más solemne que sobre el mar hirviente
el ruido con que ronca la ronca tempestad.
Mas, ¡ay!, que sólo puedo postrarme con mi lira
delante de esas nubes con que ceñido estás
porque mi acento débil en mi garganta espira
cuando al cruzar el éter relampagueando vas.
Tu espíritu infinito resbala ante mis ojos
y aunque mi vista impura tu aparición no ve,
mi alma se estremece, y ante tu faz de hinojos
tea dora en esas nubes mi solitaria fe.