Nota: Se respeta la ortografía original de la época

XIV


Antonia Salas.

El ánjel de la caridad.


Si alguna vez necesitó Chile que el ánjel de la caridad i del consuelo estendiera sobre él sus alas protectoras, fué durante los años de la guerra de la independencia. Habia entónces un pais estenuado por una lucha sangrienta e interminable, una poblacion de viudas i de huérfanos, de harapientos i de inválidos, un pueblo que sufria todas las grandes desgracias que impone el cumplimiento de los santos deberes.

En medio de esas horas de angustia apareció una mujer animosa, uno de esos espíritus celestes creados esclusivamente para el bien; una de esas mujeres que tienen alas i que llevan consigo, como una atmófera propia, ese encanto irresistible i misterioso que hace nacer la dicha en los corazones desgraciados, i brotar la fé en el alma incrédula. — Esa mujer se llamaba Antonia Salas. — Tenia a la fecha, en 1810, veintidos años. Sin ser una mujer hermosa era una mujer agradable, lo que vale mas que la hermosura sin espresion. Su fisonomía era dulce i triste; parecia que los sufrimientos de la humanidad se reflejaban en ella.

La infancia de esta jóven se habia deslizado en medio de los mas nobles ejemplos de abnegacion; hija de un hombre que habia sido uno de los grandes benefactores de la colonia, don Manuel Salas i Corvalan, fundador del hospicio de Santiago, acompañaba diariamente a su padre a las visitas que hacia a los establecimientos de caridad, a las cárceles i presidios. En esa noble escuela su corazon se retempló con el ejemplo i con los sufrimientos, i aceptó la vida por su faz mas elevada i jenerosa.
Su corazon sensible a todas las desgracias, palpitaba tambien entusiasmado por las ideas de libertad que dominaban; hija de una familia de patricios, de revolucionarios i de mártires, sufrió todas las consecuencias de su posicion. Su padre i su esposo jemian en los calabozos o el destierro i ella los consolaba, les procuraba recursos i lo que valia mas en aquella época, les comunicaba por medio de esos ardides injeniosos, en que son tan hábiles las mujeres, el verdadero estado de la revolucion.

La época de la mayor personalidad de la señora Salas fué, sin embargo, posterior a la independencia, i si la hemos consignado entre las mujeres ilustres de aquella época ha sido por haber iniciado entónces su vida de abnegacion.

No hubo desde 1815 hasta hace apénas veinte años, una sola calamidad pública en que no figurara la señora Salas repartiendo su fortuna, organizando suscriciones, cuidando a los apestados o a los heridos, comunicando a todos el aliento de su grande alma.

En la epidemia de viruelas que diezmó a Chile en 1820, la señora Salas transformó su chácara de San Rafael en un hospital de variolosos, de que ella se hizo la directora. Sus hijos vivian en las salas contiguas a los enfermos. El egoismo del amor maternal no lograba debilitar su caridad. Sacrificaba no solo su vida sino tambien sus afectos mas íntimos i profundos, en obsequio de sus semejantes.

En el terremoto de 1822, la señora Salas habitaba las casas de Popetas. — Inmediatamente despues de la catástrofe, su primer arranque fué ir en ausilio de las personas que podían necesitar de socorros; pero entre los escombros de su mismo hogar tenia una víctima, uno de sus hijos mas queridos que exhaló en sus brazos el último suspiro.

La acción de esa mujer se hacia presente en todas partes: en los lúgubres dias de las guerras civiles, despues de la batalla de Loncomilla, no pudiendo prestar personalmente sus servicios, por encontrarse enferma, envió a sus hijas a los hospitales de sangre para que cuidaran de los heridos miéntras ella organizaba recursos en Santiago.

Jamas se vió entre nosotros una fé mas ardiente. Era una de esas mujeres que hacen el bien sonriendo, que se deshacen de sus joyas, de todas esas queridas frivolidades tan necesarias a las mujeres, a trueque de enjugar una lágrima! No pertenecia a ninguna secta: ni era propagandista de aguas divinas ni de reliquias milagrosas. Hacia el bien a católicos i a herejes sin preguntarles sus creencias sino sus males. Por eso cuando murió todos los hogares de Santiago a donde habia viudas i huérfanos, se cubrieron de luto.