Las mujeres de la independencia/XI
Se ha hecho con justicia un gran timbre de honor para esta ilustre mujer el hecho de que perteneciendo a una familia compuesta casi en su totalidad de realistas, se mostrara sin embargo una de las patriotas mas vehementes i exaltadas de la época; pero es preciso recordar que era sobrina de Juan Martínez de Rozas, i que las ideas de este hombre eminente sedujeron a la entusiasta jóven, arrastrándola del lado de la revolución, cuya causa abrazó sirviéndola siempre con abnegación i valor.
Esta resuelta actitud tenia entónces una importancia que hoi no se puede calcular, sino recordando que el realismo — o sea la contra revolución — tenia en cada familia, por no decir en cada casa, un abogado sincero i ardiente que combatia las nuevas ideas i predicaba la resistencia. Por amor a Fernando VII — mas que a la monarquía, a la España o al réjimen implantado en las Colonias — el realismo conservó siempre un poder estraordinario de resistencia. Fernando VII fué talvez el monarca español mas querido entre nosotros, como que fué el mas combatido; se le amaba por su desgracia, su debilidad i el despojo de que se le habia hecho víctima. A tres mil leguas de distancia, aquellos golpes al monarca llegaban precedidos de un eco de compasion que resonaba con fuerza en el sensible corazon de las mujeres. De ahí, del fondo de ese sentimiento jeneroso, sacaban los realistas su mayor fuerza.
La mujer ha sido siempre en semejantes ocasiones la palanca impulsiva o repulsiva de los acontecimientos; ha detenido o precipitado los sucesos segun el impulso de sus ideas o a medida que su corazón ha latido con mas violencia o con mas calma. Influyente i dominadora en el hogar, una lágrima o un suspiro le ha bastado muchas veces para desbaratar las empresas mejor combinadas; deteniendo amorosamente en su lecho al esposo comprometido en el complot o pintando, con esa sencillez i ternura encantadora de que ella sola posee el secreto, el desamparo de los hijos i la sublimidad de los deberes de la familia sobre todos los demás. Fácil es, pues, dejarse arrastrar por esas suaves corrientes del afecto.
Bajo este punto de vista son doblemente dignas de admiración las mujeres que como Manuela Rozas se lanzaron con enerjía a una empresa arriesgada, desoyendo las observaciones i los ruegos del cariño, de las preocupaciones o del egoísmo, i no escuchando sino la voz de su corazon.
La señora Rozas prestó a la causa de la independencia no solo la valiosa cooperación de sus trabajos personales, de la influencia de su nombre i de sus relaciones, sino tambien de su fortuna. Entre nosotros — hemos oido repetirlo siempre — es mui fácil encontrar héroes dispuestos a dar por la patria su sangre, pero es mui dificil encontrar quienes le den su dinero. La señora Rozas llevó ambas ofrendas al altar de la revolucion.
Los trabajos de nuestra heroína fueron al fin conocidos del gobierno español: ella no hacia misterio de sus ideas ni se ocultaba para propagarlas, como hoi es de moda. Se la amenazó con castigarla severamente sino observaba otra actitud. Su respuesta arrogante a esta primera amonestacion de la tiranía se hizo popular: — «¿Intentais castigarme porque amo a mi patria? Podeis hacer lo que querais, pero jamas lograreis estinguir en mi corazón ese sentimiento.»
Desde entónces se la espió con la mas estricta vijilancia. Los ajentes españoles rejistraron muchas veces su casa en busca de supuestas correspondencias o de algunos refugiados sospechosos. Se suponia tambien que existia oculto un considerable depósito de armas, de que se aprovecharian los patriotas en la primera oportunidad. En una de esas visitas investigadoras fué sorprendida por San Bruno en el momento en que leia una importante carta de los emigrados. La señora Rozas, sin vacilar un instante, se comió la carta, i luego, dirijiéndose a San Bruno, le dijo con burlona sonrisa: — "Ahora podeis hacer mi autopsia."
Despues del triunfo de Chacabuco, San Martin fué a visitar con su estado mayor a esta hermosa i distinguida dama: el soldado de los Andes deseaba conocer personalmente a las mujeres que habian prestado servicios a la revolución. La señora Rozas salió al encuentro del jeneral i en el gran patio de la casa [1] se dieron un afectuoso abrazo. La señora Rozas conservó durante toda su vida el mas ardiente interes por lo que se relacionaba con la gloria i progreso de su pais. Vieja, enferma, víctima de todos los achaques de una edad avanzada, su patriotismo no se debilitó jamas. Vivia con su pensamiento en los dias gloriosos de nuestra independencia, que ella consideraba como los mas felices de su existencia. Hasta en el último año de su vida, en vísperas de su muerte, celebró el aniversario de Chacabuco, i era sublime ver levantarse en un estremo de la mesa de la familia, a esa anciana gloriosa que pronunciaba un brindis en homenaje a aquella fecha inmortal.
- ↑ La casa que habitaba la señora Rozas es la núm. 109 de la calle de la Catedral, la misma que hoi ocupan sus descendientes.