Nota: Se respeta la ortografía original de la época

IX


Las mujeres saben callar.


A principios de 1817, cuando San Martin i los emigrados organizaban en Mendoza el ejército de los Andes destinado a libertar a Chile, habia entre nosotros un hombre encargado de distraer la atencion del gobierno, para que aquel ejército pudiera pasar la mas elevada cordillera del mundo sin ser molestado. Ese hombre desempeñó de tal manera su empresa que se hizo un verdadero héroe de romance. Inició una guerra de tinieblas i de sombras; una guerra verdaderamente impalpable. Los españoles, apesar de sus esfuerzos estraordinarios, no podian dar caza a ese ser misterioso, que los desorientaba con la rapidez de sus correrías i sobre el cual se circulaban las versiones mas contradictorias. La mitad de la gloria del paso de los Andes se debe a Manuel Rodriguez; sin sus servicios el ejército libertador pudo haber sido despedazado entre los peligrosos desfiladeros de aquellas montañas, que solo permiten marchar uno o dos hombres de frente.

Marcó reconcentró toda su atencion i todos los elementos bélicos de que disponia en destruir esta sombra que le atormentaba hasta en su mismo lecho; temia mas al enemigo desorganizado del interior que al poderoso ejército que se reunia en la falda oriental de los Andes; pero, ¿cómo dar alcance a ese fantasma cuya sombra apénas se dejaba diseñar?

— Ayer ha pasado por aquí, decian los campesinos; iba al trote de su negro caballo; su blanca barba ocultaba su rostro. Era un fraile capuchino rodeado de penitentes.

— Nó, ayer estuvo en Santiago, decían otros; abrió personalmente la puerta de la carroza de Marcó i le ayudó a descender. Ha sido él: cuando ya habia desaparecido, se han recordado los rasgos de su fisonomia.

¿Cómo sorprender i capturar a ese misterioso jénio del bien o del mal?

La accion de aquel fantasma se dejaba sentir en todas partes; era una figura jigantesca que saltaba las zanjas, que cruzaba los bosques, pasaba los rios a nado o sobre los lomos de su infatigable cabalgadura; pedia hospitalidad en los conventos, en los ranchos o en los palacios; por la mañana estaba al frente de su montonera i por la noche bailaba contradanza o gavota en algun salon de Santiago, i sin embargo, nadie le veia o mas bien nadie queria verle, pues habia un interes universal en ocultarlo.

Las mujeres eran detenidas en los caminos públicos por los soldados españoles que perseguian a Rodriguez, se les interrogaba si habian visto pasar a la sombra, se las amenazaba; pero jamas hubo una delacion. Las mas ignorantes campesinas comprendian que esa vision servia sus intereses, que ese perseguido fantasma era un fantasma amigo.

Las grandes damas de Santiago eran arrastradas a las cárceles, San Bruno, el furioso ajente de la tiranía agonizante, las amenaza e insulta brutalmente. Pero las mas severas indagaciones, las mas violentas pesquisas no descubrian nada. Todas las mujeres, señoras i plebeyas, se empeñaban en borrar con su pié la huella que dejaba en los caminos el infatigable guerrillero, i sin este admirable complot del silencio femenino la espada invisible de Manuel Rodriguez no habria podido señalar a los libertadores la senda de la victoria.

Manuel Rodriguez ocultó a Marcó el paso del ejército libertador; pero a su vez las mujeres de entónces ocultaron al héroe; i con su silencio hicieron de él un personaje casi misterioso o fantástico.