Las mujeres de la independencia/III
Ana María Cotapos. — Javiera Carrera.
Los salones de 1810 fueron las academias revolucionarias en cuyo seno se ajitaban las grandes i fecundas ideas que realizaron todos los prodijios de la independencia. En aquella época de sacrificios i de peligros, los hombres necesitaban comunicarse recíprocamente todas sus esperanzas a fin de mantener vivo el calor de su entusiasmo i de su fé.
Las mujeres eran el alma de estas reuniones peligrosas, i preciso es declararlo en su honor, jamas la frajilidad i lijereza de su sexo las llevaron a cometer una indiscreción. Entónces supieron guardar graves e importantes secretos. Parecía que desde el primer momento comprendian el papel que les estaba reservado en la revolucion, pues se necesitaba de todo el encanto, de toda la fascinacion que ellas ejercen en el espíritu del hombre, para matener vivo el heroismo de la gran lucha i la resolucion de morir o vencer a todo trance.
I esas mujeres que mecieron la cuna de la libre patria, eran dignas de inspirar los mas elevados sentimientos: parece que la naturaleza, en aquella primera aurora de libertad, se hubiera complacido en hacerlas mas bellas i esforzadas de lo que son i fueron jamas. Tan apasionadas o mas que los hombres, deseaban que las teorías revolucionarias se convirtieran pronto en hecho, querian ver formarse una gran patria i ser ellas las que dieran vida i aliento a los nuevos héroes. Los hombres que figuraban en la revolucion, la mayor parte mui jóvenes i mui hermosos, llevaban en su corazon un doble ideal, el de la patria i el de la mujer amada, i por eso fueron directamente a la victoria.
Se conservan como tipo de suprema belleza las fisonomías de muchas de las mujeres que en aquella época figuraron por la influencia que les daban su posicion social, sus talentos i enerjía, sus virtudes domésticas o el amor que inspiraron a los mas célebres caudillos. María Graham, la ilustre viajera inglesa que ha escrito tan hermosas pájinas sobre nuestra vida de entónces, manifiesta su admiracion en presencia de algunas de las mujeres que conoció; refiriéndose a la esposa de Juan José Carrera, la bella Ana María Cotapos, dice que al verla le pareció mas que una mujer «un sueño de esos que aparecen en la fantasía del romance. Sus ojos cautivaban i seducían a la vez; poseia una boca que ningún pintor ni el cincel de la escultura habría igualado en las Hebes i Gracias imajinadas por el arte."
I sin embago en esa época, cuando María Graham la conoció, Ana María Cotapos era ya una viuda de treinta i dos años i su belleza debia estar ajada por los sufrimientos i las desgracias. ¡Qué ideal no realizaria esa mujer en los años de su espléndida juventud!
I el corazon de esta mujer admirable era todavía mas hermoso que su fisonomía: tierna, sensible, enamorada de su esposo, hizo del matrimonio una vida de sacrificios i de esfuerzos heróicos. Sus cartas escritas en los dias de proscripcion son conmovedoras i afectuosas i revelan en cada línea la profunda pasion que la dominaba; leyéndolas ahora, despues de medio siglo, uno cree sentir el calor de aquel gran corazon.
No fué menor el asombro que otros ilustres viajeros experimentaron en presencia de Javiera Carrera. «Parecía una reina destronada», dice uno que la conoció en sus últimos tiempos. En efecto, pocos nombres femeninos de la historia americana están envueltos en una atmósfera de gloria i desgracia semejante a la que rodea al de Javiera Carrera. Un nacimiento ilustre, una belleza de reina que hacia inclinarse ante ella a los mas indomables capitanes de la revolucion, una frente elevada que nunca consiguieron inclinar las tremendas desgracias que la azotaron, ojos en los cuales centelleaban todas las borrascas del alma, un talento i una instruccion notables para una mujer de su época, i un valor, una abnegacion i constancia dignas de un conquistador. Todos estos dones de la naturaleza, suficientes para hacer de esa mujer una gran figura, fueron despues realzados por el martirio, por la sombra del patíbulo de los Carreras, que ha dado a ese apellido un tinte de melancólica grandeza.
Así, dominando en los salones mujeres tan brillantes, se comprende cómo los hombres de aquella época les concedieron influencias políticas en la marcha de los acontecimientos i como el espíritu de aquella jeneracion se elevó tan alto. Se habria querido ser un héroe solo para atraerse la admiracion i el aplauso de semejantes mujeres.
A la edad apénas de veinte i cinco años ya era doña Javiera Carrera uno de los consejos i uno de los brazos de la conspiracion libertadora. Su salon fué el verdadero hogar de la revolucion. Allí se concentraron, buscando un confortable abrigo, todos los hombres i todas las ideas de la época; allí fermentaban las cabezas i tomaba cuerpo i brios la revolucion. Fué en este salon, mitad club i mitad asamblea, a donde una noche se desplegó a la vista de los concurrentes emocionados el nuevo estandarte de la patria, que debia reemplazar al español, i que se conoce en la historia con el nombre de la bandera de la patria vieja. Esa gloriosa insignia compuesta de tres listas azul, blanca i amarilla, fué confeccionada por manos femeninas i segun todas probabilidades la idea fué obra esclusiva de doña Javiera Carrera. A la mañana siguiente se veia izada esa bandera al frente de algunos edificios públicos. Los revolucionarios, sin hacer el menor ruido ni ostentacion, habian derrocado en una mañana el pabellón español que desde hacia tres siglos flotaba sobre la fachada del palacio de los capitanes jenerales.
La república tenia ya su símbolo.
Se vé por ese paso tan atrevido la poderosa influencia que esta mujer ejercia en la revolución. Alma ardiente i apasionada, amaba la acción i desafiaba el peligro. Tenia por la gloria un amor loco. Casada dos veces con hombres que le eran mui inferiores como talento i carácter ¡ella que hubiera querido ser la esposa de un héroe! reconcentró en sus hermanos todos sus sueños de predominio. De aquí talvez que amara en la revolucion, mas que la grandeza humanitaria de la empresa, la brillante posicion que iba a dar a su familia haciéndola árbitra de los destinos del nuevo estado: por eso se la vió siempre atrevida e infatigable lanzando a sus hermanos en aventuras de una audacia loca. Creia que no era egoista por que su pasion le impedia ver el límite en que la ambicion, cuando es gloriosa, se confunde con los grandes intereses de un pueblo. "Si hubiera sido un poquito egoista no estuviera envuelta en ruinas de que nadie puede librarme," escribia de Buenos Aires a su hermano José Miguel en setiembre de 1817. No era efectivamente egoista en el sentido material; era jenerosa i jamas se detuvo ante un sacrificio; pero tenia el egoismo de su gloria i de su nombre.
En el círculo de la familia dominaban completamente sus opiniones. Sus tres hermanos, José Miguel, Luis i Juan José, apesar del valor temerario que los distinguia, eran de una índole suave, sentimental, romántica; José Miguel que había desafiado solo con su espada al rei de España, obraba, sin embargo, muchas veces esclusivamente bajo la inspiración de su hermana i no hai duda que ella contribuyó en gran parte a perderlos. Seria tal vez una gran crueldad suponer que dos de los tres patibulos fueron su obra, a pesar de que la historia tiene de estas crueldades en cada una de sus pájinas.
Pero, el destierro i la desgracia purificaron a esta mujer de las faltas que talvez cometió. Jamas se ha visto llevar en el corazon un recuerdo mas doloroso durante una vida mas larga. Vivió 80 años; lo que es una grave falta en una mujer, especialmente en una mujer del gran mundo.