Las mil y una noches:706
Y CUANDO LLEGO LA 739ª NOCHE
editarElla dijo:
"... Y en el pedestal de bronce vió la lámpara encendida. Y tendió la mano y la cogió. Y vertió en el suelo el contenido, y al ver que inmediatamente quedaba seco el depósito, se la ocultó en el pecho, sin temor a mancharse el traje. Y bajó de la terraza y llegó de nuevo al jardín.
Libre entonces de su preocupación, se detuvo un instante en el último peldaño de la escalera para mirar al jardín. Y se puso a contemplar aquellos árboles, cuyas frutas no había tenido tiempo de ver a la llegada. Y observó que los árboles de aquel jardín, en efecto, estaban agobiados bajo el peso de sus frutas, que eran extraordinarias de forma, de tamaño y de color. Y notó que, al contrario de lo que ocurre con los árboles de los huertos, cada rama de aquellos árboles tenía frutas de diferentes colores. Las había blancas, de un blanco transparente como el cristal, o de un blanco turbio como el alcanfor, o de un blanco opaco como la cera virgen. Y las había rojas, de un rojo como los granos de la granada o de un rojo como la naranja sanguínea. Y las había verdes, de un verde oscuro y de un verde suave; y había otras que eran azules y violetas y amarillas; y otras que ostentaban colores y matices de una variedad infinita.
¡El pobre de Aladino no sabía que las frutas blancas eran diamantes, perlas, nácar y piedras lunares; que las frutas rojas eran rubíes, carbunclos, jacintos, coral y cornalinas; que las verdes eran esmeraldas, berilos, jade, prasios y aguas-marinas; que las azules eran zafiros, turquesas, lapislázuli y lazulitas; que las violetas eran amatistas, jaspes y sardoinas; que las amarillas eran topacios, ámbar y ágatas; y que las demás, de colores desconocidos, eran ópalos, venturimas, crisólitos, cimófanos, hematitas, turmalinas, peridotos azabache y crisopacios! Y caía el sol a plomo sobre al jardín. Y los árboles despedían llamas de todas sus frutas, sin consumirse.
Entonces, en el límite del placer, se acercó Aladino a uno de aquellos árboles y quiso coger algunas frutas para comérselas. Y observó que no se les podía meter el diente, y que no se asemejaban más que por su forma a las naranjas, a los higos, a los plátanos a las uvas, a las sandías, a las manzanas y a todas las demás frutas excelentes de la China. Y se quedó muy desilusionado al tocarlas; y no las encontró nada de su gusto. Y creyó que sólo eran bolas de vidrio coloreado, pues en su vida había tenido ocasión de ver piedras preciosas. Sin embargo, a pesar de su desencanto, se decidió a coger algunas para regalárselas a los niños que fueron antiguos camaradas suyos, y también a su pobre madre. Y cogió varias de cada color, llenándose con ellas el cinturón, los bolsillos y el forro de la ropa, guardándoselas asimismo entre el traje y la camisa y entre la camisa y la piel; y se metió tal cantidad de aquellas frutas, que parecía un asno cargado a un lado y a otro. Y agobiado por todo aquello, se alzó cuidadosamente el traje ciñéndoselo mucho a la cintura, y lleno de prudencia y de precaución atravesó con ligereza las tres salas de calderas y ganó la escalera de la cueva, a la entrada de la cual le esperaba ansiosamente el maghrebín.
Y he aquí que, en cuanto Aladino franqueó la puerta de cobre y subió el primer peldaño de la escalera, el maghrebín, que se hallaba encima de la abertura, junto a la entrada misma de la cueva, no tuvo paciencia para esperar a que subiese todos los escalones y saliese de la cueva por completo, y le dijo: "Bueno, Aladino, ¿dónde está la lámpara?" Y Aladino contestó: "La tengo en el pecho!" El otro dijo: "¡Sácala ya y dámela!" Pero Aladino le dijo: "¿Cómo quieres que te la dé pronto, ¡oh tío mío! si está entre todas las bolas de vidrio con que me he llenado la ropa por todas partes? ¡Déjame antes subir esta escalera, y ayúdame a salir del agujero; y entonces descargaré todas estas bolas en lugar seguro, y no sobre estos peldaños, por los que rodarían y se romperían! ¡Y ahí podré sacarme del pecho la lámpara y dártela cuando esté libre de esta impedimenta insuperable! ¡Por cierto que se me ha escurrido hacia la espalda y me lastima violentamente en la piel, por lo que bien quisiera verme desembarazado de ella!" Pero el maghrebín, furioso por la resistencia que hacía Aladino y persuadido de que Aladino sólo ponía estas dificultades porque quería guardarse para él la lámpara, le gritó con una voz espantosa como la de un demonio: "¡Oh hijo de perro! ¿quieres darme la lámpara en seguida, o morir?" Y Aladino, que no sabía a qué atribuir este cambio de modales de su tío, y aterrado al verle en tal estado de furor, y temiendo recibir otra bofetada más violenta que la primera, se dijo: "¡Por Alah, que más vale resguardarse! ¡Y voy a entrar de nuevo en la cueva mientras él se calma!" Y volvió la espalda, y recogiéndose el traje, entró prudentemente en el subterráneo.
Al ver aquello, el maghrebín lanzó un grito de rabia, y en el límite del furor, pataleó y se convulsionó, arrancándose las barbas de desesperación por la imposibilidad en que se hallaba de correr tras de Aladino a la cueva vedada por los poderes mágicos. Y exclamó: "¡Ah maldito Aladino! ¡vas a ser castigado como mereces!" Y corrió hacia la hoguera, que no se había apagado todavía, y echó en ella un poco de polvo de incienso que llevaba consigo, murmurando una fórmula mágica. Y al punto la losa de mármol que servía para tapar la entrada de la cueva se cerró por sí sola y volvió a su sitio primitivo, cubriendo herméticamente el agujero de la escalera; y tembló la tierra y se cerró de nuevo; y el suelo se quedó tan liso como antes de abrirse. Y Aladino encontróse de tal suerte encerrado en el subterráneo.
Porque, como ya se ha dicho, el maghrebín era un mago insigne venido del fondo del Maghreb, y no un tío ni un pariente cercano o lejano de Aladino. Y había nacido verdaderamente en África, que es el país y el semillero de los magos y hechiceros de peor calidad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.