Las mil y una noches:704

Las mil y una noches - Tomo IV
de Anónimo
Capítulo 704: Pero cuando llegó la 736ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 736ª NOCHE

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Ella dijo:

"... Y se despidió de la madre de Aladino, besó a Aladino y se marchó. Y Aladino pensó durante la noche en todas las cosas hermosas que acababa de ver y en las alegrías que acababa de experimentar; y se prometió nuevas delicias para el siguiente día. Así es que se levantó con la aurora, sin haber podido pegar los ojos, y se vistió sus ropas nuevas, y empezó a andar de un lado para otro, enredándose los pies con aquel traje largo, al cual no estaba acostumbrado. Luego, como su impaciencia le hacía pensar que el maghrebín tardaba demasiado, salió a esperarle a la puerta, y acabó por verle aparecer. Y corrió a él como un potro y le besó la mano. Y el maghrebín le besó y le hizo muchas caricias, y le dijo que fuera a advertir a su madre de que se le llevaba. Después le cogió de la mano y se fué con él. Y echaron a andar juntos, hablando de unas cosas y de otras; y franquearon las puertas de la ciudad, de donde nunca había salido aún Aladino. Y empezaron a aparecer ante ellos las hermosas casas particulares y los hermosos palacios rodeados de jardines; y Aladino los miraba maravillado, y cada cual le parecía más hermoso que el anterior. Y así anduvieron mucho por el campo, acercándose más cada vez al fin que se proponía el maghrebín. Pero llegó un momento en que Aladino comenzó a cansarse, y dijo al maghrebín: "¡Oh tío mío! ¿tenemos que andar mucho todavía? ¡Mira que hemos dejado atrás los jardines, y ya sólo tenemos delante de nosotros la montaña! ¡Además, estoy fatigadísimo, y quisiera tomar un bocado!" Y el maghrebín se sacó del cinturón un pañuelo con frutas y pan, y dijo a Aladino: "Aquí tienes, hijo mío, con qué saciar tu hambre y tu sed. ¡Pero aún tenemos que andar un poco para llegar al paraje maravilloso que voy a enseñarte y que no tiene igual en el mundo! ¡Repón tus fuerzas y toma alientos, Aladino, que ya eres un hombre!" Y continuó animándole, a la vez que le daba consejos acerca de su conducta en el porvenir, y le impulsaba a separarse de los niños para acercarse a los hombres sabios y prudentes. ¡Y consiguió distraerle de tal manera, que acabó por llegar con él a un valle desierto al pie de la montaña, y en donde no había más presencia que la de Alah!

¡Allí precisamente terminaba el viaje del maghrebín! ¡Y para llegar a aquel valle había salido del fondo del Maghreb y había ido a los confines de la China!

Se encaró entonces con Aladino, que estaba extenuado de fatiga, y le dijo sonriendo: "¡Ya hemos llegado, hijo mío Aladino!" Y se sentó en una roca y le hizo sentarse al lado suyo y le abrazó con mucha ternura, y le dijo: "Descansa un poco, Aladino. Porque al fin voy a mostrarte lo que jamás vieron los ojos de los hombres. Sí, Aladino; vas a ver aquí mismo un jardín más hermoso que todos los jardines de la tierra. Y sólo cuando hayas admirado las maravillas de ese jardín tendrás verdaderamente razón para darme gracias y olvidarás las fatigas de la marcha y bendecirás el día en que me encontraste por primera vez". Y le dejó descansar un instante, con los ojos muy abiertos de asombro al pensar que iba a ver un jardín en un paraje donde no había más que rocas desperdigadas y matorrales. Luego le dijo: "¡Levántate ahora, Aladino, y recoge entre esos matorrales las ramas más secas y los trozos de leña que encuentres, y tráemelos!¡ Y entonces verás el espectáculo gratuito a que te invito!"

Aladino se levantó y se apresuró a recoger entre los matorrales y la maleza una gran cantidad de ramas secas y trozos de leña, y se los llevó al maghrebín, que le dijo: "Ya tengo bastante.

¡Retírate ahora y ponte detrás de mí!" Y Aladino obedeció a su tío, y fué a colocarse a cierta distancia detrás de él.

Entonces el maghrebín sacó del cinturón un eslabón, con el que hizo lumbre, y prendió fuego al montón de ramas y hierbas secas, que llamearon crepitando. Y al punto sacó del bolsillo una caja de concha, la abrió y tomó un poco de incienso, que arrojó en medio de la hoguera. Y levantose una humareda muy espesa que apartó él con sus manos a un lado y a otro, murmurando fórmulas en una lengua incomprensible en absoluto para Aladino. Y en aquel mismo momento tembló la tierra y se conmovieron sobre su base las rocas y se entreabrió el suelo en un espacio de unos diez codos de anchura. Y en el fondo de aquel agujero apareció una losa horizontal de mármol de cinco codos de ancho con una anilla de bronce en medio.

Al ver aquello, Aladino, espantado, lanzó un grito, y cogiendo con los dientes el extremo de su traje, volvió la espalda y emprendió la fuga, agitando las piernas. Pero de un salto cayó sobre él el maghrebín y le atrapó. Y le miró con ojos medrosos, le zarandeó teniéndole cogido de una oreja, y levantó la mano y le aplicó una bofetada tan terrible, que por poco le salta los dientes, y Aladino quedó todo aturdido y se cayó al suelo.

Y he aquí que el maghrebín no le había tratado de aquel modo más que por dominarle de una vez para siempre, ya que le necesitaba para la operación que iba a realizar, y sin él no podía intentar la empresa para la que había venido. Así es que cuando le vió atontado en el suelo le levantó, y le dijo con una voz que procuró hacer muy dulce: "¡Sabe, Aladino, que si te traté así fué para enseñarte a ser un hombre! ¡Porque soy tu tío, el hermano de tu padre, y me debes obediencia!" Luego añadió con una voz de lo más dulce: "¡Vamos, Aladino, escucha bien lo que voy a decirte, y no pierdas ni una sola palabra! ¡Porque si así lo haces sacarás de ello ventajas considerables y en seguida olvidarás los trabajos pasados!" Y le besó, y teniéndole para en adelante completamente sometido y dominado, le dijo: "¡Ya acabas de ver, hijo mío, cómo se ha abierto el suelo en virtud de las fumigaciones y fórmulas que he pronunciado! ¡Pero es preciso que sepas que obré de tal suerte únicamente por tu bien; porque debajo de esta losa de mármol que ves en el fondo del agujero con un anillo de bronce se halla un tesoro que está inscripto a tu nombre y no puede abrirse más que con tu presencia! ¡Y este tesoro, que te está destinado, te hará más rico que todos los reyes! Y para demostrarte que ese tesoro está destinado a ti y no a ningún otro, sabe que sólo a ti en el mundo es posible tocar esta losa de mármol y levantarla; pues yo mismo, a pesar de todo mi poder, que es grande, no podría echar mano a la anilla de bronce ni levantar la losa, aunque fuese mil veces más poderoso y más fuerte de lo que soy. ¡Y una vez levantada la losa no me sería posible penetrar en el tesoro, ni bajar un escalón siquiera.

¡A ti únicamente incumbe hacer lo que no puedo hacer yo por mí mismo! ¡Y para ello no tienes más que ejecutar al pie de la letra lo que voy a decirte! ¡Y así serás el amo del tesoro, que partiremos con toda equidad en dos partes iguales, una para ti y otra para mí!"

Al oír estas palabras del maghrebín, el pobre Aladino se olvidó de sus fatigas y de la bofetada recibida, y contestó...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.