Las mil y una noches:702
PERO CUANDO LLEGO LA 734ª NOCHE
editarElla dijo:
"... Y en aquel mismo momento olvidé mis fatigas y mis preocupaciones, y creí enloquecer de alegría. Pero ¡ay! que no tardé en saber, por boca de este niño, que mi hermano había fallecido en la misericordia de Alah el Altísimo! ¡Ah! ¡terrible noticia que me hace caer de bruces, abrumado de emoción y de dolor! Pero ¡oh mujer de mi hermano! ya te contaría el niño probablemente que, con su aspecto y su semejanza con el difunto, he logrado consolarme un poco, haciéndome recordar el proverbio que dice: "¡El hombre que deja posteridad, no muere!"
Así habló el maghrebín. Y advirtió que, ante aquellos recuerdos evocados, la madre de Aladino lloraba amargamente. Y para que olvidara sus tristezas y se distrajera de sus ideas negras, se encaró con Aladino, y variando la conversación, le dijo: "Hijo mío, ¿qué oficio aprendiste y en qué trabajo te ocupas para ayudar a tu pobre madre y vivir ambos?"
Al oír aquello, avergonzado de su vida por primera vez, Aladino bajó la cabeza mirando al suelo. Y como no decía palabra, contestó en lugar suyo su madre: "¿Un oficio? ¡oh hermano de mi esposo! ¿tener un oficio Aladino? ¿Quién piensa en eso? ¡Por Alah, que no sabe nada absolutamente! ¡Ah! ¡nunca vi un niño tan travieso! ¡Se pasa todo el día corriendo con otros niños del barrio, que son unos vagabundos, unos pillastres, unos haraganes como él, en vez de seguir el ejemplo de los hijos buenos, que están en la tienda con sus padres! ¡Sólo por causa suya murió su padre, dejándome amargos recuerdos! ¡Y también yo me veo reducida a un triste estado de salud! Y aunque apenas si veo con mis ojos, gastados por las lágrimas y las vigilias, tengo que trabajar sin descanso y pasarme días y noches hilando algodón para tener con qué comprar dos panes de maíz, lo preciso para mantenernos ambos. ¡Y tal es mi condición! ¡Y te juro por tu vida, ¡oh hermano de mi esposo! que sólo entra él en casa a las horas precisas de las comidas! ¡Y esto es todo lo que hace! Así es que a veces, cuando me abandona de tal suerte, por más que soy su madre pienso cerrar la puerta de la casa y no volver a abrírsela, a fin de obligarle a que busque un trabajo que le dé para vivir. ¡Y luego me falta valor para hacerlo; porque el corazón de una madre es compasivo y misericordioso! ¡Pero mi edad avanza, y me estoy haciendo muy vieja, ¡oh hermano de mi esposo! ¡Y mis hombros no soportan las fatigas que antes! ¡Y ahora apenas si mis dedos me permiten dar vuelta al huso! ¡Y no sé hasta cuándo voy a poder continuar una tarea semejante sin que me abandone la vida, como me abandona mi hijo, este Aladino, que tienes delante de ti, ¡oh hermano de mi esposo!"
Y echó a llorar.
Entonces el maghrebín se encaró con Aladino, y le dijo: "¡Ah! ¡oh hijo de mi hermano! ¡en verdad que no sabía yo todo eso que a ti se refiere! ¿Por qué marchas por esa senda de haraganería? ¡Qué vergüenza para ti, Aladino! ¡Eso no está bien en hombres como tú! ¡Te hallas dotado de razón, hijo mío, y eres un vástago de buena familia! ¿No es para ti una deshonra dejar así que tu pobre madre, una mujer vieja, tenga que mantenerte, siendo tú un hombre con edad para tener una ocupación con que pudierais manteneros ambos...? ¡Y por cierto ¡oh hijo mío! que gracias a Alah, lo que sobra en nuestra ciudad son maestros de oficio! ¡Sólo tendrás, pues, que escoger tú mismo el oficio que más te guste, y yo me encargaré de colocarte! ¡Y de ese modo, cuando seas mayor, hijo mío, tendrás entre las manos un oficio seguro que te proteja contra los embates de la suerte! ¡Habla ya! ¡Y si no te agrada el trabajo de aguja, oficio de tu difunto padre, busca otra cosa y avísamelo! Y yo te ayudaré todo lo que pueda, ¡oh hijo mío!"
Pero en vez de contestar, Aladino continuó con la cabeza baja y guardando silencio, con lo cual indicaba que no quería más oficio que el de vagabundo. Y el maghrebín advirtió su repugnancia por los oficios manuales, y trató de atraérsele de otra manera. Y le dijo, por tanto: "¡Oh hijo de mi hermano! ¡no te enfades ni te apenes por mi insistencia! ¡Pero déjame añadir que, si los oficios te repugnan, estoy dispuesto, caso de que quieras ser un hombre honrado, a abrirte una tienda de mercader de sederías en el zoco grande! Y te surtiré la tienda con las telas más caras y brocados de la calidad más fina. ¡Y así te harás con buenas relaciones entre los mercaderes al por mayor! Y te acostumbrarás a vender y comprar, tomar y dar. Y será excelente tu reputación en la ciudad. ¡Y con ello honrarás la memoria de tu difunto padre! ¿Qué dices a esto, ¡oh Aladino, hijo mío!?"
Cuando Aladino escuchó esta proposición de su tío y comprendió que podría convertirse en un gran mercader del zoco, en un hombre de importancia, vestido con buenas ropas, con un turbante de seda y un lindo cinturón de diferentes colores, se regocijó en extremo. Y miró al maghrebín sonriendo y torciendo la cabeza, lo que en su lenguaje significaba claramente: "¡Acepto!".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.