Las mil y una noches:701

Las mil y una noches - Tomo IV
de Anónimo
Capítulo 701: Pero cuando llegó la 733ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 733ª NOCHE

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Ella dijo:

"... Y el maghrebín le dejó y se fué por su camino. Y Aladino entró en la casa, contó a su madre lo ocurrido y le entregó los dos dinares, diciéndole: "¡Mi tío va a venir esta noche a cenar con nosotros!"

Entonces, al ver los dos dinares, se dijo la madre de Aladino: "¡Quizá no conociera yo a todos los hermanos del difunto!" Y se levantó y a toda prisa fué al zoco, en donde compró las provisiones necesarias para una buena comida, y volvió para ponerse a preparar los manjares. Pero como la pobre no tenía utensilios de cocina, fué a pedir prestados a las vecinas las cacerolas, platos y vajilla que necesitaba. Y estuvo cocinando todo el día; y al hacerse la noche, dijo a Aladino: "¡La comida está dispuesta, hijo mío, y como tu tío no sepa bien el camino de nuestra casa, debes salirle al encuentro o esperarle en la calle!"

Y Aladino contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y cuando se disponía a salir, llamaron a la puerta. Y corrió a abrir él. Era el maghrebín. E iba acompañado de un mandadero que llevaba a la cabeza una carga de frutas, de pasteles y bebidas. Y Aladino les introdujo a ambos. Y el mandadero se marchó cuando dejó su carga y le pagaron. Y Aladino condujo al maghrebín a la habitación en que estaba su madre. Y el maghrebín se inclinó y dijo con voz conmovida: "La paz sea contigo, ¡oh esposa de mi hermano!" Y la madre de Aladino le devolvió la zalema. Entonces el maghrebín se echó a llorar en silencio. Luego preguntó: "¿Cuál es el sitio en que tenía costumbre de sentarse el difunto?" Y la madre de Aladino le mostró el sitio en cuestión; y al punto se arrojó al suelo el maghrebín y se puso a besar aquel lugar y a suspirar con lágrimas en los ojos y a decir: "¡Ah, qué suerte la mía! ¡Ah, qué miserable suerte fué haberte perdido, ¡oh hermano mío! ¡oh estría de mis ojos!"

Y continuó llorando y lamentándose de aquella manera, y con una cara tan transformada y tanta alteración de entrañas, que estuvo a punto de desmayarse, y la madre de Aladino no dudó ni por un instante de que fuese el propio hermano de su difunto marido. Y se acercó a él, le levantó del suelo, y le dijo: "¡Oh hermano de mi esposo! ¡vas a matarte en balde a fuerza de llorar! ¡Ay, lo que está escrito debe ocurrir!" Y siguió consolándole con buenas palabras hasta que le decidió a beber un poco de agua para calmarse y sentarse a comer.

Cuando estuvo puesto el mantel, el maghrebín comenzó a hablar con la madre de Aladino. Y le contó lo que tenía que contarle, diciéndole:

"¡Oh mujer de mi hermano! no te parezca extraordinario el no haber tenido todavía ocasión de verme y el no haberme conocido en vida de mi difunto hermano. Porque hace treinta años que abandoné este país y partí para el extranjero, renunciando a mí patria. Y desde entonces no he cesado de viajar por las comarcas de la India y del Sindh, y de recorrer el país de los árabes y las tierras de otras naciones. ¡Y también estuve en Egipto y habité la magnífica ciudad de Masr, que es el milagro del mundo! Y tras de residir allá mucho tiempo, partí para el país del Maghreb central, en donde acabé por fijar residencia durante veinte años.

"Por aquel entonces, ¡oh mujer de mi hermano! un día entre los días, estando en mi casa, me puse a pensar en mi tierra natal y en mi hermano. Y se me exacerbó el deseo de volver a ver mi sangre; y eché a llorar y empecé a lamentarme de mi estancia en país extranjero. Y al fin se hicieron tan intensas las nostalgias de mi separación y de mi alejamiento del ser que me era caro, que me decidí a emprender el viaje a la comarca que vió surgir mi cabeza de recién nacido. Y pensé para mi ánima: «¡Oh hombre! ¡cuántos años van transcurridos desde el día en que abandonaste tu ciudad y tu país y la morada del único hermano que posees en el mundo! ¡Levántate, pues, y parte a verle de nuevo antes de la muerte! Porque, ¿quién sabe las calamidades del Destino, los accidentes de los días y las revoluciones del tiempo? ¿Y no sería una suprema desdicha que murieras antes de regocijarte los ojos con la contemplación de tu hermano, sobre todo ahora que Alah (¡glorificado sea!) te ha dado la riqueza, y tu hermano acaso siga en una condición de estrecha pobreza? ¡No olvides, por tanto, que con partir verificarás dos acciones excelentes: volver a ver a tu hermano y socorrerle!»

"Y he aquí que, dominado por estos pensamientos, ¡oh mujer de mi hermano! me levanté al punto y me preparé para la marcha. Y tras de recitar la plegaria del viernes y la Fatiha del Corán, monté a caballo y me encaminé a mi patria. Y después de muchos peligros y de las prolongadas fatigas del camino, con ayuda de Alah (¡glorificado y venerado sea!) acabé por llegar con bien a mi ciudad, que es ésta. Y me puse inmediatamente a recorrer calles y barrios en busca de la casa de mi hermano. Y Alah permitió que entonces encontrase a este niño jugando con sus camaradas. ¡Y por Alah el Todopoderoso, ¡oh mujer de mi hermano! que, apenas le vi, sentí que mi corazón se derretía de emoción por él; y como la sangre reconocía a la sangre; no vacilé en suponer en él al hijo de mi hermano! Y en aquel mismo momento olvidé mis fatigas y mis preocupaciones, y creí enloquecer de alegría...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.