Las mil y una noches:691
PERO CUANDO LLEGO LA 724ª NOCHE
editarElla dijo:
"¡... me guardaré la lengua entre los dientes y mis reflexiones en el espíritu!"
Mientras hablaban así, vieron de repente aparecer en el lago una barca con un barquero, y estaba tan cerca de ellos, que no supieron si había salido del seno del agua o si había bajado del fondo del aire. Y aquella barca era de madera de sándalo rojo y en medio tenía un mástil del ámbar más fino, y jarcias de seda. En cuanto al barquero, poseía cuerpo de ser humano, hijo de Adán, pero su cabeza se parecía a la de un elefante y ostentaba dos orejas que le caían hasta tierra y arrastraban tras él como la cola de Agar.
Cuando la barca estuvo solo a cinco codos de la orilla, se detuvo, y el barquero con cabeza de elefante estiró la trompa y tomó con ella, uno tras otro, a ambos compañeros, y los transportó a la barca con tanta facilidad como si fuesen plumas, y les colocó con mucho cuidado. Y al punto sumergió en el agua su trompa, y utilizándola a la vez como remo y timón, se alejó de la orilla. Y alzó sus inmensas orejas rastreras y las desplegó por encima de su cabeza al viento, que hubo de henchirlas tumultuosamente como si fuesen velas. Y maniobró con ellas, volviéndolas hacia el lado de la brisa, con más seguridad con que un capitán haría maniobrar los aparejos de su barco. E impulsada de aquel modo, voló la barca cual un pájaro en el lago.
Cuando llegaron a orillas de una de las islas, el barquero les cogió de nuevo con la trompa, a uno tras de otro, y les dejó en la arena, sin lastimarles, para desaparecer al punto con su barca.
Entonces Mubarak cogió de la mano al príncipe y se internó con él en el interior de la isla, siguiendo un sendero pavimentado con pedrerías de todos colores en vez de guijarros. Y caminaron de aquella manera hasta que llegaron ante un palacio enteramente construido con piedras de esmeralda y rodeado de un ancho foso, en cuyos bordes había plantados de trecho en trecho árboles tan altos que cubrían todo el palacio con su sombra. Y frente a la puerta principal de entrada, que era de oro macizo, había un puente formado de conchas y que lo menos medía seis toesas de largo por tres de ancho. Y sin atreverse a franquear aquel puente, Mubarak se detuvo, y dijo el príncipe: "No podemos ir más adelante. ¡Pero si queremos ver al Anciano de las Tres Islas, podemos hacer un conjuro mágico!" Y extrajo de un saco que llevaba oculto entre la ropa cuatro tiras de seda amarilla. Y con una se rodeó la cintura, y se puso otra a la espalda. Luego dió las otras dos al príncipe, que hizo el mismo uso de ellas. Y entonces Mubarak extrajo del saco dos alfombras preciosas de seda fina, las extendió en el suelo y esparció encima algunos granos de almizcle de ámbar, murmurando fórmulas de encanto. Después se sentó, con las piernas cruzadas, en medio de una de aquellas alfombras, y dijo al príncipe: "¡Ponte en medio de la otra alfombra!" Y Zein ejecutó la orden, y Mubarak le dijo: "Ahora voy a conjurar al Anciano de las Tres Islas, que habita este palacio. ¡Haga Alah que venga a nosotros sin encolerizarse! Porque he de advertirte ¡oh mi señor! que no estoy muy seguro de la manera cómo va a recibirnos, y siento inquietud por las consecuencias de nuestra empresa; pues si no le agrada nuestra llegada a la isla, aparecerá bajo la forma de un monstruo espantoso, pero si no le molesta nuestra venida, se mostrará bajo la forma de un amable y noble Adamita.
En cuanto esté ante nosotros, tendrás que levantarte en honor suyo, y sin salirte de la alfombra le harás las zalemas más respetuosas, y le dirás: "¡Oh poderoso señor, soberano de soberanos! ¡henos aquí en el recinto de tu soberanía y habiendo entrado por la puerta de tu protección! Por lo que a mí se refiere, soy tu esclavo Zein, sultán de Bassra, hijo del difunto sultán a quien se llevó el ángel de la muerte después de que finara en la paz de su Señor. ¡Y vengo a solicitar de tu generosidad y de tu poder los mismos favores que dispensaste a mi difunto padre, servidor tuyo!" Y si te pregunta qué gracia quieres que te conceda, le contestarás: "¡Oh soberano mío! ¡lo que vengo a solicitar de tu generosidad es la séptima joven de diamante!"
Y contestó Zein: "¡Escucho y obedezco!"
Entonces, cuando acabó de instruir así al príncipe Zein, Mubarak empezó a hacer conjuros, fumigaciones, recitados, abjuraciones y ensalmos, que para Zein no tenían significación ninguna. E inmediatamente se ocultó el sol tras un montón de nubes negras, y toda la isla se cubrió de espesas tinieblas, y brilló un largo relámpago que fué seguido de un trueno. Y levantóse un viento furioso que sopló hacia ellos; y oyeron un grito espantoso que estremeció los aires; y hubo un temblor de tierra semejante al que el ángel Israfil ha de causar el día del juicio.
Cuando Zein vió y oyó todo aquello, se sintió poseído de una gran emoción, que tuvo cuidado de no dejar traslucir, sin embargo; y pensó para sí: "¡Por Alah, que esto es un presagio bastante malo!" Pero Mubarak, que le adivinó el pensamiento, empezó a sonreír, y le dijo: "No tengas miedo, ¡oh mi señor! ¡Estas señales, por el contrario, deben tranquilizarnos! ¡Todo va bien, con ayuda de Alah!"
Efectivamente, en el mismo instante en que él pronunciaba estas palabras...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.