Las mil y una noches:683
Y CUANDO LLEGO LA 717ª NOCHE
editarElla dijo:
"... Y mi alma y mi corazón están con ella. ¡Y mientras no me sea posible volver a verla, no disfrutaré de dicha alguna, aunque gozase de las delicias del paraíso!"
Habló así, y a medida que se coloreaban sus mejillas sombreadas, crecía mi cariño hacia él. Y le dije cuando calló: "¡Oh Otbah! ¡oh primo mío ¡pon tu esperanza en Alah, y ruégale que te otorgue el perdón de tus pecados! Por lo que a mí se refiere, heme aquí dispuesto a ayudarte con todo mi poder y con todos mis medios para que encuentres a la joven de tus pensamientos. ¡Porque al verte sentí que mi alma iba por sí misma en pos de tu persona, y lo que haga yo por ti en lo sucesivo será únicamente por ver bajarse contentos hacia mí tus ojos!" Y así diciendo, le oprimí contra mí afectuosamente, y le besé como un hermano besaría a su hermano; y durante toda la noche no cesé de tranquilizar su alma querida. Y en verdad que en toda mi vida olvidaré aquellos momentos deliciosos e incompletos pasados al lado suyo.
Al día siguiente fui con él a la mezquita, y le dejé pasar el primero por consideración. Y estuvimos juntos allí, desde por la mañana hasta mediodía, hora en que las mujeres suelen ir a la mezquita. Pero, con gran desaliento por nuestra parte, observamos que ya estaban en la mezquita todas las mujeres, sin que entre ellas se encontrara la joven. Y al ver yo la pena que aquel descubrimiento producía en mi joven amigo, le dije: "¡No te inquietes por eso! ¡Voy a preguntar por tu bienamada a estas mujeres que ayer estaban con ella!"
Y salí corriendo hasta llegar junto a ellas, y conseguí al fin que me enterasen de que la joven era una virgen de muy alta estirpe que se llamaba Riya, y era hija de Al-Ghitrif, jefe de la tribu de los Bani-Sulem. Y les pregunté: "¡Oh mujeres de bien! ¿por qué no ha venido ella hoy con vosotras?" Contestaron: "¿Cómo ha de hacerlo, si su padre, que custodió a los peregrinos durante la travesía por el desierto desde el Irak hasta la Meca, ha regresado ayer con sus jinetes a su tribu, que está a orillas del Eufrates, y ha llevado consigo a su hija Riya?" Y les di las gracias por sus informes, y volví al lado de Otbah; y le dije: "¡Las noticias que te anuncio ¡ay! no están de acuerdo con mis deseos!" Y le puse al corriente de la marcha de Riya con su padre hacia la tribu. Luego le dije: "Pero tranquiliza tu alma, ¡oh Otbah! ¡oh primo mío! porque Alah me ha concedido riquezas numerosas, y estoy dispuesto a gastarlas para hacerte llegar al logro de tus fines. ¡Y desde este momento voy a tomar parte en el asunto, y a llevarlo a buen término, con ayuda de Alah!" Y añadí: "¡Pero has de tomarte el trabajo de acompañarme!" Y se levantó y me acompañó hasta la mezquita de sus parientes los Ansaritas.
Allí esperamos a que se reuniese el pueblo, y saludé a la asamblea, y dije: "¡Oh creyentes Ansaritas reunidos aquí! ¿qué opinión tenéis acerca de Otbah y del padre de Otbah?" Y contestaron a la vez: "¡Todos creemos que son árabes, pertenecientes a una familia ilustre y de una noble tribu!" Y les dije: "Sabed, pues, que Otbah, hijo de Al-Hubab, está consumido por una pasión violenta. ¡Y vengo precisamente a rogaros que unáis vuestros esfuerzos a los míos para asegurar su dicha!" Contestaron: "¡De todo corazón amistoso!" Dije: "¡En este caso, tenéis que acompañarme a las tiendas de los Bani-Sulem para ver al jeique Al-Ghitrif, su jefe, a fin de pedirle en matrimonio a su hija Riya para vuestro primo Otbah, hijo de Al-Hubab!" Y todos contestaron con el oído y la obediencia. Entonces monté a caballo, y también Otbah; y la asamblea hizo lo mismo. Y pusimos a galope tendido nuestros caballos sin detenernos. Y de tal suerte conseguimos llegar a las tiendas de los jinetes del jeique Al-Ghitrif, a seis jornadas de Medina.
Cuando nos vió llegar el jeique Al-Ghitrif, salió a nuestro encuentro hasta la puerta de su tienda, y después de las zalemas, le dijimos: "Venimos a pedirte hospitalidad, ¡oh padre de los árabes!" El contestó: "Bienvenidos seáis a nuestras tiendas ¡oh nobles huéspedes!" Y así diciendo, al punto dió a sus esclavos las órdenes necesarias para recibirnos como era debido. Y los esclavos extendieron en honor nuestro esteras y alfombras, y mataron carneros y camellos para ofrecernos un espléndido festín...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.