Las mil y una noches:682

Las mil y una noches - Tomo IV
de Anónimo
Capítulo 682: La tumba de los amantes


LA TUMBA DE LOS AMANTES

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Esta historia nos la trasmite en sus escritos Abdalah, hijo de Al-Kaissi.


Dice:

Iba yo un año en peregrinación a la Santa Casa de Alah. Y cuando hube cumplido con todos mis deberes de peregrino, volví a Medina para visitar una vez más la tumba del Profeta (¡Con El la paz y la bendición de Alah!) Y he aquí que estando yo sentado cierta noche en un jardín, no lejos de la tumba venerada, oí una voz que cantaba muy dulcemente en medio del silencio.

Encantado, presté toda mi atención, y escuchando de aquel modo, entendí estos versos que la tal voz cantaba:

¡Oh ruiseñor de mi alma, que exhalas tus cantos en recuerdo de la bienamada... ! ¡Oh tórtola de su voz! ¿cuándo responderás a mis gemidos?
¡Oh noche! ¡Cuán larga resultas para aquellos a quienes atormenta la fiebre de la impaciencia, para aquellos a quienes torturan las preocupaciones de la ausencia!
¡Oh luminosa aparecida! ¿acaso no brillaste como un faro en mi camino más que para desaparecer y dejarme errar a ciegas en las tinieblas?

Luego se hizo el silencio. Y miré a todos lados para ver quién acababa de cantar aquellas estrofas apasionadas, cuando se presentó a mí el poseedor de la voz. Y a la claridad que caía del cielo nocturno, vi que era un joven hermoso hasta arrebatar las almas y que tenía bañado en lágrimas el rostro.

Me volví hacia él, y no pude menos que gritar: "¡Ya Alah! ¡qué joven tan hermoso!" Y le tendí los brazos. Y él me miró, y me preguntó: "¿Quién eres y qué quieres de mi?" Y contesté, inclinándome ante su belleza: "¿Qué voy a querer de ti que no sea bendecir a Alah al mirarte? Por lo que a mí y a mi nombre se refiere, soy tu esclavo Abdalah, hijo de Ma'amar Al-Kaissi. ¡Oh mi señor, cómo desea mi alma conocerte! Tu cántico que oí hace un momento me ha impresionado, y tu presencia acaba de transportarme. ¡Y aquí me tienes dispuesto a sacrificarte mi vida, si pudiera serte útil!" Entonces me miró el joven, ¡ah, con qué ojos! y me dijo: "¡Siéntate, pues, a mi lado!" Y me senté muy cerca de él, con el alma estremecida, y me dijo: "¡Escucha ahora, ya que te he llegado al corazón, lo que acaba de sucederme!"

Y prosiguió en estos términos: "Soy Otbah, hijo de Al Hubab, hijo de Al-Mundhir, hijo de Al-Jamuh el Ansarita. Y he aquí que ayer por la mañana hacía yo mis devociones en la mezquita de la tribu, cuando vi entrar, ondulando sobre su cintura y sus caderas, a varias mujeres muy hermosas que acompañaban a una joven cuyos encantos borraban los de todas las demás. Y en un momento dado aquella luna se acercó a mí, sin ser notada entre la muchedumbre de fieles, y me dijo: "¡Otbah! ¿qué te parecería la unión con la que es tu amante y desea ser tu esposa?" Luego, antes de que yo tuviese tiempo de abrir la boca para contestarle, ella me dejó y desapareció en medio de sus acompañantes. Después salieron de la mezquita todas juntas, y se perdieron entre la multitud de peregrinos. Y a pesar de todos los esfuerzos que hice para encontrarla, no pude volver a verla desde aquel instante. Y mi alma y mi corazón están con ella. ¡Y mientras no me sea posible volver a verla, no disfrutaré de dicha alguna, aunque gozase de las delicias del paraíso...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.