Las mil y una noches:672

Las mil y una noches - Tomo IV
de Anónimo
Capítulo 672: Y cuando llegó la 706ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 706ª NOCHE

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Ella dijo:

¡... Y ya sabremos encontrar para ti una egipcia bella y experta que sin duda alguna te resarcirá y te consolará de la pérdida de esa princesa franca!" Pero contestó Nur, sin dejar de llorar: "¡No por Alah, mi buen tío, que nada podrá resarcirme de la pérdida de la princesa ni hacerme olvidar mi dolor!" El jeique preguntó: "Pues entonces, ¿qué vas a hacer ahora? ¡El navío se alejó con la princesa, y nada podrán ya tus lamentos!" El joven dijo: "¡Pues por eso voy a volver a la ciudad del rey de los francos, y sacaré de allí a mi bienamada!"

El otro dijo: "¡Ah hijo mío, no escuches los dictados de tu alma temeraria! Si conseguiste llevártela contigo la primera vez, ten cuidado con la segunda tentativa, y no olvides el proverbio que dice: "¡No siempre que se cae queda intacto el jarro!" Pero Nur contestó: "¡Te agradezco tus consejos de prudencia, tío mío; pero nada impedirá que vaya a recuperar a mi bienamada, aunque tuviera que exponer a la muerte mi alma preciosa!" Y como, por voluntad de la suerte, se encontraba en el puerto un navío pronto a hacerse a la vela con rumbo a las islas de los francos, el joven Nur se presentó a embarcarse en él, y al punto levaron el ancla.

Razón tenía el jeique, propietario del khan, en advertir a Nur los peligros en medio de los cuales iba a arrojarse desatentadamente. En efecto, el rey de los francos, desde que ocurrió la última aventura a su hija, había jurado por el Mesías y por los libros de la impiedad exterminar por tierra y por mar a la raza de los musulmanes; y había mandado fletar cien navíos de guerra para dar caza a los barcos de los musulmanes y asolar las costas y sembrar por doquiera ruina, carnicería y muerte. Así es que, en el momento en que entraba en el mar de las islas el navío donde se hallaba Nur, fue visto por uno de aquellos barcos de guerra, y capturado y conducido al puerto del rey de los francos, precisamente el primer día de las fiestas que se daban para celebrar las nupcias del visir tuerto con la princesa Mariam. Y para celebrar mejor aquellas fiestas y satisfacer su sed de venganza, el rey dio orden de hacer morir en el palo a todos los prisioneros musulmanes.

Se ejecutó, naturalmente, orden tan feroz, y todos los prisioneros musulmanes fueron empalados, uno tras otro, a la puerta del palacio en que tenía lugar la boda. Y ya no quedaba por empalar más que el joven Nur, cuando el rey, que asistía con toda su corte a la ejecución, le miró atentamente, y dijo: "¡No estoy seguro; pero, ¡por el Mesías! me parece que éste es el joven que cedí, hace algún tiempo, a la celadora de la iglesia! ¿A qué se debe que esté aquí después de evadirse la primera vez?"

Y añadió: "¡Hola! ¡hola! ¡que le empalen por haberse evadido!" Pero en aquel momento se adelantó el visir tuerto, y dijo al rey: "¡Oh rey del tiempo! ¡también yo hice a mi vez una promesa! ¡Y consiste en inmolar a la puerta de mi palacio tres musulmanes jóvenes para atraer la bendición sobre mi matrimonio! ¡Te ruego, pues, que me facilites los medios de cumplir mi promesa, dejándome escoger tres prisioneros entre la redada de prisioneros!" Y dijo el rey: "¡Por el Mesías, que no sabía yo tu promesa! ¡De no ser así, te hubiera cedido no tres, sino treinta prisioneros! Y el visir se llevó consigo a Nur, con intención de regar con la sangre del joven el umbral de su palacio; pero después de haber pensado que su promesa no se cumpliría por completo mientras no sacrificase a tres musulmanes a la vez, arrojó a Nur, todo encadenado, en la cuadra del palacio, adonde por el momento pensaba torturarle de hambre y sed.

Y he aquí que el visir tuerto tenía en su cuadra dos caballos gemelos de una hermosura milagrosa, de la raza más noble de Arabia, y cuya genealogía llevaban colgada al cuello en una bolsa sujeta por una cadena de turquesas y de oro. Uno de ellos era blanco como una paloma y se llamaba Sabik, y el otro era negro como un cuervo y se llamaba Lahik. Y aquellos dos maravillosos caballos eran famosos entre los francos y los árabes, y daban envidia a reyes y sultanes. Uno de aquellos caballos, empero, tenía en un ojo una nube blanca; y la ciencia de los más hábiles veterinarios no pudo conseguir que desapareciese. Y el mismo tuerto había tratado de curarle, porque estaba muy versado en las ciencias y en la medicina; pero no hizo más que agravar el mal y aumentar la opacidad de la nube.

Cuando Nur, conducido por el visir, llegó a la cuadra, observó la nube en el ojo del caballo y se sonrió. Y el visir viole sonreír de aquella manera, y le dijo: "¡Oh musulmán! ¿de qué te sonríes?" El joven dijo: "¡De esa nube!" El visir dijo: "¡Oh musulmán! ¡ya se que los de tu raza son muy entendidos en caballos y conocen mejor que nosotros el arte de cuidarlos! ¿Es por eso por lo que te sonríes?" Y Nur, que precisamente sabía a maravilla el arte veterinario, contestó: "¡Tú lo has dicho! ¡En todo el reino de los cristianos no hay veterinario que pueda curar a ese caballo! ¡Pero yo puedo hacerlo! ¿Qué me darás si mañana te encuentras a tu caballo con los ojos tan sanos como los de la gacela?" El visir contestó: "¡Te concederé la vida y la libertad y te nombraré en el momento jefe de mis caballerizas y veterinario del palacio!" Nur dijo: "¡En ese caso, desátame las ligaduras!" Y el visir desató las ligaduras que sujetaban los brazos de Nur; y Nur cogió enseguida sebo, cera, cal y ajo, y lo mezcló con extracto de cebollas concentrado, e hizo un emplasto que aplicó al ojo del caballo. Tras de lo cual se acostó en el camastro de la cuadra, y dejó a Alah el cuidado de la cura...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.