Las mil y una noches:664

Las mil y una noches - Tomo IV
de Anónimo
Capítulo 664: Pero cuando llegó la 678ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 678ª NOCHE

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Ella dijo:

"¿... Para qué sirven los sabios sin zib? ¡Mejor será que vaya a esconderse!"

Entonces, para que la joven no siguiese en sus insultos al viejo síndico, el subastador se apresuró a continuar la subasta, chillando a toda voz: "¡Oh mercaderes! ¡oh compradores! ¡la subasta está abierta y permanece abierta! ¡Para el mejor postor será la hija de reyes!" Entonces adelantóse otro mercader, que no había presenciado lo que acababa de ocurrir, y que dijo, deslumbrado por la belleza de la joven: "¡Para mí, por novecientos cincuenta dinares!"

Pero al verle, la joven lanzó una carcajada; y cuando se acercó él a ella para examinarla mejor, le dijo: "Dime, ¡oh jeique! ¿tienes en tu casa un alfanje fuerte?" El contestó: "Sí, ¡por Alah! ¡oh señora mía! Pero ¿para qué lo quieres?"

Ella contestó: "¿No ves que ante todo necesitas cortarte un buen pedazo de esa berenjena que llevas a modo de nariz? No ignorarás que a ti mejor que a nadie cuadran estas palabras del poeta:

¡En su rostro se eleva un inmenso minarete que por sus dos puertas podría dar acceso a todos los humanos! Y de una vez se despoblaría la tierra entonces!

Cuando el mercader de la nariz gorda hubo oído estas palabras de la joven, sintió tanta ira, que estornudó muy fuerte; luego, cogiendo por el cuello al subastador, le asestó golpes en la nuca, gritando: "¡Maldito subastador! ¿es que sólo nos has traído a esta impúdica esclava para que nos injurie y nos convierta en motivo de escarnio?" Y el subastador, muy pesaroso, se encaró con la joven, y le dijo: "¡Por Alah, que en todo el tiempo que llevo ejerciendo mi oficio, nunca tuve una jornada tan mala como ésta! ¿No podrás reprimir los desórdenes de tu lengua, y dejarnos ganar nuestro sustento?" Luego, para poner fin a los murmullos que se alzaban, continuó la subasta.

Entonces se presentó un tercer mercader muy barbudo, que quiso comprar la hermosa esclava. Pero antes de que abriese la boca para pujar, la joven se echó a reír, y exclamó: "Mira., ¡oh subastador! En casa de este hombre está cambiado el orden de la Naturaleza; es un carnero de cola gorda, ¡pero le ha salido la cola en el mentón! ¡Y claro está que no pensarás en cederme a un hombre que posee una barba tan larga, y por consiguiente, un ingenio tan corto! ¡Porque ya sabes que la inteligencia y la razón están en orden inverso con la longitud de la barba!"

¡Al oír estas palabras, el subastador, en el límite de la desesperación, no quiso llevar más adelante aquella venta! Y exclamó: "¡Por Alah, que ya no ejerzo más por hoy mi oficio!" Y cogiendo de la mano a la joven, poseído de terror, se la entregó a su antiguo amo el persa, diciéndole: "¡Es invendible entre nosotros! ¡Que Alah abra para ti por otra parte la puerta de la venta y de la compra!"

Y sin turbarse ni conmoverse, el persa se encaró con la joven, y le dijo: "¡Alah es el más generoso! ¡Ven, hija mía, que acabaremos por encontrar al comprador que te corresponda!" Y se la llevó consigo y se marchó, cogiéndola de la mano, mientras que con la otra mano conducía de la brida a la mula, y la joven lanzaba con sus ojos a los que la miraban largas flechas negras y aceradas.

¡Y he aquí que sólo entonces fué cuando advertiste al joven Nur, ¡oh maravillosa! y a su vista, sentiste que el deseo te mordía el hígado y el amor te trastornaba las entrañas! Y te paraste de pronto y dijiste a tu amo el persa: "¡A éste es a quien quiero! ¡Véndeme a él!" Y el persa se volvió y divisó a su vez a aquel joven adornado con todos los encantos de la juventud y de la belleza, y elegantemente envuelto en un manto color de pasa. Y dijo a la joven: "Ese joven estaba entre los presentes hace un momento en la subasta, y no se adelantó a pujar. ¿Cómo quieres, pues, que vaya a proponerte a él? ¿No ves que un paso así haría bajar mucho el precio de la venta?" Ella contestó: "No hay inconveniente en que así sea. No quiero pertenecer a nadie más que a ese hermoso joven. Y no me poseerá ninguno otro". Y se adelantó resueltamente hacia el joven Nur, y le dijo, deslizándole una mirada cargada de tentaciones: "¿Es que no soy lo bastante bella ¡oh mi señor! para que te dignes pujar tú?" El joven contestó: "¡Oh soberana mía! ¿acaso hay por el mundo una belleza que se te pueda comparar?" Ella preguntó: "¿Por qué, pues, me has desdeñado, cuando me proponían al mejor postor?" ¡Sin duda no me encuentras de tu agrado!" El joven contestó: "Alah te bendiga, ¡oh mi señora! En verdad que de estar en mi país te hubiese comprado con todas las riquezas y los bienes todos que posee mi mano. ¡Pero aquí no soy más que un extranjero y no poseo, por todo recurso, más que una bolsa con mil dinares!" Ella dijo: "¡Ofrécela para comprarme y no te arrepentirás!" Y el joven Nur, sin poder resistir a la tentación de la mirada fija en él, se quitó el cinturón en que tenía guardados los mil dinares, y contó y pesó el oro ante el persa. Y ultimaron el trato ambos tras de hacer ir al kadí y a los testigos para la legalización del contrato de venta y compra. Y al fin de confirmar el acto, declaró la joven: "¡Consiento en que se me venda a este hermoso joven por los mil dinares entregados a mi amo el persa!" Y los presentes se dijeron unos a otros: "¡Ualah! ¡están hechos el uno para el otro!" Y el persa dijo a Nur: "¡Ojalá sea para ti ella motivo de bendiciones! ¡Regocijaos juntos con vuestra juventud! ¡por igual merecéis la dicha que os espera...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.