Las mil y una noches:663
PERO CUANDO LLEGO LA 677ª NOCHE
editarElla dijo:
"... Y al pasar por el zoco de los mercaderes de flores y frutas, que era particularmente agradable, vió que pasaba un persa montado en una mula, llevando a la grupa una maravillosa joven de aspecto delicioso y estatura de cinco palmos largos. Era blanca como la bellota en su cáscara, como la breca en la pecera, como palmera en el desierto. Su rostro era más deslumbrante que el resplandor del sol, y bajo la guardia de los arcos tensos de sus cejas, brillaban dos grandes ojos negros, originarios de Babilonia. Y a través de la tela transparente que la envolvía, se adivinaban en ella esplendores a ningunos otros parecidos: mejillas suaves cual el raso más hermoso y sembradas de rosas; dientes que eran dos collares de perlas; senos firmes y amenazadores; caderas ondulosas; muslos semejantes a las colas rollizas de los carneros de Siria, y guardando en su cima de nieve un tesoro incomparable, y soportando un trasero formado en su totalidad con una pasta de perlas, de rosas y de jazmines. ¡Gloria a su Creador!
Así es que, cuando el joven Nur vió a aquella joven, que superaba en esplendores a la morena egipcia del jardín, no pudo menos de seguir a la mula feliz que la llevaba. Y echó a andar detrás de ella hasta que llegaron a la plaza del Mercado de Esclavos.
Entonces el persa se apeó de la mula, y tras de ayudar a la joven para que se apease a su vez, la cogió de la mano y se la entregó al subastador público para que la subastase en el mercado. Y el subastador, apartando a la muchedumbre, hizo sentarse a la joven en medio de la plaza sobre un sillón de marfil enriquecido de oro. Luego paseó sus miradas por los que lo rodeaban, y gritó:
"¡Oh mercaderes! ¡oh compradores! ¡oh dueños de riquezas! ¡Ciudadanos y beduinos! ¡oh presentes que me rodeáis de cerca o de lejos, abrid la subasta! ¡Nadie censura al primer postor! ¡Examinad y hablad! ¡Alah es omnipotente y omnisciente! ¡Abrid la subasta!"
Entonces se adelantó en primer término un anciano, que era el síndico de los mercaderes de la ciudad y ante quien ninguno se atrevió a alzar la voz para pujar. Y lentamente dió la vuelta al sillón en que estaba la joven, y después de examinarla con gran atención, dijo: "¡Abro la subasta ofreciendo novecientos veinticinco dinares!"
Al punto gritó con toda su alma el subastador: "¡Se abre la subasta con una oferta de novecientos veinticinco dinares! ¡Oh abridor! ¡Oh omnisciente! ¡Oh generoso! ¡En novecientos veinticinco dinares está tasada la perla incomparable!" Luego, como nadie quería aumentar la puja por consideración al venerable síndico, el subastador encaróse con la joven, y le preguntó: "¿Consientes ¡oh soberana de las lunas! en pertenecer a nuestro venerable síndico?" Y contestó la joven debajo de sus velos: "¿Estás loco, ¡oh subastador! o solamente tienes dislocación de la lengua, ya que me haces semejante ofrecimiento?"
Y preguntó el subastador, cohibido: "¿Y por qué, ¡oh soberana de las bellas!?" Y dijo la joven, descubriendo con una sonrisa las perlas de su boca: "¡Oh subastador! ¿no te da vergüenza ante Alah y por tu barba querer entregar jóvenes de mi calidad a un anciano como éste, decrépito y sin facultades, al cual más de una vez sin duda su mujer le habrá, reprochado su frialdad en términos violentos e indignados? ¿Y acaso no sabes que es a ese viejo precisamente a quien se aplican estos versos del poeta:
- ¡Me pertenece en propiedad un zib calamitoso! ¡Es de cera que se derrite, pues cuanto más se le toca, más se ablanda!
- ¡Por más razones que le expongo, se obstina en dormir cuando hace falta que se despierte! ¡Es un zib perezoso!
- ¡Pero en cuanto estoy con él a solas, he aquí que de pronto se siente poseído de ardor guerrero! ¡Ah! ¡es un zib calamitoso!
- ¡Es avaro cuando tiene que alardear de generosidad, y pródigo cuando tiene que hacer economías! ¡Hijo de perro! ¡Si duermo, se despierta al punto; y si me despierto, al punto se duerme!
- ¡Es un zib calamitoso! ¡Maldito sea quien se compadezca de él!
Cuando los presentes oyeron estas palabras y estos versos de la joven, se pusieron extremadamente serios en vista de aquella falta de consideración y de respeto para con el síndico. Y el subastador dijo a la joven: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que estás haciendo que se me ennegrezca el rostro en presencia de los mercaderes! ¿Cómo puedes decir semejantes cosas de nuestro síndico, que es un hombre respetable y prudente, incluso un sabio?"
Pero ella contestó: "¡Ah! ¡tanto mejor entonces, si es un sabio! ¡Ojalá le aproveche la lección! ¿Para qué sirven los sabios sin zib? ¡Mejor será que vaya a esconderse...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.