Las mil y una noches:597
Y CUANDO LLEGO LA 598ª NOCHE
editarElla dijo:
"... Y habiendo dicho estas palabras, Esplendor se elevó por los aires y fué a posarse un instante sobre la cúpula del palacio para alisar sus plumas. Luego reanudó su vuelo, y desapareció en las nubes con sus dos hijos.
En cuanto a la pobre madre de Hassán, estuvo a punto de expirar de dolor, y quedó sin movimiento, desplomada en el suelo. Y Sett Zobeida se inclinó sobre ella y le prodigó por sí misma los cuidados necesarios; y cuando la hubo reanimado un poco, le dijo: "¡Ah madre mía! ¿por qué en vez de negarlo todo, no me has prevenido de que Esplendor podía hacer semejante uso de esa ropa encantada, de ese manto fatal! ¡Me hubiese guardado mucho entonces de dejarlo en su poder! Pero, ¿cómo iba yo a adivinar que la esposa de tu hijo pertenecía a la raza de los genn aéreos? ¡Te ruego, pues, mi buena madre, que me perdones por mi ignorancia y que no censures con exceso un acto que no premedité!"
Y dijo la pobre vieja: "¡Oh mi señora, yo sola tengo la culpa! ¡Y la esclava nada tiene que perdonar a su soberana! ¡Cada cual lleva colgado al cuello su destino! ¡Y el mío y el de mi hijo, es morir de dolor!" Y buscó ella a los nietos y no los encontró; y buscó a la esposa de su hijo y no la encontró! Entonces rompió en lágrimas y en sollozos, más próxima a la muerte que a la vida. E hizo erigir en la casa tres tumbas, una grande y dos pequeñas, junto a las cuales se pasaba los días y las noches gimiendo y llorando.
Y recitaba estos versos y muchos otros:
- ¡Oh nietos míos! ¡como la lluvia por las ramas secas, corre mi llanto por mis mejillas arrugadas!
- ¡El adiós de vuestra marcha, es el adiós a nuestra vida! ¡Vuestra pérdida es la pérdida de nuestra alma, y yo ¡ay! sigo aquí!
- ¡Vosotros erais mi alma! ¿Cómo habiéndome abandonado mi alma, puedo vivir todavía ¡oh pobres pequeñuelos míos!? ¡Y yo sigo aquí!
¡Y esto es lo referente a ella! Pero respecto a Hassán, cuando hubo pasado tres meses con las siete princesas, pensó en partir para no poner en inquietud a su madre y a su esposa. Y golpeó la piel de gallo del tambor; y se presentaron los dromedarios. Y cargaron cinco dromedarios con lingotes de oro y de plata y cinco con pedrerías. Y le hicieron prometer que volvería a verlas al cabo de un año. Luego le besaron todas, una tras de otra, poniéndose en fila; y cada cual a su vez le dedicó una o dos estrofas muy tiernas, en las que le expresaban cuánto les afligía su partida. Y se balanceaban rítmicamente sobre sus caderas, marcando la cadencia de los versos. Y Hassán les respondió con este poema improvisado:
- ¡Mis lágrimas son perlas, de las cuales os ofrezco un collar, hermanas mías! ¡He aquí que en el día de la marcha, afirmado sobre los estribos, ya no puedo volver riendas!
- ¡Oh hermanas mías! ¿Cómo me arrancaré de vuestros brazos amantes? ¡Mi cuerpo se aleja; pero mi alma queda con vosotras! ¡Ay! ¡ay! ¿cómo volver ya riendas con el pie en el estribo?
Después se alejó Hassán en su dromedario, a la cabeza del convoy, y llegó felizmente a Bagdad, la ciudad de Paz. Pero, al entrar en su casa, casi no reconoció Hassán a su madre, de tanto como había cambiado la infortunada a fuerza de lágrimas, de ayuno y de vigilias. Y como no veía que acudiese su esposa con los niños, preguntó a su madre: "¿Dónde está la mujer? ¿Y dónde están los niños?" Y su madre no pudo responder más que con sollozos. Y Hassán echó a correr como un loco por las habitaciones, y en la sala de reunión vió abierto y vacío el cofre en que hubo de guardar el manto encantado. ¡Y se volvió y advirtió en medio de la estancia las tres tumbas!
Entonces se desplomó cuan largo era, sin conocimiento, dando en la piedra con la frente. Y a pesar de los cuidados de su madre, que voló en socorro suyo, permaneció en aquel estado desde por la mañana hasta por la noche. Pero acabó por volver en sí, y desgarró sus vestiduras y se cubrió la cabeza con ceniza y polvo. Luego precipitóse de improviso sobre su espada y quiso atravesarse con ella. Pero su madre se interpuso entre él y la espada, extendiendo los brazos. Y le apoyó la cabeza en su pecho, y le hizo sentarse, aunque no tardó él en retorcerse de desesperación por el suelo como una serpiente. Y se puso ella a contarle poco a poco todo lo que había sucedido durante su ausencia, y concluyó diciéndole: "Ya ves, hijo mío, que a pesar de la inmensidad de nuestra desdicha, no debe la desesperación entrar en tu corazón, puesto que puedes encontrar a tu esposa en las islas Wak-Wak.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.