Las mil y una noches:586
Y CUANDO LLEGO LA 587ª NOCHE
editarElla dijo:
"... Y así era la joven que había subido a sentarse, real y desnuda, en el trono de oro a orillas del lago.
Cuando hubo reposado de su baño, dijo a sus compañeras, echadas junto a ella en el estrado: "¡Dadme mis ropas interiores!" Y las jóvenes se acercaron, y por todo vestido le pusieron a los hombros un chal de oro, una gasa verde en los cabellos y un cinturón de brocado en torno del talle. ¡Y quedó ataviada de este modo! Y parecía una recién casada y estaba más maravillosa que una maravilla. Y Hassán la miraba, oculto tras los árboles de la terraza, y no obstante el deseo que le impulsaba a avanzar, no lograba hacer un movimiento, de tan inmóvil como le tenía su entusiasmo y de tan aniquilado como le tenía la emoción.
Y dijo la joven: "¡Oh princesas! ¡he aquí que llega la mañana, y ya es hora de que pensemos en marcharnos, pues nuestro país está lejos y ya hemos descansado bastante!" Entonces la vistieron con su traje de plumas, se vistieron ellas de la misma manera, y echaron todas juntas a volar, iluminando el cielo de la mañana.
¡Eso fué todo!
Y Hassán, estupefacto, las seguía con la vista, y mucho rato después de desaparecer ellas, continuaba con los ojos fijos en el horizonte lejano, presa de la violencia de una pasión que jamás había encendido en su alma la contemplación de ninguna hija de la tierra. Y a lo largo de sus mejillas deslizáronse lágrimas de deseo y de amor, y exclamó: "¡Ah! ¡Hassán, infortunado Hassán! ¡He aquí que en adelante tendrás el corazón entre las manos de las hijas de los genn, tú a quien ninguna belleza pudo retenerte en tu patria!"
Y sumido en un profundo ensueño, y apoyada la mejilla en la mano, improvisó:
- ¿Qué mañana te acogerá, ¡oh desaparecida! bajo su rocío? ¡Vestida de luz y de belleza, te apareces a mí para torturarme el corazón y desaparecer!
- ¿Osaron afirmar que el amor está lleno de dulzura? ¡Ah! si es dulce este martirio, ¿qué no será, pues, la amargura de la mirra?
Y continuó suspirando de tal suerte, sin pegar los ojos, hasta que salió el sol. Luego bajó a orillas del lago y empezó a errar de aquí para allá, respirando en el aire fresco los efluvios que dejaron ellas. Y siguió consumiéndose durante todo el día en espera de la noche, para entonces subir a la terraza, aguardando que volvieran los pájaros.
Pero no vió nada aquella noche ni las demás noches. Y Hassán, desesperado, ya no quiso comer, ni beber, ni dormir, y no hizo otra cosa que enervarse más cada vez con su pasión por la desconocida. Y se desmejoró y palideció; y poco a poco le abandonaron sus fuerzas; y se dejó caer al suelo, diciéndose: "¡La propia muerte es preferible a esta vida de sufrimiento!"
Entretanto, las siete princesas, hijas del rey del Gennistán, regresaron de las fiestas a que las había convidado su padre. Y sin quitarse la ropa de viaje siquiera, la más joven corrió en busca de Hassán. Y le encontró en su habitación, tendido en el lecho, muy pálido y muy angustiado; y tenía cerrados los párpados, y a lo largo de sus mejillas corrían lágrimas lentamente. Y al ver aquello, la joven lanzó un grito doloroso, y se abalanzó a él y le rodeó con sus brazos, cual la hermana haría con el hermano, y le besó en la frente y en los ojos, diciéndole: "¡Oh bienamado hermano mío! ¡por Alah, que mi corazón se derrite al verte en este estado! ¡ah! ¡dime qué mal sufres, para que dé yo con el remedio!" Y con el pecho hinchado por sollozos, Hassán hizo con la cabeza y con la mano una seña que significaba: "¡No!" Y no pronunció ni una sola palabra. Y bañada en lágrimas, y con caricias infinitas en la voz, le dijo la joven: "¡Créeme, hermano mío Hassán, alma de mi alma, delicia de mis párpados, que al ver tus ojos hundidos en sus órbitas por la delgadez, y borradas las rosas de tus mejillas queridas, la vida se me ha hecho odiosa y sin encanto!
¡Por la afección sagrada que nos une, te conjuro a que no ocultes tus penas y tu mal a una hermana que quisiera rescatar tu vida a costa de mil suyas!" Y enloquecida, le cubría de besos y le tenía ambas manos apoyadas contra su pecho, y le suplicaba así, de rodillas junto a su cama. Y al cabo de algún tiempo, Hassán dejó escapar varios suspiros desgarradores, y con voz apagada improvisó estos versos:
- ¡Si miraras atentamente, sin que te explicaran, darías con la causa de mis sufrimientos! ¿Mas para qué enterarse de una enfermedad que no tiene remedio?...
- ¡Mi corazón cambió de sitio y mis ojos no saben ya dormir! ¡Y lo que el amor ha transformado, sólo el amor lo puede restaurar!
Luego corrieron en abundancia las lágrimas de Hassán; y añadió él: "¡Ah, hermana mía! ¿Cómo podrás socorrer a quien sufre por culpa suya? ¡Y, además, mucho me temo que tengas que dejarme morir de pena y de infortunio!" Pero la joven exclamó: "¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, oh Hassán! ¿Qué dices? ¡Aunque tuviera mi alma que abandonar mi cuerpo, no podría evitar el venir en tu ayuda!" Entonces dijo Hassán con sollozos en la voz: "¡Sabe, pues, ¡oh hermana mía Botón-de-Rosa! que hace diez días que no he tomado alimento, y fué por causa de tales y cuales cosas que me han sucedido!" ¡Y le contó toda su aventura sin olvidar un detalle!
Cuando Botón-de-Rosa hubo oído el relato de Hassán, lejos de mostrarse enfadada, ya que tenía motivo para ello, se compadeció mucho de la pena del joven, y se echó a llorar con él...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente: