Las mil y una noches:585

Las mil y una noches - Tomo IV​ de Anónimo
Capítulo 585: Pero cuando llegó la 586ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 586ª NOCHE editar

Ella dijo:

"Entonces Hassán subió a la terraza, que estaba cubierta de plantas y de arbustos cual un jardín, y allá, bajo la claridad milagrosa de la luna, en medio del silencio de la tierra, vió extenderse el paisaje más hermoso que encantó nunca a ojos humanos. A sus pies, dormido en la serenidad, aparecía un gran lago donde se miraba toda la belleza del cielo, y en los rizos deliciosos del agua, sonreía la orilla con ramajes temblorosos de laureles, con mirtos en flor, con almendros coronados por su nieve, con guirnaldas de glicinas, y cantaba el himno de la noche con todas las lenguas de sus pájaros. Y el cendal de seda, rodeado de arbolados, iba a bañar más lejos los cimientos de un palacio de extraña arquitectura, de cúpulas diáfanas, surgido en la transparencia y el cristal de los cielos. Y desde aquel palacio avanzaba hasta el agua, por una escalera de mármol y mosaico, un estrado real construido con franjas alternadas de piedras de rubí, piedras de esmeralda, piedras de plata y piedras de oro. Y encima de este estrado se estiraba, sostenido por cuatro ligeros pilares de alabastro rosa, un velo grande de seda verde que protegía con la dulzura de su sombra un trono de madera de áloe y de oro, de un trabajo exquisito, a lo largo del cual trepaba una parra con pesados racimos cuyos granos eran perlas gruesas como huevos de paloma.

Y todo estaba rodeado por un enrejado de chapas de oro y de plata. Y vivían en aquellas cosas puras tal armonía y tal belleza, que ningún hombre, aunque fuese Khosroes o Kaissar, hubiese podido adivinar o realizar análogos esplendores.

Así es que Hassán, deslumbrado, no osaba moverse por temor de turbar la paz deliciosa de aquellos lugares, cuando, de improviso, vió destacarse del cielo y acercarse visiblemente al lago una bandada de pájaros muy grandes. Y he aquí que fueron a posarse en la orilla del agua; y eran diez; y arrastraban por la hierba sus hermosas plumas blancas y espesas, mientras ellos se balanceaban con indolencia al andar. Y en todos sus movimientos parecían obedecer a un pájaro mayor y más hermoso que todos ellos, que se había dirigido lentamente al estrado y se había subido al trono. Y de pronto los diez a la vez se despojaron de sus plumas con un gracioso ademán. Y cuando arrojaron aquellos mantos, salieron de ellos diez lunas de belleza pura bajo la forma de diez jóvenes desnudas por completo. Y saltaron risueñas al agua, que las recibió con un cabrillear de pedrerías. Y se bañaron con entusiasmo, retozando entre sí; y la más hermosa las perseguía, las atrapaba y se enlazaba con ellas en mil caricias, y las hacía cosquillas y las mordisqueaba con mil risas y mimos.

Cuando acabaron su baño, salieron del lago; y la más bella subió al estrado y fué a sentarse en el trono, sin tener más vestido que su cabellera. Y al contemplar sus encantos, sintió Hassán que se le huía la razón, y pensó: "¡Ah! ¡bien sé ahora por qué me prohibió mi hermana Botón-de-Rosa abrir esa puerta! ¡He aquí que perdí mi reposo para siempre!" Y continuó detallando las diversas bellezas de la joven desnuda. ¡Qué maravillas no vió! ¡ah! ¡En verdad que era, a no dudar, la cosa más perfecta salida de los dedos del Creador! ¡Oh su espléndida desnudez! Superaba a las gacelas en la hermosura de su nuca y en el brillo de sus ojos negros, y a la araka en la esbeltez de su talle. Su cabellera de tinieblas era una noche de invierno, espesa y negra. Su boca, que emulaba a la rosa, era el sello de Soleimán. Sus dientes de marfil joven eran un collar de perlas o de granizos de igual tamaño; su cuello era un lingote de plata; su vientre tenía rincones y escondrijos, y su grupa hoyuelos y protuberancias; su ombligo poseía la capacidad suficiente para contener una onza de almizcle negro; sus muslos eran pesados y a la vez firmes y elásticos cual cojines rellenos de plumas de avestruz, y sobre ellos, en su nido cálido y encantador, semejante a un conejo sin orejas, aparecía una historia llena de gloria, con su terraza y su territorio, y sus cañadas en declive, para dejarse caer allá a fin de olvidar las penas negras. Y también se la hubiera podido tomar por una cúpula de cristal, redonda por todos lados y asentada sobre una base sólida, o por una taza de plata colocada al revés.

Y a una joven así se le podrían aplicar estos versos del poeta:

Vino a mí la joven, vestida con su belleza cual el rosal con sus rosas, y con los senos firmes, ¡oh granadas! Y exclamé: "¡He aquí la rosa y las granadas!"
¡Me había equivocado! ¡Qué error ¡oh joven! fué comparar tus mejillas a las rosas y tus senos a las granadas! ¡Pues ni las rosas de los rosales ni las granadas de los jardines merecen la comparación!
¡Porque se puede aspirar las rosas y coger las granadas! pero a ti, ¡oh virginal! ¿quién puede envanecerse de olerte o de tocarte?

Y así era la joven que había subido a sentarse, real y desnuda, en el trono a orillas del lago...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.