Las mil y una noches:434
PERO CUANDO LLEGO LA 435ª NOCHE
editarElla dijo:
"¡ ... Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre?" Ella dijo: "Es gente de bien quien me ha enviado a ti. Y vengo, hijo mío, a enterarte de que esa joven que ves ahí es hija mía; y su padre, que era un gran mercader, murió, dejándole riquezas considerables. Sale hoy de casa por primera vez, porque hace poco tiempo que es púber, y sé que ha entrado en la edad de casarse, porque he visto en ella señales que no dejan lugar a duda. Y he aquí que me apresuré a hacer que salga, pues dicen los prudentes: "¡Ofrece en matrimonio tu hija, pero no ofrezcas tu hijo!" Y ahí tienes cómo, advertida por una inspiración divina y por un presentimiento secreto, me he decidido a venir para ofrecértela en matrimonio. Y no te preocupes por lo demás, si eres pobre, te daré todo su capital y en vez de una tienda, te abriré dos tiendas. ¡ De esta manera no solamente serás gratificado por Alah con una encantadora joven, sino con tres cosas deseables que empiezan con C y son a saber: Capital, Comodidad y Culo!”
Al oír estas palabras, el joven mercader Sidi-Mohsen contestó a la vieja: "¡Oh madre mía! Todo eso es excelente, y jamás pude anhelar tanto. Así es que te doy las gracias, y no dudo de tus palabras en lo que concierne a las dos primeras C. Pero en cuanto a la tercera C; te confieso que no estaré tranquilo mientras no lo haya visto y comprobado por mis propios ojos; porque antes de morir me lo recomendó mucho mi madre, y me dijo: "¡Cuánto hubiera deseado casarte, hijo mío, con una joven a la que pudiera juzgar con mis propios ojos!" ¡Y la juré que no dejaría de hacerlo yo por ella! ¡Y se murió tranquila ya!"
Entonces contestó la vieja: "¡En ese caso, levántate y sígueme! Yo me encargo de mostrártela completamente desnuda. Pero has de tener cuidado de ir a distancia de ella, aunque sin perderla de vista. ¡Y yo iré a la cabeza para enseñarte el camino!"
Entonces se levantó el joven mercader y llevó consigo una bolsa con mil dinares, diciéndose: "No se sabe lo que ha de ocurrir, y así podré depositar en el momento el importe de los gastos del contrato". Y siguió de lejos a la vieja zorra, que abría la marcha y se decía a sí misma: "¿Cómo vas a arreglarte ahora ¡oh Dalila llena de sagacidad para desvalijar a ese ternero joven!?"
Caminando de tal suerte, seguida por la joven, a la que a su vez seguía el lindo mercader, llegó a la tienda de un tintorero que se llamaba Hagg-Mohammad y era hombre conocido en todo el zoco por la duplicidad de sus gustos. En efecto, era como el cuchillo del vendedor de colocasias, que a la vez perfora las partes masculinas y femeninas del tubérculo; y le gustaba lo mismo el sabor dulce del higo y el sabor ácido de la granada.
Y he aquí que al oír el tintineo de cequíes y cascabeles, Hagg-Mohammad levantó la cabeza y divisó al lindo mozo y a la hermosa joven. ¡Y sintió lo que sintió.
Pero ya Dalila se había acercado a él, y tras de las zalemas, le había dicho, sentándose: "¿Eres Hagg-Mohammad el tintorero?" El contestó: "¡Sí, soy Hagg-Mohammad! ¿Qué deseas?" Ella contestó: "¡Me ha hablado de ti gente de bien! ¡Mira a esa jovenzuela encantadora, que es mi hija, y a ese gracioso jovenzuelo imberbe, que es mi hijo! ¡Les he educado a ambos, y su educación me costó bastantes dispendios! Y ahora has de saber que nuestra vivienda es un vasto y viejo edificio ruinoso, que últimamente me he visto obligada a reparar con vigas de madera y puntales grandes; pero me ha dicho el maestro arquitecto: "¡Harás bien en irte a vivir a otra casa, porque corres mucho riesgo de que se desmorone ésta encima de ti! Y cuando la hayas hecho reparar, podrás volver a habitarla, ¡pero no antes!"
Entonces salí en busca de una casa donde vivir transitoriamente con esos dos hijos; y me ha encaminado a ti gente de bien. ¡Desearía, por tanto, alojarme en tu casa con esos dos hijos que ves ahí! ¡Y no dudes de mi generosidad!"
Al oír estas palabras de la vieja, el tintorero sintió bailarle el corazón en medio de las entrañas, y dijo para sí: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡He aquí que se te pone al alcance de los dientes un pedazo de manteca encima de un pastel!" Luego dijo a Dalila: "Cierto es que tengo una casa con una habitación grande en el piso superior; pero no puedo disponer de ningún cuarto, porque yo vivo en la planta baja, y la habitación de arriba me sirve para recibir a mis invitados los aldeanos que me traen índigo". Ella contestó: "Hijo mío, la reparación de mi casa sólo exigirá un mes a dos a lo más, y conocemos a poca gente aquí. Te ruego, pues, que dividas en dos la habitación grande de arriba y nos des la mitad para nosotros tres. Y ¡por tu vida, ¡oh hijo mío! si quieres que tus invitados los cultivadores de índigo sean invitados nuestros, bienvenidos sean! ¡Estamos dispuestos a comer con ellos y a dormir con ellos!"
Entonces el tintorero se apresuró a entregarle las llaves de su casa; eran tres: una grande, una pequeña y una torcida. Y le dijo: “La llave grande es de la puerta de la casa, la llave pequeña es la del vestíbulo, y la llave torcida es la de la habitación de arriba. ¡De todo puedes disponer, mi buena madre!" Entonces cogió las llaves Dalila y se alejó seguida por la joven, a la que seguía el joven mercader, y de tal suerte llegó a la callejuela donde se entraba a la casa del tintorero, cuya puerta se apresuró ella a abrir con la llave grande...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.