Las mil y una noches:152
PERO CUANDO LLEGO LA 121ª NOCHE
editarElla dijo: "...Y ahora tengo que pedirte una cosa: que me lleves a la tumba de la pobre Aziza para escribir en la loza que la cubre algunas palabras". Y yo contesté: "¡Mañana será, si Alá quiere!" Después me acosté para pasar la noche con ella, pero a cada hora me dirigía preguntas acerca de Aziza, y exclamaba: "¡Ah! ¿Por qué no me advertiste que era la hija de tu tío?" Y yo a mi vez le dije: "Explícame el significado de estas palabras: ¡Qué dulce es la muerte y cuán preferible a la traición!" Pero no quiso decirme nada sobre esto.
Por la mañana se levantó a primera hora, cogió una gran bolsa llena de dinares, y dijo: "¡Levántate y llévame a su tumba! ¡Quiero construirle una cúpula!" Y yo dije: "¡Escucho y obedezco!" Y salimos, y ella me seguía, repartiendo dinero a los pobres por todo el camino. Y decía cada vez: "¡Esta limosna es por el descanso del alma de Aziza!" Y así llegamos a la tumba. Se echó sobre el mármol, derramó abundantes lágrimas, y después sacó de una bolsa de seda un cincel de acero y un martillo de oro. Y grabó admirablemente en el mármol estos versos:
- ¡Una vez me detuve ante una tumba oculta en el follaje! ¡Siete anémonas lloraban sobre ella con la cabeza inclinada!
- Y dije: "¿A quién pertenecerá esta tumba?" Y la voz de la tierra me contestó: "Inclina la frente con respeto! ¡En esta paz duerme una enamorada!"
- Entonces exclamé: "¡Oh tú a quien ha matado el amor! ¡Oh tú, enamorada que duermes en el silencio! Que el Señor te haga olvidar los pesares, y te coloque en la cima más alta del Paraíso!"
- ¡Infelices enamorados, se os abandona hasta después de muertos, pues nadie viene a limpiar el polvo de vuestras tumbas!
- Yo plantaré aquí rosas y flores, y para hacerlas florecer mejor las regaré con mis lágrimas.
En seguida se levantó, echó una mirada de despedida a la tumba y volvimos a emprender el camino a su palacio. Y se mostraba muy tierna. Y me dijo repetidas veces: "¡Por Alá!, no me abandones." Y yo me apresuré a contestar "¡Escucho y obedezco!". Seguí yendo a su casa todas las noches y ella me recibía con mucho entusiasmo y con mucha expansión. Y nada escatimaba para darme gusto. Yo seguí comiendo, bebiendo, besando y copulando; vistiendo cada día los trajes más hermosos unos que otros, y las camisas más finas unas que otras, hasta que me puse muy gordo y llegué al límite de la gordura. No sentía ni penas ni preocupaciones, y hasta se me olvidó completamente el recuerdo de la pobre hija de mi tío. En tal estado, verdaderamente delicioso, pasé todo un año.
Pero he aquí que un día, a principios del año nuevo, había ido al hammam y me había puesto el traje mejor entre los mejores trajes. Y al salir del hammam me había tomado un sorbete y había aspirado voluptuosamente los finos aromas que se desprendían de mi ropón impregnado de perfumes. Me sentía más contento que de costumbre, y todo lo veía blanco a mi alrededor. El sabor de la vida era para mí verdaderamente delicioso, y me sentía en tal estado de embriaguez, que me aligeraba de mi peso, haciéndome correr como un hombre ebrio de vino. Y en tal estado me acudió el deseo de ir a derramar el alma de mi alma en el seno de mi amiga.
Me dirigía, pues, hacia su casa, cuando al atravesar una calleja llamada el Callejón de la Flauta, vi avanzar hacia mí a una vieja que llevaba en la mano un farol para alumbrar el camino, y una carta en un rollo. Me detuve, y la anciana, después de haberme deseado la paz, me dijo..."
En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y no quiso abusar de las palabras permitidas.