Las mil y una noches:0915

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0915: pero cuando llego la 933ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 933ª NOCHE editar

Ella dijo:

"... Y ahora, si queréis, ¡oh señores y señoras mías! os diré el Canto del Alelí. Helo aquí:

Las revoluciones del tiempo han cambiado mi color primitivo, descomponiéndolo en los tres matices diferentes que constituyen mis variedades.
La primera se presenta con la vestidura amarilla del mal de amor; la segunda se ofrece a las miradas vestida con el traje blanco de la inquietud que producen los tormentos de la ausencia; y la tercera aparece bajo el velo azul de la pena de amor.
Cuando soy blanco, no tengo brillo ni perfume. Así es que el olfato desdeña mi corola, y nadie viene a levantar el velo que cubre mis hechizos.
Pero me alegro de verme tan abandonado, porque así lo quería. (Guardo cuidadosamente mi secreto, encierro en mí mismo mi perfume, y disimulo mis tesoros con tanto esmero para que ni los deseos ni los ojos puedan gozar de ellos).
Cuando soy amarillo me propongo, por el contrario, seducir; a tal fin, adopto un aire de voluptuosidad; desde por la mañana hasta por la noche esparzo mi olor almizclado; y en el crepúsculo de la mañana y en el de la tarde dejo escapar mi aromático aliento.
No me censuréis, ¡oh hermanas mías! si, acuciado por los deseos, confío mi pasión al soplo del céfiro. La amante que traiciona su deseo no es culpable, sino que está vencida por la violencia de su amor.
Pero cuando soy azul, reprimo mi ardor durante el día, soporto mi pena con paciencia, y no exhalo el aroma de mi corazón.
Incluso a aquellos que me aman, nada les respondo cuando la luz del sol ofende al misterio en que me complazco; ni les manifiesto el secreto de mi alma, ni siquiera traiciono mi presencia con mi aroma.
Pero en cuanto la noche me cubre con sus sombras, muestro mis tesoros a mis amigos, y me quejo de mis males a los que sufren las mismas penas que yo, y cuando, en el jardín donde están sentados mis amigos, dan la vuelta las copas de vino, yo bebo a mi vez en mi propio corazón.
Entonces, cuando el instante me parece favorable, exhalo mis emanaciones nocturnas, y esparzo un perfume tan dulce cual la sociedad de un amigo muy querido.
También entonces, si se busca mi presencia y se me acaricia delicadamente, cedo con presteza a la invitación, sin quejarme de lo que me hacen sufrir los corazones duros.
¡Ah! Me gustan las tinieblas que los amantes escogen para sus entrevistas, en que la enamorada desfallece con los brazos abiertos. Me gustan las tinieblas que me permiten exhalar al viento mis endechas perfumadas, quitarme los velos que tapan mi desnudez, y presentar a mis hermanas sin perfumes el homenaje de mi incienso.

"Y ahora, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré, si queréis, el Canto de la Albahaca. Helo aquí:

Ha llegado el momento, hermanas mías, de que adornéis a satisfacción el jardín en que moro. Dadme órdenes, y admitidme de comensal, por favor.
Mis hojas frescas y delicadas os anuncian mis raras cualidades. Soy amiga de los arroyos; comparto los secretos de los que conversan a la luz de la luna, y soy su depositaria más fiel.
Admitidme de comensal, ¡oh hermanas mías! Así como la danza no sería agradable sin el sonido de los instrumentos, el ingenio de las personas deliciosas no sería regocijante sin mi presencia.
Mi seno encierra un perfume precioso que penetra hasta el fondo de los corazones. Estoy prometida a los elegidos en el paraíso.
Ya os he dicho ¡oh hermanas mías! que no soy indiscreta. No obstante, quizá hayáis oído decir que existe un delator entre los individuos de mi familia: ¡la menta!
Pero os ruego que no le hagáis reproches: sólo difunde su propio olor, y sólo divulga un secreto que la concierne.
El que es indiscreto para sí mismo no puede compararse con quien revela secretos que se le han confiado, y no merece el apelativo injurioso de delator.
De todos modos, no estoy ligada a la menta por lazos de parentesco próximo. Reflexionad en esto, ¡oh hermanas mías! Soy amiga de los ruiseñores; conozco los secretos de los enamorados que hablan a la luz de la luna; soy una depositaria fiel.
Ha llegado el momento de que adornéis a satisfacción el jardín en que moro, dadme órdenes, y admitidme de comensal, por favor.

"Y ahora, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré, si queréis, el Canto de la Manzanilla. Helo aquí:

Si te encuentras en estado de comprender los emblemas, levántate, y ven a aprovecharte de los que se te ofrecen. Si no, duerme, ya que no sabes interpretar la Naturaleza. Pero hay que confesar que es muy culpable tu ignorancia.
¿Cómo no han de ser deliciosos los días en que mi flor se abre? Ha llegado la época de que embellezca yo los campos y mi hermosura sea más dulce y más grata.
Mis pétalos blancos sirven para que se me reconozca desde lejos, y mi disco amarillo imprime dulce languidez a mi corola.
Se puede comparar la diferencia de mis dos colores a la que existe entre los versículos del Korán, que unos son claros y otros oscuros.
Aprende a desentrañar el sentido oculto de mi muerte aparente, que tiene lugar cada año, y de los tormentos que el Destino me hace sufrir.
Con frecuencia venías a admirarme cuando mi flor abierta encantaba las campiñas; y poco después has venido de nuevo, pero no me has encontrado. Y no comprendiste.
Así, cuando mis querellas dolorosas suben en pos de mis hermanas las palomas, supones que estos gemidos son un cántico de placer, y retozas, dichoso, sobre el césped esmaltado con mis flores. ¡Ay! no has comprendido.
Mis pétalos blancos sirven para que se me reconozca desde lejos. Pero es enfadoso que no sepas distinguir mi alegría de mi tristeza.

"Y ahora, ¡oh señores míos y señoras mías! si queréis, os diré el Canto de la Alhucema. Helo aquí:

¡Oh! ¡Cuán dichosa soy de no contarme en el número de las flores que adornan los parterres! No corro riesgo de caer en manos viles, y estoy al abrigo de los discursos frívolos.
Al revés que a las plantas hermanas mías, la Naturaleza me ha hecho crecer lejos de los arroyos; y no me gustan los lugares cultivados y las tierras civilizadas.
Soy salvaje. Lejos de la sociedad, resido en los desiertos y en las soledades. Porque no me gusta mezclarme con la muchedumbre.
Como nadie me siembra ni cultiva, nadie tiene que echarme en cara los cuidados que me ha prestado. ¡Soy libre, libre! Y jamás me tocaron las manos del esclavo ni del hombre de las ciudades.
Pero si vas al Najd de Arabia, me encontrarás: allí, lejos de las moradas de los hombres pálidos, hacen mi dicha las llanuras espaciosas, y la sociedad de las gacelas y de las abejas es mi único placer.
Allí, el ajenjo amargo es mi hermano en soledad. Soy la bienamada de los anacoretas y de los contemplativos. Y he consolado a Agar y he curado a Ismael.
Soy libre, libre y semejante a las hijas de sangre noble, a quienes no se pone a la venta en los mercados de las ciudades.
No me buscan los libertinos, sino que sólo me estima el que, abrigando el propósito inquebrantable, se descubre la pierna y se lanza sobre el rápido corcel, con una brizna de mi tallo en la oreja.
Quisiera que estuvieses en el desierto de Najd, de donde soy originaria, cuando la brisa de la mañana vaga al lado mío por los valles.
Mi olor fresco y aromático perfuma al beduino solitario, y mi discreta exhalación regocija el olfato de los que descansan junto a mí.
Así es que, cuando el rudo camellero describe mis raras cualidades a las gentes de las caravanas, no puede menos de hablar de mí con ternura.

"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré, para terminar, el Canto de la Anémona. Helo aquí:

Si mi interior estuviera conforme con mi exterior, no me vería obligada a quejarme y a envidiar la suerte de mis hermanas.
Se ensalzan sin cesar los ricos matices de mi vestido, y el mayor elogio que se hace de las mejillas de las vírgenes es encontrarles parecido con mi tinte encarnado.
Y, sin embargo, quien me ve me desdeña; no me colocan en los vasos que decoran las salas de los festines; nadie elogia mis gracias; no participo de los homenajes que se rinden a mis hermanas; se me relega al último lugar en los parterres; se llega hasta excluirme de ellos por completo; y parece que a la vez repugno a la vista y al olfato.
¡Ay de mí! ¿Dónde está, pues, la causa de tan marcada indiferencia? ¡Ay! ¡ay! me supongo que obedecerá a que tengo negro el corazón.
¿Pero qué puedo yo contra los designios del Destino? Si mi interior está lleno de defectos y tengo negro el corazón, ¿no hay hermosura en mi exterior?
Renuncio a luchar. ¡Ay de mí! Si mi interior estuviera conforme con mi exterior, no me vería obligada a quejarme y a envidiar la suerte de mis hermanas. Me imagino que toda mi desgracia procede de mi corazón.

"Y ahora que he acabado los cantos del céfiro y de las flores, os diré, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! algunos cantos de aves. He aquí primeramente el Canto de la Golondrina…

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.