Las mil y una noches:0894

Las mil y una noches - Tomo VI
de Anónimo
Capítulo 0894: y cuando llegó la 914ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 914ª NOCHE

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Ella dijo:

"... Al propio tiempo, el gigante renovaba su provisión de fuerzas volátiles, acostándose unas horas para reponerse de las fatigas del viaje. Y al cabo de siete días de travesía aérea, llegaron una mañana encima de una ciudad toda blanca que dormía en medio de sus jardines. Y el Volador dijo a Diamante: "En lo sucesivo serás un hijo para mí, y no me arrepiento de las fatigas que he soportado para traerte hasta aquí. Ahora voy a dejarte en la terraza más alta de esta ciudad, que es precisamente la ciudad de Wakak, y en la que sin duda hallarás la solución del problema que buscas y dice así: "¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?" Sí, ésta es la ciudad del negro sombrío que se encuentra debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra. Y aquí es donde podrás saber por qué ese negro es el padre de todo este asunto tan complicado". Y tras de hablar así descendió, desinflándose poco a poco, y depositó dulcemente y sin sacudidas al príncipe Diamante en la terraza consabida. Y al despedirse de él, le entregó un mechón de pelos de su barba diciéndole: "Guarda cuidadosamente estos pelos de mi barba y no te separes de ellos nunca. Y cuando estés apurado y tengas necesidad de mí para que te saque del apuro o para que te lleve al sitio donde te encontré, no tendrás más que quemar uno de estos pelos, y me verás sin tardanza ante ti". Y acto seguido volvió a inflarse y se remontó por los aires, bogando con soltura y rapidez en pos de su morada.

Y Diamante, sentado en aquella terraza, se puso a reflexionar en lo que tenía que hacer. Y se preguntaba cómo se arreglaría para bajar de aquella terraza sin ser notado por las gentes que habitaban la casa, cuando vió salir de la escalera y avanzar hacia él un joven de una belleza sin par y que era precisamente el dueño de aquella morada. Y el joven le abordó con la zalema, sonriéndole, y le deseó la bienvenida, diciendo: "¡Qué mañana tan luminosa la que trae para mí tu llegada a mi terraza, ¡oh el más hermoso de los humanos! ¿Eres un ángel, un genni o un ser humano?" Y Diamante contestó: "¡Oh caro jovenzuelo! soy un ser humano encantado de inaugurar este día con tu contemplación deliciosa. Y me hallo aquí porque me ha conducido mi destino. Y esto es cuanto puedo decirte acerca de mi presencia en tu morada bendita". Y tras de hablar así estrechó al jovenzuelo contra su pecho. Y se juraron ambos amistad. Y bajaron juntos a la sala de los amigos, y comieron y bebieron en compañía. ¡Loores al que une a dos seres hermosos y allana en su camino las dificultades y simplifica las complicaciones!

Cuando estuvo consolidada la amistad entre Diamante y el jovenzuelo, que se llamaba Farah, y era precisamente el favorito del sultán de la ciudad de Wakak, Diamante le dijo: "¡Oh amigo mío Farah!, ya que eres tan querido del sultán y compañero íntimo suyo, en vista de lo cual no podrá permanecer oculto para ti ningún asunto de este reino, ¿puedes hacerme, en nombre de la amistad, un servicio que no te ocasionará ningún gasto?" Y contestó el joven Farah: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh amigo mío Diamante! Habla, y si es preciso que venda mi piel para hacerte sandalias con ella, me someteré con alegría y contento". Y entonces le dijo Diamante: "¿Puedes decirme sencillamente qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés? ¿Y puedes explicarme también por qué el negro sombrío está echado debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra, hija del rey Tammuz ben Qamús, señor de las comarcas de Sinn y de Masinn?"

Al oír esta pregunta de Diamante, al joven Farah se le demudó mucho el semblante y se le puso muy amarilla la tez y turbada la mirada. Y empezó a temblar como si estuviese delante del ángel Asrail. Y al verle en aquel estado, Diamante le prodigó las más dulces palabras para calmar su alma y lavarla del susto. Y el joven Farah acabó por decirle: "¡Oh Diamante! sabe que el rey ha ordenado se haga morir a todo habitante o a todo viajero que pronuncie el nombre de Ciprés o de Piña. Porque Ciprés es precisamente el nombre de nuestro rey y Piña es el de nuestra reina. Y he aquí todo lo que se acerca de tan temible cuestión.

En cuanto a la clase de relaciones que haya entre el rey Ciprés y la reina Piña, las ignoro, de la propia manera que mi lengua no puede decir nada respecto a lo que tenga que ver en tan peligroso asunto el negro consabido. Todo lo que puedo decirte para darte gusto ¡oh Diamante!, es que nadie más que el propio rey Ciprés conoce este secreto oculto. Y me ofrezco a conducirte a palacio y a ponerte en presencia del rey. Y no dejarás de entrar en su gracia, y acaso puedas desanudar directamente entonces tan difícil nudo".

Y Diamante dió las gracias a su amigo por aquella intervención, y convino con él respecto al día en que harían aquella visita al rey Ciprés. Y cuando llegó el momento esperado, fueron juntos a palacio; e iban cogidos de la mano, y parecían dos ángeles. Y el rey Ciprés se dilató y se holgó al ver entrar a Diamante. Y después de admirarle una hora de tiempo, le ordenó que se acercara. Y Diamante avanzó entre las manos del rey, y tras de los homenajes y deseos, le ofreció como presente una perla roja que llevaba colgada de un rosario de ámbar amarillo, tan preciosa, que no se hubiera podido pagar su valor con todo el reino de Wakak, y los reyes más poderosos no hubieran podido procurarse otra igual. Y Ciprés quedó muy contento, y aceptó el regalo, diciendo: "Lo admito de corazón". Luego añadió: "¡Oh jovenzuelo circundado de gracia! en justa correspondencia, puedes pedirme cualquier favor, que de antemano te está concedido". Y no bien oyó estas palabras que esperaba, contestó Diamante: "¡Oh rey del tiempo! ¡Alah me libre de pedir otro favor que el de ser tu esclavo! ¡Sin embargo, si quieres permitírmelo y consientes en dejar a salvo mi vida, te diré lo que llevo en el corazón!" Y añadió...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.