Las mil y una noches:0893
Y CUANDO LLEGÓ LA 913ª NOCHE
editarElla dijo:
... se convulsionó de pronto y batió el aire con sus piernas, lanzando un cuesco. Y en el mismo momento abrió ambos ojos a la vez. Y vió al joven príncipe y comprendió que era el autor de la trastada hecha en su pie cosquilleado. Así es que, alzando la pierna, le soltó en pleno rostro una pedorrera que duró una hora de tiempo y que envenenaría a todos los seres animados en cuatro parasangas a la redonda. Y sólo gracias a la virtud que tenían las armas de que era portador, pudo Diamante escapar de aquel soplo infernal.
Y cuando el gigante Al-Simurg hubo agotado su provisión, se sentó sobre su trasero, y mirando al joven con estupefacción, le dijo: "¡Cómo! ¿Es que no te has muerto del efecto que produce mi trasero, ¡oh ser humano!?" Y así diciendo, le miró atentamente, y vió las armas de que era portador el joven. Entonces se irguió sobre ambos pies y se inclinó ante Diamante, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡Dispensa mi comportamiento! Pero si hubieras hecho que algún esclavo me avisara de tu llegada, habría yo cubierto con mis propios pelos el suelo que tenías que pisar. Espero, pues, que no me guardarás rencor en tu corazón por lo que de mi parte ha sido involuntario y sin intención maligna. Así, pues, hazme el favor de decirme qué asunto tan importante es el que te ha impulsado a venir hasta este lugar, adonde no pueden llegar ni seres humanos ni animales. Apresúrate ya a explicármelo, a fin de que yo obre en favor tuyo, si es posible, y lleve a buen término tu empresa".
Y tras de manifestar a Al-Simurg su simpatía, Diamante le contó toda su historia, sin omitir un detalle. Luego le dijo: "Y he venido hasta ti ¡oh Padre de los Voladores! sólo para tener tu ayuda Y llegar hasta la ciudad de Wakak, surcando los océanos infranqueables".
Cuando Al-Simurg hubo oído el relato de Diamante, se llevó la mano al corazón, a los labios y a la frente, y contestó: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos". Luego añadió: "Vamos a partir sin tardanza para la ciudad de Wakak; pero antes he de preparar mis provisiones de boca. Para lo cual, voy a cazar asnos salvajes de los que pueblan la selva, y me apoderaré de algunos para hacer kababs con su carne y odres con su pellejo. Y cuando ambos estemos provistos de cosas tan necesarias, tú te montarás a caballo en mis hombros, y echaré a volar contigo. Y así te pasaré por los siete océanos. Y cuando yo esté debilitado por la fatiga, me darás kababs y agua, hasta que lleguemos á la ciudad de Wakak".
Y de acuerdo con su discurso, al punto púsose a cazar, y cogió siete asnos salvajes, uno para la travesía de cada océano, e hizo los kababs y los odres consabidos. Luego volvió al lado de Diamante y le hizo montar en sus hombros tras de llenar con los kababs de los asnos salvajes unas alforjas que se había pasado al cuello, tras de cargarse los siete odres llenos de agua de manantial.
Cuando Diamante se vió montado de tal modo a hombros del gigante Al-Simurg, dijo para sí: "¡Este gigante, que es mayor que un elefante, pretende volar conmigo sin alas por los aires! ¡Por Alah, que es cosa prodigiosa y de la que no oí hablar nunca!" Y mientras reflexionaba de este modo, oyó de pronto un ruido como el que produce el viento al pasar por el intersticio de una puerta, y vió que el vientre del gigante se inflaba a ojos vistas y alcanzaba en seguida las dimensiones de una cúpula. Y aquel ruido de viento a la sazón se hizo semejante al de un fuelle de herrero, a medida que se inflaba el vientre del gigante. Y de pronto Al-Simurg golpeó el suelo con el pie, y en un instante se remontó con su carga por encima del jardín. Luego continuó subiendo por el cielo, haciendo maniobrar sus piernas como un sapo en el agua. Y llegado que fué a una altura conveniente, tomó en línea recta hacia Occidente. Y cuando, a pesar suyo, sentía que no iba bien y estaba a más altura de la que deseaba, soltaba uno o dos o tres o cuatro cuescos de fuerza y duración variadas. Y cuando, por el contrario, a consecuencia de esta pérdida, se le desinflaba el vientre, aspiraba aire con todas sus aberturas superiores, o sea boca, nariz y oídos. Y al punto se remontaba por el cielo cerúleo, y seguía en línea recta con la rapidez del ave.
Y viajaron de tal suerte como pájaros, cerniéndose por encima de las aguas, y franqueando uno tras otro los océanos. Y cada vez que surcaban uno de los siete mares, bajaban a descansar un momento en tierra firme para comer kababs de asno salvaje y beber agua de los odres. Al propio tiempo, el gigante renovaba su provisión de fuerzas volátiles, acostándose unas horas para reponerse de las fatigas del viaje...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.