Las lágrimas del oso

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

Las lágrimas del oso

A Manuel Carlés.


El rey de los Runos vino de las salvajes colinas;
Y, mientras se alzaba el triste bramido del hosco mar,
Fulguraban sus cabellos en las pálidas neblinas
Oyendo rugir el oso y las olas sollozar.

El Eskalda inmortal dijo: —¿Qué furor á tí se atreve,
Oh, mar sombrío? ¿Qué pena os agita en su vaivén,
Ola incansable, árbol triste? ¿Oso vestido de nieve,
Por qué, sin cesar, con ellos, te lamentas tú también?

—Rey de los Runos! le dijo el árbol de hoja sombría,
Que el áspero viento llena de desolante rumor;

Jamás con dulce mirada de ternura ó de alegría,
Cruzó junto á mí la virgen de albo cuello encantador,

—Rey de los Runos! jamás, díjole el mar infinito,
Llegó hasta mi fondo el beso del esplendor estival;
Con horror, exhalo siempre prolongado, eterno grito,
Pero, nunca, al sol levanto de alegría himno triunfal.

—Rey de los Runos! El oso, dijo, erizadas las crines
Devorado por el hambre, rudo y fiero cazador:
¡Quién pudiera ser cordero, y en los plácidos confines
Pacer yerbas aromadas, vivir extraño al dolor!

Y el Eskalda imortal vibra su arpa trémula y sonora
Y su canto el duro témpano del invierno hace temblar;
Gime el árbol á los besos del rocío y de la aurora,
Y murmullos armoniosos se desbordan por el mar.

Y el gran oso taciturno se agitó sobre sus patas,
Sus pupilas soñolientas el amor volvió á encender,
Y, por un doble torrente de lágrimas escarlatas,
Sobre et limpio chal de nieve su ternura hizo correr.