Las ferias de MadridLas ferias de MadridFélix Lope de Vega y CarpioActo II
Acto II
Salen ADRIÁN, LUCRECIO y
LEANDRO, en hábito de noche
ADRIÁN:
¿A qué parte decís iba la ronda?
LUCRECIO:
De aquella parte de San Luis arriba.
ADRIÁN:
No hay secreto lugar que se le esconda.
LUCRECIO:
Subiendo por la calle de la Oliva
columbré las linternas, y, de un vuelo,
bajéme al Carmen, y hacia el Carmen iba.
Los pies aprieto sin tocar el suelo,
a la puerta del Sol llego, y adonde
henchí de colación el pañizuelo.
Llamé a Leandro, y como ya se esconde
de unos días acá del trato nuestro,
al cabo de dos horas me responde.
Al fin salió, y al aposento vuestro
venimos ambos, que sin vos no hay gusto.
ADRIÁN:
En todo os reconozco por maestro.
¿Cómo calla Leandro?
LUCRECIO:
Algún disgusto
le debe de apretar más que el coleto,
aunque le viste por extremo justo.
ADRIÁN:
¿Qué tienes, Durandarte?
LEANDRO:
Un mal secreto.
LUCRECIO:
Por el francés lo dice el pobre mozo.
LEANDRO:
Eso será.
ADRIÁN:
¿Confiésalo, en efeto?
LUCRECIO:
Toca esos huesos; quítate el rebozo.
LEANDRO:
Déjame; bueno estoy.
LUCRECIO:
Ni aun medio bueno.
¡Vive Dios, que le echemos en un pozo!
LEANDRO:
Duéleme un lado; oféndeme el sereno.
ADRIÁN:
¿Hará que hasta el jubón le desabroche?
LEANDRO:
Veráse el pecho de cenizas lleno.
LUCRECIO:
No te melancolices, que esta noche
ha de haber zarabanda hasta la cinta,
al son de bamboleo y carricoche.
Tres somos; esta tercia hagamos quinta.
Llamemos al buen Claudio y a Roberto.
ADRIÁN:
¿Quién duda que estarán de presa y pinta?
LUCRECIO:
Y si hubiera guitarra, que más cierto
salieran al son.
ADRIÁN:
Pues eso de los gayambos.
LUCRECIO:
Es bravo zarabando al descubierto.
Dobla muy bien el cuerpo y los pies zambos;
con buen compás y con mejor donaire.
ADRIÁN:
Huélgome de eso.
LUCRECIO:
Pues haréislo entrambos.
ADRIÁN:
Leandro ayudará, que así al desgaire
.............................. [ -uda]
danza cualquiera cosa con buen aire.
LUCRECIO:
¿Qué nos estás mirando, estatua muda?
LEANDRO:
Que no os burléis de manos, que me enfado.
LUCRECIO:
Haré sin falta que al reclamo acuda.
Esta es la reja.
ADRIÁN:
Espera, que embozado
quiero esperarle, y en saliendo cierro
con un espaldarazo por el lado.
LEANDRO:
Sea en hora buena; mas sabed que es yerro
hacer con el amigo pruebas tales,
que en burlas suele entrarse tanto hierro.
En burlas suelen suceder mil males,
y si le acobardáis correrse tiene,
y es afrentar los hombres principales.
ADRIÁN:
Paso; callad, que sale.
LUCRECIO:
Hablando viene.
Salen CLAUDIO y ROBERTO
CLAUDIO:
Dadme aquese broquel.
ROBERTO:
No vais cargado.
CLAUDIO:
Dejadme vos; llevarle me conviene.
¡Oh, pesia tal! La puerta me han tomado
Danle
LUCRECIO:
Paso, que amigos somos.
CLAUDIO:
¿Quién?
LUCRECIO:
Lucrecio,
Lenadro y Adrián.
CLAUDIO:
Es excusado.
ésos son amigos, y un desprecio
cual éste no me hicieran mis amigos.
ADRIÁN:
Dejad las armas ya, que sois un necio.
CLAUDIO:
Querríanme probar. Sonme testigos
aquestos brazos, que en cualquiera tiempo
acostumbro a esperar los enemigos.
LUCRECIO:
Es fuerte como un Cid.
LEANDRO:
Venís a tiempo.
ROBERTO:
¿Adónde iremos a tener un rato?
Donde se gaste en gusto y pasatiempo.
ADRIÁN:
Brisena vive allí.
ROBERTO:
¿La del retrato,
por quien acuchillaron al amigo?
CLAUDIO:
Téngola por mujer de hidalgo trato.
Leandro, ¿cómo callas?
LEANDRO:
Voy conmigo
tomando ciertas cuentas al deseo.
CLAUDIO:
Dejemos eso mientras voy contigo.
¿Habémonos de holgar?
LEANDRO:
Eso deseo,
como servirte siempre.
CLAUDIO:
Dios te guarde.
ROBERTO:
Hagamos media noche.
LUCRECIO:
Así lo creo.
Pero primero haremos un alarde
de las cosas de gusto.
ADRIÁN:
Leandro, vamos
en casa de Rufina.
LEANDRO:
Agora es tarde.
Habráse ya acostado. Cerca estamos
de aquella nuestra amiga.
ADRIÁN:
¿La embaidora?
LEANDRO:
Donde el espejo la otra noche hurtamos.
ADRIÁN:
Yo tengo miedo que le pida agora.
Mejor será que vamos a esta esquina.
ROBERTO:
¿Quién se ha pasado aquí?
ADRIÁN:
Vive Leonora.
ROBERTO:
Pues ¿no vivía aquí doña Agustina?
ADRIÁN:
Ya se pasó a la calle de la Espada.
LUCRECIO:
¿Cuál de todos conoce a Felicina?
ROBERTO:
Yo la conozco; mas está enojada
conmigo sobre un negro cabestrillo,
y nunca suele abrir a camarada.
LEANDRO:
¿Quién es una ojinegra, de amarillo,
que suele entrar en misa en la Vitoria?
ADRIÁN:
¡Ta, ta! No la nombréis, tiemblo en oíllo.
Servila un tiempo.
LEANDRO:
¿Y hubo más?
ADRIÁN:
Fue historia.
Es mujer que del mismo pensamiento
quiere hacer ensalada y pepitoria.
ROBERTO:
¿De qué manera?
ADRIÁN:
Servían ya de asiento.
Habéisla de servir para mil años;
y como conoció mi mal intento
cerró la voluntad a mis engaños,
y en aquella casilla, a la malicia,
ventana y puerta, a fuerza de mis daños.
Pensé vengarme, vino a su noticia,
recatóseme mucho, pero en vano,
que vine a entrar llevando la justicia.
ROBERTO:
Aquí vive Teófila.
CLAUDIO:
Tengo mano
con esa dama. Llamaré sin falta.
LUCRECIO:
Llamad.
CLAUDIO:
¿Duermes, mis ojos?
Asómase la FREGONA a la ventana
FREGONA:
¿No es temprano?
CLAUDIO:
Hablan en la ventana.
LUCRECIO:
En la más alta.
...........................[ -enta].
FREGONA:
¿A tal hora nos llama y sobresalta?
CLAUDIO:
¿Duerme tu ama?
FREGONA:
¿Quién le pide cuenta
al muy bellaco si mi ama duerme?
CLAUDIO:
Óyete, sota, y ábrenos la venta.
¿Querrá decir agora que ha de verme
la cara ochenta veces con la lumbre?
FREGONA:
Basta que piensan pesadumbre hacerme,
pues recojan allá la pesadumbre.
LEANDRO:
¿Guardad de abajo!
LUCRECIO:
¡Oh, pesia mi linaje!
ADRIÁN:
¿Es agua de fregar o servidumbre?
ROBERTO:
Romperéle la puerta, haré que baje
por donde el agua vino. Espere un poco.
ADRIÁN:
No derribéis la puerta.
ROBERTO:
De coraje
estoy
CLAUDIO:
Hecho un estiércol.
ROBERTO:
Estoy loco.
¿Hay una piedra acaso? No parece.
Todo es blandura cuanto piso y toco.
¡Que no ha de haber alguna en que tropiece!
LEANDRO:
Venid acá, señor; ¿queréis vengaros?
ROBERTO:
¿Eso decís?
LEANDRO:
Pues esto me parece.
Que vais por Tristanejo, que enterraros
puede, con su guitarra, esta fregona,
y el aire que os dará podrá enjugaros.
ROBERTO:
No me parece mal. Voy en persona.
¿Vive en cas del doctor?
LEANDRO:
De la otra parte.
ROBERTO:
A fe que ha de cantalle lo que Antona.
Voy a buscarle.
LEANDRO:
En esta misma parte
nos hallaréis.
CLAUDIO:
¡Qué buen donaire tiene!
LUCRECIO:
Como una bala de escopeta parte.
ADRIÁN:
Sentémonos aquí mientras que viene.
CLAUDIO:
Tiendo mi capa.
LUCRECIO:
Tiendo yo la mía.
¡Qué mal la media noche se entretiene!
ADRIÁN:
¿Quién sabe alguna historia?
LEANDRO:
Yo podría
contar alguna.
LUCRECIO:
Cuéntala.
LEANDRO:
No puedo,
que tengo miedo al venidero día.
CLAUDIO:
¿Hanlo de descubrir? por todos quedo
como fiador que se me encubra y calle.
LEANDRO:
Déjalo estar, que no me deja el miedo.
LUCRECIO:
Digamos mal.
ADRIÁN:
Escúchanos la calle.
CLAUDIO:
Digamos de Roberto, que está ausente.
ADRIÁN:
¿Qué hay que decir? Es ruin y de mal talle.
LUCRECIO:
Diez años más la vida se te aumente.
CLAUDIO:
Decidne agora: ¿de qué trae Raimundo
tanto vestido, mesa, casa y gente?
LEANDRO:
De los milagros que sustenta el mundo.
LUCRECIO:
¿Esa historia os parece milagrosa?
¿Mirastes hoy la calza de Facundo?
CLAUDIO:
¡Extremada, por Dios, que es muy costosa,
y aquel gurbión es de invención gallarda,
y el entorchado, peregrina cosa!
LEANDRO:
Mejor parece la de Alberto parda,
y es de aquella labor.
LUCRECIO:
Dadle de mano,
aunque la limpia, la compone y guarda.
Colores en el hombre cortesano
lo mismo son que en el soldado el negro.
El vestido de corte es negro y llano.
ADRIÁN:
Y la bayeta por el primo o suegro
cuando se ofrece que dineros falten.
LEANDRO:
Yo siempre viendo la color me alegro.
ADRIÁN:
Pues ¿quién puede dudar que no se salten
de la frente los ojos tras la raja,
que mil pestañas de color esmalten
LEANDRO:
¿Y sois de parecer que sea tan baja
la calza como aquella de Leonido?
ADRIÁN:
A todas las demás hace ventaja.
La calza larga fue gentil vestido
para cubrir la pierna o zamba o flaca;
sin fieltro el muslo ha de caer tendido.
LEANDRO:
Tenéis razón, que la cintura saca
con más donaire, y a la que esto falta
es a lo viejo y le darán matraca.
Cuando se usaba tan redonda y alta,
como toda la pierna descubría,
echábase de ver cualquier falta.
El que no era bien hecho no podía
parecer entre gentes ni vestilla,
y esotro por extremo parecía.
Agora un muslo flaco y la rodilla
salida afuera, que es gran falta encubre
cualquiera calza.
CLAUDIO:
Es nueva maravilla.
ADRIÁN:
¡Qué bien el cuerpo, Claudio, se descubre
con un coleto largo por la falda!
Casi lo mismo la rodilla cubre.
Ha de tener, a modo de guirnalda
cualquier coleto, un cerco de abanillos.
LEANDRO:
Doblado el cuello, saca bien la espalda.
ADRIÁN:
Usábanse unos cortos brahoncillos
que daban poca gracia.
LEANDRO:
Pasó el plazo.
No sé, ¡por Dios, quién puede ya sufrillos.
Cuando es grande el brahón, sácase el brazo
con linda gala, y cuando no, parece
que está pegado allí como un pedazo.
CLAUDIO:
Agora que a propósito se ofrece,
quiero saber por qué habéis siempre usado,
pues en la corte a todos se guarnece,
traer por el talón desaforrado
el zapato que os calzan.
LUCRECIO:
Porque llega
con menos puntos y mejor calzado,
y sin aforro al pie se pega;
que cuando le dejáis viene más justo.
LEANDRO:
Muy bien, ¡por Dios!, de su derecho alega.
ADRIÁN:
¿Y esto de los sombreros?
LUCRECIO:
Eso es justo;
unos le traen bajo y otros alto.
CLAUDIO:
Esos extremos con el medio ajusto.
LUCRECIO:
Este largo de falda y aquél falto,
unos con trencellín y otros toquilla.
CLAUDIO:
¿Queréis que demos un notable salto?
ADRIÁN:
No; cortemos primero una ropilla,
a lo menos calzones o greguesco.
LEANDRO:
Ese primor le saben en Sevilla.
¡Qué bien le cortan! ¡Qué galán y fresco!
Que, al fin, es traje de verano.
LUCRECIO:
Y malo.
Honrada es una calza a lo tudesco.
ADRIÁN:
¿Es aquella linterna?
CLAUDIO:
Con su palo.
LEANDRO:
¿Huiremos?
LUCRECIO:
Paso, [paso], no huyamos.
LEANDRO:
Yo por aquesta calle me resbalo.
CLAUDIO:
Volved acá, de dos en dos nos vamos.
¿Qué nos pueden hacer?
LUCRECIO:
Sólo es un hombre.
Sin qué ni para qué nos levantamos.
Pasa un HOMBRE embozado,
con una linterna
LEANDRO:
Caso es aquéste que a una piedra asombre.
¡Ah, libertad preciosa de la corte!
Bien me permitiréis que así la nombre.
¡Que un hombre no se espante ni reporte
de ver cuatro que estamos a esta esquina
y no preguntare lo que le importe!
Que pase por el medio ¿no es mohina?
CLAUDIO:
A mí más me amohina la linterna.
Los ojos me encandila y desatina.
El que la lleva así, como dicierna
alguna gente, tápela en mal hora.
ADRIÁN:
Quebrarle quiero ¡vive Dios! la pierna.
¿No habrá en el mundo alguna piedra agora?
LUCRECIO:
Dejadle, vaya.
CLAUDIO:
De hambre estoy muriendo.
ADRIÁN:
Todos lo estamos.
LUCRECIO:
Aquí un hombre mora
que hace tortas y las va vendiendo
a mediodía por la calle.
CLAUDIO:
Bueno.
¿Abrirá si llamamos?
LUCRECIO:
En oyendo.
LEANDRO:
Llamad más recio.
LUCRECIO:
¿Ah, señor Moreno?
MORENO:
¿Quién llama a tales horas?
LUCRECIO:
Cuatro amigos
que aquesta noche andamos al sereno.
¿Tiene algo que nos dar?
MORENO:
Muy buenos higos
y un agua como nieve.
CLAUDIO:
Qué, ¿es morisco?
Aquí de su bautismo habrá testigos.
MORENO:
¿Son ya las dos?
CLAUDIO:
Sí.
MORENO:
¡Qué buen aprisco!
Sepan que porque es víspera, lo digo,
del seráfico padre San Francisco.
LUCRECIO:
Lucrecio soy.
MORENO:
Pues lléguese al postigo.
CLAUDIO:
Hablara yo para mañana.
MORENO:
Tengo
buen manjar blanco.
LEANDRO:
Bueno, abrid, amigo.
CLAUDIO:
¿Hay pan?
MORENO:
Y vino añejo.
CLAUDIO:
Aquí me vengo;
cada tres horas soy vuestro cofadre,
que en tales estaciones me entretengo.
LUCRECIO:
Roberto tarda.
CLAUDIO:
¡Oh, cuerpo de mi madre!
Come por seis. Dejadle, que es un loco.
MORENO:
Entre en hora buena.
ADRIÁN:
Abrid, compadre.
CLAUDIO:
¿Viene Leandro?
LEANDRO:
Voy, que aguardo un poco. Vanse los tres, y queda LEANDRO solo
Ellos quedan ocupados.
Mientras están de contento
pedir quiero al pensamiento
relación de los cuidados.
¿Cómo estamos, di, deseo?
Responderá que es mortal
y de esperanza muy mal.
Casi a la muerte me veo.
¡Ay, hermosa labradora!
¿Por qué a matarme veniste
con el traje que encubriste
lo que descubres agora?
¡Oh, nunca yo te siguiera,
ni hasta tu casa llegara,
ni tu calle paseara,
ni a tu ventana te viera!
¡Oh, ferias donde te vi
para mil penas y injurias,
y no ferias, sino furias,
o demonios para mí!
Con qué nueva discreción
se puso aquellos antojos
para dejar en mis ojos
antojos de corazón!
¿Qué habrá querido decir,
de cuantas cosas había,
llevar una escribanía?
Sin falta sabe escribir.
Que no es el menor consuelo
de los que tiene mi mal,
porque en esta ocasión tal
sólo le espera del cielo.
Ésta es su casa. ¡Oh, ventana,
quién te viera abrir agora!
¡Viera yo mi labradora
y la noche su mañana!
¡Pesia tal! Un embozado
se viene llegando al puesto.
Quiérome embozar de presto,
que viene determinado.
Sale PATRICIO, marido de Violante
PATRICIO:
Paréceme que en mi puerta
estaba un hombre, y si estaba,
sin falta alguna acechaba
si está mi gente despierta.
Arrimóse a la pared;
hacia allá quiero llegar.
Galán, ¿podemos pasar?
LEANDRO:
Bien puede vuesa merced.
PATRICIO:
(¿Qué quiere aquéste en mi casa (-Aparte)
No quiero entrar, sino ver
si tiene en ella que hacer
o si de largo se pasa.)
LEANDRO:
(Éste pasea la calle; (-Aparte)
téngolo a mala señal.)
PATRICIO:
(No se muda, ¡oh, pesia tal!) (-Aparte)
LEANDRO:
(¡Por Dios, que tiene buen talle! (-Aparte)
Ya tengo competidor,
y apenas mi amor entablo.)
PATRICIO:
(¿Eres hombre o eres diablo? (-Aparte)
Entrar me será mejor;
pero no, que no podré
dormir sosegado sueño.)
LEANDRO:
(Acá se llega este leño. (-Aparte)
¡Pues llegue, que no me iré!)
PATRICIO:
(Yo me quiero hacer galán (-Aparte)
de aquellas damas de enfrente,
por que éste seguramente
piense que pena me dan;
y si en mi casa tiene algo,
llegará sin falta a ella.)
LEANDRO:
(Él sirve a alguna doncella. (-Aparte)
¡Buena cosa, a fe de hidalgo.
Huélgome, que me ha dejado
ya de mis celos seguro.)
PATRICIO:
(Todo el portal está escuro; (-Aparte)
sin duda se han acostado;
llegar quiero a la pared.
Mas ¿qué me quiere aquel hombre?
Hablar quiero.) ¿Ah, gentil hombre?
LEANDRO:
¿Qué manda vuesa merced?
PATRICIO:
Llegue, que de paz estoy
y ya me quito el rebozo.
LEANDRO:
Yo también me desembozo.
¿Quién es?
PATRICIO:
Un hidalgo soy
que aquí tengo que hacer,
y quiérole suplicar
me dé un poco de lugar.
LEANDRO:
Ese mismo he menester;
mas, pues que en la calle andamos
y con un mismo ejercicio,
no hay para qué hablar de vicio,
pues diferentes estamos.
Vuesa merced sirve allí
y yo sirvo en esta parte;
vuesa merced hable aparte
y déjeme hablar a mí.
PATRICIO:
Vuestra nobleza me vence,
y el hidalgo proceder
me obligan a pretender
que nuestra amistad comience.
Pues nos hemos declarado,
tenedrne por vuestro amigo.
LEANDRO:
La fe con la mano obligo.
PATRICIO:
Con ella quedo obligado.
¿Cómo os llamáis?
LEANDRO:
Yo, Leandro.
PATRICIO:
¡Tenéis amoroso nombre!
LEANDRO:
¿Y el vuestro?
PATRICIO:
Mayor que el hombre.
LEANDRO:
¿Cómo os llamáis?
PATRICIO:
Alejandro.
LEANDRO:
En todo le parecéis.
PATRICIO:
Como vos al vuestro en todo.
LEANDRO:
No me obliguéis de ese modo.
PATRICIO:
Para que vos me obliguéis;
pero el tiempo no se gaste
sólo en este cumplimiento:
direos mi pensamiento,
y para decirlo baste
ver esa hidalga presencia.
LEANDRO:
Recibirélo en merced.
PATRICIO:
Pues sepa vuesa merced
que yo vine de Palencia,
habrá tres meses o más,
a cierto pleito a la Corte,
y para que de esto acorte,
dejo negocios atrás,
que ya sabéis pretensiones
que suelen ir muy despacio.
LEANDRO:
Ya he paseado a Palacio,
que tengo mis ocasiones.
PATRICIO:
Pues, señor, en esta calle,
luego en allegando aquí,
dos mozas hermosas vi,
y la mayor de buen talle;
desde entonces bebo el viento,
que sólo he llegado a hablar,
y no sé en que ha de parar,
que dicen que es casamiento.
LEANDRO:
Trabajo, señor, tenéis
viviendo en tanto recato.
PATRICIO:
Son mujeres de buen trato,
y no hay más de lo que veis.
LEANDRO:
Ordinario suele ser
venir a aqueste lugar
a un negocio y negociar
de llevar una mujer.
PATRICIO:
Aun eso no es mucha risa;
mejor es del majadero
que gasta mal su dinero
para volver en camisa.
LEANDRO:
Están llenas las posadas
de aquesos hombres perdidos,
hasta vender los vestidos
para dejarlas pagadas.
Mas, pues me habéis obligado
con decirme vuestra historia,
perdóneme la memoria,
que habéis de quedar pagado,
y a la mía estad atento.
PATRICIO:
(Temblando estoy si ha de ser (-Aparte)
historia de mi mujer.
¡Dios ponga en tu lengua tiento!)
LEANDRO:
La feria de San Mateo
que en Madrid se suele hacer,
salí después de comer,
bien descuidado el deseo
de más de ocuparlo en ver;
iba al hilo de la gente,
tan libre como inocente,
buscando una y otra dama,
y más lejos de su llama
que el hielo, que no la siente.
También guardaba el decoro
a los vestidos, si en ellos
veía esparcirse el tesoro
como a los cabellos de oro.
Hasta que vi una aldeana,
como el sol por la mañana,
tan dorada y espaciosa;
villana, pero hermosa;
hermosa, pero villana.
Cual suele el campo en abril
con una y otra color
levantar realces mil,
y de la venda de amor
tocar un velo sutil,
ésta los ojos mostraba,
cuyo color afrentaba
el azul que el cielo alegra,
y en arco, una ceja negra,
que a la de Amor imitaba.
LEANDRO:
Al fin, la delgada toca
de la mejilla rosada
mostraba, aunque parte poca,
la toca que vi mojada
del respirar de la boca;
Dióme calentura el vella,
y viendo el agua en la red,
acudió el alma a bebella,
y hallóse tan lejos de ella,
que habrá de morir de sed.
Pedíle con humildad
que, vista mi calidad,
iguales ferias tomase,
y pidió que le sacase
seis varas de voluntad;
dice que es pedir en vano
al pobre que en otro corte
tienda la desnuda mano,
lenguaje tosco y villano;
mas no lo entiende la Corte.
Vencida de mi porfía,
una sola escribanía
de todo vino a pedir,
que ella debe de escribir,
y espero el dichoso día.
Llevéla a mi casa, en fin,
donde, estando en su jardín,
el rebozo desenlaza
con que fue villana en plaza
y en el campo serafín.
LEANDRO:
Fuése el cielo de la tierra,
el sol hermoso del día;
seguíla, y vi que vivía
en esta calle, que encierra
la de vida y la de vía.
Dos papeles la escribí,
y aquesta noche entendí
que me quiere responder,
y sólo quisiera ver
solas dos letras de un "sí".
La hora, sin falta, es ya,
señor, y sabéis mi pecho;
en el secreto me va
la vida; estoy satisfecho
que en el propio olvido está.
Retiraos, porque he sentido
en la ventana ruído.
PATRICIO:
Pues, señor, aquí estaré.
(¡Pesia tal, sí, callaré! (-Aparte)
Creo que soy su marido.)
LEANDRO:
Guardá la calle, que dudo
que hablando alguno me halle.
PATRICIO:
(¡Pesia mí! Baste que calle! (-Aparte)
¿No basta ser el cornudo,
sino que guarde la calle?)
Asómase VIOLANTE a la ventana
VIOLANTE:
¡Ce, Leandro! ¿Es él?
LEANDRO:
Yo soy
vuestro Leandro animoso,
y aquese "ce" glorioso
es la luz por quien ya voy
al puerto de mi reposo.
VIOLANTE:
¿Estáis solo?
LEANDRO:
¡No, por Dios,
que, aunque animoso Leandro,
aseguréme con dos!
Detrás tengo un Alejandro
y delante os tengo a vos.
PATRICIO:
(¡Por Dios, gran yerro hiciera (-Aparte)
si mi nombre le dijera,
porque, en nombrando Patricio,
todo el trabado artificio
se quebrara y deshiciera!
Callar me cumple y saber
en lo que viene a parar
aquesta infame mujer.
Mejor me pienso vengar:
juntos los pienso coger.)
VIOLANTE:
¿Cómo, Leandro atrevido,
amigos habéis traído
para llegar a la mar?
LEANDRO:
Si fuera para pasar,
desnudárame el vestido;
pero advertid que podéis
de aquese amigo fïaros.
Habladme, no lo dudéis.
PATRICIO:
(¡Serélo para mataros!) (-Aparte)
LEANDRO:
Violante, ¿no respondéis?
VIOLANTE:
Está mi marido fuera,
que es hombre que no le agrada
lo que tiene.
LEANDRO:
¡Ah, traidor! ¡Muera
de alguna fiera estocadal
PATRICIO:
(¡Bueno voy de esa manera!) (-Aparte)
VIOLANTE:
Dad una vuelta a la calle.
LEANDRO:
Toda se descubre exenta.
Alejandro, tened cuenta.
PATRICIO:
¿Paréceos que estoy de talle
que he de dormirme en la calle?
(¡Vengaréme, vive el Cielo! (-Aparte)
¡Ah, mujer!)
LEANDRO:
No hayas recelo;
todo calla y nada suena.
PATRICIO:
(El que tiene mujer buena, (-Aparte)
donde pisa, adore el suelo.
¡Ah, traidora!)
VIOLANTE:
El viento manso
me da miedo.
LEANDRO:
¡Gran decoro,
Alejandro!
PATRICIO:
No descanso;
más velo que grulla o ganso;
dijera mejor que un toro.
VIOLANTE:
Ya de nada me aseguro;
tomá ese papel, que os juro
que el escribirlo me cuesta
saber que, por la respuesta,
daros el alma procuro.
¡Gran peligro tengo aquí!
Adiós, que en ese papel
sabréis más nuevas de mí
que pensé escribir en él
ni que cupieran en mí.
¡Adiós, adiós!
LEANDRO:
Él os guarde.
Cerró la ventana el cielo.<poem>
PATRICIO:
(Mal hablé.) (-Aparte)
Por fama que tengo de él.
LEANDRO:
El deseo tiene a raya
esa merced que me hacéis;
mas permitid que me vaya,
que volveré, si queréis,
luego que leído le haya,
que no lo puedo sufrir.
PATRICIO:
¡Jesús!, bien os podéis ir;
no tengo qué hacer aquí,
que ya es tarde para mí.
LEANDRO:
No me acierto a despedir.
PATRICIO:
Vamos; quiero acompañaros.
LEANDRO:
Téngolo en merced, señor,
y me la haréis en quedaros.
PATRICIO:
Reciba yo este favor.
LEANDRO:
A fe que habéis de tornaros.
PATRICIO:
Deseo veros de día.
LEANDRO:
Yo vivo a Santa María;
pero mañana os veré,
porque a San Francisco iré,
que acude gran bizarría.
PATRICIO:
Tenéis razón, que es su fiesta.
LEANDRO:
Adiós.
Vase LEANDRO
PATRICIO:
Adiós. ¡Ah, Fortuna!,
¿qué dura venganza es ésta,
a cuyos pies, importuna,
está nuestra vida puesta?
Esto he querido saber
por andarme a mi placer.
¡Yo tengo mi merecido,
que, pues no soy buen marido;
que tenga mala mujer!
Aborrecíla doncella,
y casada, cuando menos,
no hago vida con ella
por quien vale menos que ella
y por quien me quiere menos.
¡Pero mi desasosiego
en mi deshonor! ¡Ah, ciego!,
¿cómo en mi casa entraré?
¿Qué palabras la diré?
¡Todo es hielo, todo es fuego!
¡Ay, Amor, vencedme vos!
¡Mataré la que me infama!
¡Pero no lo quiera Dios
hasta que bañe la cama
con la sangre de los dos!
La luz comienza a salir
y el alba quiere reír
cuando comienzo a llorar.
Ya es hora de levantar
y tarde para dormir.
Salen LUCRECIO y ADRIÁN y CLAUDIO
CLAUDIO:
¿Hémonos de acostar?
LUCRECIO:
Será por fuerza,
que son más de las tres.
ADRIÁN:
Voy desvelado;
paréceme imposible que ya duerma.
CLAUDIO:
Basta que se nos hizo perdedizo
el buen Leandro.
PATRICIO:
(¿Qué canalla es ésta? (-Aparte)
Bueno será llamar y entrarme en casa.
La puerta se abre: Dios me dé paciencia,
que importa a su servicio para mi alma.)
Vase PATRICIO
CLAUDIO:
Mirad cómo abre aqueste pastelero.
ADRIÁN:
¡Abre aquí, pastelero de los diablos!
LUCRECIO:
Aún es temprano, que calienta el horno.
ADRIÁN:
Aquéste tiene un enfadoso perro.
Tuve, pared y medio de su casa,
en estas rejas altas, un requiebro,
y con el ronco aullido, en veinte noches
no le pude entender una palabra,
y entrambos nos quebramos las cabezas.
CLAUDIO:
Pagáramelo él, por vida mía,
que yo se lo pusiera perdigado,
para que hiciera de él pasteles grandes.
ADRIÁN:
No le viniera mal, que ha habido alguno
que echaba humana carne en los pasteles.
LUCRECIO:
¿Adónde beberemos, que me abrasa
la cazuela mojí del otro viejo?
CLAUDIO:
Bien cerca de mi casa, en una reja,
ponen dos cantarillas al sereno;
podéis darles un golpe con la espada
y beberéis de la corriente fresca.
LUCRECIO:
Ya no las ponen por amor de Eufemio,
que no salimos noche que no quiebra
cántaros, barros, tiestos, encerados,
marcos y celosías, cuanto topa.
ADRIÁN:
¡Oh, pesia tal! ¿Por qué decís de tiestos,
que me ha pedido Celia uno de zavida
y pudiera buscarse aquesta noche?
CLAUDIO:
Dejadle para otra, que me ofrezco
mostraros dónde está, que sin ayuda
le alcanzaréis, y es el mejor del pueblo;
que el otro día fui por una penca,
y a fe que viven dos mozuelas tales,
que se les puede hacer cualquier servicio.
LUCRECIO:
¡Ta, ta! Ya las conozco. ¿No hacen randas?
Son por extremo bellas y discretas;
la una canta.
ADRIÁN:
Sí, por Dios, en arpa.
Pero ésa es boba; esotra me contenta.
Sale un MUCHACHO con letuario y aguardiente
MUCHACHO:
¡Al letuario y aguardiente!
CLAUDIO:
Bueno;
¡a lindo tiempo, vive Dios, él vuelve
sin letuario y aun peor, por dicha!
MUCHACHO:
¡Al letuario y aguardiente!
LUCRECIO:
Muestra.
MUCHACHO:
¿Llama vuesa merced?
LUCRECIO:
Y estos señores.
MUCHACHO:
¡Oh qué rica aguardiente y letuario!
CLAUDIO:
Esta agua es una cosa aprobadísima;
Libimno Lenio escribe mil secretos;
mas puédese tomar de tal manera
que estrague mucho el cuerpo y queme el hígado;
poca y a tiempo, anima y restituye
el perdido color.
LUCRECIO:
Tres he comido;
coman vuesas mercedes.
CLAUDIO:
Yo no miro
en tres ni en cuatro, que estudié las artes
en Alcalá, donde el primero curso
me costó de aguardiente y letuario
más que tiene argumentos Aristóteles.
ADRIÁN:
Estáte quedo, diablo, que te alteras.
¡No ha de quedarte miel en todo el plato!
Mal conoces la gente.
MUCHACHO:
Aqueso os pido;
mas, calle, que me dicen que no tienen
voluntad de pagarme el letuario
la liberalidad con que lo comen.
CLAUDIO:
¡Brava agudeza!
ADRIÁN:
Son demonios éstos;
saben un punto más, pueden venderos.
LUCRECIO:
¿Qué aguardas, niño?
MUCHACHO:
Aguardo que me paguen.
CLAUDIO:
Pues nosotros vivimos hacia el Rastro;
pregunta en las Audiencias por nosotros,
que en la Puerta del Sol hay una vieja
que te dirá que somos de Toledo
y que vivimos de engañar bellacos.
MUCHACHO:
¡Páguenme el letuario!
LUCRECIO:
¿A quién lo pides?
¡Suelta la capa o quiebro la redoma!
Vanse los tres,
y queda el MUCHACHO
MUCHACHO:
Con estos lances medrará mi amo;
no me han dejado siete cascos solos;
callé para llevar sanos los míos.
Mas yo conoceré la buena gente.
Sale el ESCUDERO de EUFRASIA
ESCUDERO:
¿Tan de mañana recados?
Medraremos con la fiesta,
pues ya dormiréis la siesta
en comiendo dos bocados.
Daca la negra visita
y el saber si ha de venir,
o si allá habemos de ir,
que aun la capa no se quita.
Pues si de la ijada digo,
perezco cada momento,
pues el costado no siento;
ofrézcole al enemigo.
Un dotor de gran virtud
me mandó quitar el vino,
¡qué gracioso desatino!
¡Dios te quite la salud!
Muchacho, ¿qué fruta es ésa?
MUCHACHO:
Letuarío y aguardiente.
ESCUDERO:
¡Justicia que tal consiente
que aceituna cordobesa
que el vino en agua transforma!
¡No está mala la malicia!
¡Que no pese a la justicia
cuando de aquesto le informa!
...................... [-amos]
MUCHACHO:
¿Agora se pone antojos?
¡Váyase con Dios, cuatro ojos!
Por cierto, de espacio estamos.
ESCUDERO:
(Cortar la cólera quiero.) (-Aparte)
Ven acá; ¿por qué te vas?
MUCHACHO:
¡Váyase con Barrabás
el flemático escudero
Vase el MUCHACHO
ESCUDERO:
¡Oh hideputa, picaño,
volved, aguardad un poco!
Basta, que tienen por loco
un hombre escudero hogaño.
Yo os prometo picarillo
sucio, que, a falta de un palo,
Yo os diera un pasagonzalo
con la propia del perrillo.
¡Ah tiempos, cuánta mudanza
cabe en vuestra ligereza!
Ya la infamia y la nobleza
se mide en una balanza.
¡Qué confuso barbarismo
que una vara de un engaño
mida el brocado y el paño,
¡pues la muerte hará lo mismo!
Quiero hacer a lo que vengo.
¡Ah de casa! Ruido suena
de grita y de voces llena.
¡Bonito recado tengo!
De mañana han madrugado,
aun bien que habrá que almorzar.
Sale VIOLANTE
VIOLANTE:
¿Así me habéis de tratar?
¿Adónde me habéis hallado?
Tras venir de vuestro gusto,
amancebamiento y vicio
toda la noche, Patricio,
me recibís con disgusto,
¿esa cara me mostráis?
Y porque me llego a vos,
con un rempujón y dos,
sobre el estrado me echáis.
Padre tengo, vivo es;
todo le pienso decir.
PATRICIO:
¿En la calle os han de oír?
VIOLANTE:
Sí, y en el cielo después.
PATRICIO:
Entrad adentro. ¿Estáis loca?
VIOLANTE:
Bien loca debo de estar,
que el alma me ha de costar
un "sí" que dijo la boca.
PATRICIO:
Yo haré que la vida os cueste.
VIOLANTE:
La muerte deseo más
que la vida que me das.
(¡Ay Dios!, ¿qué hombre es aquéste? (-Aparte)
Casi conocerle quiero.)
ESCUDERO:
(¡Por Dios, que llego a buen hora!)(-Aparte)
Juan Francisco soy, señora,
de doña Eufrasia escudero;
la cual me envía a besar
las manos de su merced,
y si ha de ir a la Merced,
que la mandase avisar,
porque irán juntas a misa,
que tiene de hablar de instancia
muchas cosas de importancia,
y adiós, que estoy muy de prisa.
VIOLANTE:
Aguardad, buen hombre, un poco;
¿así os vais, sin la respuesta?
ESCUDERO:
(Anda de celos la fiesta (-Aparte)
y su marido es un loco:
temo que parte me alcance.)
VIOLANTE:
¡A buen tiempo os envió!
ESCUDERO:
(Por malo le tengo yo (-Aparte)
hasta salir de este trance.)
VIOLANTE:
Entrad y pedid mi manto
a la primera crïada.
¿Está Eufrasia levantada?
ESCUDERO:
No creo madruga tanto.
(¡El diablo me trujo aquí!) (-Aparte)
Su marido, ¿dónde está?
VIOLANTE:
Allá en la cuadra estará.
ESCUDERO:
(¡Por Dios, que llego a buen hora!)(-Aparte)
Juan Francisco soy, señora,
de doña Eufrasia escudero;
la cual me envía a besar
las manos de su merced,
y si ha de ir a la Merced,
que la mandase avisar,
porque irán juntas a misa,
que tiene de hablar de instancia
muchas cosas de importancia,
y adiós, que estoy muy de prisa.
VIOLANTE:
Aguardad, buen hombre, un poco;
¿así os vais, sin la respuesta?
ESCUDERO:
(Anda de celos la fiesta (-Aparte)
y su marido es un loco:
temo que parte me alcance.)
VIOLANTE:
¡A buen tiempo os envió!
ESCUDERO:
(Por malo le tengo yo (-Aparte)
hasta salir de este trance.)
VIOLANTE:
Entrad y pedid mi manto
a la primera crïada.
¿Está Eufrasia levantada?
ESCUDERO:
No creo madruga tanto.
(¡El diablo me trujo aquí!) (-Aparte)
Su marido, ¿dónde está?
VIOLANTE:
Allá en la cuadra estará.
ESCUDERO:
¿Acostado?
VIOLANTE:
Creo que sí.
ESCUDERO:
No esté detrás de esta puerta,
y, creyendo que ella es,
me dé dos palos o tres.
VIOLANTE:
(¡Temo que me deje muerta!) (-Aparte)
¡Entrad, grosero
ESCUDERO:
¿Grosero?
Grosero fuera ese tal
que no previniera el mal
para guardarse primero.
¿Y el perro?
VIOLANTE:
¡Que está allá abajo!
ESCUDERO:
Dígolo porque en la sala
me rompió la martingala,
y a vueltas tanto zancajo...
Vase
VIOLANTE:
¡Jesús, qué prolija bestia!
Pero ha venido a ocasión
para que mi corazón
descanse tanta molestia.
Eufrasia es, de mis amigas,
de quien me puedo fïar:
podréle comunicar
la mayor de mis fatigas.
Torna a salir el ESCUDERO con el manto
ESCUDERO:
¡Sal aquí! ¡Válgate el diablo!
y a quien te da de comer!
¡Juro a Dios que he de traer
para otra vez un venablo!
VIOLANTE:
Mostrad ya, que sois pesado.
¿Viene largo por detrás?
ESCUDERO:
Un poco levante más
y otro poco de aquel lado.
VIOLANTE:
¡Ea, comenzad a andar!
ESCUDERO:
¿Por aquí?
VIOLANTE:
Por donde quiera.
ESCUDERO:
Hay un coche en esa acera
y no podremos pasar.
'Vanse, y salen LEANDRO,'
y ROBERTO de negro
LEANDRO:
¿Cuándo pensabas venir
con el músico, Roberto?
ROBERTO:
Estaba de sueño muerto;
quise quedarme a dormir.
LEANDRO:
¡Qué galán habéis salido!
¡Buena es la calza, por Dios!
ROBERTO:
Eso quede para vos,
porque siempre lo habéis sido.
LEANDRO:
¿Adónde iremos a misa?
ROBERTO:
A nuestro sitio ordinario.
LEANDRO:
Pues ¿no érades trinitario?
ROBERTO:
¡Que fue negocio de risa!
LEANDRO:
Antes se tuvo sospecha
de vuestra profesión firme.
ROBERTO:
Sí, pero pude salirme
para orden más estrecha.
Salen CLAUDIO, y ADRIÁN, muy galanes
CLAUDIO:
Tan mala noche pasé,
que, a no ser día de fiesta,
hiciera en la cama siesta.
ADRIÁN:
¿Y pensáis que me acosté?
Mientras que mudé camisa
tuve un sueño bien ligero.
CLAUDIO:
Vamos.
ADRIÁN:
A Lucrecio espero;
juntos iremos a misa.
CLAUDIO:
Galanes hay en el puesto.
ADRIÁN:
Leandro y Roberto son.
CLAUDIO:
Adrián, donde hay pasión,
el sueño sabe a molesto.
ADRIÁN:
Dios guarde a vuesas mercedes.
LEANDRO:
Beso a vuesarced las manos.
CLAUDIO:
¡Galanes y cortesanos!
ROBERTO:
Decirlo han las paredes.
LEANDRO:
Por mi fe que es mucha gala
para pasar mala noche.
ADRIÁN:
Siempre que ronde y trasnoche,
Claudio, me salga tan mala.
¡Bravo de calzas estáis!
¿Qué dice la cinta atada
en el puño de la espada?
LEANDRO:
Lo mismo que preguntáis.
Es una ordinaria flor.
Cuando el puño se desata,
aquesta cinta se ata,
y decimos que es favor.
CLAUDIO:
¡Qué cuatro mozos aquéstos!
LEANDRO:
¡Haced piernas, pesia tal!
ROBERTO:
¿Hallaréis cuatrinca igual?
¡Qué galanes, qué dispuestos!
¡Malhayan cuatro banderas!
LEANDRO:
¡Paso, señor, pesia mí,
que alguno nos oye aquí
que nos echará a galeras!
Sale LUCRECIO, muy galán
LUCRECIO:
¡Qué bizarra está Ginebra!
Galanes, ¿puedo llegar?
LEANDRO:
Que es llegar y atropellar.
LUCRECIO:
¿Qué se trata o se celebra?
No es justo por mí se deje.
ROBERTO:
Por vos fuera caso injusto;
queremos vuestro buen gusto.
LUCRECIO:
Corrido haréis que me aleje,
que ha sido desconcertar
cuatro tan justos y tales,
pues entre pares iguales
he sido número impar.
LEANDRO:
Es un número muy bueno
entre los más escogidos,
que son cinco los sentidos.
CLAUDIO:
De todos estoy ajeno.
LEANDRO:
Apliquemos cada uno
algo agora entre vosotros.
ROBERTO:
Habían de juzgar otros.
LEANDRO:
Ya vos estáis importuno.
Tomad cualquiera y callad.
Ahora bien, sea Roberto
el gusto.
ROBERTO:
Téngole muerto;
matóle mi voluntad.
A Leandro le daréis
y a mí daréisme el oído,
por donde siempre he sentido
los desdenes que sabéis.
LEANDRO:
¿Pues a mí me dais el gusto?
ROBERTO:
Sí, que le tenéis en todo.
LEANDRO:
Vos lo sentís de ese modo,
pero mátame el disgusto.
LUCRECIO:
A Adrián le cabe el ver,
que sabe todo el lugar.
ADRIÁN:
Mas porque en sólo mirar
me dejan entretener.
LEANDRO:
¿Y el tacto?
LUCRECIO:
A Claudio se quede,
que cuanto topa y no topa...
CLAUDIO:
Topo no más de la ropa.
LEANDRO:
Cuando otra cosa no puede.
LUCRECIO:
Los cuatro habéis escogido;
ya no tengo qué escoger:
a mí me cabe el oler,
¡por Dios, bellaco sentido!,
si por la noche, a las diez,
va a la calle de Santiago.
CLAUDIO:
Hame llovido su estrago,
Lucrecio, más de una vez.
De trabajos semejantes
es de noche peligrosa;
pero de día olorosa
porque allí se adoban guantes.
LUCRECIO:
Parece esa calle tal,
Leandro, a algunas damas bellas,
que huelen bien lejos de ellas
y de cerca huelen mal.
Bien creo que me entendéis.
CLAUDIO:
Reír me habéis hecho un rato.
LUCRECIO:
Al fin, me queda el olfato.
LEANDRO:
Muy buen sentido tenéis;
que con esa nariz diestra
rastreáis, cuando se encubre,
como a sí veis que descubre,
la caza el perro de muestra.
CLAUDIO:
Cinco, al fin, somos agora.
ROBERTO:
Y sentidos sin por qué.
LEANDRO:
Buenos estamos, a fe,
para el reto de Zamora.
CLAUDIO:
Triste de aquél que tuviera,
Leandro, tales sentidos.
LEANDRO:
A fe que son escogidos
para una devanadera.
CLAUDIO:
Si nos había de juntar,
trabajo había. de tener.
ADRIÁN:
Yo nunca quisiera ver.
ROBERTO:
Ni Yo oír.
CLAUDIO:
Ni yo tocar.
LUCRECIO:
Ea, señores sentidos,
aquí vienen dos extremos
donde ocuparnos podremos.
ROBERTO:
Quiérole dar mis oídos.
ADRIÁN:
Yo el ver.
LEANDRO:
Yo aplico mi olfato,
si hay ámbar.
CLAUDIO:
Faltamos dos.
LEANDRO:
Tened. Cayeron, por Dios.
Yo aplico el gusto.
CLAUDIO:
Yo el tacto.
ROBERTO:
Buenos sentidos tenéis.
ADRIÁN:
Por Dios, que me llamo a engaño,
que estoy yo mirando un año
para que vos lo gocéis.
ROBERTO:
Y que yo con todos vengo
sólo para ser oído,
no quiero apueste sentido;
más quiero el poco que tengo.
Sale PATRICIO
PATRICIO:
(¿ Si a dicha aquel mi enemigo (-Aparte)
está en aqueste lugar
Hele allí. Quiérole hablar
con paz de fingido amigo.)
Con gusto de estos señores,
a este hidalgo me conviene
hablar.
CLAUDIO:
Vuesa merced tiene
licencia.
Apártanse ROBERTO, LUCRECIO y ADRIÁN
ROBERTO:
¿Es cosa de amores.
LUCRECIO:
¿Quién es aqueste galán?
ADRIÁN:
No le conozco, por Dios.
Mirándose están los dos;
mas ya conocido se han.
LEANDRO:
¿Es mi señor Alejandro?
PATRICIO:
Es quien desea serviros.
LEANDRO:
¡Ah! Que tengo que deciros.
A Ero rindió Leandro.
PATRICIO:
Mucho es eso, pesia tal!
Pero dijísteslo en poco.
(De celos me vuelvo loco. (-Aparte)
¡Ah, celos, rabia mortal!)
LEANDRO:
Apartémonos de aquí
que el corrillo es malicioso.
PATRICIO:
Dicen que es vicio gustoso,
que en Madrid se usa así.
¿Qué hubo de aquel papel?
LEANDRO:
Milagros de enternecido
y quejas de un mal nacido
--¡Mal fuego se encienda en él--
que diz que es un hombre bajo,
y si vos me queréis bien
ayudad con un amén.
PATRICIO:
Dejadle con su trabajo,
no le corráis con espuelas;
si de él mal decís, no dudo
de que es hacerle cornudo
hasta matar las candelas.
LEANDRO:
Pues ¿qué he de hacer de un traidor
que, con ser un ángel tal,
dicen que la trata mal
y que no la tiene amor?
PATRICIO:
Que, señor, no lo creáis,
que es un achaque ordinario.
LEANDRO:
Tendreos por mi contrario
si a ese infame disculpáis.
PATRICIO:
Que digo que es un bellaco.
LEANDRO:
Por aquí pasó y calló;
dile la mano y me dió,
esperad, que ya le saco,
este papel.
PATRICIO:
¡Bravo enredo!
LEANDRO:
Es por extremo discreta.
PATRICIO:
Aunque no es parte secreta,
leamos.
LEANDRO:
Leerle puedo.
Leed vos.
PATRICIO:
¡Qué buena letra!
LEANDRO:
Y el estilo cortesano.
PATRICIO:
(¡Cortada vea la mano!) (-Aparte)
El corazón me penetra.
"Esta negra sujeción
de mi marido enfadoso..."
LEANDRO:
(¡Ah, traidor! ¡Rayo furioso (-Aparte)
te atraviese el corazón!)
PATRICIO:
"Hoy me salí de su casa;
tanto su rigor me obliga,
y estoy en cas de una amiga"
LEANDRO:
¿Es posible que tal pasa?
Y todo por un ruin hombre
que no estima lo que tiene.
PATRICIO:
¡Por Dios, mucha razón tiene!
"Es doña Eufrasia su nombre.
Hoy iré a casa con ella.
Seguidla, así Dios me guarde,
porque volveré esta tarde,
después de comer, a vella;
que estaremos, si queréis,
juntos, donde hablar podremos"
LEANDRO:
Quisiera hacer mil extremos.
Señor, apriesa leéis;
parad, por mi vida, un poco,
y ayudadme a celebrar.
Solos habemos de estar.
¡Por Dios, que me vuelvo loco!
PATRICIO:
(Y yo también, por mi vida, (-Aparte)
por la parte que me cabe.)
LEANDRO:
Leed más.
PATRICIO:
"Eufrasia sabe
que por vos estoy perdida.
Mi honra de vos se fía;
mirad cómo la tratáis.
No más, por que no digáis
que os gasto la escribanía."
LEANDRO:
¡Qué bien! ¡Qué donaire tiene!
Esto es hecho.
PATRICIO:
(Aún falta más. (-Aparte)
Camine, pues, que detrás
la muerte en mis manos viene.)
Leandro, ¿están en la iglesia?
LEANDRO:
Habrá media hora que entraron.
PATRICIO:
(¿Que de verse concertaron? (-Aparte)
¡Ah, mundo! ¡Ah, reniego! ¡Ah, pesia
Yo no lo puedo sufrir.
Éste me ha de conocer.)
Leandro, tengo que hacer.
LEANDRO:
Pues muy bien os podéis ir;
que yo tengo de ir siguiendo
aquesta dama que pasa,
porque he de saber su casa
para buscarla, en comiendo.
PATRICIO:
¿Adónde os tengo de hallar?
LEANDRO:
Sin falta ninguna aquí.
PATRICIO:
Adiós.
LEANDRO:
Adiós.
PATRICIO:
(¡Ay de mí!) (-Aparte)
LEANDRO:
¿No me queréis perdonar?
Buen rato os habéis reído.
No me pude despedir.
¿Cortándome de vestir
os habéis entretenido?
ROBERTO:
¿Era amigo aquel galán
en la ocasión secreta?
LEANDRO:
¡Dadle al diablo Es un poeta
que se llama Radrián,
para que oyera un soneto
que allí me ha estado leyendo,
que, por Dios, yo no lo entiendo.
ADRIÁN:
Y entiéndolo yo, en efeto.
Negras coplas os leí,
que ya me las dais en cara.
LUCRECIO:
Aquella dama se para.
¿A quién conoce?
CLAUDIO:
No a mí.
ADRIÁN:
¡Qué larga va de la saya!
LUCRECIO:
¿Qué ha de haber que no tachéis?
LEANDRO:
¿Licencia no me daréis
para que tras ella vaya?
Que me ha parecido bien.
CLAUDIO:
Llevad todos los sentidos.
LEANDRO:
No, no; volverán perdidos.
Vase LEANDRO
CLAUDIO:
Debéislo de ir vos también.
Sin el gusto hemos quedado.
ADRIÁN:
Hase ido tras el suyo.
LUCRECIO:
Pues ¿ha menester el tuyo?
Quizá le tiene sobrado.
ADRIÁN:
Si va a decir la verdad,
quisiérame despedir;
pero no me atrevo a ir.
LUCRECIO:
Hacéísnos poca amistad.
¿Teméis que murmuraremos?
ADRIÁN:
Pues ¿no, de los más amigos?
CLAUDIO:
Seguro estáis de enemigos.
Buenas ausencias tenemos.
.....................[ -oy].
LUCRECIO:
¡Por Dios, que se huella bien!
ADRIÁN:
Si me han de mirar también,
aquí por siempre me estoy.
Querríame entrar de prisa.
CLAUDIO:
Pues vos, Adrián, ¿teméis?
ADRIÁN:
Pues ¿a quién perdonaréis
un apodo, mote y risa?
Pero encomiéndome a Dios.
Vase ADRIÁN
LUCRECIO:
¡Gentil hombre es Adrián!
CLAUDIO:
Y muy hombre.
LUCRECIO:
Y muy galán.
Solos quemados los dos.
Huélgome que si me voy,
Claudio, no tenéis con quién
decir de mí mal ni bien.
CLAUDIO:
Qué, ¿tan sospechoso soy?
Mas podemos dar un corte.