Las esmeraldas/Capítulo IX

Capítulo IX

-Cuando la suerte se empeña en contrariarle a uno, lo hace a maravilla.

Así habló a su esposa Neblijar al regresar a su palacio.

-¿Qué ocurre?

-Después de dar a mi madre un abrazo, he ido a presentarme al ministro, como era de rigor. Necesitaba rendirle cuenta, sin pérdida de tiempo, de la misión que por él me fué encomendada. El señor ministro de Estado so fué anoche de cacería al coto de los marqueses de Peñalba. Pero no olvidó con la diversión cazadora que yo llegaba hoy a Madrid, y que nuestro avistamiento era de toda urgencia. Su secretario particular, muy respetuosa y cortésmente, ha tenido la amabilidad de comunicarme que mi entrañable amigo el excelentísimo señor me aguarda esta noche en la finca de los Peñalba, donde, sin perjuicio de cobrar mañana cuantas piezas queramos, charlaremos de mi expedición y tomaremos los acuerdos a que mis noticias den margen.

-De suerte...

-Ya he dado orden para que preparen el auto. Dentro de media hora a volar por esas carreteras.

-¡Qué fastidio!

-Lo mismo pensé oyendo al señor secretario. ¡Qué remedio! El deber es un compañero imperioso. Hay que obedecerle aunque, como ahora, nos robe la felicidad.

-¿Volverás pronto?

-Dos o tres días, a lo sumo. Ea, voy a cambiar de ropa, mientras anuncian la comida y preparan el automóvil.

Al cabo de una hora salía de su palacio el duque, y su automóvil tomaba la dirección de la finca de los de Peñalba.



La tarde en que regresó el duque del coto de los señores de Peñalba tomaban el te Alfonso y Leonor en un gabinete decorado al uso del siglo XVI.

Presidía la estancia un soberbio lienzo de Tiziano, representando al famoso duque de Neblijar, que echó a pique la galera de Ben-Alí.

Guardaba gran semejanza el duque actual con su ascendiente.

Era idéntico el corte anguloso de la cara, virilizado por una aguileña nariz; iguales los ojos, de enérgico mirar; firme en uno y en otro el gesto de la boca. Hasta la barba, que los dos llevaban recortada en punta, hacía más fiel el parecido.

-El jueves -dijo Alfonso, dejando su taza sobre un veladorcito-, hay gran recepción en la embajada rusa.

-¿Sí?

-El nuevo ministro está resuelto a deslumbrarnos. No vale decir que la invitación para nosotros se redactó de las primeras. Aquí la tienes. La trajeron el mismo día en que fuí al monte de Peñalba. Con las prisas me olvidé de romper el sobre. En fin, nada hay perdido; queda tiempo para disponer lo necesario a fiesta tan famosa.

-¿Disponer? Ya sabes que esta clase de fiestas nunca me hallan desprevenida.

-Buena ocasión para que, como siempre, luzcas más que otra ninguna, por tu belleza y por tu lujo.

-¿Yo?

-Adelantándome a tu gusto, afirmo que esa noche eclipsarás las joyas de la princesa eslava con las esmeraldas del tunecino Ben-Alí.

-¿Qué?...

-Si crees que es preciso limpiarlas, llévalas a casa del joyero. Hasta pronto, querida. Voy a chismorrear dos o tres horas en el club.

Y el duque, rozando apenas con sus labios la cabellera de su esposa, dejó el gabinete.