Las cosas supérfluas

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


Las cosas supérfluas.

Un abogado tuerto que llevaba anteojos, dijo sn una ocasión á la parte que defendía:

— Creed que nada hallareis en mi de supérfluo.

— Yo creo, señor, que se equivoca V., dijo el litigante.

— ¿En qué? contestó con asombro el jurisconsulto. — Para que en V. nada hubiera de supérfluo, era preciso que principiase por ponerse un ojo ó por quitar un cristal á los anteojos que usa, y que de nada le pueden servir.