CAPITULO XI


Dos pasos a retaguardia, otra vez, para reanudar los hilos de nuestra relación, en los tiempos pasados; aquellos de las placidas horas sin las trabas y exigencias de la actualidad, verbigracia. Misia Margarita Cabrera (Q. D. G. en su santa gracia), era una señora de campanillas, como se decia; muy ilustrada, y con ribetes de poetisa. Con ocasión de haber sido nombrado canónigo de la catedral de Buenos Aires el ilustrado sacerdote Colina, hubo un gran convite en su honor, al cual asistió esta señora, y en las expansiones de la fiesta, que fué muy sonada, teniendo la señora un momento de poética inspiración, levantáse de la silla y pronunció con cariñoso acento la siguiente octava, improvisada, que fué estruendosamente aplaudida.

Dijo asi:

"Tu mérito y virtud, Colina, alabo.
Que la Patria recompensa en este dia;
¡Oh! que llegues a disfrutar la canonjia,
Con todos sus acentos hasta el cabo,
Y en calma, y en honor, y en alegria,
De contratiempos y disusto, salvo,
Llegues a conseguir, ser de tu suelo,
¡Obispo! que después se vaya al cielo."

Las mismas señoras de Colina y las de Barquin, muy renombradas familias de la antigua nobleza,

tenian reuniones diarias (no recibos cada ocho dias), en las que no faltaban ni el buen tono, ni la franca alegria. Alzaga, Marced y el joven Arriaga, especie de triunvirato social, que antes del luctuoso suceso, pertenecian a la mas escogida sociedad, cuando de mañana pasaban por la puerta, Alzaga les decia:

"Las Colinas son de alzúcar
"Las Barquines de almidon...
"Las tengo en el corazón".

Pocos años después la fatalidad cubrió con su negro mauto a estos tres nombres.

Un dia, nuestro inolvidable maestro de la escuela del barrio del Colegio, don Rufino Sanchez, llevó los niños (y al mismo tiempo hizo distribuir en la plaza una sentida invocación), de sus clases, a presenciar en corporación una ejecución capital que tuvo lugar en la plaza de la Victoria, delante de la Casa de Justicia (antes que un rayo que cayó en la torre borrara las tres letras Jus, dejando solo ticia) que en doradas letras tenia incrustada la feeha de su construcción, el año 1711; y que el pico destructor del obrero, en esta mania de renovar todo lo viejo... le cayeron encima, (¡pero al pobre de mi, no lo renuevan nunca!...) la echaron al suelo con la célebre campana de las horas, que en 1810 sonó llamando a las armas a los patriotas para la revolución de la independencia y de la libertad.

¿Qué es de esta célebre reliquia? ¿Dónde esta, pues? Y, ¿por qué no la vemos en el museo?

¿Cómo ha de despertarse en los argentinos el amor a la patria, si desaparecen hasta los signos materiales de sus gloriosos antecedentes? [1] Como iba diciendo; pues, fueron fusilados los dos últimos, permaneciendo colgados en las horca; todo ese dia, para desagravio del pueblo que habia presenciado el horrendo crimen contra la amistad y la moral.

La justicia de los hombres fué inexorable en la aplicacién de la última pena impuesta a los que pudo aprender, sin embargo de los empeños de las mas respetables familias y de la magistral defensa que hizo el doctor Gabriel Ocampo, el insigne abogado del desgraciado joven Arriaga.

La defensa del doctor Ocampo, con que éste se estreno en el foro de Buenos Aires, fué una novedad, que estableció su fama de jurisconsulto. El gremio de abogados lo acompaño hasta su casa, felicitando asi al joven abogado de la Universidad de Cordoba.

Ahi está uno de ellos, el doctor Estévez Segui, que no me dejaré mentir.

El doctor Ocampo ha conservado, probablemente hasta su fallecimiento, un magnifico reloj, que Arriaga le entregó en la prisión misma como muestra de gratitud y recuerdo de aquella famosa defensa...

Aseguran los de la época actual, que en esos tiempos nuestra sociedad era menos civilizada; era atrasada!

En defensa de aquella época, nada diré a mis lectoras, sino repitiendo la siguiente estrofa:

En tiempos de las bárbaras naciones.
Colgaban de la cruz a los ladrones;
Hoy en tiempos de bancos garantidos, y de luces,
Del pecho del ladrón cuelgan las cruces.

Diran que esto no es verso; yo diré como el inglés del cuento: no será verso, pero es verdad. Suspendamos por un momento mi relación, para una, ampliación.

Complementaré lo,que dice el señor: "Otro que pesca", respecto de la novela El Duque de Kandos, del señor Matthey, con justicia incorporado a la Société des Macanneurs.

Encontrábame en Paris, cuando vi anunciado en el cartel del teatro des Nations, hoy de la Opera Cómica, un drama: El Duque de Kandos, cuya escena pasaba en Buenos Aires.

Fui a la representación...

¡Cuán enormes eran los titulos del autor para incorporarse desde entonces a la Société!

La escena representaba una, casa de la calle de Libertad en Buenos Aires —la protagonista se llamaba Mariquita y el idem Cuchillito.

Por quitame allá esas pajas, aparecia un indio, por igual razón se colaba un tigre en el salón de la casa calle Libertad, en Buenos Aires, el cual tigre era despachurrado por Cuchillito y por el indio, entre los deliquios de Mariquita, que se echaba, aire con tamaño abanico de plumas.

No faltó quien creyese que el autor habia sorprendido a los guardianes del Manicomio, porque parte del público extranjero, argentino y americano, atraido por el anuncio, se desternillaba de risa en las escenas més serias del drama.

Dejando el comentario de esta curiosa ampliación para mis lectoras, especialmente en lo relativo a la ausencia de las sombrillas, al tamaño de los abanicos y a la presencia familiar del tigre en la casa de la calle Libertad, sigo mi relato.

Las señoras de Herrero, una de éstas casada con el coronel Ramirez, daba tertulias mas de confianza sin los pianistas Marradas, ni Espinosa, pero en las cuales todos prestábamos nuestro contingente musical, y nos deleitábamos toda la noche, al calor de un rico mate de verdadera yerba paraguaya, o de un rico vaso de agua pura y fresca, endulzada con el clásico panel; y... que siga la contradanza, o en cambio que bailen un minuet a cuatro, Emilio Castro y Juan Antonio Fernandez, infaltables a estas fiestas y parroquianos natos perennes que llevaban la batuta, pues tenian conquistado su prestigio entre las asiduas concurrentes a estas tertulias.

A lo menos, no sé si con razón o sin ella, yo le tenia mucha envidia a Juan Antonio, porque me parecia que una rubia que por alli andaba haciendo raya por su beheza, y que coqueteaba con varios mozos, a mi ni caso me hacia, mientras que por Juan Antonio tenia muchas confidencias... ¿Han visto ustedes qué malas son las mujeres algunas veces?

Otra tertulia se improvisó poco tiempo después en la espléndida casa del señor don A. Van Prat, en la misma manzana, adonde acudian lindas señoras y jóvenes. Tertulias que se hicieron muy animadas y divertidas bajo la cariñosa dirección de la señora del señor Van Prat, a punto que las reuniones fueron a poco andar las más solicitadas.

Nada faltaba en ellas, pues el comfort más apropiado con que obsequiaban a los invitados los dueños de aquel hogar inspirando la confianza, producian el buen humor, y las tertulias resultaban por ende animadisimas.

Por aqui, como por los otros centros de buena sociabilidad, lucian su belleza la señora Martina Linch de Bernal, esposa del colector de la aduana. La llamada estrella del Sud, hija de la señora Casilda Igarzaibal de Peña. La lindisima Juanita Rivero, esposa después del señor Barnechea; Carmen Zavaleta, después llamada de Saavedra, porque ya aparecia augrurando ser estrella de magnitud.

La linda señora Rosario de Vedia de Barata, Manuela Belaustegui de Bustamante, a la que siguio Maria. Antonia, su hermana, hoy de Cazbu. Manuela Rosas de Bond (hermana de Agustina), casada con un inglés, médico del restaurador. Ana Marmol de Laserre. La estrella del Norte, como la llamaban a Brigida Martinez, después esposa de Somellera, hija del fisico don Pedro Martinez, introductor del Pan-Quimagogo de Le-Roi, la cual tenia una hermana, Isabel, menos linda, pero que a mi me gustaba mucho, teniendo ese no sé qué, que jamas puede descifrarse.

La suerte de la fea
La bonita la desea.

Esto es lo que dice el refran, y es cuestion que yo someto a la resolución de mis estimables lectoras —porque muchas veces en la duda oourrióme preguntar a una de mis mas atractivas amigas — fea, por supuesto; pero a pesar de mi natural franqueza nunca me atrevi a dirigir la pregunta — y... ¡vamos adelante con los faroles!...

Enriqueta Montes Larrea, de quien estaba enamorado el inglés Atkinson; este mismo que casó después con la esimia cantora aficionada, Inocencia Garcia, a quien siempre acompañaba al piano el señor Esnaola.

La señora Delfina de Vedia de Mitre, las de Lavalle, una de las cuales fué esposa del distinguido abogado Marcelino Ugarte, Mercedes Baragañe de Zapiola y su hija. Angela Baudrix de Dorrego. La distinguida señora Creencia Boado de Garrigés, notable aficionada en pintura, Angelita, (beldad de primo cartelo) y Rosario Gallino... en fin, la mar y sus orillas, a todas las que arrastraban el ala, como a las anteriores y renombradas bellezas que he citado, una pléyade de buenos mozos y candidates de esposos, conquistadores de fama, porque donde ponian el ojo, ponian la bala. Estos leones eran... los que sabrán ustedes, si esperan unos dias.



  1. Después he sabido por un amigo que esta campana es la mismo que sigue marcando nuestras horas colocada actualmente con el reloj en la torre de San Ignacio.