La tristeza del Diablo

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

La tristeza del diablo

A Joaquin V. Gonzalez.


Silencioso, mordiéndose los puños,
Por sus fúnebres alas cobijado,
En pico abrupto que la nieve ciñe
Detúvose una noche el Fulminado.

Prolongaba la tierra, inmensa y tristc,
Los continentes que la mar azota;
Fúlgido arriba centelleaba el cielo
Y él contemplaba la tiniebla ignota.

Allí, clavados los sangrientos ojos
En el antro de humanas tempestades―

Hormiguero febril de hombres y bestias
Que rápidas sepultan las edades—

Oyó ascender los pérfidos hosannas,
El canto de los reyes, los clamores
De los pueblos en cruz, y del incendio,
Lejanos y profundos estertores.

El lúgubre concierto de los males,
Antiguo como el mundo, y más ardiente,
Y más encarnizado que sus odios,
Cruzó del inmortal bajo la frente.

Evocando sus glorias fugitivas
Abismóse en los tiempos insondables,
Y al medir el horror de su destino
Temblaron sus entrañas formidables.

Y los brazos torciendo enfurecido
El soñador, la víctima primera,
Gritó por el espacio sin medida
Do el turbión de los soles reverbera:

—Van los días monótomos cayendo
En la honda eternidad de mi amargura:

Fuerza, orgullo, combates, desencantos,
Sólo aumentan mi tedio y desventura.

Si el odio y el amor me traicionaron,
Si lágrimas, á mares, he bebido,
Aniquiladme, oh mundos! ¡Que yo sea
En el sagrado sueño sumergido!

Y las razas malditas, las felices,
Del resonante espacio en el desierto,
Sabrán también que el Orbe ha terminado
Cuando ruja una voz: ¡Satán ha muerto!