La segunda parte de Lazarillo de Tormes/V

Capítulo V

En que cuenta Lázaro el ruin pago que le dio el general de los atunes por su servicio, y de su amistad con el capitán Licio.


Pues tornando a lo que hace al caso, otro día el general mismo me apartó en su aposento, y dixo: «Esforçado y valeroso atún estraño, yo he acordado te sean gualardonados tan buenos servicios y consejos, porque si los que como tú sirven no son gualardonados, no se hallarían en los exércitos quien a los peligros se aventurasse; porque me parece, en pago dello ganes nuestra gracia, y te sean perdonadas las valerosas muertes que en la cueva en nuestras compañas hecistes. Y en memoria del servicio que en librarme de la muerte me has hecho, posseas y tengas por tuya propia essa espada del que tanto daño nos hizo, pues tan bien della te sabes aprovechar, con apercebimiento que si con ella hicieres contra nuestros súbditos y naturales de nuestro señor el rey alguna violencia, mueras por ello. Y con esto me parece no vas mal pagado, y de hoy más puedes te volver do eres natural». Y mostrándome no muy buen semblante, se metió entre los suyos y me dexó.

Quedé tan atónito cuando oí lo que dixo, que casi perdí el sentido, porque pensaba por lo menos me había de hacer un grande hombre, digo atún, por lo que había hecho, dándome cargo perpetuo en un gran señorío en el mar, según me había ofrecido. «¡Oh Alexandre -dixe entre mí-, repartíades y gastábades vos las ganancias ganadas con vuestro exército y caballeros! O lo que había oído de Cayo Fabricio, capitán romano, de qué manera gualardonaba y guardaba la corona para coronar a los primeros que se aventuraban a entrar los palenques. Y tú, Gonçalo Hernandes, gran capitán español, otras mercedes heciste a los que semejantes cosas en servicio de tu rey y en aumento de tu honra se señalassen. Todos los que sirvieron y siguieron a cuantos del polvo de la tierra le levantaste, y valerosos y ricos heciste, como este mal mirado atún comigo lo hizo, haciéndome merced de la que en Çocodover me había costado mis tres reales y medio. Pues oyendo esto, consuélense los que en la tierra se quexan de señores, pues hasta en el hondo mar se usan las cortas mercedes de los señores».

Estando yo assí pensativo y triste, conociéndomelo el capitán Licio, llegóse a mí y díxome: «Los que confían en algunos señores y capitanes assí como a ti acaece, que estando en necessidad hacen promessas, y salidos dellas no se acuerdan de lo prometido. Yo soy buen testigo de todo tu buen esfuerço y de todo lo que valerosamente has hecho, como quien a tu lado se halló, y veo el mal pago que de tus proezas llevas y el gran peligro en que estás, porque quiero que sepas que muchos destos que ante ti tienes están entre sí concertando tu muerte; por tanto no te partas de mi compañía, que de aquí te doy fe, como hijodalgo, de te favorecer con todas mis fuerças y con las de mis amigos en cuanto pueda, pues sería muy gran pérdida perderse un tan valeroso y señalado pece como tú».

Yo le respondí grandes gracias por la voluntad que me mostraba, y acepté la merced y buena obra que me hacía, y ofreciéndome serville en tanto que viviesse. Y con esto él fue muy contento, y llamó hasta quinientos atunes de su compañía y mandóles que dende en adelante tuviessen cargo de me acompañar y mirar por mí como por él mismo. Y assí fue, que estos jamás, de día ni de noche, de mí se apartaban, y con gran voluntad, que estos no era mucho que me desamassen. Y no pienso que de los otros había en el exército quien no me tuviesse gran voluntad, porque les pareció aquel día del combate que me señalé o di a conocer gran valentía y esfuerço en mí.

Desta manera trabamos el capitán Licio y yo amistad, la cual nos mostramos como adelante diré. Deste supe yo muchas cosas y costumbres de los habitadores del mar, los nombres de los cuales y muchas provincias, reinos y señoríos dél, y de los señores que los posseían. Por manera que en pocos días, me hice tan práctico, que a los nacidos en él hacía ventaja y daba más cuenta y relación de las cosas que ellos mismos. Pues en este tiempo nuestro campo se deshizo, y el general mandó que cada capitanía y compañía se fuesse a su alojamiento, y dende a dos lunas fuessen todos los capitanes juntos en la corte, porque el rey lo había assí enviado a mandar. Apartámosnos mi amigo y yo con los de su compañía, que serían, a mi ver, hasta diez mil atunes, entre los cuales había poco más que diez hembras, y estas eran atunas del mundo, que entre la gente de guerra suelen andar a ganar la vida. Aquí vi el arte y ardid que para buscar de comer tienen estos pescados, y es que se derraman a una parte y a otra y se hacen en cerco grande de más de una legua en torno, y desque los unos de una parte se han juntado con los de la otra, vuelven los rostros unos para otros y se tornan a juntar, y todo el pescado que en medio toman muere a sus dientes. Y assí caçan una o dos veces al día, según como acaecen a salir. Desta suerte nos hartábamos de muchos y sabrosos pescados, como era pajeles, bonitos, agujas y otros infinitos géneros de peces. Y haciendo verdadero el proverbio que dicen que «el pece grande come al más pequeño», porque, si acontecía en la redada coger algunos mayores que nosotros, luego les dábamos carta de guía, dexábamos salir sin ponernos con ellos en barajas, excepto qué si querían ser con nosotros y ayudarnos a matar y comer conforme al dicho «quien no trabaja, que no coma».

Tomamos una vez entre otros pescados ciertos pulpos, al mayor de los cuales yo reservé la vida, y tomé por esclavo y hice mi paje de espada, y assí no traía la boca embaraçada ni pena con ella, porque mi paje, revuelto por los anillos, una de sus muchas colas la traía a su placer, y aun parecióme a mí que se usaba y pompeaba con ellas. Desta suerte caminamos ocho soles, que llaman en el mar a los días, al cabo de los cuales llegamos a do mi amigo y los de su compañía tenían sus hijos y hembras, de las cuales fuimos recebidos con mucho placer, y cada cual con su familia se fue a su albergue, dexándome a mí y al capitán en el suyo.

Entrados que fuimos en la posada del señor Licio, dixo a su hembra: «Señora, lo que deste viaje traigo es haber ganado por amigo este gentil atún que aquí veis, la cual ganancia tengo en mucho; por tanto os ruego sea de vos festejado y hecho aquel tratamiento que a mi hermano hacer solíades, porque en ello me haréis singular placer». Esta era una muy hermosa atuna y de mucha autoridad; respondió: «Por cierto, señor, esso se hará como mandáis, y si falta hubiere, no será de voluntad».

Yo me humillé ante ella suplicándola me diesse las manos para se las besar, sino que plugo a Dios se lo dixe algo passo, y no se echó de ver y no oyeron mi necedad. Dixe entre mí: «Maldito sea mi descuido, que pido para besar las manos a quien no tiene sino cola». La atuna me dio una hocicada amorosa, rogándome me levantasse, y assí fui della recibido muy bien; y ofreciéndome a su servicio, fui della muy bien respondido como de una muy honrada dueña. Y desta manera estuvimos allí algunos días, y muy a nuestro placer, y yo muy bien tratado destos señores y servido de los de su casa. En este medio yo mostré al capitán esgremir, no lo habiendo en mi vida aprendido, y hízose de la espada muy diestro, lo cual él preciaba mucho; y assí mismo, a un hermano suyo que había nombre Melo, también muy ahidalgado atún.

Pues estando yo una noche en mi reposo, pensando la muy buena amistad que en este pece mi amigo tenía, desseando se le ofreciesse algo en que le pudiesse pagar parte de lo mucho que le debía, vínome al pensamiento un gran servicio que le podía hacer, y luego a la mañana lo comuniqué con él, lo cual él tuvo en lo que fue justo, pues le valió tanto como adelante diré. Y fue el caso que, viéndole yo tan aficionado a las armas, le dixe que él debía enviar a aquella parte donde fue nuestro desastre, y que allí se hallarían muchas espadas, lanças, puñales y otras maneras de armas, y que truxessen todas las que pudiessen traer, que yo quería tomar cargo de mostrar aquella nuestra compaña y hacellos diestros; y, si aquello había efecto, su compañía sería la más pujante y valerosa de todas, y de quien el rey y todo el mar más caso haría, porque ella sola valdría más que todas las otras juntas, y que desto le redundaría a él mucha honra y ganancia. Parecióle consejo de buen amigo y mucho me lo agradeció; y luego, executando el aviso, envió a su hermano Melo con hasta seis mil atunes, los cuales con toda brevedad y buena diligencia vinieron trayendo infinitas espadas y otras armas, muchas de las cuales gran parte venían tomadas del orín, y debían ser de cuando el poco venturoso don Hugo de Moncada passó otra tormenta en este passo. Las armas venidas fueron repartidas en los atunes que más hábiles nos parecieron, y el capitán por un cabo y su hermano por otro, y yo era como sobremaestro a quien venían con las dudas: no entendíamos en otra cosa, sino en mostrárselas a tener y esgremir con ellas, y a que supiessen echar su revés y tajo y fina estocada; a los demás que nos pareció diose cargo para caçar y buscar de comer.

A las hembras hecimos entender en limpiar las armas con una gentil invención que yo di, y fue que las sacassen y metiessen en los lugares que tuviessen arena hasta que se parassen lucias. De manera que, puestos todos a punto, quien viera aquel pedaço de mar le pareciera una gran batalla en el agua. A cabo de algunos días, muy pocos de los atunes armados había que no se tuviesse por otro Aguirre el diestro. Entramos en consejo, y fue acordado hiciéssemos con los pulpos perpetua liga y amistad de que se viniessen a vivir con nosotros, porque nos sirviessen con sus largas faldas de talabartes, y assí se hizo, y holgaron dello, porque los tuviéssemos por amigos y los mantuviéssemos, los cuales, como dixe, sin pena nos podían servir.

Y en este tiempo se cumplió el plazo de los dos meses, en cabo de los cuales el capitán general mandó que fuessen todos juntos los capitanes en la corte; y Licio se empeçó a poner a punto para la ida, y entre él y mí se platicó si sería bien irme yo con él a la corte y besar las manos al rey, y que tuviesse noticia de mí. Hallamos no ser buena la voluntad que mostró el general, y que sería inconveniente por haberme expressamente mandado me fuesse a mi tierra, por lo cual, después de platicado bien el negocio, estando presentes a la plática Melo, hermano del capitán Licio, de muy buen ingenio, y la hermosa y no menos sabia atuna, su hembra, fue el parecer de todos por el presente que yo me quedasse allí en su compañía, porque él acordó de ir a la ligera y llevar pocos de los suyos, y que, después que él llegasse allá, informaría al rey de mí y del gran valor mío, y que, como el rey le respondiesse, assí haría lo que fuesse bien.

Con este acuerdo el buen Licio se partió con hasta mil atunes, y quedamos su hermano Melo y yo con los demás en el aposento; y al tiempo que de mí se despidió, apartándome, me dixo: «Verdadero amigo, hágoos saber que voy muy triste por un sueño que esta noche soñé. ¡Quiera Dios no sea verdad! Mas si por mi desventura saliere verdad, ruégoos os hayáis como bueno y os acordéis de lo que en voluntad me sois en cargo, y no queráis de mí más saber, porque ni a vos ni a mí conviene».

Yo le rogué mucho se aclarasse cómo, y no quiso; antes, como estaba ya despedido de su dueña y de su hermano y de los demás, dándome con el hocico se fue no alegre, dexándome a mí muy triste y confuso. Pensé muchos y varios pensamientos sobre aquel caso y en uno dellos hice algún assiento, diciendo: «Por ventura éste, a quien tanto debo, debe pensar que la hermosura de su atuna, que las más veces con la mucha honestidad no se abraça, me cegará para que no vea lo que el mar vería tan gran maldad. Mas esta buena ley el día de hoy está corrupta, y en el mar debe de ser lo mismo, y no es mucho».

Passé yo por la memoria muchas cosas en este caso y parecióme prevenir el remedio para que él se assegurasse y mi lealtad no padeciesse, y fue llegados ante la capitana atuna yo y su cuñado, después de haberla algún tanto consolado del pesar que la partida de su marido le causaba, mayormente en ver la tristeza que Licio llevaba, aunque también a mí y a ella se lo encubrió al tiempo que della se despidió.

Yo le dixe a Melo que yo desseaba ser su huésped, si él por bien lo tenía, porque para estar en compañía de hembras era mal regocijado, y antes causaría a su merced tristeza, que sería en quitársela. Ella me fue mucho a la mano, diciendo que si algún consuelo pensaba tener era por estar yo en su poder y posada, sabiendo el grande amor que su marido me tenía, y que, assí, al tiempo que della se partió, no le dio mayor cargo que el cuidado que de mí había de tener; aunque yo no pensé lo que era, antes distaban nuestros pensamientos. Al fin, como a mí se me habían assentado los negros celos, aun como atún, que por ventura había passado por ellos con la mi Elvira y mi amo el arcipreste, nunca se pudo comigo acabar que quedasse, antes me fui con el cuñado, y cuando a visitalla venía siempre le traía comigo.