La segunda parte de Lazarillo de Tormes/IX
Capítulo IX
Que contiene cómo Lázaro libró de la muerte a Licio, su amigo, y lo que más por él hizo.
Y yendo nosotros con el furor y velocidad que tengo dicho, dimos con nosotros en una gran plaça que ante la torre de la prisión estaba, mas nunca, a mi pensar, socorro entró ni llegó a tan buen tiempo, ni aquel buen Cipión Africano socorrió a su patria, que casi del todo estaba ocupada del gran Aníbal, como nosotros corrimos al buen Licio. Finalmente que el mensajero que el traidor envió supo tan bien negociar, y los señores jueces, que assí mismo holgaron de contentar aquel, aunque malo, gran señor y privado del rey, porque otro día le dixesse que tenía muy buena justicia y que los que la executaban eran muy suficientes, y assí les ayude Dios, que cuando llegamos tenían al nuestro Licio sobre un repostero, y a la hermosa su mujer con él dándole la postrera hocicada, que por grandes ruegos la dexaron llegar, muy sin esperança, ella y Melo, de nuestro velocíssimo socorro.
Estaban en torno de la plaça y por las bocas de las calles que a ella venían más de cincuenta mil atunes de la compañía del gran capitán, a los cuales había dado la guarda del buen Licio. El executivo verdugo estaba dando gran prissa a la señora capitana se apartasse de allí y le dexasse hacer su oficio, el cual tenía en su boca una muy gruessa y aguda espina de ballena del largo de un braço para metelle por las agallas a nuestro muy gran capitán, que assí mueren los que son hijosdalgo. Y la triste hembra, muy a su pesar, dando lugar al cruel verdugo, con grandes lloros y gemidos que ella y su compañía daban, ya el buen Licio se tendía para esperar la muerte, y cerrando para siempre sus ojos por no verla, ya que el verdugo, como es costumbre, le había pedido perdón. Y llegándose él, le anda tentando el lugar o la parte por donde había de herir, para más presto dexalle sin vida, cuando Lázaro atún había hendido con su compañía por medio de los malos guardadores, derribando y matando cuantos delante dél se ponían con su toledana espada. Y llegó a buen tiempo, al cual se debe creer que lo truxo Dios, que quiere socorrer a los buenos en tiempo de más necessidad, pues llegando al lugar que digo, y visto el duro peligro en que el amigo estaba, di una gran voz, como la que solía dar en Çocodover, antes que llegasse el verdugo a hacer su deber. Yo le dixe:
«Vil gurrea, ten, ten tu maço, si no morirás por ello».
Fue mi voz tan espantosa y puso tanto temor, que no sólo al cegoñino, mas a los demás que allí estaban dio espanto, y no es de maravillar, porque, de verdad, a la boca del infierno que tal voz sonara espantara a los espantosos demonios, que fuera parte que me rindieran las atormentadas ánimas. El verdugo, atónito de me oír y espantado de ver el velocíssimo exército que en mi seguimiento venía, esgrimiendo mi espada a una y a otra parte por ponelle más miedo y dalle materia en que ocupasse la vista, me esperó; mas como yo llegué, parecióme assegurar el campo, y di al pecador que matarle quería una estocada por el testuz, por do cayó luego muerto al lado del que nada desto veía. Aunque animoso y esforçado pece, la tristeza y pesar de verse tan injusta y malamente morir le tenía a esta sazón fuera de su acuerdo; y cuando assí le vi estar, pensé si, por desdicha mía, había acaecido antes que yo llegasse que el miedo le hubiesse muerto, y con esto apressuradamente llegué a él llamándole por su nombre; y a las voces que le di levantó un poco la cabeça y abrió los ojos. Y como me vio y conoció, como si de la muerte resucitara, se levantó, y sin mirar nada de lo que passaba se vino a mí, y yo le recebí con el mayor gozo y alegría que jamás ni después hube, diciéndole: «Mi buen señor, quien en tal estrecho os puso, no os debe amar como yo»; «¡Ay, mi buen amigo! -me respondió-, cuán bien me habéis pagado lo poco que me debíades. ¡Plega a Dios me dé lugar para os pagar lo mucho que hoy vuestro deudor me habéis hecho!»; «No es tiempo, mi señor -le respondí-, destas ofertas do tanta voluntad de todas partes sobra. Mas entendamos en lo que conviene, pues ya veis lo que passa».
Metí mi espada entre el cuello y córtole un cabo de guindaleta con que estaba atado. Como fue suelto, tomó una espada a uno de nuestra compañía, y fuimos a su hembra y Melo y los otros que con él estaban, que a esta hora atónitos y fuera de sí estaban de ver lo que veían; mas, tornados en sí, comiençan a darme gracias de la buena ventura.
«Señores -yo les dixe-, habéislo hecho vosotros como buenos. Yo, de aquí adelante y mientras tuviere vida, haré lo que pueda en vuestro servicio y de Licio, mi señor; y porque no hay tiempo de hablar mi hecho, mas de hacer algo, entendamos en ello, y sea que vosotros, señores, no os apartéis de nosotros, porque venís desarmados, y no recibáis daño. Y vos, señor Melo, toma una arma y cien atunes de vuestra escuadra con sus armas, y no entendáis en otra cosa más que en seguirnos, y mira por vuestra hermana y essas otras hembras, porque nosotros llevamos acá los negocios y la victoria, y hayamos vengança de quien tanta tristeza y trabajo nos ha dado».
Melo hizo como yo le rogué, aunque conocí dél quisiera emplearse a más peligro. Yo y el buen Licio nos tuvimos y nos metimos entre los nuestros, que andaban tan bravos y executivos, que, pienso, tenían muertos más de treinta mil atunes, y como nos vieron entre sí y conocieron su capitán, nadie puede contar el alegría que sintieron. Allí el buen Licio, haciendo maravillas con su espada y persona, mostraba a los enemigos la mala voluntad que en ellos había conocido, matando y derribando a diestro y siniestro cuantos ante sí hallaba; mas a esta hora ellos iban tan maltrechos y desbaratados, que ninguno dellos entendía sino en huir y esconderse y meterse por aquellas casas sin hacer defensa alguna, más de las que las flacas ovejas suelen hacer a los bravos y carniceros lobos.