Acto I
La santa liga
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Salen Mustafá, Ardaín, Constancia, Marcelo —niño― y turcos.
MUSTAFÁ:

  Admírame tu dureza.

CONSTANCIA:

Y a mí tu rigor me admira.

MUSTAFÁ:

Quién soy mira.

CONSTANCIA:

Mas tú mira
tu valor, fuerza y nobleza,
que a tan alta fama aspira.
  De Constantinopla fui
a mi patria, Nicosía,
fiando en tu fe la mía;
pero en poner me perdí
mi fe donde no la había.
  Vuélvesme al mismo lugar,
pretendiéndome obligar,
con regalo o con castigo,
a dejar la ley que sigo.

MUSTAFÁ:

Bien te pudiera forzar,
  pero no quiere el poder
gozar lo que amor no allana.

CONSTANCIA:

¿Y espérasme tú vencer,
mirando que soy mujer,
no que soy mujer cristiana?
  Harto en vano te fatigas,
a cárcel el viento obligas,
estrellas bajas del cielo.

MUSTAFÁ:

No me espanto, si eres hielo,
que este mi ardor contradigas.
  Constancia, si de tu nombre
heredas el ser constante,
para que quien soy no te espante,
turco soy, cuanto a ser hombre;
cuanto al alma, soy diamante.
  No era tan mal partido
el que te quiero ofrecer,
pues siendo turca, te pido
que me admitas por marido,
pues te admito por mujer.
  ¿Con quién estabas casada?

CONSTANCIA:

Con un mancebo gallardo,
de hidalga sangre y espada.

MUSTAFÁ:

¿Quién?

CONSTANCIA:

El capitán Leonardo,
de quien fui en extremo amada.

MUSTAFÁ:

  ¡Pues mira si medras mal,
que de un capitán, hoy subes
al valor de un general
que ha puesto sobre las nubes
su nombre y fama inmortal!
  Yo soy el mayor privado
que el Gran Señor ha tenido
a su mesa ni a su lado;
de los cristianos temido
y de los turcos amado.
  Los jenízaros me adoran
presente, ausente me lloran,
abren toda cuadra y sala;
la China, Java y Bengala
apenas mi nombre ignoran.
  Hasta allá puse las colas
del caballo y blancas lunas;
las márgenes españolas
mis armas conocen solas,
no conociendo ningunas.
  Yo soy de aquellos por quien
dan humo, cuando los ven,
las atalayas de España;
tiémblame Italia en campaña
y Malta en la mar también.
  No te pese de volver
a Constantinopla así.

CONSTANCIA:

¿Qué es lo que piensas hacer
de los dos?

MUSTAFÁ:

Vencerte a ti,
si te pudiere vencer,
  y del niño un turco noble
que al Rey sirva.

CONSTANCIA:

No hayas miedo
que a los dos tu engaño doble.

MUSTAFÁ:

Probaré si hacerlo puedo.

CONSTANCIA:

Yo seré palma y él roble.

MUSTAFÁ:

  Ahora, pues, metedle allá
y hacedle turco.

CONSTANCIA:

¡Señor!
Ásgase della el niño.

NIÑO:

¡Madre, madre!

CONSTANCIA:

¡Qué rigor!
Marcelo, Dios os dará
entendimiento y favor.
  ¡Llamad a Dios, hijo mío;
hacedle testigo eterno
dese generoso brío!
¡Temed, Marcelo, al infierno,
que yo para el cielo os crío!
  Más tierno niño era Dios
cuando pasó lo que vos
porque la ley se cumpliese.

ARDAÍN:

¡Suelta!

CONSTANCIA:

¡Deja que le bese
o mátanos a los dos!
  ¡Terrible pesar me has hecho!

MUSTAFÁ:

Procura vencer, Constancia,
la obstinación de tu pecho.

CONSTANCIA:

Hay en eso más distancia
que del cielo al suelo trecho.

MUSTAFÁ:

  Voy a ver algún señor
para darle mi embajada.

CONSTANCIA:

Yo, a ver tan nuevo dolor.

MUSTAFÁ:

Podrá vencerte mi espada
si no te vence mi amor.

Váyanse. Y salgan Selín con Fátima.
SELÍN:

  Como es la luna en los cielos,
Lela Fátima, serás;
mas dese cielo caerás
si das en pedirme celos.
  Yo te confieso que Rosa
es la cosa que más quiero,
y que su lugar primero
jamás le ocupe otra cosa.
  Deja que esté Rosa allí,
pues es primera en derecho;
que yo tengo grande el pecho
y habrá lugar para ti.
  Si en mis baños, como sabes,
caben trescientas mujeres,
¿cómo ser tan grande quieres
que aquí con otra no cabes?
  Estima el lugar segundo
de quien es otro Alá santo:
no estreches el pecho tanto
de un señor que lo es del mundo.

FÁTIMA:

  Selín, si el reinar un día
entre dos no se hace bien,
el amor es rey también
y no quiere compañía.
  Casa en tus baños has hecho
en que mil pueden caber,
pero no podrás tener
dos mujeres en un pecho;
  que es más llano que la palma
que, cuando celos les dieren,
reñirán y, si riñeren,
te han de alborotar el alma.
  Si están por una mujer
mil provincias abrasadas,
dos mujeres enojadas
en un alma, ¿qué han de hacer?

SELÍN:

  De las historias que tocas,
Fátima, bien se me acuerda;
pero siendo el alma cuerda,
¿qué importa que ellas sean locas?

FÁTIMA:

  ¿Y dará con perfección
acento sonoro y lleno
un instrumento muy bueno
con cuerdas que no lo son?
  ¿No ves tú que dese modo
hacer disonancia es llano?

SELÍN:

No, porque la buena mano
suple la falta de todo.
  ¿No están en paz todos juntos
mil granos en la granada?
¿Pues por qué te desagrada
que en un alma estén dos gustos?

FÁTIMA:

  Mas en viéndose apretar,
abrir la granada intentan;
que en siendo muchos, revientan
por salir y no lo estar.

SELÍN:

  Fátima, las cosas todas
con una excepción se han hecho;
esto ha de poder mi pecho,
mira si en él te acomodas.

FÁTIMA:

  Eso sí, di que me quieres
para el apetito y yo
te serviré, pero no
digas que amas dos mujeres.
Sale Rosa.

ROSA:

  Estás tan bien ocupado,
que apenas te dejas ver.

SELÍN:

Mi Rosa, debo atender
a la razón de mi estado.
  He reformado estos días
mis navíos y galeras,
cubriendo aquestas riberas
de turcas infanterías.
  He nombrado capitanes,
proveído municiones
y, de diversas naciones,
puesto soldados galanes.
  Sus árboles han deshecho
esa montaña menor.

ROSA:

¿Y es Fátima el proveedor
desas cosas que habéis hecho?

SELÍN:

  Es amiga y consejera.

ROSA:

¿Es consejera y amiga?
Si lo primero te obliga,
lo segundo cierto fuera;
  muy cobarde guerra harás
por consejo de mujer.

FÁTIMA:

Ahora echarás de ver
si en el alma nos tendrás.

ROSA:

  Todas tus ocupaciones,
Selín, resuelves aquí;
nunca otras armas te vi,
ni otros fieros escuadrones.
  Olores, música, juego,
manjares, preciosos baños
son tus guerras, y tus daños
estos, y Fátima luego.

FÁTIMA:

  Ensancha, señor, el pecho,
si es que habemos de caber,
que bien será menester.

SELÍN:

¡Qué temeraria te has hecho!

ROSA:

  No sé cómo Alá me da
para sufrirte paciencia.

SELÍN:

No tomes tanta licencia;
¡ea ya, bueno está ya!

FÁTIMA:

  Huélgome que este despecho
te den los primeros días.
¡Por tu vida, que metías
dos áspides en el pecho!

ROSA:

  Presto verás mi locura
si no es que Fátima dejas.

SELÍN:

¡Oh, cómo corren parejas
la arrogancia y la hermosura!

Sale Alí.
ALÍ:

  Quisiera hablarte.

SELÍN:

Pues di.

ALÍ:

Mustafá ha venido ya.

SELÍN:

¿Sabes si acaso me da
a Chipre Venecia, Alí?

ALÍ:

  Tal capitán enviaste
para que bien sucediese
y las nuevas te trajese
como tú las deseaste.

SELÍN:

  Pues dime, ¿no es tan valiente
Mustafá, cuando se arroja,
como el muerto Barbarroja,
que fue espanto de la gente?

ALÍ:

  Son lisonjas de hombres vanos;
saca de la sepultura
aquel rostro, por quien dura
hoy el miedo en los cristianos,
  y verás que muerto vence
más que vivo Mustafá.
Basta que viene de allá
tal, que a todos avergüence.

SELÍN:

  ¿Pues qué ha hecho?

ALÍ:

Tan cobarde
a la República habló,
que del Senado salió
vergonzoso, mal y tarde.

SELÍN:

  ¿Venecia, aunque fuera
un niño en mi nombre allá,
hablar mal?

ALÍ:

Y cubre ya
de galeras su ribera.
  ¡Por Mahoma, si me envías,
que fuego arrojo y la quemo!

ROSA:

Que estas son envidias temo.

ALÍ:

Sí, pero de hazañas mías,
  que soy del mundo temor.

SELÍN:

Dime, Alí, ¿Mustafá ha sido
tan vil, que hablando ha perdido
su buena fama y mi honor?
  ¿Pues cómo un hombre arrogante,
soberbio y loco en exceso,
que tendrá este monte en peso,
como en Sicilia el gigante;
  un hombre tan fanfarrón,
por hablar a la española,
en junta de viejos sola
habló con tal sumisión?
  Si no son emulaciones,
di, Alí, ¿qué causa lo ha sido?

ALÍ:

Haberse desvanecido
en bajas transformaciones;
  porque ya de capitán
es amante regalado,
de una esclava enamorado,
de quien es dueño y galán.

SELÍN:

  ¿Mustafá?

ALÍ:

Mustafá, pues;
y fue a Venecia con ella.

SELÍN:

¿Hasla visto?

ALÍ:

Y es tan bella,
que tiene el mundo a sus pies.

SELÍN:

  Pues disculpémosle, Alí,
que creo que hablas celoso.

ALÍ:

Un capitán valeroso
no se ha de rendir así.
  Si él no fuera afeminado
con esta mujer, señor,
él hablara con valor
al veneciano Senado.

SELÍN:

  ¿Mas que te parece bien
la esclava?

ALÍ:

Téngola amor,
mas no trocaré mi honor
porque mil mundos me den.
Sale Mustafá.

MUSTAFÁ:

  Dame los pies, y tu vida
Alá guarde.

SELÍN:

¡Oh, Mustafá!

MUSTAFÁ:

¡Qué bien, por mi vida, está
tu persona entretenida!
  Una mujer te dejé
y véngote a hallar con dos.

SELÍN:

Alí...

ALÍ:

Señor...

SELÍN:

¡Bien, por Dios!

MUSTAFÁ:

¡Con azar asiento el pie!
  Cuando pensé que te hallara
formando mil escuadrones,
previniendo municiones,
llena de polvo la cara,
  convocando los vasallos
griegos, armenios y epiros,
haciendo guardar los tiros
y embarcando los caballos,
  mandando bordar banderas,
que ahora tienes tan bajas,
y atronando con las cajas
las contrapuestas riberas,
  viendo hazañas de otomanos,
enviando a Meca alfaquíes
y repartiendo cequíes
a soldados veteranos,
  reformando los esclavos
de españoles espalderes,
¡estás entre dos mujeres!,
¡qué capitanes tan bravos!
  ¿No sabes cómo Venecia
te niega Chipre, y Filipo,
que a mil reyes anticipo,
te infama, afrenta y desprecia?
  ¿Sabes cómo respondió
el Senado que allá fueses?

SELÍN:

Que era bien que respondieses
y no lo hiciste, sé yo.
  Y de verme no te alteres
con dos mujeres no más;
que si la que traes me das,
me hallarás con tres mujeres.
  Esto fuera bien mirar,
y no hablar tan atrevido;
que estas yo las he tenido
en mi casa, y tú en la mar.
  Cuando yo vaya a la guerra
o a embajadas de mi rey,
tendré diferente ley
que la que guardo en mi tierra.
  Mas yo buscaré quien vaya
a Chipre, y su espada lleve
por amiga, y porque pruebe
las defensas de su playa.
  Parte con mi armada, Alí,
general del mar te hago.

ALÍ:

Seré azote, seré estrago
del mundo.

SELÍN:

Cúmplelo así;
  asombra de Italia el mar,
corre a Calabria y Sicilia,
y al Papa, en la playa Hostilia,
haz en Santángel temblar.

MUSTAFÁ:

  Bien sé yo que algún cobarde,
de mis hechos hazañosos,
que tus oídos curiosos
habrá engañado esta tarde,
  te ha dicho ese mal de mí
porque no le di una esclava
por quien mil doblas me daba;
y esto pregúntalo a Alí,
  a quien, ¡por el cielo santo!,
hiciera echar por los dientes
el alma, a no estar presentes
los ojos que estimo tanto.

ALÍ:

  ¡Bárbaro, loco, hablador,
la tuya en tu cuerpo está
porque pienso que está Alá
a donde está el Gran Señor!
  Si la esclava te compraba,
no fue amor, sino saber
si estimabas la mujer
por tu dama o por tu esclava.
  A Selín dije quién eres
por lealtad que no tuviste,
porque envíe donde fuiste
un capitán sin mujeres;
  el cual seré yo, que iré
a Chipre este mismo día
y cercaré a Nicosía,
poniendo en su playa el pie.
  Así haré lo que me toca;
y después que vuelva aquí,
le pondré también en ti
y te pisaré la boca.

MUSTAFÁ:

  A arrogancia tan extraña
donde no puedo matarte,
no sé qué respuesta darte,
sino aguardarte en campaña.

ALÍ:

  Dame licencia, ¡por Dios!,
para que vuelva por mí.

SELÍN:

¡Por Alá, que mande, Alí,
que os empalen a los dos!

ROSA:

  Mucho has desfavorecido
a Mustafá, siendo un hombre
de tantas prendas y nombre
y que tanto te ha servido.

SELÍN:

  ¿Qué remedio puede haber?

FÁTIMA:

Que a los dos honres, señor,
pues son hombres de valor.

SELÍN:

Estas paces quiero hacer:
  sea Mustafá también
general en esta guerra;
tú lleva el mar y él la tierra.

ROSA:

Has hecho en extremo bien.

FÁTIMA:

  Del valor te den la palma.

SELÍN:

Rosa, esto mismo haced vos:
repartidme entre las dos,
una el cuerpo y otra el alma.

Váyanse. Y salgan dos soldados españoles: Rosales y Carpio.
CARPIO:

  En fin, se trata de jurar la Liga
contra las fuerzas de Selín, Rosales.

ROSALES:

No habrá quién como yo lo cierto os diga.
  Por mil revelaciones celestiales,
ha visto el Papa el próspero suceso
que ha de salir de prevenciones tales.
  Animados mil príncipes por eso,
y porque a todos los cristianos toca,
acuden a tener la Iglesia en peso.
  Y aunque Pío Quinto a todos los convoca,
sólo estima al católico Filipo,
que su celo divino le provoca.
  Este, de religión ejemplo y tipo,
parece tanto a Pío en justo celo,
que por su semejanza le anticipo.
  Fundó la Inquisición su claro abuelo
y, como el Papa inquisidor ha sido,
ámale más que a príncipe del suelo.

CARPIO:

  Verdad decís, ¡por Dios!, que no ha nacido,
desde san Pedro mártir, hombre que haya
a los herejes tanto perseguido.
  Ha sembrado la fe desde la playa
de nuestro mar al contrapuesto helado,
y desde Portugal hasta Cambaya.
  Hase visto por ella amenazado,
arrojado en un pozo; pero el miedo
su pecho santo nunca vio turbado.
  Es tal, que con su sangre y con el dedo,
si acaso le mataran hugonotes,
cual Pedro mártir escribiera el credo.

ROSALES:

  Él es gran santo, al fin; mas porque notes,
amigo Carpio, lo que en esto ha hecho,
digo que, habiendo a muchos sacerdotes
  de santa vida y de cristiano pecho
encomendado que, en su sacrificio,
a Dios rogasen con ayuno estrecho
  que a defender su causa esté propicio,
nombró por general a Marco Antonio
Colona en su eclesiástico edificio;
  mas como tanto pesan al demonio
las cosas de la fe, y el ver que sea
la santidad del Papa el testimonio,
  que la Liga se jure nos rodea,
porque Filipo general ha hecho
al genovés famoso Juan Andrea.
  Toma también Venecia con despecho
que su ilustre República no haga
un general de canas y de pecho.
  En fin, para que a todos satisfaga,
hoy entran con el Papa en consistorio.

CARPIO:

No quiera Dios por esto se deshaga;
  que de tan santa Liga es muy notorio
el gran bien que a la Iglesia le resulta.

ROSALES:

Que está muy pertinaz supe de Osorio
  nuestro español embajador, que oculta
tiene la voz del general de España
en fin, las condiciones dificulta.

Salen [con] acompañamiento Marco Antonio Colona, don Juan de Zúñiga y Miguel Suriano, veneciano.
MARCO:

  En eso el Rey católico se engaña,
señor don Juan de Zúñiga.

DON JUAN:

No hace,
que de grandes ministros se acompaña;
  de buen deseo del suceso nace.

MARCO:

Pues si Su Santidad a mí me nombra,
¿por qué no le contenta y satisface?

DON JUAN:

  Vuestro nombre, señor, al turco asombra,
vuestra sangre es clarísima y divina,
muchas con vuestro sol parecen sombra.
  A la sirena dese escudo inclina
el mundo los oídos y pregona
que es la voz celestial y peregrina.
  Yo sé que la católica persona,
a la casa Colona aficionado,
conoce que a la Iglesia sois Colona;
  mas el respeto al príncipe guardado
que de la Iglesia tiene el cetro ahora,
quiere hacer general por él nombrado.

SURIANO:

  Venecia, en tantas partes vencedora
y tan freno del turco como Hungría,
mucho de su réplica desdora.
  Aquí estoy en su nombre y no querría
ser ocasión de que la Liga cese.

DON JUAN:

Eso mire mejor vueseñoría.

SURIANO:

  ¿No era razón que general hiciese
aquella a quien la guerra el turco hace,
y de su tierra general tuviese?
  Razón es que concluye y satisface.

DON JUAN:

El Rey pone más parte en esta empresa.

ROSALES:

(Hoy pienso que la Liga se deshace.)

MARCO:

  La Iglesia es preferida.

DON JUAN:

Eso confiesa
el español mejor que otras naciones,
que sólo aquí lo temporal se expresa.

MARCO:

  El Papa ha de mandar.

DON JUAN:

En dos razones
me resuelvo.

SURIANO:

¿Que son...?

DON JUAN:

Que le obedezco,
si en obediencia este negocio pones.

SURIANO:

  Y la otra, ¿cuál es?

DON JUAN:

Que no me ofrezco
a cosa que Filipo no me mande.

MARCO:

Vamos a hablar al Papa.

DON JUAN:

No merezco
por tal resolución queja tan grande.

Vanse. Y salgan caja y bandera y turcos y, detrás, Uchalí, Alí y Mustafá.
MUSTAFÁ:

  Resístese Nicosía.

UCHALÍ:

¿Qué mucho que así suceda
y Venecia cada día
crecer sus socorros pueda,
si un ciego a entrambos os guía?
  ¡Bueno es que dos generales,
en sangre y valor iguales,
a Chipre vengan a hacer
cosas, por una mujer,
indignas de pechos tales!
  Mustafá por una esclava;
tú por una esclava, Alí.

MUSTAFÁ:

Ya mi paciencia se acaba.

ALÍ:

Ea, dejémoslo así,
ni es Elena, ni la Cava;
  que no habemos de perder
los reinos del Gran Señor
por una humilde mujer.

UCHALÍ:

Sí, pero ofende el valor
y disminuye el poder.
  No estuviera Nicosía
en pie si junta estuviera
vuestra heroica valentía,
ni aquí Venecia pudiera
socorrella cada día.
  Los dos mil italïanos
que en la isla tiene ahora
no entraran si vuestras manos,
con la opinión vencedora,
rompieran los pasos llanos.
  Si combate Mustafá,
parece que duerme Alí;
y si Alí asaltando va
los muros que veis aquí,
Mustafá dormido está.
  Partid la gente si gusta
vuestro pecho. ¡Que este día
pase cosa tan injusta!
Tú combate a Nicosía
y Alí vaya a Famagusta.
  Y si no, dadme la gente.
Favorable viento sopla.
Volved con este poniente
a dar en Constantinopla
remedio a vuestro accidente.
  Yo reforzaré estas piezas
y romperé el muro. En fin,
me cansan vuestras tristezas;
que no quiero que Selín
corte a los tres las cabezas.


MUSTAFÁ:

  Uchalí, ¿qué sinrazón
has tú sufrido en tu vida,
ni en esta ni en tu nación?
La honra tengo ofendida
y vuelvo por mi opinión.
  Cuando allá fuiste cristiano,
¿quitote alguno por fuerza
tu mujer?

ALÍ:

Si fuera llano
ser tuya, no hay ley que tuerza
ni mi gusto ni mi mano.
  La esclava me ha dicho a mí
que nunca ha hecho tu ruego
y que, antes de darse a ti,
pondrá su cuerpo en un fuego.

UCHALÍ:

¿Es aquesto verdad?

MUSTAFÁ:

Sí.

ALÍ:

  Dice que no la compraste
ni es tuya, mas que, en tu fe
confiada, la llevaste
donde en tus galeras fue,
y allí la tiranizaste.
  Pues cautivar en galera
una mujer confiada
en tu palabra sincera
no es ser tuya ni ser nada,
sino una mujer soltera.
  Tras esto, un hijo le has hecho
turco sin voluntad,
quitándole a su despecho
la cruz de la Trinidad,
de que ella le honraba el pecho.
  Por esto la he defendido,
que ni amor ni gusto ha sido.

UCHALÍ:

¿Pasa todo esto así?

MUSTAFÁ:

Todo ha pasado, Uchalí,
y de todo estoy corrido.
  Pero quisiera saber
por qué lado, Alí, te toca
defender esta mujer.

ALÍ:

¿No es causa ser mujer?

MUSTAFÁ:

Poca
para quererme ofender;
  que yo, Alí, tu amigo he sido.

ALÍ:

Cuando mi amigo no seas,
¿qué habré yo en eso perdido?

MUSTAFÁ:

Ya entiendo lo que deseas:
noble soy.

ALÍ:

Yo, mal nacido.

MUSTAFÁ:

  No digo tal. Mas pretendes
que me aborrezca Selín;
mas vanamente me ofendes.

ALÍ:

¿Hate dicho algún malsín
lo que en mi deshonra entiendes?

UCHALÍ:

  ¿Por quién lo dices, Alí?,
que yo vuestra paz pretendo.

ALÍ:

No hablo de ti, Uchalí;
de otros privados me ofendo,
que han murmurado de mí.

UCHALÍ:

  Ahora bien, pretended
ser amigos o tened
a Uchalí por enemigo.

ALÍ:

Yo te quiero por amigo.

UCHALÍ:

Siempre me has hecho merced.

MUSTAFÁ:

  Yo también; ¿pero qué corte
darás que a los dos importe?

UCHALÍ:

Que dejéis esta mujer,
que a nadie quiere querer,
y cada cual se reporte.

MUSTAFÁ:

  Llámala.

UCHALÍ:

Ya viene.

Salen Constancia y Marcelo, vestido de turco.
MUSTAFÁ:

Di,
¿no me dijiste tú un día,
Constancia, que eras de aquí?

CONSTANCIA:

Y nacida en Nicosía.

UCHALÍ:

Pues mejor os viene así.
  ¿Tienes marido?

CONSTANCIA:

Sí tengo.

UCHALÍ:

¿Quién?

CONSTANCIA:

El capitán Leonardo.

UCHALÍ:

Aguardad, que al muro vengo
con este lienzo.
Haga señas.

CONSTANCIA:

¿Qué aguardo,
que echarme a esos pies detengo?

UCHALÍ:

  ¡Ah, del muro!
Sale un soldado con un arcabuz.
{{Pt|SOLDADO:|
¿Quién llamó?v

UCHALÍ:

Uchalí.

SOLDADO:

¿Qué quiere el perro
que de su ley renegó?

UCHALÍ:

Si a ti te parece yerro,
a Dios daré cuenta yo.
  Llama al capitán Leonardo.

SOLDADO:

Aquí está ya el capitán.
Sale Leonardo al muro.

LEONARDO:

Ya lo que quieres aguardo,
turco famoso y galán.

UCHALÍ:

Baja, capitán gallardo;
  que con palabra real
de uno y otro general,
Uchalí te ha de ofrecer
no menos que tu mujer.

LEONARDO:

¡Constancia! ¿Hay ventura igual?
  Yo bajo, fuerte Uchalí.

UCHALÍ:

Los dos quedaréis así
muy amigos desde hoy.

MUSTAFÁ:

Y yo la palabra te doy...

UCHALÍ:

Yo la doy por Alí;
  que, ¡por Alá!, que parece
mal que dos tales amigos
falten la fe que se ofrece
contra tales enemigos
a quien tan bien la merece.

ALÍ:

  Tienes, en fin, policía
de hombre que ha sido cristiano;
aprieta esta mano mía,
que te doy en esta mano
toda la fe de Turquía.
  Si Mustafá quiere y gusta,
pues es general de tierra
y estar yo no es cosa justa
a donde él hace la guerra,
me iré luego a Famagusta.

MUSTAFÁ:

  Acabemos esta empresa,
que a mi lado no me pesa
el tener tal capitán.

UCHALÍ:

Daos las manos.

ALÍ:

Y aun serán
los brazos si el odio cesa.
Sale Leonardo.

LEONARDO:

  Aquí, nobles generales,
está Leonardo.

ALÍ:

Tú tienes
mujer que habrá pocas tales.

LEONARDO:

Constancia, ¡qué viva vienes!

CONSTANCIA:

Leonardo, ¡qué vivo sales!
  ¡Ay, deseados abrazos!

NIÑO:

Padre, ¿no me abraza a mí?

LEONARDO:

Desvía, traidor, los brazos;
que en venir vestido así,
mejor mereces dos lazos.
  Constancia, ¿cómo es aquesto?

CONSTANCIA:

Así Mustafá le ha puesto,
pero él no ha ofendido a Dios.

NIÑO:

Mejor creo en Dios que vos.

CONSTANCIA:

Bien dice; abrázale presto.
  Según le martirizaron,
le hirieron y maltrataron,
pensé tenerle en el cielo;
que de mártir a Marcelo
poca distancia dejaron.

LEONARDO:

  ¡Qué gran regocijo toma
el alma! Deja que coma
a besos boca tan bella,
que a Dios confesáis con ella.

NIÑO:

¡Mal año para Mahoma!

UCHALÍ:

  Capitán...

LEONARDO:

¿Qué es lo que quieres?

UCHALÍ:

Yo sé cuánto los cristianos
acá estimáis las mujeres.
Liberales son mis manos;
muéstrame tú si lo eres.
  Haz, pues eres caballero
y hombre de calidad,
que se rinda la ciudad.

LEONARDO:

A quien me hace bien, no quiero
menos que tratar verdad.
  Mi hijo con mi mujer,
que ha un año que los perdí,
presos de Mamijafer,
puedes volverte, Uchalí,
que yo no lo pienso hacer.
  Debo a mi patria esta fe
y, aunque me rompas la tuya,
aquí a tus pies moriré.

CONSTANCIA:

Vamos, que el alma recela
otra maldad.

NIÑO:

Diga, diga,
padre, ¿está viva mi abuela?
Váyanse Leonardo, Constancia y el niño. Y salgan turcos con Rosales, cautivo.

TURCO:

  Una galeota nuestra
ha tomado un bergantín
y este os envía por muestra.

ALÍ:

¿Español?

ROSALES:

Sí soy.

ALÍ:

En fin,
¿dura el arrogancia vuestra?
  Dadme un tormento.

ROSALES:

No es cosa
que supieras con tormento,
si te fuera provechosa,
aunque esparcieras al viento
mi carne en llama afrentosa.

ALÍ:

  ¿Por qué, cristiano? ¿Eres Cid,
que tanto puedes y vales?

CONSTANCIA:

Vamos, que el alma recela
otra maldad.

NIÑO:

Diga, diga,
padre, ¿está viva mi abuela?
Váyanse Leonardo, Constancia y el niño. Y salgan turcos con Rosales, cautivo.

TURCO:

  Una galeota nuestra
ha tomado un bergantín
y este os envía por muestra.

ALÍ:

¿Español?

ROSALES:

Sí soy.

ALÍ:

En fin,
¿dura el arrogancia vuestra?
  Dadme un tormento.

ROSALES:

No es cosa
que supieras con tormento,
si te fuera provechosa,
aunque esparcieras al viento
mi carne en llama afrentosa.

ALÍ:

  ¿Por qué, cristiano? ¿Eres Cid,
que tanto puedes y vales?

ROSALES:

Nada soy, pero advertid
que soy soldado y Rosales
y natural de Madrid.

ALÍ:

  ¿Con quién vienes?

ROSALES:

En la armada
de la Liga.

ALÍ:

¡Santo Alá!

ROSALES:

¿Tampoco aquesto no es nada?

ALÍ:

¿Que ya prevenida está?
¿Ya comienza la jornada?

ROSALES:

  Para deciros verdad,
no está firmada la Liga;
pero con velocidad
ya la confedera y liga
en Roma Su Santidad.
  De Candia habemos partido
ciento y ochenta galeras;
las galeazas han sido
once, ricas y veleras,
que un monte forman lucido;
  con seis navíos también
viene el armada y, en fin,
para descubriros bien
venía aquel bergantín
que rindió esta tarde Hacén.
  Al socorro se apresuran
de Chipre, si llegar pueden.

ALÍ:

Bien podrán si lo procuran.

MUSTAFÁ:

Cuando por miedo se queden,
no poco honor aventuran.

ALÍ:

  ¿Quién viene por general?

ROSALES:

Es Marco Antonio Colona,
un romano principal.

ALÍ:

Ya conozco su persona.

ROSALES:

Sabrás que no digo mal.

ALÍ:

  ¿Dónde llegan?

ROSALES:

A Escarpanto.

ALÍ:

Creo que esta vez nos vemos
si doy la vuelta a Lepanto.
¿Quieres que albricias te demos?

ROSALES:

La vida tomo entretanto.

ALÍ:

  Vete libre.

ROSALES:

Dios te guarde.

ALÍ:

Saca, Mustafá, ese alarde;
rompamos a Nicosía,
que parece cobardía
que la ganemos tan tarde.

MUSTAFÁ:

  ¡Ea, soldados, al muro!

ALÍ:

Fama quiero.

UCHALÍ:

Esa procuro.
Atabalillos.

MUSTAFÁ:

A escala vista acometo.

ALÍ:

Que he de romperle os prometo,
si fuera diamante duro.
Váyanse con guerra y fínjanla dentro. Suena música y salen a publicar la Liga Miguel Suriano y don Juan de Zúñiga con el papel.

DON JUAN:

  En fin, se juró la Liga
en el sacro consistorio.

SURIANO:

Tus años, Pío, bendiga
el cielo, pues es notorio
que por ti nos junta y liga.

DON JUAN:

  ¿Venís contento?

SURIANO:

En extremo;
ni a mi República temo
de no llevar general,
ni el amenazado mal
del otomano blasfemo.

DON JUAN:

  Mostró Pío su valor
en este famoso día,
valor que el cielo le envía.
Sale Furio, criado.

FURIO:

Mario Fulvio, mi señor,
suplica a vueseñoría
  le envíe a decir quién es
general.

DON JUAN:

El gran don Juan
de Austria.

FURIO:

Yo beso tus pies.

DON JUAN:

Escogiose el capitán
a gusto de todos tres.

SURIANO:

  ¿Es de la tierra o del mar?

DON JUAN:

Al de Saboya quería
lo que es de la tierra dar;
pero vio que error hacía,
aunque acertaba el lugar;
  porque teniendo derecho
a Chipre, no resultase
con Venecia algún despecho.

SURIANO:

Que don Juan se consultase
fue bien de los cielos hecho.
  Concurren, señor don Juan,
en este ilustre mancebo,
mil partes de capitán.

DON JUAN:

Ha de ser un Carlos nuevo.

SURIANO:

Tal nombre todos le dan;
  de naciones extranjeras
su persona es muy amada.

DON JUAN:

De la propia, ¿qué dijeras?

SURIANO:

¿De qué fuerzas es la armada?

DON JUAN:

Es de doscientas galeras,
  cien naves, cincuenta mil
infantes y cuatro mil
y más quinientos caballos.

SURIANO:

¿Para cuándo han de juntallos?

DON JUAN:

A fin de marzo o abril.

SURIANO:

  ¿Qué da el Papa?

DON JUAN:

Da doscientos
caballos y más sesenta.

SURIANO:

¿Y de infantes?

DON JUAN:

Tres mil cuenta.

SURIANO:

¿Galeras?

DON JUAN:

Doce.

SURIANO:

¡Contentos
nos deja!

DON JUAN:

¡Gran bien intenta!
  Divinamente concluye
cualquier cosa.

SURIANO:

Dél se precia
que de dilaciones huye.
Felipe, ¿qué contribuye?

DON JUAN:

Tres quintos, y dos Venecia;
  todos fueron muy discretos
 (Arma.)
en que nadie contradiga
de Pío tales decretos.

SURIANO:

¡Oh, gran bien!

DON JUAN:

¡Oh, santa Liga,
Dios te dé santos efectos!
Vanse. Y salen, después de fingida una guerra dentro, tres turcos, que traen preso al capitán Leonardo.

LEONARDO:

  ¿Pensaréis que lleváis una gran presa?

TURCO:

Un capitán sabemos que llevamos.

LEONARDO:

A donde tantos pasan a cuchillo,
¿para qué perdonáis mi humilde cuello?
¡Ah, miserable y triste patria mía,
dolorosa ciudad, que por el suelo
yaces en el rigor de tantos bárbaros!
Mas no dirá Venecia que no ha sido
defendida con honra y sin infamia,
pues no ha quedado aquí mujer ni hombre
que no haya derramado propia sangre,
después de haber sacado tanta ajena,
que desta playa humedeció el arena.

Sale Constancia con una espada desnuda y un morrión en la cabeza.

CONSTANCIA:

  ¿Para aquesto te cobré,
esposo del alma mía?
¡Apenas te gozo un día,
apenas el sol se fue!
  ¿Cómo te vas y me dejas
de matar turcos cansada?
Más temen ellos mi espada,
que tú, Leonardo, mis quejas.
  Mi hijo también perdí.
¡Cielos! ¿Qué me sirve ya
la piedad de Mustafá
y la defensa de Alí?
  Yace la ciudad rendida
y muertos sus ciudadanos
por tantas bárbaras manos;
yo sola quedo con vida.
  Déjame con ella el cielo;
no me la quiere quitar,
para que pueda llorar
mi Leonardo y mi Marcelo.
  Mas, ¡ay de mí!, que estos son
los turcos que le llevaron.
¡Vivo está, no le mataron!

Salen otros dos turcos, ahora con el niño cautivo.

TURCO:

Tienes, Humeya, razón;
  que Mustafá le quería
como a hijo, y gustará
que le llevemos allá
más que entrar en Nicosía.

CONSTANCIA:

  ¡Triste! Cuando acometer
quise a defender mi esposo
y, con esfuerzo animoso,
con él la vida perder,
  por otra parte me asalta
el alma, sin quien ya vivo,
ver mi Marcelo cautivo,
del alma prenda tan alta.
  ¡Ay, dulce hijo! ¡Ay, esposo!
¡Ay, esposo! ¡Ay, dulce hijo!
¿Cómo es posible que rijo
este espíritu animoso?
  ¿Darele al hijo la vida
o a mi esposo la daré?
¿Qué mujer, cual yo, se ve
de dos partes combatida?
  Quiero a ciegas arrojarme,
por ver a cuál parte vengo.
Pues que dos vidas no tengo,
el uno ha de perdonarme.
  A aquel di mi libertad,
a aquel mi sangre le di;
todos se juntan aquí,
del cielo ha sido piedad.
  ¡Soltad, perros, esos dos
pedazos del alma mía!

LEONARDO:

¡Constancia!

CONSTANCIA:

Seré este día
la misma virtud, ¡por Dios!

TURCO:

  ¿Tú nos piensas ofender?
Mustafá, con la espada desnuda.

MUSTAFÁ:

¿Qué es esto? ¡Perros, teneos!
¿Tan vergonzosos trofeos
buscáis en una mujer?

TURCO:

  ¡Señor!

MUSTAFÁ:

Caminad de ahí.
¿Qué es esto?

CONSTANCIA:

Constancia soy,
que a cobrar mi esposo voy.

MUSTAFÁ:

¿Tanto valor hay en ti?
  No de balde te quería;
a ser menos la importancia,
digo que por ti, Constancia,
perdonara a Nicosía.
  No puedo menos de hacer
que enojar al Gran Señor.

CONSTANCIA:

A los pies de tu valor
está una humilde mujer.

LEONARDO:

  Y yo, señor, a quien hoy
la suerte en tal punto ha puesto.

MUSTAFÁ:

Capitán, fortuna es esto.

LEONARDO:

Señor, a tus pies estoy.

MUSTAFÁ:

  Yo os aseguro las vidas;
a Italia os podéis partir.

LEONARDO:

Déjete el cielo vivir
y vencer cuanto le pidas.

MUSTAFÁ:

  ¡Hola! ¿Qué digo? Ardaín,
a Nápoles brevemente
despacha con esta gente
un ligero bergantín.

CONSTANCIA:

  ¡Guárdete el cielo mil años!

MUSTAFÁ:

Partid antes que suceda
fortuna en que yo no pueda
defenderos de sus daños.

Vanse. Y salen Uchalí y Alí.

ALÍ:

  Todo queda por el suelo.

UCHALÍ:

Alá de ayudarnos gusta.

MUSTAFÁ:

¿Qué haremos?

ALÍ:

A Famagusta
vamos, si lo quiere el cielo.
  Vencida, habemos de dar
en Zante y Zefalonía;
Cherigo y Candia en un día
por tierra pienso allanar;
  cobraré a Sopoto luego,
a Antibari y a Dulquino,
a Curcola y a Lesino,
y a Budoa pondré fuego.
  En Cataro y en Corfú
daré nunca visto espanto,
e iré desde allí a Lepanto.

MUSTAFÁ:

¿Qué Alejandro como tú?

ALÍ:

  Allí veré si me obliga
Selín, que lo ha de mandar,
para poder pelear
con la armada de la Liga.
  Si la fortuna no trueca
el rostro que he visto aquí,
su estandarte carmesí
pondré en la casa de Meca;
  y a la que mi amor engaña,
cuyos ojos luz me dan,
traeré cautivo a don Juan,
hermano del rey de España.