Elenco
La santa liga
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Gran acompañamiento de turcos. Selín detrás, que sale de un baño; traen algo del vestido en una fuente y él se comienza a vestir.
SELÍN:

  El agua ha estado muy buena.
Denle doscientos escudos
a Fatimán.

CRIADO:

¡Buena estrena!

OTRO:

Aunque de palabra y mudos,
al oro su acento suena.

SELÍN:

  ¡Bella confección de olores!
No hay epítimas mejores
que estos aromas tan vivos,
ni efectos más atractivos
para quien trata de amores.

CRIADO:

  Si el baño no afeminara
las carnes, razón tenías.

SELÍN:

¡Ved el necio en qué repara!
¿Son para comer las mías
con el sudor de mi cara?

CRIADO:

  No, pero el buen rey es justo
que sea fuerte y robusto;
y así, de reyes fue traza
el ejercitar la caza
más que por el propio gusto.
  Ninguna cosa destierra
tanto el ocio, ni parece
al trabajo de la guerra;
mucho el cuerpo fortalece
para la mar y la tierra.

SELÍN:

  Dime, necio, ¿qué nación,
de cuantas han sido y son,
tuvo en la guerra las manos
que los antiguos romanos?

CRIADO:

Ninguna con más razón.

SELÍN:

  Pues ésos baños tenían,
y tanto dellos usaban,
que mil fábricas hacían.

CRIADO:

No eran los que peleaban,
sino los que en paz vivían.

SELÍN:

  Salte afuera, impertinente.
Sale Rosa Solimana.

ROSA:

¿Con quién estáis enojado?

SELÍN:

Cuando perdiera en Oriente
lo que tiene conquistado
más mi dicha que mi gente,
  y ese hermoso rostro viera,
me olvidara y suspendiera;
que el cielo en vos vengo a ver,
y dejáraislo de ser
cuando pena en vos hubiera.

SELÍN:

  No es mi poder infinito,
ni soy Gran Señor llamado
por serlo de un gran distrito,
desde el alemán helado
hasta el abrasado Egipto;
  no porque la Natolía,
la Tracia, Armenia y Suría,
monte Tauro y mar Hircano
está sujeto a mi mano,
y desde el Arabia a Hungría;
  no porque el Tigris pasé,
y a Mesopotamia vi,
y el Tanais ensangrenté,
la gran Rodas destruí,
la firme Malta apreté;
  no porque al Danubio frío
ha llegado el poder mío,
y hasta la indiana Bengala,
ni porque a Sijeto iguala
la desventura de Sío;
  no porque conozcas ya
cuántos mi persona adoren,
que sobre la luna está,
ni que mi favor imploren
como si fuese el de Alá;
  no porque provincias varias
me den, aunque en ley contrarias,
sedas, aves y caballos;
no porque tantos vasallos
me rindan tributo y parias;
  no por perlas, plata y oro
y palacios de valor
llenos de tanto tesoro;
sino porque soy señor
de esta hermosura que adoro.

ROSA:

  ¿Y si yo fuera, Selín,
como dicen los cristianos,
en belleza un serafín,
con más dones soberanos
que hojas tiene este jardín?
  Si toda la perfección
que la parte celestial
puede dar por infusión
a una criatura mortal
tuviera mi discreción,
  y vos fuérades un hombre,
porque mi amor os asombre,
procedido humildemente,
y tan pobre entre la gente
que no tuviérades nombre,
  y otro, cual vos sois ahora,
de sus reinos me quisiera
para universal señora,
a ese talle me rindiera,
que es lo que mi alma adora.
  ¿Cómo en el baño os ha ido?

SELÍN:

En el baño habéis estado;
tan presente os he tenido,
que al alma no habéis faltado
si habéis faltado al sentido.
  Dice un alfaquí mi amigo
que Alá en toda parte está,
y yo no lo contradigo;
que después que sois mi Alá,
dondequiera estáis conmigo.
  Sentaos, pues flores y fuentes
deste jardín os convidan
con su olor y sus corrientes,
y haced que esos labios pidan
imposibles diferentes.
  Que el poder, no en los cristianos,
que son viles y abatidos,
sino en turcos otomanos,
halla fénix en los nidos
y estrellas en las manos.
  Pedid el sol, si después
no se halla corrido el sol,
que yo le traeré a esos pies,
con soberbia de español
y con furia de albanés.
  Sola una cosa advirtáis,
que en cuanto aquí me pidáis
a imposible se acomoda;
que es daros el alma toda
de suerte que la veáis.

ROSA:

  Mirad con qué poco aquí
me satisfaréis: llamad,
¡hola!, a quien cante.

SELÍN:

Eso sí,
que luce la majestad
con atropellarla así.
  Llamad quien cante.

CRIADO:

Aquí están
los tres cautivos de España.

SELÍN:

Cantad algo.

CRIADO:

¿Qué dirán?

ROSA:

Aunque es su música extraña,
notable gusto me dan.

CAUTIVOS MÚSICOS:

(Canten)
  En los brazos de Selín
está Rosa Solimana,
la flor de la Natolía
y la hermosura del Asia.
Cuanto Selín con poder
de jenízaros allana,
tanto rinde con sus ojos,
porque cuanto miran matan.
¡Dichosa el alma que rinde
a quien el mundo rinde parias!
A Rosa, la paz que goza
le debe la bella Italia,
pues por gozar su hermosura
Selín desprecia las armas.
La parte que en ella tiene
también le agradece España.
Marte, en el templo de Venus,
tiene colgada la espada.
¡Dichosa el alma que rinde
a quien el mundo rinde parias!

SELÍN:

  ¡Gran ventaja, España, llevas
en policía!

ROSA:

De suerte,
que escuchándolos te elevas.

SELÍN:

Más, ¡por Alá!, me divierte
que no flautas ni jabebas.

ROSA:

  ¿Pues a la usanza española
danzan también?

SELÍN:

Danzad, ¡hola!
¿Qué danzarán?

ROSA:

El torneo.

SELÍN:

Ver esa danza deseo.

ROSA:

Danzad esa danza sola.
Dancen. En danzando, salga Mustafá.

MUSTAFÁ:

  ¿A mí me impedís entrar
a donde está el Gran Señor?

CRIADO:

No hay reservado lugar.

SELÍN:

¡Hola! ¿Qué es ese rumor?

CRIADO:

Mustafá te quiere hablar.

MUSTAFÁ:

  ¡Oh, gallardo descendiente
de la gran casa otomana,
por tantos siglos dichosa
en la sujeción del Asia!
¿Cómo es posible que puedas,
siendo el mejor de tu casa,
a la flaqueza del cuerpo
tener tan sujeta el alma?
No llegan los perezosos
vestidos de seda y grana
de la fama al alto templo,
sino en la mano las armas.
¿Dejárante tus abuelos
menos que a Armenia y Arabia,
si al ocio blando se dieran
entre las bordadas camas?
No pierdas lo que ganaron
con mil laureles y palmas,
porque el valor de las cosas
consiste en el conservarlas.
Hermosa, por cierto, es Rosa,
pero es más bella la fama;
y la virtud sola excede
todas las cosas criadas.

MUSTAFÁ:

Al buen capitán y rey
no huele tan bien el ámbar,
cual de la pólvora ardiendo
el humo negro que exhala.
¿Qué jardín, flores y fuentes
como la estéril campaña,
cubierta de azapos fuertes,
berlebeyes y hombres de armas?
¿Qué colores de las flores
tanto los ojos agradan
como las de las banderas
azules, verdes y blancas?
Toma ejemplo en el gran Carlos,
emperador de Alemania,
que en cincuenta años de vida
dejó cinco mil de fama.
Asombró cuantos rebeldes
la obediencia le negaban,
puso a Albania humilde freno
y acortó la rienda a Italia;
llegó a Túnez y volviole
Barbarroja las espaldas,
y no quiero decir quién
vino huyendo de su lanza.
El gran Felipe, su hijo,
puso la mano a la espada
contra Marte, en San Quintín,
para victorias tan altas.
Habiendo vencido muchas
con su hermano don Juan de Austria
y con tantos capitanes,
honor y gloria de España,
no gobierna tantos reinos
ni tantos mares allana
para que le rinda el indio
perlas, piedras, oro y plata
con pereza y cobardía,
sino con...

SELÍN:

Mustafá, para;
para, Mustafá. ¿Estás loco?

MUSTAFÁ:

Señor...

SELÍN:

Salte fuera y calla.

MUSTAFÁ:

  Yo me iré, pero algún día
conocerás...

SELÍN:

Vete luego.
(Vase Mustafá.)
¡Bueno es, Solimana mía,
que estos no me den sosiego
para descansar un día!
  Como engordan con la guerra,
donde se hacen ladrones
del oro que Italia encierra,
mueren porque mis pendones
corran la mar y la tierra.
  No entre ninguno aquí.
Volver podéis a cantar.
Sale Pialí, bajá.

PIALÍ:

Permíteme entrar a mí
para que te pueda hablar.

SELÍN:

¿Qué es lo que quieres, Pialí?

PIALÍ:

  Estás de manera ocioso,
Gran Señor de la más parte
del mundo, que casi es tuyo
desde el Nilo al indio Gange,
que no sé de qué manera
tus sanjaques y bajaes
tengan en esta ocasión
atrevimiento a hablarte.
Que puesto que a Marte suelen
muchas veces retratalle
entre los brazos de Venus,
sin las armas de diamante,
no es porque siempre lo esté,
que dejara de ser Marte,
mas porque el furor le temple,
que importa a los capitanes.
En brazos de Solimana,
señor, descuidado yaces,
permitiendo tu pereza
que los cristianos descansen.
Francia tiene paz ahora
y fertilidad notable;
el rey de Polonia duerme
sin que tus tiros le espanten;
Maximilïano alegre,
que tus ejercicios sabe,
manoplas de acero deja
y calza adobados guantes;
en Hungría, Sigismundo
vive en regaladas paces;
Portugal hace en las Indias
carros del agua en sus naves;
los polacos palatinos
casas para letras hacen;
duerme Castilla; y Otán
roba por tu tierra alarbes.
Vuelve, señor, esos ojos
a las cosas memorables
que acabaron tus abuelos.

SELÍN:

¿Hay desvergüenza tan grande?
Salte del jardín, Pialí;
que si luego no te sales,
harás que cortarte el cuello
a mis jenízaros mande.

PIALÍ:

Pues señor...

SELÍN:

Salte allá digo.

PIALÍ:

Considera...

SELÍN:

¡Oh, perro, salte;
que haré que tu lengua fiera
en aquestas puertas claven!
  ¿Qué te parece de aquesto?

ROSA:

No te enojes, ¡por mi vida!

SELÍN:

Templanza en mi enojo has puesto.

ROSA:

Estoy muy agradecida
de haber tu enojo compuesto.
  Con buen celo te han hablado.

SELÍN:

¿Sabes tú lo que te quiero?

ROSA:

Tu amor quisiera templado,
porque advirtieras primero
a las cosas de tu estado.

SELÍN:

  Quiero que lo veas, pues,
en que todo cuanto soy
pongo y humillo a tus pies.
Pónese de rodillas.

ROSA:

¡Señor mío!

SELÍN:

Bien estoy.

CRIADO:

(Hechizo o locura es.)

ROSA:

  Vos, ¿de rodillas aquí?

SELÍN:

Sí, Rosa, y aun esto es poco.

ROSA:

Mal estáis, mi vida, así;
que puesto que amor es loco,
no lo habéis de ser por mí.

SELÍN:

  Este es mi gusto.

ROSA:

Bien es,
pero es el mundo al revés.

SELÍN:

Si dos mil mundos tuviera,
como yo estoy los pusiera
en la tierra de tus pies.
  Y si esta arena, aunque es tanta,
pudiera en perlas volver,
lo hiciera; porque esa planta
no se merece poner
menos que en riqueza tanta.

ROSA:

  Levantaos, ¡por vida mía!

SELÍN:

Esa vida me la da.
Sale Uchalí, rey de Argel.

UCHALÍ:

Déjame llegar, desvía.

SELÍN:

El rey de Argel, ¡por Alá!

UCHALÍ:

¿No he de hallarte solo un día?

SELÍN:

  Di presto, Uchalí.

UCHALÍ:

Señor,
a cuyo inmenso valor
se rinde el mundo, no es justo
que escuches con poco gusto
quien habla con mucho amor.
  Ahora salen Pialí
y el gran Mustafá de aquí,
quejosos que Solimana,
la noche, tarde y mañana,
te tenga ocupado así.
  Juraste paz con Venecia
habrá un año, por vivir
vida que tu honor desprecia;
y para verdad decir,
fue la paz cobarde y necia.
  Con esto, los venecianos,
seguros de tu poder
y descansadas las manos,
sabrán, señor, que han de ser
ladroneras de cristianos.
  Pío Quinto, su mayor Papa,
los mueve, y es presunción
que alguna malicia tapa,
pues mira que la ocasión
de entre las manos se escapa.
  Dicen cautivos, señor,
que desde aquel pescador,
nunca la Iglesia de Cristo
tuvo pastor tan bienquisto,
ni tan temido pastor.

UCHALÍ:

  Cuando en cónclave se asienta,
de sus nobles cardenales,
sólo trata de su afrenta,
y tus hechos desiguales
de tu grandeza les cuenta.
  A los reyes inquïeta
contra tu Alcorán y secta,
porque es su intento también
ganar a Jerusalén,
sepulcro de su profeta.
  Mal conoces a Pío Quinto;
pues haz cuenta que te pinto
sólo el dedo del gigante,
porque es pasar adelante
no salir del laberinto.
  Todos los quintos, señor,
si los quieres ir mirando,
tienen divino valor:
Quinto era el rey don Fernando
y Carlos Emperador.
  ¡Bueno es que sepa Roma
que una mujer amada
al Gran Señor rinde y doma,
en infamia de su espada
y en afrenta de Mahoma!
  ¡Ea, señor!

SELÍN:

¡Perro infame,
por ese mismo que nombras,
que tu vil sangre derrame!
¿Qué queréis? Dejadme, sombras,
que no sé qué nombre os llame.
  ¿Hay esto en el mundo? ¿Hay cosa
más tirana y afrentosa?
¡Matarete!

UCHALÍ:

¡Gran Señor!

SELÍN:

¡Huye, perro!

UCHALÍ:

Y es mejor.
Vase Uchalí.

ROSA:

¡Ah, mi bien!

SELÍN:

Déjame, Rosa.
  ¡Por Mahoma, que si en ti
alguno me habla más,
que ha de ver lo que hay en mí!

ROSA:

Furioso en extremo estás.

SELÍN:

Vuélvame a hablar Uchalí.

ROSA:

  Ea, no seas cruel,
que todo es serte fiel.

SELÍN:

Estos perros, ¿no verán
que eres como el Alcorán,
que no hay disputa sobre él?
  ¡Vives tú! Si, cual lo temo,
más en esto alguno escarba,
que, como de Alá blasfemo,
le rape cabello y barba
y le haga echar en un remo.
  Entra, que se hace hora
de descansar.

ROSA:

En cuidado
me ha puesto tu enojo ahora.

SELÍN:

No puedo estar enojado
en mirándote, señora.
  Tú la vida les concedes;
tanto en mí puedes mandar,
que más que yo mismo puedes;
vénganme todos a hablar,
que a todos haré mercedes.

Váyanse. Y salgan los esclavos que puedan y Constancia, cautiva, con Marcelo, niño cautivo, asidos todos de un mercader que viene con el redentor de la Trinidad.


ESCLAVO 1º.:

  Señor, tened compasión
deste mísero afligido,
que en Trípol y aquí ha tenido
catorce años de prisión.

ESCLAVO 2º.:

  A mí, señor, que soy pobre
y no hay quien haga por mí.
Si alma no cobro así,
Dios por su sangre la cobre;
  que es mi amo tan cruel,
que estoy para renegar.

ESCLAVO 3º.:

Yo, señor, os podré dar
lo que dice este papel,
  y pues está tan seguro,
juntadlo a vuestro rescate.

MERCADER:

¡Ea, ninguno me mate,
pues ven que su bien procuro!
  Trajo el padre redentor
esta comisión del cielo.

CONSTANCIA:

Del cielo ha de ser su celo
si es de la tierra el favor.
  Doleos, señor, de mí
y de este niño, que está
condenado a moro ya
si no le sacáis de aquí.
  Advertid al redentor
que son estas almas cera,
donde de su secta fiera
imprime el sello mejor.
  No estiméis la vida mía;
este ángel adoro y amo.

NIÑO:

Sí, señor, porque mi amo
me amenaza cada día
  que me tiene de cortar
cierta cosa en la mezquita.

CONSTANCIA:

Él me jura y solicita
que le ha de circuncidar.
  ¡Mirad vos qué lindo lance
echará aquí el Lucifer!

MERCADER:

Lo posible se ha de hacer
y lo que el dinero alcance.
  Apreciándose están ya
lienzos, granas y bonetes.

ESCLAVO 1º.:

Ya su rescate prometes;
es mujer, ¿qué no podrá?
  ¡Ay de aquel que sólo cubre
las carnes con un jaleco,
comiendo bizcocho seco,
y rema de febrero a octubre!
  ¡Ay de aquel que en la barriga
y espaldas tiene mil palos,
y que deja mil regalos
y una turca por amiga,
  que, vive Dios, que antier
me daba un collar y ajorca!

MERCADER:

¿De dónde eres?

ESCLAVO 1º. :

De Mallorca.

MERCADER:

¡Harto ha sido no querer!

ESCLAVO 2º. :

  Si desdichas te movieran,
hartas todos te contaran,
que apenas los que llevaran
a los que quedan vencieran.

MERCADER:

  Hijos, paciencia tened
y sin enojo esperad;
si hoy vino la Trinidad,
presto vendrá la Merced.
  Si no os puede rescatar,
ella os quitará la queja.

CONSTANCIA:

Si la Trinidad me deja,
¿qué merced debo esperar?

NIÑO:

  Diga, señor: si es verdad,
como me enseña mi madre,
que Dios, Hijo de Dios Padre,
que en la Santa Trinidad
  es la segunda persona,
libró, encarnando en María,
el mundo, ¿cómo en Turquía
no nos rescata y abona?

MERCADER:

  Porque es esta que veis vos
de una orden apellido,
y el redentor que ha venido,
hombre humano, que no es Dios.
  Que fuese fue necesario
persona de calidad,
mas no de la Trinidad,
sino un padre trinitario.
  Por redimir destos modos
le llamáis redentor vos.

NIÑO:

Sí, porque si fuera Dios,
redimiéranos a todos.

MERCADER:

  Ahora bien, por ese pico
y notable entendimiento,
en la memoria os asiento.

NIÑO:

Bien cabré, que soy muy chico.

MERCADER:

  Mas no puedo a dos llevar
de una casa; quede aquí
vuestra madre.

NIÑO:

Si es así,
bien me podéis perdonar;
  mas dejadme aquí por ella,
que yo os prometo a los dos
de no olvidarme de Dios,
de que soy cristiano, y della.

MERCADER:

  Por ese agradecimiento
a la leche que mamastes,
a llevaros me obligastes;
por vos a entrambos asiento.
  ¿Cómo os llamáis?

CONSTANCIA:

Yo, Constancia.

MERCADER:

¿Y vos, mi niño?

NIÑO:

Marcelo.

CONSTANCIA:

En tu lengua puso el cielo
de mi vida la importancia.

MERCADER:

  ¿Qué tierra?

CONSTANCIA:

Chipre.

MERCADER:

¿Y ciudad?

CONSTANCIA:

Nicosía.

MERCADER:

Escrita os dejo.
¿Cómo os llamáis vos, buen viejo?

ESCLAVO 3º:

¡Dios os pague la piedad!
  Llámome Juan de Lezcano
y soy español.

ESCLAVO 2º:

Responde
a la patria, en fin.

MERCADER:

¿De dónde?

ESCLAVO 3º:

De Sevilla.

MERCADER:

¿Y vos, hermano?

ESCLAVO 2º:

  De Marzagán soy, señor.

MERCADER:

¿El nombre?

ESCLAVO 2º:

Pedro es mi nombre.

MERCADER:

¿De dónde sois, gentilhombre?

ESCLAVO 1º:

De Alicante, y pescador.

MERCADER:

  ¿Cómo os llamáis?

ESCLAVO 1º:

Juan de Flores.

MERCADER:

Pues venid todos conmigo.

NIÑO:

Madre, ¿vámonos?

CONSTANCIA:

Sí, amigo.

NIÑO:

¿Ahora, ahora?

CONSTANCIA:

Sí, amores.

NIÑO:

  Mire: cuando allá llegare,
espada me ha de comprar,
porque tengo de matar
a cuantos turcos topare.

Váyanse. Y salga una sombra, y Selín con espada desnuda, y una tropa tras ella; y éntrese la sombra por la otra puerta.


SELÍN:

  Detente, aguarda; ¿dónde huyes, sombra?
Y si eres alma, aguarda un poco, espera.
Selín tu hijo soy, Selín te nombra.
Padre, ¿por qué te vas de esa manera?
Cuanto miro parece que me asombra;
todo me causa horror, todo me altera;
encógense los nervios y las cuerdas
y pónese el cabello con las cerdas.
  ¿No merecí tocarte, sombra helada?
¡Faltome corazón, esto es lo cierto!
Saliste por los vientos derramada
y más estoy que tú pálido y yerto.
Si fuiste aquí de mi temor formada
y durmiendo te vi más que despierto,
¿cómo me hablaste?, ¿cómo diste voces
y pude yo sentir tus pies veloces?
  ¿Dormía yo? Sin duda, no dormía.
¿Soy yo Selín? Sí soy. ¿Siento? Sí siento.
¿Es ya de día? Sí, ya nace el día.
¿Adónde estoy? Estoy en mi aposento.
¿Qué ha sido, Solimana? Muerte mía
y, para un rey, infame pensamiento.
¿Qué me dijo mi padre? Afrentas fieras.
¡Ea, soldados, salgan mis banderas!
  No más ocio, no más; tiemble el cristiano,
tiemble el hijo de Quinto y Quinto Pío,
el húngaro también y el veneciano,
que hoy ha de ver el mundo el poder mío;
hoy sabrá que soy scita y otomano,
hoy de su Pedro el barco o el navío
a fondo quiero echar con mis galeras.
¡Ea, soldados, salgan mis banderas!

Sale Rosa Solimana.


ROSA:

  Con la prisa que he podido
vestirme y dejar tu cama,
a tus voces he salido.

SELÍN:

¡Hola! ¡A mis bajaes llama!

ROSA:

Sospecho que estás dormido;
  aquí ningún hombre ha entrado.

SELÍN:

Rosa, ya el tiempo es pasado
en que estaba loco y ciego;
si no está muerto mi fuego,
está a lo menos templado.
  El hombre que ha entrado aquí
fue mi padre, fue aquel viejo
venerable.

ROSA:

Vuelve en ti;
que al pasar, en ese espejo
te viste tú mismo a ti,
  y sin duda imaginaste
que era persona.

SELÍN:

Eso baste;
no hablemos en lo que fue.

ROSA:

Lo que fue ya yo lo sé.

SELÍN:

¿Y es?

ROSA:

Que de mí te cansaste,
  que lo más cierto sería,
y como tardaba el día,
buscaste aquesta ocasión;
que las frías sombras son
que tienes el alma fría.
  Cuando en la cama tenéis
los hombres lo que os enoja
y lo que ya aborrecéis,
como a enfermos se os antoja
que muertes y sombras veis.
  Si el gusto te falta aquí,
tú eres necio para ti,
tú mismo a engañarte vienes;
trescientas mujeres tienes,
¿por qué me llamas a mí?
  Esto solo te enloquece,
esto deslustra tu nombre,
pero justo me parece,
porque pierde el seso un hombre
gozando lo que aborrece.
  Ayer eras Gran Señor,
más que por el Asia toda,
por merecer mi favor.
¡Qué bien, Selín, se acomoda
tal desdén a tanto amor!
  Ayer, de rodillas puesto,
a mis pies pusiste el mundo,
a darme otros mil dispuesto;
y hoy, con odio tan profundo,
me arrojas de ti. ¿Qué es esto?
  Mis plantas pude ayer verlas
pisando un rey por despojos;
ayer pisaba yo perlas
y hoy las lloro por los ojos
y no llegas tú a cogerlas.

SELÍN:

  No llores, Rosa, no llores,
ni ese cristal puro abrase
de tus mejillas las flores;
que no es justo que se pase
toda la vida en amores.
  Vete adentro, que después
sabrás lo que aquesto es.

ROSA:

En tu obediencia me fundo.

SELÍN:

Y yo, en que es pequeño el mundo
para ofrecer a tus pies.

ROSA:

  ¿Hasme de ver presto?

SELÍN:

Luego.

ROSA:

¿Engáñasme?

SELÍN:

Vete ya.

ROSA:

Señor...

SELÍN:

¡Ea, pues!

ROSA:

¡Que llego
a verme así!

SELÍN:

¡Por Alá,
que me abrasa mayor fuego!
Váyase Rosa. Y salen Pialí, Uchalí y Mustafá.

MUSTAFÁ:

  ¿Qué es esto que nos dicen que has tenido?

PIALÍ:

¿Cómo así te levantas de la cama?

UCHALÍ:

¿Qué causa, qué ocasión puede haber sido?

SELÍN:

  Ciego de amor y de su ardiente llama,
amigos, desprecié vuestro consejo,
lejos de la virtud y de la fama.
  Hoy he visto, Pialí, mi padre viejo;
hoy, Mustafá, mi viejo padre he visto;
hoy, Uchalí, mi infamia vi en su espejo.
  No sólo me mostró que no conquisto
un dedo más de tierra de mi herencia,
pero que apenas a su guarda asisto.
  Mostrome mi pereza y negligencia,
que para sus desórdenes les daba
a los cristianos riendas y licencia.
  Díjome que Filipo amenazaba
a Marruecos, a Fez y a Berbería,
y Sebastián del propio intento estaba;
  que Sigismundo levantaba a Hungría,
y el alfaquí de Roma, Quinto Pío,
papeles y dineros ofrecía;
  que Granada perdió su orgullo y brío;
y que a Trípol, Argel, Túnez, Biserta
se pasaba aquel mísero gentío.
  Quedó Granada solamente abierta;
¿de qué sirvió? Perdiéronse sus granos
y su Alpujarra se quedó desierta.
  Yo quiero hacer temblar a los cristianos.
Advierte, Mustafá, parte a Venecia,
que no quiero más paz con venecianos.
  Di que me den a Chipre; di que precia
más esta isla que su paz mi gusto,
por quien mi muerto abuelo me desprecia.
  Yo la heredé: que me la vuelva es justo
si tiránicamente me la tienen,
o que los amenaza mi disgusto.

MUSTAFÁ:

  ¡Oh, cuánto, ilustre príncipe, convienen
esas razones con tu heroico pecho,
mostrando bien que de los cielos vienen!
  Venecia tiene a Chipre a tu despecho;
yo romperé la paz al veneciano,
que tal agravio y sinrazón te ha hecho.

SELÍN:

  Pues parte; y tú, Pialí, pues el verano
con su nueva templanza te convida,
corre esas costas; tiémbleme el cristiano.
  Mi armada, por el ancho mar tendida,
espante el cielo y las estrellas toque;
de nuevas municiones guarnecida,
  a recogerse las demás provoque;
los golfos pase, barras y canales
y por todo peligro desemboque.
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ALÍ:
SELÍN:

  Tú verás desde hoy grandes historias
de mis hazañas. ¡Uchalí!

UCHALÍ:

¿Qué mandas?
Que Alá te guarde para tantas glorias.

SELÍN:

  De gente nueva poblarás las bandas;
mil esclavos te doy.

UCHALÍ:

Mil triunfos y arcos
a la fama le pides y demandas.

SELÍN:

  Las galeras de Malta ten por barcos,
las de Génova, Nápoles y Roma;
ni temo a Bucentoro, ni a San Marcos.

MUSTAFÁ:

Vivas mil años.

PIALÍ:

Guárdete Mahoma.
Vanse. Y salen los cautivos con sus escapularios, todos de la Trinidad, y sus hatillos, y el mercader detrás.

MERCADER:

  Todos los que vais a España
podréis conmigo pasar.

CAUTIVO 1º:

El deseo de llegar
nos alegra y acompaña.

CAUTIVO 2º:

  ¿Adónde parte la nave?

MERCADER:

A Alicante o Cartagena.

CAUTIVO 2º:

Vamos presto, que se suena
una nueva triste y grave.

MERCADER:

  ¿Pues qué dicen?

CAUTIVO 2º:

Que ha mandado
Selín echar gente al remo.

MERCADER:

Y de eso, ¿qué temes?

CAUTIVO 3º:

Temo
que compre los rescatados.

MERCADER:

  ¿Pues cómo previene armada?

CAUTIVO 2º:

Constantinopla se hunde.

MERCADER:

¡Plega a Dios que no redunde
en tu daño, España amada!
Salen Constancia y el niño con su hatillo de la Trinidad.

CONSTANCIA:

  Hijo, la nave se parte
a España; ¿qué hemos de hacer?
Que es de España el mercader
y nosotros de otra parte.

NIÑO:

  Madre, dadme aqueste hatillo
y a pie podremos andar.

CONSTANCIA:

¿Cómo, hijo? ¿Por la mar?
Pero no me maravillo,
  que tú no le has visto.

NIÑO:

Andemos.
¿Pensáis que me cansaré?

CONSTANCIA:

No se pasa el mar a pie.

NIÑO:

Pues, madre, en un carro iremos.

CONSTANCIA:

  En fin, señor, ¿os partís?

MERCADER:

Amiga, a España me voy:
si queréis ir, aquí estoy.
No puedo más.

CONSTANCIA:

Bien decís.
  No puede hacer más un hombre.

MERCADER:

Ea, hijos, a embarcar.
¡A España, a España, a la mar!

CAUTIVO 1º:

¡Oh, cuánto alegra su nombre!
Váyanse todos.

NIÑO:

  Madre, ¿no vamos allá?

CONSTANCIA:

No, hijo del alma mía,
que hemos de ir a Nicosía
y esta gente a España va.
  Volvamos a la ciudad.

NIÑO:

Madre, paciencia tened:
aguardemos la Merced,
pues se va la Trinidad.
Salen Mustafá y turcos y Ardaín.

MUSTAFÁ:

  ¿Está ya la galeota
aprestada?

CRIADO:

Sí, señor.

MUSTAFÁ:

Dile, Ardaín, a Almanzor
que es a Chipre mi derrota,
  y de allí a Venecia paso.

CONSTANCIA:

(Hijo, aqueste es Mustafá
y dice que a Chipre va.
¿Hay tan venturoso caso?)
  Señor, si en tu gran valor
halla una pobre acogida,
así Dios guarde tu vida,
que es hoy del mundo terror,
  que sólo por ser mujer
a mí y a este niño lleves
a Chipre, que hacerlo debes
por ti mismo y por mi ser.
  Estamos ya rescatados
y no hay pasaje.

MUSTAFÁ:

Ardaín,
llevadla en el bergantín
con mi ropa y mis criados.
  No vuelvas a la ciudad.
¿Qué es lo que llevas al pecho?

CONSTANCIA:

La que mi rescate ha hecho:
la cruz de la Trinidad.

MUSTAFÁ:

  Ya entiendo; cosas de Roma.
¡Alto, al mar!

NIÑO:

¿Qué le decía?
Váyanse todos.

CONSTANCIA:

De nuestra cruz se reía.

NIÑO:

¿Y es más lindo su Mahoma?
Salen cuatro senadores venecianos y el Ticiano, pintor.

SENADOR 1º. :

  Seáis muy bien venido a vuestra patria,
pintor famoso, gran Ticiano ilustre,
honor del siglo antiguo y el moderno.

TICIANO:

Senado veneciano excelentísimo,
por vuestro gusto fui a Constantinopla,
que Selín os pidió que me enviásedes
a retratar a Rosa Solimana,
contra los ritos de su infame secta;
retratela, servile y, bien pagado,
vuelvo a mi patria y esta carta os traigo.

SENADOR 2º:

Diz que vive Selín ociosamente.

TICIANO:

Bien podéis desarmar vuestras galeras;
que en ocio, amor y sueño sepultado,
su vida pasa, cual Nerón o Cómodo.

SENADOR 3º:

La carta leo.

SENADOR 1º:

Y todos la escuchamos.

SENADOR 3º:

«Selín, Sultán por la gracia de Dios, emperador de Constantinopla, etc., a vos, el noble Senado y República veneciana: las paces que el año pasado juré con vosotros vuelvo a jurar de nuevo, para que hasta mis herederos queden inviolables. Del Ticiano, vuestro pintor famoso, quedo bien servido; pídoos encarecidamente le hagáis noble, pues ni por el arte lo desmerece, ni su virtud me obliga menos que a pedíroslo. Dios os guarde».

SENADOR 1º:

Lo que pide Selín es justa cosa;
desde hoy se os dará, Ticïano, el título.

TICIANO:

Bésoos los pies, señores invictísimos.

SENADOR 1º:

¿Trajistes, por ventura, alguna copia
de Rosa Solimana?

TICIANO:

Aquesta traje,
que a vuestra sala ofrezco.
Enséñales un retrato.

SENADOR 3º. :

¡Hermosa dama!

SENADOR 2º. :

Por mujer que a Selín tiene pacífico,
lugar merece entre las más famosas.
Id, Ticiano, con Dios, porque el Senado
quiere hablar en negocio de importancia.

TICIANO:

Guárdeos el alto cielo.

SENADOR 2º. :

Tomad sillas.
Ticiano se vaya y ellos se sienten.

SENADOR 1º. :

Propuse ayer acerca de la armada
que, para más resguardo de las costas,
conviene que prevenga la República
que Agustín Barbarigo... ¡Hola! ¿Qué es eso?
Sale Mustafá.

MUSTAFÁ:

Un mensajero soy; nadie se mueva.

SENADOR 2º. :

Oído había que tomabas puerto,
pero nunca entendí con embajada.
¿Eres del gran Selín?

MUSTAFÁ:

¿No me conoces?

SENADOR 2º. :

¿Qué calidad?

MUSTAFÁ:

Bajá.

SENADOR 2º. :

Toma asïento.

MUSTAFÁ:

De buena gana. Estad, Senado, atento:
  Selín, Sultán Solimán
de la gran casa otomana,
señor de lo más del mundo
por mares y tierras tantas,
a vos, Senado y famosa
República veneciana,
salud, amistad y paz;
a nuestros profetas, gracias.
Dice que el año pasado
las tuvo con vos juradas,
no habiendo agravio, por quien
ahora a engaño se llama.
Supo que tenéis la isla
de Chipre tiranizada,
Chipre, al mar Mediterráneo,
puesta entre provincias varias,
la que tiene al mediodía
a Egipto en igual distancia,
con Rodas por el poniente,
Rodas de las cruces blancas,
al oriente la Suría,
y más cerca la Carmania
de los antiguos egipcios,
a sus príncipes quitada.

MUSTAFÁ:

A estos la quitó Roma
por fuerza y, por esta causa,
quedó en el imperio griego,
que entonces era de Italia.
Ganáronla los ingleses
a los griegos por las armas,
de quien de gracia la hubieron
los lusiñanos de Francia.
Después, Juan Soldán, de Egipto,
a todos estos la gana,
cuyos dos hijos sabéis
que Ana y Jacobo se llaman.
Con Luis, duque de Saboya,
Ana legítima casa.
Reyes de Chipre los duques
se llaman por esta causa;
mas quitándola el Soldán
del reino que le tocaba,
pone a Jacobo, bastardo,
y a los de Saboya agravia.
Jacobo casó en Venecia
con hija vuestra, adoptada
de la República; y muertos,
Venecia con Chipre se alza.
Selín, de Selín abuelo,
ganó a Egipto y, así, gana
a Chipre por bienes suyos:
ved si la justicia es clara.

MUSTAFÁ:

Saboya tiene derecho,
si con las leyes cristianas
las nuestras se conformasen,
por ser herencia bastarda;
mas los Baldos y Jasones,
que escribe Italia y España
con tinta, con sangre pura
los escribimos en Asia.
No puede tener Venecia
a Chipre; por eso os manda
el Gran Señor le volváis
lo que es de su herencia y casa.
No penséis que allá tenemos
letrados de ropas largas,
ni se han de revolver libros,
sino en la mar las armadas.
No se han de mojar las plumas,
sino los remos en agua,
en pólvora los cañones
y en los pechos las espadas.
Vendré sobre Nicosía,
y aunque esté fortificada
Famagusta, yo os prometo
que mis tiros la deshagan.
Vendré a Lepanto, a Corfú,
a Sicilia, a toda Italia,
y hasta en el puerto de Ostia
haré que me tiemble el Papa.

SENADOR 1º. :

Mustafá, dile a Selín
que esas vanas amenazas
no se las haga a Venecia,
sino a los negros de Arabia.
Si nos quebrare la paz,
fuerzas tenemos que bastan
para que en nuestros estados
no ponga tiro ni planta.
Y Dios las tiene mayores
para tomar la venganza
de los infames perjuros.

MUSTAFÁ:

¿Así respondes?

SENADOR 1º. :

¡Acaba!

MUSTAFÁ:

¿Sabes que es el Gran Señor
el que mi persona y habla
os está representando?
¿Cómo me miráis a la cara?
¿Cómo no tiembla Venecia,
estando fundada en agua?
Vosotros sois senadores
de blanco cabello y barba.
¿Al Gran Señor, a Selín?

SENADOR 2º. :

¡Ea, que es mucha arrogancia!
Venga acá tu Gran Señor;
que si Gran Señor se llama,
grande señora es Venecia.

MUSTAFÁ:

Pues aguarda.

SENADOR 2º. :

Ven.

MUSTAFÁ:

Aguarda.