La santa Juana, primera parteLa santa Juana, primera parteTirso de MolinaActo III
Acto III
Salen la MAESTRA de novicias
y sor María EVANGELISTA
MAESTRA:
Confieso de esta mujer
la virtud más excelente
que puede en un alma haber,
y confieso juntamente
que mi verdugo ha de ser.
¿Ves lo que toda la casa
la quiere? ¿Ves lo que pasa
en su fe, en su mansedumbre?
Todo me da pesadumbre,
todo me inquieta y abrasa.
Su humildad conmigo lidia;
cuanto tú más la celebras
más me cansa y me fastidia,
porque todas las culebras
me atormentan de la envidia.
Dos años ha que tomó
el hábito, siendo yo,
por mi desdicha, maestra
de las virtudes que muestra,
y en ellas se adelantó
de modo que, por mi daño,
mi pesar cubro y engaño
y en ella a Dios reverencio.
Guardar la mandé silencio,
y ya sabes que en un año
no habló palabra.
EVANGELISTA:
Si vieses
lo que Dios por ella ha hecho,
yo te digo que no hicieses
esos extremos. Al pecho
de su madre, de dos meses,
la mostró en mil ocasiones
el cielo revelaciones
que te hubieran admirado
a habérselas escuchado
como yo en sus recreaciones.
Desde que nació, los viernes
ayunó; y a quien Dios da
los favores que disciernes,
¿qué daño hacerle podrá
tu pesar?
MAESTRA:
No me gobiernes,
que es la envidia pestilencia
del seso y de la paciencia
y temo...
EVANGELISTA:
¿Qué hay que temer?
MAESTRA:
Que esta Juana me ha de hacer
con su virtud competencia.
Deseo ser abadesa,
como sabes, de esta casa.
EVANGELISTA:
Pues ¿de una recién profesa
que en la cocina ahora pasa
su vida, temes?
MAESTRA:
Sí, que ésa
mis intentos desvanece,
porque al paso que ella crece,
mi esperanza, amiga, mengua;
no sé qué tiene en la lengua
que cuando habla me parece
que, a mi pesar, se levanta
con el monasterio todo
por ser su sencillez tanta
y amarla todas de modo
que ya la tienen por santa
y no estiman mis lisonjas.
EVANGELISTA:
Las virtudes son esponjas
que las voluntades beben.
MAESTRA:
Las suyas temo que aprueben
de tal manera las monjas
que, aunque me pese, la elijan
por abadesa después;
mira si es bien que me rijan
mis pesares.
EVANGELISTA:
No les des
ese nombre, ni te aflijan,
que es muy moza para eso.
MAESTRA:
Donde hay santidad y seso
hay vejez.
EVANGELISTA:
Dices verdad.
MAESTRA:
Luego no le falta edad,
aunque es moza.
EVANGELISTA:
Lo confieso;
mas mira que viene aquí.
MAESTRA:
Mis malas entrañas culpo.
EVANGELISTA:
Que era la envidia leí
de la condición del pulpo,
que se está royendo a sí.
Sale la SANTA con un
barreñón de barro
SANTA:
Ya ha dos años, mi Dios, que entré contenta
en vuestro real palacio por crïada;
libros tenéis de cuenta en que la entrada
del que os viene a servir, Señor, se asienta.
Camino es esta vida, el mundo venta;
en ella es bien que quede averiguada
la nuestra, porque al fin de la jornada
sepáis que soy mujer de buena cuenta.
Después que vuestro pan, mi Cristo, como,
os sirvo en la cocina, y no me ciega
la bajeza y desprecio de este trato,
Porque dice Francisco, el mayordomo,
que quien en vuestra casa platos friega
con Vos se asienta y come en vuestro plato.
MAESTRA:
¡Ay, soror EVANGELISTA!
Todo aquello es santo y bueno,
pero para mí es veneno
que entra al alma por la vista.
EVANGELISTA:
Para mí es gloria.
Cae la SANTA y quiebra el barreñón
SANTA:
¡Ay mi Dios!
Caí, y háseme quebrado,
el barreñón... ¡Ah tiznado...!
¿Mas que andáis por aquí vos?
EVANGELISTA:
La orza quebró.
MAESTRA:
Quisiera
que el corazón se quebrara,
porque quieta me dejara.
EVANGELISTA:
Madre, no diga eso.
MAESTRA:
Espera,
verás lo que hace.
SANTA:
Pues bien,
¿ha de alabarse el tiñoso
que ha salido victorioso
de Juana? Eso no, mi bien.
¿Queréis que el convento entienda
lo para poco que soy,
y digan que en él estoy
para quebrarles su hacienda? Junta los pedazos e híncase de rodillas
No, mi Dios, que es el convento
muy pobre. Esposo querido,
aunque lo que agora os pido
declare mi atrevimiento;
a fe que me habéis de dar
mi rota vasija entera.
Aquí vuestra esposa espera.
No me veréis levantar
de la oración que os consagro
hasta que os venza su instancia;
que, aunque es de poca importancia,
y es bien que cualquier milagro
por grande ocasión se haga,
en cosas pocas, Señor,
se muestra más el amor,
porque de todo se paga.
San Benito, ¿no pidió
a vuestro amor excesivo
le sanásedes un cribo
que a su amo romper vio?
Yo, pues, también hago alarde
de vuestra piedad divina;
acabad, que la cocina
me aguarda, mi Dios, y es tarde.
Sale un barreño nuevo en lugar del quebrado
EVANGELISTA:
¿Has visto tal maravilla?
Di, madre, ¿qué te parece?
Así el cielo favorece
a quien le sirve y se humilla.
MAESTRA:
Espántame lo que he visto.
EVANGELISTA:
Juana de la Cruz es santa.
.................... [ -anta.]
SANTA:
¡Lindo amante hacéis mi Cristo!
Una cosa os he de dar
por merced tan soberana
que yo me sé.
MAESTRA:
Soror Juana,
¿dónde va?
SANTA:
Madre, a fregar.
MAESTRA:
¿No quebró ese barreñón?
Pues ¿cómo está entero y sano?
SANTA:
Lo que echó a perder mi mano
sanó Dios en la oración,
que hace milagros por ella
al paso de la esperanza.
MAESTRA:
Pues ¿qué tanto, hermana, alcanza
con Dios? Diga ¿quién es ella
para que a su intercesión
se haga cosa importante?
Vanagloriosa, arrogante,
ya sé que estas cosas son
hechicerías; ya sé
quién es; álcese; ¿qué llora?
Híncase la SANTA en tierra llorando
SANTA:
Soy la herencia pecadora;
no se espante si pequé.
Deme los pies y perdone.
MAESTRA:
¿Los pies la había yo de dar?
SANTA:
Besaré, pues, el lugar
y tierra donde los pone.
Besa la tierra
EVANGELISTA:
¡Qué humildad tan soberana!
MAESTRA:
¡Ay, soror EVANGELISTA!
No hay quien mi envidia resista.
Vamos.
Vanse.
Quédase la SANTA postrada en tierra
SANTA:
¿Qué es aquesto, Juana?
¿Qué arrogancia es ésta vuestra?
¿Qué altivez y frenesí?
Mas diréis que no es ansí.
Pues lo dice la Maestra,
verdad es; yo os sacaré
la soberbia e hinchazón,
cuerpo vil y fanfarrón,
a azotes. Así os tendré
postrado en este lugar
hasta que la Madre os vea
y que sois humilde crea
dándoos los pies a besar;
que no es en vos ahora nuevo
esto de la gloria vana.
Mas yo os castigaré.
Levantándola el ÁNGEL de la guarda
ÁNGEL:
Juana.
SANTA:
¡Ay Dios, qué hermoso mancebo
ÁNGEL:
El Ángel soy de tu guarda
que he venido a consolarte.
Yo propio he de levantarte.
SANTA:
El temor que me acobarda
viendo tan grande beldad,
Ángel, no me deja hablaros,
porque vuestros rayos claros,
esa hermosa majestad
me ciegan; que de los pajes
sois vos del Rey, mi señor,
que con tanto resplandor
viste a quien tira sus gajes.
Dichoso el que asiste allá
libre de esta confusión;
si tales los pajes son,
¿qué tal el Señor será?
¿Hay más extraña belleza?
Pues la humana cortesía
llama al señor señoría,
y al príncipe y rey alteza.
Desde hoy mi lengua procura,
ayo mío venturoso
pues sois tan bello y hermoso,
llamaros Vuestra Hermosura.
Este título he de daros,
mas no os habéis de partir,
que ya no podré vivir,
Ángel mío, sin miraros.
ÁNGEL:
Dios quiere que hables conmigo
siempre que hablarme quisieres
dondequiera que estuvieres,
y como a hermano y amigo
me veas y comuniques.
SANTA:
¡Gran favor! Ya mi paciencia
llevará mejor la ausencia
de mi Dios, cuando me expliques
su celestial señorío,
porque mis penas reporte
la grandeza de su corte
y su amor, custodio mío.
¡Qué gloria que he de tener!
¡Qué contenta que he de estar!
¡Qué de ello os he de tratar!
Porque no hay gloria y placer
para un alma que se abrasa
en la ausencia de su amante,
como hablar de él cada instante
con la gente de su casa.
ÁNGEL:
Ésta en que estás te encomienda
nuestra reina soberana;
tú la has de gobernar, Juana,
tu protección la defienda;
que después que la pastora
Inés se dejó vencer
del mundo, como mujer,
la reina, nuestra señora,
a su hijo soberano
pidió que al mundo envïase
quien su casa gobernase;
y su poderosa mano
te crió para este fin,
conforme a su madre dijo
Cristo tu esposo y su hijo.
Aquí has de hacer un jardín
de plantas, cuya hermosura
la del cielo ha de adornar;
aquí tienes de plantar
el voto de la clausura,
que por no guardarle Inés
ni sus monjas se perdieron,
aunque penitencia hicieron
y se salvaron después.
Hoy te harán, Juana, tornera.
SANTA:
Ángel santo: no hay en mí
bastantes fuerzas.
ÁNGEL:
Así
lo quiere Dios. De Él espera
ayuda y fuerza segura.
SANTA:
A servirle me provoco,
que todo se me hace poco
yendo con Vuestra Hermosura.
Vanse.
Salen GIL llorando y LLORENTE
LLORENTE:
¿Un hombre tien de llorar
aunque le den más enojos?
GIL:
¿No tienen los hombres ojos?
LLORENTE:
Sí, sólo para mirar;
no para que al llanto acudan,
porque no es hombre el que llora.
GIL:
No lloran los míos agora,
Llorente.
LLORENTE:
Pues ¿qué hacen?
GIL:
Sudan.
Cuando mi Elvira murió,
que Dios haya, no lloré,
aunque, como veis, la amé,
porque con ella expiró
el recelo que hace guerra
al que una mujer percura
guardar; que no está segura
si no es debajo la tierra.
Pero en tan triste ocasión,
no os espante que me aflija
de ver cuál está mi hija.
LLORENTE:
¿Por un mal de corazón
habéis de llorar así?
GIL:
Mal de corazón ¿es barro?
Si fuera tos o catarro
no hubiera tristeza en mí;
pero mal de corazón,
¿á quién no lastimará?
LLORENTE:
Si habla siempre que la da
más latines que un sermón,
no es el dolor muy roín.
GIL:
Llorente, aqueso me espanta.
LLORENTE:
Es vuesa hija estodianta
y habla vascuence y latín,
¿y lloráis? Yo, por ventura
y no pequeña, tuviera
que mi hija latín supiera
y la viera después cura.
GIL:
Afirma el beneficiado
que tien espíritos.
LLORENTE:
¿Cómo?
GIL:
Yo por eso pesar tomo.
LLORENTE:
Pues ¿por dónde habrán entrado?
¿Por la boca o por la zaga?
GIL:
¿No tien hartos agujeros
una mujer?
LLORENTE:
¡Oh, fulleros!
¡Oste puto! ¡Zorriaga
en ellos!
GIL:
¿No habrá un remedio?
LLORENTE:
Echadla una melecina
de miel y de trementina
hirviendo de medio a medio,
y por no verse quemados
por la boca se saldrán.
GIL:
Si en el infierno los dan
huego con los condenados,
y comen como avestruces
brasas, ¿cómo han de temer
ell agua?
LLORENTE:
Hacedla comer
media docena de cruces
con su calvario, y veréis
cómo se salen huyendo
de la cruz.
GIL:
Sanarla entiendo
presto. Ya os acordaréis
de Juana, nuesa madrina.
LLORENTE:
¿La que es monja?
GIL:
La que espanta.
LLORENTE:
Todos la llaman la santa.
GIL:
Es una mujer divina.
Desque su padre murió,
que habrá un año, no la vi;
yo sé que en viéndome ansí,
pues por su causa me dio
Dios la hija que ya lloro,
que ella me la vuelva sana.
LLORENTE:
Queríala mucho Juana,
y es la niña como un oro.
No ha sido el remedio malo.
Gil, yo os quiero acompañar.
GIL:
Venid, que la he de llevar
de miel y leche un regalo.
LLORENTE:
¿Que así el diablo se zampuza
en un cuerpo? Desde hoy quiero
taparle el lugar zaguero
con el sayo y caperuza.
Vanse.
Sale la SANTA con las llaves de portera
SANTA:
Aunque del coro me aparta
el torno y la portería,
bien puede hallarse María
entre los brazos de Marta.
El alma contemple y parta
al cielo, pues con Dios priva,
y el cuerpo, que es Marta activa,
trabaje, que no hay lugar
donde a Dios no pueda hallar
la vida contemplativa.
Yo me acuerdo, Jesús mío,
que, a falta de otro lugar,
mi iglesia era un palomar
cuando estaba con mi tío.
Lo demás es desvarío
de perezosos ingratos,
que los más sabrosos ratos
donde el sentido se arroba
es entre la humilde escoba,
las rodillas y los platos.
No hay lugar que me reporte
a no buscaros, Señor,
porque es piedra imán amor
y siempre mira a su norte.
¿No dicen que está la corte
donde está el rey? De ese modo
a buscaros me acomodo
en cualquier parte, mi Dios,
que todo es corte con vos
pues sois rey y estáis en todo.
Ha de haber un torno
SANTA:
Tornera soy; ahora bien;
entreteneos, alma mia,
pensad que esta portería
es el portal de Belén.
Aquí pastores estén,
aquí el buey, aquí el jumento.
¡Oh qué lindo nacimiento!
Razón es que se celebre.
El torno será el pesebre,
las mantillas mi contento.
Aquí la virgen está.
¡Ay soberana señora!
Mirad que mi Niño llora.
Por mis pecados será;
mas José le acallará,
que como le está sujeto
Cristo, le tendrá respeto;
mas Juana, acállale tú. Canta y mece el torno
"¡A la mú, Niño, a la mú!
¡Qué bello que es y perfeto! "
No lloréis, yo os haré fiesta,
Niño de infinito nombre.
¿Quién os hizo mal? El hombre.
¡Oh bellaco! ¡Para ésta!
¡Qué cara, mi Cristo, os cuesta
su golosina liviana!
Dalde al Niño la manzana
que tan mal provecho os hizo,
que para Dios fue de hechizo,
aunque la comistes sana.
SANTA:
Ea, no haya más, Manuel,
mi Pontífice, mi luz,
juradle al hombre la cruz,
que en cruz moriréis por él.
Mi azucena, mi clavel,
en vos contempla el sentido
a vuestro amor reducido.
Más grande mi dicha fuera
si en el torno ahora os viera
de veras recién nacido. Vuélvese el torno, y estará en él un Niño Jesús desnudo entre heno y copos de nieve
Pero mi buena fortuna
lo que deseaba ha visto.
Mi Niño, mi Dios, mi Cristo,
Sol de la virgen, que es Luna,
¿del torno habéis hecho cuna?
Daros mil abrazos quiero,
Pastor, Rey, León, Cordero.
Buena ha estado la invención;
mas finezas de amor son,
que siempre fue invencionero.
Desaparécese
SANTA:
¡Qué contenta me dejáis!
¡Qué de favores me hacéis!
¡Qué de ello que me queréis!
¡Qué de ello que lo mostráis!
Acá os tengo, aunque os me vais;
mas ¿qué es esto? La campana Tocan una campana
toca a alzar. Pues, ¿cómo, Juana,
es bien que el ver vuestra vida
en el altar os lo impida
esta pared inhumana?
¡Ay quién pudiera partilla
por ver alzar! ¡Ah, mi Dios!
Todo es fácil para vos. Rásgase la pared, y detrás está un cáliz con un Niño Jesús
¡Ay Jesús, qué maravilla!
Ensalzáis a quien se humilla.
¡Dichosa la enamorada,
mi Dios, que os sirve y agrada!
Ya se juntó la pared,
y en fe de tanta merced
quedará siempre quebrada
una piedra. Esposo casto,
mucho con vos medro y privo;
mas--¡ay!--que es mucho el recibo,
y poco o ninguno el gasto.
Mucho me dais, y no basto
a pagar aun las migajas
de tan divinas ventajas;
pero, perdonad, Señor,
si, como el mal pagador
después os pagase en pajas.
Vase.
Salen la ABADESA y la MAESTRA
ABADESA:
Esto al servicio del Señor conviene.
El padre provincial ha ya venido;
noticia de la hermana Juana tiene.
Por Prelada el convento la ha pedido.
Yo acabo ya mi oficio, pues que viene
nuestro Padre a visita, y persuadido
está de la virtud que en ella mora;
sin duda que la hará mi sucesora.
MAESTRA:
¿A una mujer que no tiene experiencia,
canas, ni autoridad? No trate de eso
que se me acaba, Madre, la paciencia.
ABADESA:
¿Qué importan canas donde sobra el seso?
La edad que más importa es la prudencia.
Ella ]a tiene, autoridad y peso.
MAESTRA:
Yo lo pretendo, y se me hace agravio.
ABADESA:
El padre provincial es cuerdo y sabio.
Él mirará la que es más conveniente
para regirnos.
MAESTRA:
¡Qué una hipocresía
se me anteponga así! ¿Qué esto consiente
el cielo? ¡Oh rabiosa envidia mía!
Sale LA SANTA
SANTA:
Madre, al torno ha llamado alguna gente
y entrar a hablarla dice que querría;
que, como no hay clausura en el convento,
siempre quieren entrar.
MAESTRA:
¿Hay tal tormento?
(Presente está quien mientras tenga vida (-Aparte-)
será mi muerte.)
ABADESA:
(Su humildad me espanta.) (-Aparte-)
Entren, hermana.
SANTA:
Voy.
Vase
MAESTRA:
(¡Que ésta me impida (-Aparte-)
ser Abadesa! ¿Hay desventura tanta?)
Madre, ¿no echa de ver cómo es fingida
toda aquella virtud?
ABADESA:
Juana es gran santa.
Si lo contrario ven sus ciegos ojos,
es porque son de envidia los antojos.
Salen la SANTA, GIL,
LLORENTE y otros LABRADORES
GIL:
Señora Juana, Gil soy. ¿No se acuerda
de Gil y Elvira, de quien fue madrina?
MAESTRA:
Voyme de aquí que temo no me pierda
la envidia que me abrasa y desatina.
SANTA:
Nuestra prelada es ésta, sabia y cuerda;
sin su licencia no soy de hablar digna.
GIL:
Pues ¿cuál es la emperrada?
LLORENTE:
Aquella vieja.
SANTA:
La abadesa es aquésta.
GIL:
¿La abadeja?
Señora, aquí venimos a rogarla
que mos haga merced de dar licencia
a Juana para verla y para hablarla.
ABADESA:
¿Hablarla? Como sea en mi presencia.
LLORENTE:
Pues craro está; que no hemos de llevarla
a Francia.
GIL:
¿Como está su rabanencia?
SANTA:
Mejor que yo merezco, Gil amigo.
GIL:
Muy fraca está, por Dios, también lo digo.
SANTA:
¡Jesús! No jure, hermano.
GIL:
Éste es mal uso.
¿Cómo no me pregunta por Marica,
mi hija?
SANTA:
¿Cómo está?
GIL:
Vengo confuso.
La más salada estaba y más bonica
de toda Hazaña; pero ya rehuso
el verla nadie, porque tien la chica
espiritos, según dice nueso cura
que la da con la estola y la conjura.
Así la guarde Dios que mos los quite
pues que sus oraciones oye, Juana.
SANTA:
¿Yo, hermano? ¿aqueso dice?
GIL:
Si permite
mi Marica vuelva a casa sana
os diabros se van al alcrebite
donde Pero Botero los batana
en su caldero, quedaré contento.
Aquí la tengo fuera del convento.
SANTA:
¿Quién soy yo para hacer cosa tan grande?
LLORENTE:
Ella puede sacarlos, no hay excusa.
SANTA:
Soy una grande pecadora.
GIL:
Ande;
que pues llegar aquí Marica rehusa,
los espiritos la temen.
LLORENTE:
Madre, mande
que mos haga este bien.
SANTA:
Estoy confusa.
ABADESA:
En virtud se lo mando de obediencia.
SANTA:
Traigan luego la niña a mi presencia.
Sacan dos o tres a una NIÑA,
como por fuerza
NIÑA:
No me lleven allá que pondré fuego
a todas las esquinas de esta casa.
Juanilla de la Cruz, estando ausente,
las ánimas me saca de las uñas
y me atormenta más que mil infiernos;
pues ¿qué haré en su presencia?
LABRADOR 1:
¡Verá el diabro,
que de ello que forceja y refunfuña!
¡Que no os ha de valer, sucio avechucho!
NIÑA:
Dejadme, gente vil, que el tiempo pierde
quien me intenta mover.
LABRADOR 2:
¡Ay, que me muerde!
LABRADOR 1:
Medio brazo me lleva de un bocado.
¿Qué también come el diabro carne, Crespo?
LABRADOR 2:
Come huevos y leche y no tien bula,
¿y de eso os espantáis?
LABRADOR 1:
¡Huego en su gula!
NIÑA:
¿A qué te allegas tú, di, amancebado
con la mujer del herrador? Anoche
bien sé yo dónde estabas escondido
cuando vino de Illescas el marido.
LABRADOR 2:
¿Quién diabros se lo dijo?
LLORENTE:
Si es el diabro,
¿quién se lo ha de decir?
LABRADOR 2:
Yo os juro a cribas
que yo os mire si estáis bajo la cama
acechando otra vez. ¡Oh marrullero!
¿Así me echáis las faltas en la calle?
LABRADOR 1:
¿Adónde os apartáis? Llega y tiralle.
NIÑA:
¿Qué ha de llegar, bodegonero triste;
que en lllescas a un fraile diste un día
grajos salpimentados y cocidos
a real y medio el par, diciendo que eran
palominos?
LABRADOR 1:
¿Las trampas del bodego
comenzáis a decir? Pues no me llego.
SANTA:
Dejadla, que yo haré con el ayuda
de mi Esposo Jesús que no os deshonre.
¡Ah tiñoso! ¿Aquí estáis?
NIÑA:
Déjame, déjame.
Échale la SANTA al cuello el cordón
SANTA:
La cuerda de mi padre San Francisco
os hará sosegar.
NIÑA:
¡Ay, que me quema!
Juanilla de la Cruz, quítale presto.
GIL:
Agora no hablaréis, diabro molesto.
SANTA:
¡Sal, maldito, de aquí!
NIÑA:
Ni tú ni el cielo
no me podrán echar, que ésta es mi casa.
SANTA:
Podrálo mi Jesús.
NIÑA:
Eso me abrasa.
SANTA:
¡Sal presto!
NIÑA:
Noto exire, vil Juanilla,
in domo mea maneo; haec est mea domus
sine me.
GIL:
¡Aho, Llorente! ¿Los dimoños
van cuando son mochachos al estudio?
LLORENTE:
Sí, que también hay diablos estodiantes.
SANTA:
Sal, padre de mentiras.
NIÑA:
¿Potestatem
habes ut me ejieias? Accipe higam. Dale una higa
¡Idiota! ¿no me entiendes?
SANTA:
Don de lenguas
me ha dado a mí el señor.
NIÑA:
Mi poder menguas.
SANTA:
¡Vete al infierno luego!
NIÑA:
Non che vollo.
GIL:
De noche bollos dice que la demos
y saldrá.
LLORENTE:
Buen espacio nos tenemos.
GIL:
Bollos y tortas le daré.
NIÑA:
Patrona,
sentite una parola, per mea vita,
mi che volo parlar Chichiliano.
GIL:
No debe ser cristiano este demonio.
LLORENTE:
¡Cristiano había de ser! ¿Hay diabro alguno cristiano?
GIL:
Pues ¿no hay diablos bautizados?
LLORENTE:
Así los llaman.
NIÑA:
Mi seño lo diabolo
de Palermo.
SANTA:
Yo soy Juana, que ruega
a su Esposo divino que permita
librar el cuerpo de esta sierva suya.
El cordón de Francisco ha de acabarlo.
¡Sal fuera!
NIÑA:
¡Ay, que me abrasas, que me quemas!
Yo saldré, mas ¡pára ésta, vil Juanilla,
que te acuerdes de mí!
ABADESA:
¡Gran maravilla!
Cae la NIÑA en tierra desmayada
SANTA:
Llevalda, que ya el ángel condenado
dejó a la niña libre. Gil, llevadla
donde descanse y del desmayo vuelva.
Haced después que sea gran cristiana.
Llévanla
GIL:
Dios se lo pague, amén, hermana Juana.
Sale sor María EVANGELISTA
EVANGELISTA:
El padre provincial, Madre, ha venido.
ABADESA:
Hermana Juana, vamos. Espantada
voy de tanta virtud. Yo haré de suerte
que nuestra casa y religiosas rija.
EVANGELISTA:
¡Oh, quiera Dios que el provincial la elija!
Vanse.
Salen el emperador CARLOS Quinto,
don Alonso de FONSECA, arzobispo de Toledo,
y FRANCISCO Loarte
CARLOS:
Paso a Sevilla a la posta
y ser vuestro huésped quise.
FRANCISCO:
De que los umbrales pise
hoy de esta su casa angosta,
vuestra majestad, se precia
de suerte, que la comparo
a los palacios que Paro
labró a Constantino en Grecia.
En ella otra Menfis pinto,
pues ensalzan sus paredes
las imperiales mercedes
que hoy la hace Carlos Quinto.
CARLOS:
Basta, Francisco Loarte,
que ya he visto vuestro amor.
FRANCISCO:
Si es propio de ti, señor,
ennoblecer cualquier parte,
no es mucho que hoy me ennoblezcas,
pues tan adelante pasa
mi ventura.
CARLOS:
Es vuestra casa
de las mejores de Illescas,
y vos un vasallo leal;
memoria tengo de vos.
FRANCISCO:
Prospere tu vida Dios.
CARLOS:
Flaco estáis.
FRANCISCO:
No lo fue el mal
que me ha tenido a la muerte.
CARLOS:
Pues ¿de qué fue?
FRANCISCO:
De desvelos;
si de Dios puede haber celos,
de él los tuve.
CARLOS:
¿De qué suerte?
FRANCISCO:
El día que pretendí
desposarme, se metió
monja mi esposa, y dejó
burlado mi amor. Sentí,
señor, de modo el perdella,
que ha ya cerca de tres años
que lloro estos desengaños.
CARLOS:
¿Era hermosa?
FRANCISCO:
Era muy bella;
pero a su belleza gana
su virtud, porque es de modo,
señor, que este reino todo
la llama la santa Juana.
FONSECA:
¿Ésa es Juana de la Cruz;
su patria, Hazaña?
FRANCISCO:
La propia.
FONSECA:
Son sus milagros sin copia.
Ya me han dado de ella luz.
Dos leguas está de aquí.
¿Quiere vuestra majestad
ver en una tierna edad
celestiales cosas?
CARLOS:
Sí.
Noticia tengo, aunque poca,
de ella.
FONSECA:
Lo que es más notable
es que el espíritu hable
de Dios por su misma boca.
Tiene don de profecía
y de lenguas; cuentan cosas,
aunque ciertas, prodigiosas.
Habla griego, algarabía,
y latín, de la manera
que si se hubiera crïado
en cada tierra.
CARLOS:
Espantado
estoy. Ya verla quisiera.
Partamos luego.
FONSECA:
Ya están
prevenidas postas.
CARLOS:
Ea,
venid.
FONSECA:
Poco se rodea.
CARLOS:
Llamen al gran capitán.
Vanse.
Salen la MAESTRA y sor EVANGELISTA
MAESTRA:
La envidia el alma me abrasa.
EVANGELISTA:
Ya es sobra de pasión esa.
MAESTRA:
¿Juana, de casa abadesa?
¿Juana, prelada de casa,
y mis partes, mi gobierno,
mi pretensión despreciada?
¿Juana, de la Cruz prelada?
¡Ay, cielos! En un infierno
estoy de envidia.
EVANGELISTA:
No tome,
madre, tan grande pasión.
MAESTRA:
Las telas del corazón
alguna sierpe me come.
Ésta es hechicera; en ella
hay, sin duda, algún encanto.
¿Por qué el Espíritu Santo
había de hablar por ella?
¡Cómo finge! Es disparate;
yo sé que está endemoniada
cuando se queda arrobada
cada punto.
EVANGELISTA:
¡Que la trate
ansí! ¡Que eso diga!
MAESTRA:
Pues,
¿no es el demonio quien habla
tantas lenguas con que entabla
sus pretensiones? ¿No ves
el bastante testimonio
que a todas os causa espanto?
No es el Espíritu Santo
quien habla sino el demonio.
EVANGELISTA:
Disparate es escucharla.
Vase
MAESTRA:
¿Qué aguardo que no me vengo?
Por el hábito que tengo
que un lazo tengo de armarla
con que, al paso que ha subido,
caiga, siendo menosprecio
del mundo. ¡Ay, intento necio
para el mal siempre atrevido!
¿Quién a despeñarme viene?
La envidia, ¿qué bien causó?
Mas como me vengue yo
no importa que me condene.
Vase.
Salen la SANTA y el ÁNGEL de la guarda
SANTA:
Ángel santo, ¿yo prelada?
¿Yo de la Cruz abadesa?
¿Cómo ha de poder llevar
tan gran carga mi flaqueza?
Suplico a Vuestra Hermosura,
pues asiste en la presencia
de Dios, que alcance me quite
la Cruz, que me oprime a cuestas.
¿Yo cuenta de tantas almas
no pudiendo tener cuentas
con la mía?
Llora
ÁNGEL:
¿Por qué lloras?
Juana, ¿es ésa tu obediencia?
¿Es bien que la voluntad
de Dios resistas, que ordena
que gobiernes esta casa?
¿No te crïó para ella?
¿No puedo ayudarte yo?
¿Conmigo ese temor muestras?
¿Es eso lo que me estimas?
SANTA:
No haya más, Ángel, no sea
lo que quiero; su Hermosura
me anima, conforta, alegra
y me quita mis pesares.
Bien es que a Dios obedezca.
Su esposa soy, este anillo
me dió con su mano mesma,
y los desposados suelen
llevar el trabajo a medias.
Pero, decid, Ángel mío,
¿cómo nunca me dais cuenta
de vuestro nombre admirable?
Razón será que le sepa,
pues que somos tan amigos.
Decidlo, que en la perfeta
amistad, nunca ha de haber
cosa oculta ni encubierta.
ÁNGEL:
San Laurel Aureo es mi nombre.
Hízome la mano eterna
de Dios de sus más privados.
Dióme gracias tan inmensas,
que el Ángel del Privilegio
me llaman, y en verme tiemblan
las infernales moradas
que a mi nombre están sujetas.
Yo fui el ángel de la guarda
de David, rey y profeta,
de San Jorge y San Gregorio,
coluna de nuestra Iglesia.
Mira lo que a Dios le debes,
pues tu guarda me encomienda
y a tales santos te iguala.
Y en tu misma boca y lengua
habla el Espíritu Santo,
y hablará lenguas diversas
por trece años, predicando
su ley divina y excelsa.
Su predicadora te hace.
SANTA:
¡Ay de mí! ¿Qué he de dar cuenta
de tantas prerrogativas?
Quiera el cielo no me pierda
siendo ingrata a tanto amor.
ÁNGEL:
No harás, porque la clemencia
de tu Esposo y nuestro Rey
te amó antes que nacieras.
Tus súbditas vienen, Juana.
SANTA:
Pues ¿cómo sola me deja
Vuestra Hermosura?
ÁNGEL:
No son
dignas que cual tú me vean.
Siempre estoy, Juana, a tu lado.
Vase.
Sale la que era ABADESA,
sor EVANGELISTA y
otras dos MONJAS
ABADESA:
Carísima madre nuestra,
¡qué alegre está vuestra casa
con prelada tan perfeta!
SANTA:
¡Ay madre! en las entrañas
os tengo a todas impresas.
Gloria a Dios que la clausura
ya nuestra casa profesa.
Ya no hay salir del convento
que, aunque es tal nuestra pobreza,
Dios nos la remediará.
Dejadlo a su providencia.
EVANGELISTA:
Madre, una cosa venimos
a suplicarla, no sea
en vano nuestra esperanza
por ser la cosa primera
que sus hijas caras piden.
SANTA:
Daros el alma quisiera
donde os tengo a todas juntas.
Pedid, pedid, norabuena.
ABADESA:
Las almas del purgatorio,
después, madre, que por ella
somos tan devotas suyas,
nos causan pena sus penas.
Pues nada la niega el cielo
de cuanto le pide y ruega,
pida a Cristo nos bendiga
nuestros rosarios y cuentas,
y que con su mano propia
las toque y después conceda
por su amor e intercesión
perdones y indulgencias.
TODAS:
Madre, no diga que no.
SANTA:
La intención, hijas, es buena;
yo lo comunicaré
con mi Ángel.
EVANGELISTA:
Ya se alegran
nuestros corazones todos.
SANTA:
¿Adónde está la maestra?
ABADESA:
En el coro estaba agora.
SANTA:
Dios, madre, las dé paciencia.
Yo quiero dar bien por mal;
vicaria quiero que sea
del convento.
EVANGELISTA:
(¡Qué virtud!) (-Aparte-)
ABADESA:
¿A quien su muerte desea
da el gobierno de su casa?
SANTA:
Váyanse, pues, y no pierdan
el tiempo; váyanse al coro.
ABADESA:
(Quien el dulce rato emplea (-Aparte-)
en la conversación santa
y doctrina de su lengua
no le pierde.)
SANTA:
Miren que hoy
he comulgado, y me inquietan.
EVANGELISTA:
(Este ratico no más (-Aparte-)
habemos de estar con ella.)
SANTA:
¿Qué he de hacer Esposo santo?
Veros quiero y no me dejan. Dentro
VOZ:
Pues yo te llevaré adonde
no te inquieten, cara prenda. Volando desaparece la SANTA
EVANGELISTA:
¡Que se nos fue nuestra madre!
ABADESA:
Juana santa, madre nuestra,
¿por qué nos dejáis así?
Vamos las dos a la iglesia
y pidamos a su Esposo
que a nuestra madre nos vuelva.
EVANGELISTA:
¡Soberana maravilla!
ABADESA:
¡Gran milagro!
EVANGELISTA:
¡Cosa nueva!
ABADESA:
¡Dichoso el convento y casa
que tiene tal abadesa! Salen la SANTA y el ÁNGEL de la guarda con un legajo de papeles, y váselos dando
ÁNGEL:
Las almas del purgatorio
te dan esas peticiones,
porque con tus oraciones
su refrigerio es notorio.
Sus penas tu Esposo aplaca
por ti, y a tal favor llegas,
que a los por quien tú le ruegas,
de entre sus llamas las saca.
Ésta es de una que ha veinte años
que está en su fuego mortal
por un pecado venial,
que uno solo hace estos daños.
Ésta es de un grande de España
que pide alivio y consuelo
porque eres grande del cielo.
Ésta es de un hombre de Hazaña
y alega que es tu pariente.
En fin, todas han ya visto
que si es rey tu esposo Cristo,
eres tú su presidente.
SANTA:
Pues dice Vuestra Hermosura
que por ruegos de su sierva
de las penas les preserva
que el oro de su fe apura,
a mi Esposo rogaré
por ellas.
ÁNGEL:
Cúmplelo así.
SANTA:
Ningún mérito hay en mí;
pero de mi Cristo sé
que es amigo que le rueguen
por modos extraordinarios,
Ángel. Y de los rosarios,
¿qué me respondéis?
ÁNGEL:
Que lleguen
cuantos tus monjas hallasen,
que hoy los tengo de llevar
al cielo, donde ha de dar
perdones con que se amparen
Cristo, Juana, los mortales,
e inmensas prerrogativas,
que es de suerte lo que privas,
y tus virtudes son tales,
que tu Esposo soberano
cuanto pidas quiere hacer;
Él los tiene de tener
y bendecir con su mano.
SANTA:
¡Oh, qué alegres han de estar
mis monjas con tal ventura!
¿Dónde va Vuestra Hermosura?
ÁNGEL:
Ya te vienen a buscar,
y no quiero que me vean
del modo que tú me ves.
Vase.
Sale la que era ABADESA y sor EVANGELISTA
ABADESA:
Aquí está. Dadme los pies,
que ver mis ojos desean.
EVANGELISTA:
¿Así os vais y nos dejáis,
madre?
SANTA:
Día de comunión,
no ha de haber conversación.
Hijas, lo que deseáis
el cielo nos lo ha cumplido.
Mi Esposo bendecir quiere
cuantos rosarios le diere,
mi Ángel ha intervénido.
Buscad muchos y vení
entretanto que yo ruego
a su Hermosura que luego
los lleve.
EVANGELISTA:
¿Esta tarde?
SANTA:
Sí.
ABADESA:
¿Hay tal ventura? No quede
en todo Cubas rosario
que no venga.
SANTA:
Extraordinario
favor mi Cristo os concede.
¡Venturoso el desposorio
donde me ha llegado a dar
Dios tanto! Voy a rogar
por las que en el Purgatorio,
siendo mejores que yo,
de mi intercesión se valen.
Vase
ABADESA:
¿Qué mercedes hay que igualen
a las que el cielo nos dió? Sale la MAESTRA
MAESTRA:
Madre, el emperador
y arzobispo de Toledo
están en casa. (No puedo (-Aparte-)
hablar de envidia y dolor.)
A ver la abadesa vienen.
ABADESA:
¡Válgame Dios! ¿Aquí están?
MAESTRA:
También el gran capitán.
EVANGELISTA:
Si el tiempo nos entretienen
y la ocasión se nos pasa
del bien que nos hace el cielo
con los rosarios, recelo
no se pierda.
ABADESA:
Si está en casa
el césar, haga traer
los rosarios del lugar,
que yo iré luego a juntar
las monjas para irle a ver
y recibir entretanto
al emperador.
EVANGELISTA:
Bien dice.
Vase
MAESTRA:
(¡Que hasta el césar autorice (-Aparte-)
a Juana! ¿Esto no es encanto?)
ABADESA:
Avisen a la tornera
que abra la portería.
MAESTRA:
Miente quien niega y porfía
que Juana no es hechicera. Vanse. Salen el EMPERADOR, don Alonso de FONSECA, el arzobispo, y el Gran CAPITÁN
FONSECA:
Éste es, señor, el convento
donde está la santa.
CARLOS:
Aquí
hoy, don Alonso, adquirí
gustos que en el alma siento.
Gonzalo Fernández, vos
veréis de Dios el poder
en una humilde mujer.
CAPITÁN:
Todo lo puede hacer Dios.
CARLOS:
Arzobispo, ¿han avisado
que venimos?
FONSECA:
Sí, señor. Salen la ABADESA, la MAESTRA, EVANGELISTA y otra
EVANGELISTA:
Aquí está el Emperador.
Vase
ABADESA:
Mil veces sea bien llegado
vuestra majestad a honrar
esta casa, que ennoblece
con su vista. Todas de rodillas
CARLOS:
Bien parece,
hasta en el modo de hablar,
la virtud que aquí se encierra
y que es de Dios este celo.
Levantaos, Madres, del suelo.
ABADESA:
Señor.
CARLOS:
Alzaos de la tierra.
ABADESA:
Dénos, pues, la santa mano,
primado grande de España,
por quien más alegre baña
Tajo el muro toledano,
de quien sois prelado y padre.
FONSECA:
A la posta el césar viene
por el deseo que tiene
de ver hoy a vuestra madre.
Haced cómo pueda vella
y avisadla.
ABADESA:
Ya lo está;
mas, ¿cómo, señor, saldrá,
si está el espíritu en ella
de Dios, que su lengua toca,
dejándola transportada,
sin sentido y elevada?
CARLOS:
Su devoción me provoca,
y de esa suerte deseo
verla.
ABADESA:
Bien, señor, podéis. Descubren una cortina, y a la SANTA, de rodillas, arrobada
FONSECA:
¡Qué de mercedes que hacéis,
Señor, al humilde!
CARLOS:
Hoy veo
la vanidad en que fundo
de mis reinos las grandezas.
¿Qué importan honras, riquezas,
la corona, el cetro, el mundo
ni la púrpura imperial
que cause soberbia tanta,
si con Dios se nos levanta
un remendado sayal?
Hincad todos en la tierra
las rodillas.
CAPITÁN:
No han podido
todos cuantos han querido
vencerme, haciéndome guerra,
ni sus bélicos despojos
ablandarme el corazón,
y saca en esta ocasión
una mujer de mis ojos
el agua, que nunca han visto.
CARLOS:
Éstas sí, gran capitán,
son hazañas.
CAPITÁN:
¿Qué no harán,
señor, soldados de Cristo?
SANTA:
Hijo Carlos, por quien crece
en el mundo la ley santa
de mi iglesia, pues la aumentan
tus nunca vencidas armas,
oye atento lo que dice
el mismo Dios, que es quien habla
y rige agora la lengua
de Juana, mi esposa cara,
"Yo soy la tercer persona
de la Trinidad beata,
que en tres supuestos distintos
es un Dios y una substancia.
En pago del santo celo
con que nuestro nombre ensalzas,
hasta las Indias remotas,
que en cielo convierte a España,
te prometo de ayudarte
tanto, que jamás tu fama
borre el tiempo ni el olvido.
Vencerás en Alemania
los escuadrones soberbios
del sajón que te amenaza,
pervertido con la seta
de Lutero, cual él falsa.
SANTA:
Pondrán tus leyes su yugo
en la cerviz indomada
de Flandes, que te hace guerra
sin advertir que es tu patria;
tendrá a tu buena fortuna,
y no imitadas hazañas,
tal miedo el turco feroz
que, volviendo las espaldas
la otomana multitud,
pisarán después tus plantas
las lunas que enarboló
la potencia solimana.
Roma te abrirá sus puertas;
Milán, Nápoles y Francia
conocerán tus vitorias,
y las cercas africanas
de Túnez te llamarán,
a su pesar, su monarca,
dándole el rey que quisieres
y él a ti tributo y parias.
Y para que eches el sello
con la más heroica hazaña,
por la milicia divina,
dejando la que es mundana,
renunciarás en Filipo,
hijo de mi iglesia amada,
los reinos, púrpura y globo,
y en Yuste verá tu España
que las honras que ganaste
las pisas, porque son vanas,
pues si es mucho el adquirirlas
mucho más el despreciarlas.
A ti, Gonzalo Fernández,
gran capitán, que en Italia
dejaste en bronce esculpidos
los blasones de tus armas,
por tu católico celo
el nombre que a tu prosapia
dejas de Córdoba, haré
famoso, honrando tu casa.
El espíritu de Dios,
que por la boca de Juana
os habla, agora os bendice."
Échales la bendición y corren la cortina
CARLOS:
¿Quién no se admira y espanta?
¡Dichosa casa mil veces,
y yo dichoso otras tantas,
que tal maravilla he visto!
CAPITÁN:
Derretida llevo el alma.
CARLOS:
Avisadme, tesorero,
para que limosna haga
a esta casa.
FONSECA:
Yo la doy,
por ser su pobreza tanta,
el beneficio de Cubas.
ABADESA:
Tu largueza nos ampara.
CAPITÁN:
Yo la doy quinientos mil
maravedís.
ABADESA:
Esos bastan
para que un cuarto labremos.
CARLOS:
Vamos. ¡Ay, divina Juana!
Si a España las armas honran,
hónrelo también tal Santa.
Vanse.
Quédanse las monjas y sale sor EVANGELISTA
EVANGELISTA:
¡Madres, albricias! Ya ha vuelto
nuestra dichosa prelada
del éxtasis, y la he dado
cuentas, rosarios y sartas
en gran copia. Aquí las tiene
encerradas en esta arca, Saca una arquilla
y dejándome la llave
está en su celda postrada
pidiendo a Dios las bendiga.<poem>
Abren
EVANGELISTA:
Aquí no hay nada;
pues nadie la arquilla ha abierto.
ABADESA:
Penetróla quien las saca,
que todo lo puede Dios
y por él su esposa santa.
Vamos a ver nuestra madre;
hermana. Vuelva a cerrarla.
MAESTRA:
(¡Qué no me dejes, envidia!) (-Aparte-)
ABADESA:
¿No viene, madre Vicaria? Vanse. Sale la SANTA
SANTA:
Esposo de inmenso nombre,
¡qué importuna soy! ¿No os cansa
lo que os pido? Pero no,
que tenéis las manos largas.
El ver benditas sus cuentas
todas mis monjas aguardan.
Hacedlas esta merced.
Salen las MONJAS
ABADESA:
Aquí está. Lleguen hermanas,
y hablémosla. Mas ¿qué es esto? Todas de rodillas, suena música, ábrese una apariencia de la gloria. CRISTO, sentado en un trono, el ÁNGEL de rodillas dándole los rosarios y muchos ángeles alrededor
ÁNGEL:
Autor eterno de gracia,
estos rosarios suplica
vuestra esposa y tierna Juana
[bendigáis con vuestra mano.] Échalos CRISTO la bendición
ABADESA:
¿No le ha visto echar, hermana,
a Cristo la bendición?
EVANGELISTA:
Miro maravillas tantas
que no sé si estoy dispierta.
Encúbrese la gloria y baja el ÁNGEL
ABADESA:
¿No ve cómo el Ángel baja
y los rosarios la ofrece?
SANTA:
¡Oh, cuánto debe mi alma,
Ángel, a Vuestra Hermosura!
ÁNGEL:
A estos rosarios, Juana,
ha concedido tu esposo
los privilegios y gracias
que tienen los Agnus Dei.
Quien rezare en ellos saca
de penas de purgatorio
cada día muchas almas,
y gana tantos perdones
como hay hojas, flores, plantas
media legua alrededor
de este monasterio y casa,
y las indulgencias propias
de Asís, famosa en Italia.
Saldrán los demonios luego
de los cuerpos con tocarlas.
Librarán de enfermedades
torbellinos y borrascas.
La misma virtud tendrán
las cuentas a estas tocadas.
Todo lo concede Cristo,
con tal que las que da el Papa
se estimen como es razón.
Ven, esposa soberana,
adonde tu esposo veas. Vuélvese un torno y desaparecen
EVANGELISTA:
¡Llevósela transportada!
ABADESA:
¡Oh, milagrosa mujer!
Son tus maravillas tantas,
que no hay lengua que las cuente;
para alabarte éstas bastan. Sale UNO que acaba la comedia
UNO:
En la segunda comedia,
el autor, senado, os guarda
lo que falta de esta historia.
Suplid agora sus faltas.