La romera de SantiagoLa romera de SantiagoTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen doña SOL y URRACA solas,
de la misma suerte que primero
URRACA:
Notablemente sentiste
que te pidiese favores
el conde.
SOL:
Urraca, no ignores
que esto hasta aquí me trae triste.
¡Que un señor, un caballero
que más cortés debe ser
con una honesta mujer
anduviese tan grosero!
¿Diéronle acaso mis ojos,
Urraca, alguna ocasión?
URRACA:
Cuando tan livianos son
animan a los antojos;
culpa a tu misma hermosura
de su atrevimiento.
SOL:
Calla,
que estas son disculpas que halla
la necedad. ¿Por ventura
estoy obligada a ser
fea para no perderme
el respeto; sin valerme
el que debe a una mujer
cualquier hombre principal,
que es lo que se debe a sí?
URRACA:
Tienes razón; pero di,
¿cómo te parecen mal
todos los hombres?
SOL:
Urraca,
nací con esa aspereza.
URRACA:
Siempre fue de la belleza
la ingratitud sombra.
SOL:
Saca
de ese número la mía,
y llámala inclinación
honesta, sin la ambición
de la hermosa hipocresía;
que se precia, de ordinario,
de hacer arte del desdén.
URRACA:
Pues que te parezca bien
algún hombre es necesario;
siendo mujer y naciendo
de los hombres.
SOL:
Necia estás;
no hace diferencia más
un hombre presente viendo
que de un árbol, una fuente,
un edificio, un retrato.
URRACA:
Corazón tienes ingrato,
pues no hay hombre que te aumente
un poco más el deseo
que lo que está inanimado.
Sin duda que se te ha helado
el apetito; no creo
que para mujer naciste.
SOL:
Esto a quien soy corresponde.
URRACA:
¿Es posible que en el conde
algunas partes no viste
que te pareciesen bien?
SOL:
¿Quién, dime, por vida mía,
te paga la tercería?
¿Quién te encargó mi desdén?
Pues ¿cuándo sueles conmigo
tener este atrevimiento?
URRACA:
De tu mismo sentimiento
son hijos los que te digo.
SOL:
¡Qué bien pareces criada,
pues una apenas se ve
en el mundo que no esté
para tercera pagada!
¡Oh, enemigos no excusados
de los dueños que ofendéis!
Murmuráis y malqueréis
regalados y pagados.
¡Qué de cosas se excusaran
si excusaros se pudiera!
URRACA:
¿Mandaste que la litera
y los criados pasaran
adelante?
SOL:
Urraca, si;
porque quiero caminar
hasta este primer lugar
a pie.
URRACA:
Deberánte ansí,
más que a abril, flores los prados.
SOL:
Y yo a ti lo que callares,
que no son pocos pesares
sufrirte algunos enfados,
de mi condición ajenos
y nuevos en mí hasta agora.
URRACA:
Perdón te pido, señora,
y estos campos por lo menos
enamoren tu hermosura.
SOL:
La suya a la vida avisa
en el marchitarse aprisa.
Ya parece que procura .
el sol entrarse en el mar;
un poco más caminemos,
Urraca, porque lleguemos
con luz alguna al lugar.
Salen el conde don LISUARDO
y todos sus criados embozados,
con bandas por las caras
y las espadas desnudas
LISUARDO:
¡Teneos!
URRACA:
¿Qué es esto, cielos?
¡Perdidas somos!
SOL:
Urraca,
no te aflijas, no te turbes;
que estas desnudas espadas
no quieren sangre.
URRACA:
¡Ay, señora!;
¿Qué quieren?
SOL:
Oro y plata;
que éstos son algunos hombres
de obligaciones, que pasan
necesidad y procuran
de esta suerte remediarla
saliéndose a los caminos.
Deja que los hable.
URRACA:
Acaba,
y sepamos lo que intentan
de esta suerte.
SOL:
Camaradas,
contra dos mujeres solas
menos que una espada basta.
Retiradlas, que si vuestra
determinación lo causa
necesidad de dineros,
y dos mujeres honradas,
que en este traje caminan,
os parece qué esa falta
pueden suplir, reportaos,
y sin armas ni amenazas
cortésmente os serviremos.
Descúbrese LISUARDO
LISUARDO:
Romera hermosa y gallarda:
sólo tu belleza busco.
URRACA:
¡Hablara para mañana!
SOL:
¿Quién sois?
URRACA:
¿Al conde, señora,
no conoces?
SOL:
No son trazas
éstas de hombres como el conde,
y así en quien era dudaba.
LISUARDO:
Amor me obliga, romera,
y tu desdén, que con tanta
violencia a buscarte vuelva.
Procura menos ingrata
corresponderme, que estoy
perdido.
SOL:
Conde, repara
en quien soy, y juntamente
que en hacerme ofensa agravias
lo más noble de Castilla;
que soy doña Sol de Lara,
condesa de Lara e hija
de don Manrique, a quien llama
España el nunca vencido;
que puesto que muerto falta
a mi honor, de él heredé
sangre tan noble, que basta
contra las locas porfías.
LISUARDO:
Pues yo te doy, Sol, palabra
de marido.
SOL:
Y el primero
que ha hecho cuando se casa
estelionato eres tú.
LISUARDO:
¿De qué suerte?
SOL:
Si a la infanta
de León la has dado, conde,
¿cómo a un mismo tiempo tratas
otro casamiento? Advierte
que vienes ciego y que pasas
los límites de quien eres,
y prosigue tu jornada,
que no es razón
LISUARDO:
No hay razón
en amor.
SOL:
Ya se adelanta
eso a locura.
LISUARDO:
Tú misma
me disculpas.
SOL:
Y tú infamas
tu valor.
LISUARDO:
Ya no hay valor.
SOL:
Tendréle yo.
LISUARDO:
No habrá humana
resistencia al amor mío.
SOL:
¿A un ciego apetito llamas
amor?
LISUARDO:
Amor o apetito,
yo he de gozarte.
SOL:
Ya manchas
con las palabras mi honor.
LISUARDO:
No han de ser solas palabras.
SOL:
Pues serán, conde, las obras
imposibles. Lo que el alma
rigiese esta sangre noble,
animare estas entrañas,
alentare este animoso
corazón, esta bizarra
presunción tuviese en pie,
o dejaré de ser Lara,
antes de mis padres hija,
doña Sol y castellana.
LISUARDO:
Mi bien, ml gloria, mi dueño;
mujer sois, amor me abrasa;
vuestro soy, no me matéis
con tanto desdén, con tanta
ingratitud y aspereza,
que no hay ninguna inhumana
fiera que no quiera bien
su semejante. Las plantas,
las peñas, fuentes y ríos
con ser insensibles, aman.
Aquel ruiseñor escucha,
y verás que cuando canta
amorosas quejas son.
Mira allí cómo se abrazan
con los sauces y los olmos
las hiedras enamoradas.
Hasta aquel peñasco está
enamorando las aguas
de aquel cristal fugitivo.
SOL:
Mira entre esas semejanzas
de amor, si nadie por fuerza
lo que le niegan alcanza.
Amor es correspondencia
entre dos iguales almas,
que la costumbre la engendra
y alimenta la esperanza.
Las principales mujeres
de la estimación se pagan,
y ésta es hija de los días
con el tiempo acreditadas;
que accidentes repetidos
de amor, finezas bastardas
cuando más arden, se hielan,
cuando comienzan, acaban;
que como del apetito
más que del amor cansadas,
corten por la posesión
y sobre el olvido paran.
Lo que no cuesta deseos
no lo estima el gusto en nada,
que a las fáciles empresas
siempre sigue la mudanza.
Da tiempo al tiempo, enamora,
con estimación regala,
sirve, ruega, desconfía,
escribe, recela, aguarda
y no atropelles por fuerza
prendas de tanta importancia,
pues no vienen a ser gustos
los del cuerpo sin el alma.
LISUARDO:
De espacio estás, doña Sol;
y mis amorosas ansias
más presurosas caminan.
SOL:
No sé si hallarán posada.
LISUARDO:
Lleva mi amor privilegio.
SOL:
Nunca recibe esta casa
huéspedes de esa manera,
porque tiene salvaguarda
del honor y del valor.
Tu ciego amor desengaña,
que no ha de pasar apenas
los umbrales. Conde, aparta;
que el bordón de una romera
con obligaciones tantas,
basta y sobra contra todas
las viles armas villanas
de un descortés caballero.
Haz lo que yo hiciere, Urraca,
o mataréte también.
URRACA:
Haz cuenta qué te acompaña
una amazona.
RELOJ:
Urraquilla,
aceituna sevillana,
si a Reloj no hay rindibú
te he de hacer a cuchilladas.
URRACA:
De montante he de jugar;
lacayo: guardad la cara,
que he de echaros las narices
dos leguas de las quijadas.
LISUARDO:
Sol, aunque más rayos eches,
tu defensa ha de ser vana,
que eres Sol, y al paso mismo
que te defiendes, abrasas.
SOL:
Por eso, villano conde,
te sabré quemar las alas.
LISUARDO:
Ríndete, Sol, a mi amor;
pues al amor veces tantas
se ha rendido el sol del cielo.
Éntranse acuchillando a doña SOL,
y dicen dentro
SOL:
¡Ay, que me has muerto!
LISUARDO:
¡Mal haya
mi espada y mi ingratitud!
Tened, tened las espadas.
LAURO:
Sobre la hierba ha caído,
volviendo en coral la grama.
LISUARDO:
Perderé también la vida
si a Sol la vida le falta.
Salen la infanta LINDA y BLANCA
BLANCA:
¿Cartas del Conde, señora?
LINDA:
Sí, Blanca, del conde son,
cuyas letras con razón
el alma besa y adora.
BLANCA:
Desde el camino te escribe;
finezas de desposado
y galán enamorado.
LINDA:
Con estos socorros vive
mi esperanza y mi deseo;
que no tiene la paciencia,
contra el rigor de la ausencia,
otras armas.
BLANCA:
No te veo
alegre como solías.
Todo te cansa y da guerra.
LINDA:
Con el conde a Ingalaterra
se fueron mis alegrías.
Como no has llegado a amar.
no has sabido qué es tener
tristeza, llorar, temer,
esperar, desconfiar;
y mucho más que da el dueño
de esta ausencia, en cuya calma
toda es recelos el alma,
todo es temores el sueño.
¡Ay, Blanca, qué confusiones
quien quiere ausente padece;
y qué de miedo se ofrece
a las imaginaciones
cuando discurre quien ama
de veras! ¡Ay, Blanca mía!
Ven acá. ¿El conde podría,
acaso con otra dama,
darme en el camino celos,
y en Inglaterra, donde
las hay tan bellas?
BLANCA:
El conde
tendrá los mismos desvelos
acerca de tu memoria,
o de tu olvido también,
pues te quiere el conde bien.
LINDA:
Blanca, del amor la gloria
mientras la presencia falta,
tiene suspensiones todas.
BLANCA:
Presto tus dichosas bodas
el temor que sobresalta
tu pecho sosegarán.
LINDA:
Entretanto temo, espero,
desconfío, vivo y muero,
que es, Blanca, el conde galán,
y miro en él infinitas
partes para deseadas.
BLANCA:
A las tuyas obligadas,
¿qué temores solicitas?
LINDA:
Verdad es; mas puede ser,
ya que la mano le di,
que las mire el conde en mí
como de propia mujer.
BLANCA:
Tiene esta regla excepción
en quien son como tu eres,
que, aunque son propias mujeres,
deidades humanas son.
Al conde le tengo yo
lástima, que irá perdido,
sin consuelo, sin sentido,
pues el bien que mereció
por dicha, se le dilata
con tanto rigor la ausencia,
valiéndose la paciencia
de una esperanza que mata
cuando comenzó el deseo
de la misma posesión;
que una infanta de León
no es tan ordinario empleo,
que la privación de aquello
que ha de volver agozar
no le mate hasta llegar
a gozarlo y poseello;
y después de poseído
y gozado, nunca el bien,
que es tan soberano en quien
está pasando, es creído;
que pasa cuando se alcanza
con la misma posesión
el término a la razón,
el límite a la esperanza.
LINDA:
¡Qué bien que sabes hablar,
sin tener, Blanca, experiencia
en tan peligrosa ausencia!
BLANCA:
Todo se viene a alcanzar
con el humano discurso.
LINDA:
Escuchar cantar quisiera,
porque quien amando espera
nunca tiene otro discurso.
¿Has traído el instrumento
contigo?
BLANCA:
Señora, sí;
el instrumento está aquí;
toma, señora, un asiento,
y templa con más prudencia
tu grave melancolía.
LINDA:
Cántame, por vida mía,
algunas cosas de ausencia.
Canta
BLANCA:
"Madre, aquella niña
de los ojos lindos,
matadores de hombres
sin ser basiliscos.
De su dueño ausente,
sus ojos son ríos,
su música endechas,
sus bailes suspiros.
Suspensa parece
que la han dado hechizos,
sospechas de celos,
temores y olvidos."
LINDA:
Blanca, no prosigas más,
que parece que cantando,
con los temores, hablando
de mis recelos estás
y, si como son recelos
que se dan tanto a temer,
llegasen acaso a ser,
Blanca, averiguados celos.
Pienso que el seso perdiera;
poco es al seso, la vida.
Tanto esa causa homicida
de tantos gustos hiciera
en mi pecho enamorado;
y así, desde hoy, no te asombres,
ni me lo cantes, ni nombres,
basta que me den cuidado.
BLANCA:
Siempre te he de obedecer.
LINDA:
¿Quien viene?
BLANCA:
Su alteza.
Sale el rey ORDOÑO
ORDOÑO:
Hermana,
¿tan á solas? La cuartana
de la ausencia debe ser.
¿Cómo se halla vuestra alteza
de su gran melancolía?
LINDA:
Con Blanca me entretenía
cantando.
ORDOÑO:
Tan gran tristeza,
sólo puede suspender
la voz de Blanca.
LINDA:
Confieso
que debo infinito en eso
a Blanca.
BLANCA:
Si encarecer
lo que servirte deseo
con eso intentas ahora,
toda la merced, señora,
que me estás haciendo creo.
ORDOÑO:
Siempre la música ha sido,
en el amoroso asedio,
diversión, si no remedio,
porque es calma del sentido,
que ésta es la razón de haber
fingido que suspendió
al infierno cuando entró
Orfeo por su mujer.
Para encarecer así
la fuerza de la armonía
un filosofo decía
que era deidad de por sí.
Que en nuestro mundo inferior
tienen partes soberanas
y son deidades humanas
amor, música y olor.
LINDA:
Si añadiera la poesía
vuestra alteza, de otros cuatro
elementos al teatro
humano adornar podía;
que a la tierra, al agua, al viento
y al fuego, los cuatro son
de tan igual proporción
como cualquier elemento.
Primeramente la tierra
imita a la poesía
en la variedad que cría,
en la hermosura que encierra.
La música al agua imita
que va con músico estruendo
dulce consonancia haciendo
cuando al mar se precipita.
Al aire toca el olor,
y la cuarta y la postrera
del cielo, cercana esfera
que es del fuego, es el amor,
en cuya ardiente pasión,
para vengar los desvelos
de los humanos, los celos
fieras salamandras son;
que agua, fuego, tierra y viento
tanto inficionando aquejan
con su aliento que no dejan
privilegiado elemento.
ORDOÑO:
Mal encubre la experiencia
que es esta su enfermedad.
LINDA:
Diciendo estoy la verdad
en el potro de la ausencia,
que aunque a voces la confieso,
después que sin él me vi,
ya me trae fuera de mí
como es dolencia del seso;
aunque a veces me confía
el mismo amor y valor
del conde.
ORDOÑO:
Siempre el temor
ser de amor sombra porfia;
pero para que no salga
con la suya, es menester
la imaginación vencer,
y que del tiempo se valga
divirtiendo el pensamiento
el discursivo rigor.
Sale ORTUÑO
ORTUÑO:
Aquí está el embajador
de Castilla, con intento
de hablarte, porque ha venido
a la audiencia que le has dado
para este día.
ORDOÑO:
Cansado
este embajador ha sido,
tantos desengaños viendo
y tanta esquivez mostrando,
en irle así dilatando
lugar de escucharle.
ORTUÑO:
Entiendo
que con la resolución
hoy volverse determina
a Castilla.
LINDA:
¡Peregrina
castellana obstlnación!
ORDOÑO:
Aquí quiero darle audiencia,
porque con más brevedad,
viendo de tu voluntad
y la mía la experiencia,
se canse y se desengañe
y dé la vuelta a Castilla.
Entre, y llegadle una silla.
Vase ORTUÑO
LINDA:
Hoy para que te acompañe
en esta audiencia me obliga
sólo tu gusto, que estoy
obligada al que te doy;
porque de ver que prosiga
este embajador grosero
con tan cansada embajada,
me tiene, Ordoño, cansada.
ORDOÑO:
Que hoy quedes con gusto espero.
Sale el conde GARCI Fernández
GARCI:
A vuestras altezas beso
los pies.
ORDOÑO:
Guárdeos Dios; tomad
asiento y después hablad.
GARCI:
Porque sé lo que intereso
en el servicio del conde
de Castilla, mi señor,
solícito embajador
parezco.
ORDOÑO:
Cuando responde
de su embajada al intento
el mismo suceso, está
respondido el conde ya.
GARCI:
Sólo de este casamiento
que forme quejas ahora
me manda el conde; pues viendo
la ventaja que está haciendo
a un vasallo, la señora
infanta niegas a un conde
de Castilla.
ORDOÑO:
Embajador,
al mérito del valor
igual merced corresponde.
Y como yo me he preciado
de justiciero en León,
con esta satisfacción
los servicios he pagado
de un vasallo tan valiente,
demás de que su apellido
dos veces ha merecido
ser heroico descendiente
de nuestra casa real.
Esto al conde responded,
y que tengo por merced
el deseo.
LINDA:
En caso igual,
también puede ser porfía.
GARCI:
Con ese nombre se infaman
las finezas de los que aman
con poca dicha.
LINDA:
La mía,
tan grande ha venido a ser,
que con las demás estoy
grosera.
GARCI:
Corriendo voy
por los celos, hasta ver
mil veces mi desengaño;
y cada vez que le veo
nace de nuevo el deseo
y pasa adelante el daño.
Dentro
SOL:
Dejadme entrar, no me impida
de todo el mundo el rigor,
que me va en ello el honor,
que es mucho más que la vida.
ORDOÑO:
¿Qué es eso?
Sale ORTUÑO
ORTUÑO:
Una peregrina,
y peregrina mujer
que contra todo el poder
de nosotros determina
entrarse furiosa a hablar.
ORDOÑO:
Pues llega tan rigurosa,
con razón viene quejosa,
sin duda. Dejadla entrar.
ORTUÑO:
Tanto valor ha mostrado,
que ella se ha entrado primero.
ORDOÑO:
Escuchar sus quejas quiero,
pues hoy estoy obligado,
como rey, por justa ley,
a no esconder las orejas
a la justicia y las quejas,
o he de dejar de ser rey.
Sale doña SOL
con el cabello suelto
SOL:
Escúchame atentamente,
rey Ordoño de León,
a quien llama el justiciero
el hemisferio español,
si es que te precias de serlo,
o para mí faltan hoy
todas las cosas que pueden
ser, Ordoño, en mi favor,
y alcanzará la Fortuna
el imposible mayor
si a quien eres faltas tú,
porque sobre al mundo yo.
Yo soy, aunque no quisiera
después que sin honra estoy,
de don Manríque de Lara,
su heredera doña Sol.
Imagino que esto basta
para decirte quién soy;
que don Manriqúe en Castilla
es el último blasón.
De visitar desde Burgos
a pie, en el traje que voy,
pidiendo limosna, hice
voto al gallego patrón
desde una borrasca, adonde
golfo lanzado corrió
al mar, de una enfermedad
la vida leño veloz.
SOL:
En cuya fe, como en tabla,
parece que me sacó
al puerto de la salud
esta piadosa intención.
¡Pluguiera a Dios que primero
muriera! ¡Pluguiera a Dios,
Ordoño, que hubiera estado
el cielo sordo a mi voz!
Que a veces sirve la vida,
a quien más la deseó,
de dar armas a su ofensa
y a la desdicha ocasión.
Daba la vuelta a Castilla
dando al cielo que me dió
lugar para visitar
del apóstol español
el sepulcro, inmensas gracias,
con la autoridad y honor
de criados, que importaba
a mi persona, aunque voy
a pie, y limosna pidiendo,
con esclavina y bordón,
cuando, entre el Miño y el Sil
encontré al ponerse el sol
del conde don Lisuardo
un cortesano escuadrón,
que para tratar tus bodas
iba por embajador
a Ingalaterra. Llegamos
otra compañera y yo,
doncella mía, a pedirle
limosna, que ambas a dos
íbamos del mismo modo
vestidas, con el valor,
devoción y honestidad
que pedía el ser quien soy,
mi estado, mi pensamiento
y la peregrinación.
SOL:
Pero poco importa todo,
si este monstruo, este escorpión
a quien llaman hermosura
--veneno fuera mejor--
este basilisco humano,
esta esfinge que nació
para vender a su dueño
de un parto con la traición,
esta breve tiranía,
esta lisonjera flor
de la maravilla, aquesta
breve mortal ambición
para romper del respeto
los privilegios que dió
la cortesana hidalguía,
no hubiese dado ocasión.
¡Mal haya amigo tan falso!
¡mal haya bien tan traidor,
tan villana tiranía,
tan costosa adulación!
El conde, al fin
LINDA:
(¡Ay de mí! (-Aparte-)
Del aire pendiente estoy.)
SOL:
Al fin, el conde, resuelto
con las alas del furor,
libre como el apetito,
y ciegos ambos a dos,
si mudos para el agravio,
sordos para la razón,
sin discursos, sin memoria
de que hay justicia, trazó
la más fiera alevosía
que usó humano corazón;
que gustos desordenados
de poderoso ofensor,
atropellando a su dueño,
corren a la posesión.
Al fin, el conde, aquí tiemblo,
aquí me falta la voz,
aquí el aliento me falta
LINDA:
(Y estoy sin sentido yo.) (-Aparte-)
SOL:
Haciendo pasar delante
sus criados, eligió
cinco, que con él vinieron
a tan infame facción,
y con desnudas espadas
al camino nos salió,
con bandas, como los cinco
cubierto el rostro traidor.
Salteadores bien nacidos
imaginamos que son,
y con corteses palabras
llego a reportallos yo;
cuando, descubriendo el conde
el aleve rostro, dió
muestras de su infame intento
con ciega resolución.
Yo, con el valor de Lara,
remito altiva al bordón
la defensa de mi ofensa.
Pero ¿qué importa el valor
cuando la desdicha es más,
cuando el poder es mayor,
el apetito es campal
y está ciega la razón?
Una punta de su espada
en la frente me alcanzó,
cuando más mezclada andaba
la batalla de mi honor.
Sentí en los ojos la sangre,
y en el flaco corazón,
como, al fin, de mujer hizo,
más que la herida, el temor.
SOL:
Ciega de la sangre, en tierra
el honor conmigo dio,
que siempre fue mal agüero
sangriento eclipse en el sol.
A este tiempo, entre los brazos
a recibirme llegó,
con piadosa tiranía,
con tirana presunción,
donde, haciendo a los demás
que se aparten, comenzó
a regalarme lascivo,
a enlazarse adulador.
Si con la boca me limpia
la sangre, con el dolor
fingido, lágrimas vierte,
que de cocodrilo son.
Yo, sin aliento, sin alma,
ni oigo, ni siento, ni estoy
para resistirle, y loco,
ciego y tirano intentó
mi desventura, mi infamia,
mi deshonra.
LINDA:
(¡Muerta soy!) (-Aparte-)
SOL:
Y como en el apetito
que no es legítimo amor
suele el arrepentimiento
seguir a la posesión;
con la misma tiranía
en el campo me dejó
llena de sangre y de afrenta,
tan desdichada, que doy
quejas al cielo de verme
con la vida en la ocasión
que pudiera ser la herida
penetrante, porque yo
con la vida juntamente
matara mi deshonor.
Pero, quedando con ella,
vengo a pedirte, señor,
justicia de aqueste agravio,
castigo de esta traición.
¡Justicia, Ordoño; justicia,
por quien eres, por quien soy,
que no es bien que falte en ti
por privanza ni pasión!
Y cuando falte, a los pies
me iré del emperador,
que tiene sobre los reyes
cesárea jurisdicción.
Y si él remiso estuviere,
me iré al papa, y cuando él no
me quisiese hacer justicia,
por eso en el cielo hay Dios.
Demás de que tengo deudos
en Castilla y en León,
que sabrán tomar las armas
en defensa de mi honor.
SOL:
Que el conde Garci-Fernández,
conde en Castilla lo es hoy
tan mío, que somos hijos
de dos hermanos los dos,
y vendrá de mejor gana
a volver por mi opinión
con las armas que a pedirte
el caballo y el azor.
Y cuando por desdichada
en ninguno halle favor,
para vengarme yo misma
y tomar satisfacción,
piedras pediré a la tierra,
al mar pediré furor,
alas al aire, y al fuego
rayos que arrojando estoy;
a las víboras veneno,
a los áspides rigor,
ojos a los basiliscos,
al infierno obstinación.
Y entretanto morderé
la tierra que esto sufrió,
como una perra con rabia,
como una bestia feroz,
sin osar alzar al cielo
sino es la imaginación;
que doña Sol afrentada
no es justo que mire al sol.
Arrójaseá los pies del rey ORDOÑO, y levántase el conde GARCI Fernández
ORDOÑO:
¡Raro suceso!
GARCI:
Hasta aquí,
Ordoño, he representado
otra persona, llevado
del celoso frenesí
de un amoroso cuidado.
De ser dejo embajador
celoso, amante y galán;
que cesan las del amor
cuando de por medio están
obligaciones de honor.
Garci-Fernández, el conde
de Castilla soy, a quien
toca este agravio, por donde
se ha de restaurar también;
si al conde el abismo esconde,
que está mi sangre agraviada,
en doña Sol y conmigo
por mayor deuda obligada.
Y así desde luego digo,
puesta la mano en la espada,
que don Lisuardo, el conde,
es cobarde y es traidor,
y a quien es no corresponde;
y que esto hará mi valor
verdad presto aquí y adonde
me diere el tiempo ocasión.
Y conforme al valor mío,
pondré con esta intención
carteles de desafío
en Castilla y en León,
en Francia, en Ingalaterra,
en Italia, en Alemania;
sacándole, si se encierra,
como prodigio de Hircania
de las venas de la tierra.
De doña Sol la opinión,
teniendo deudos tan buenos,
verá con satisfacción,
porque por Lara no es menos
que una infanta de León.
ORDOÑO:
Conde de Castilla, a mí
me toca, como a su rey,
la satisfacción, y así
por la justicia y la ley,
seré lo que siempre fui.
Pues me llama el justiciero
León, con mi obligación
cumplir como debo espero,
cuando fuera de León
el conde sólo heredero.
Y entretanto a Sol tendré
de la infanta en compañía,
y su honor satisfaré,
como el de la hermana mía
quede juntamente en pie,
que, como es público, ha dado
la mano al conde de esposa,
que no es pequeño cuidado,
en que el alma temerosa
y confusa ha vacilado.
Mas todo lo facilita
la justicia y la prudencia,
porque el rey que a Dios imita,
con humana providencia
lo que importa solicita.
ORDOÑO:
Este caso pide más
atención que otro ordinario,
que pienso que igual jamás
se ha visto, y es necesario
ir, conde, con el compás
de la prudencia midiendo
la justicia y la ocasión,
a quien acudir pretendo
con tanta satisfacción
como siempre en mí están viendo.
Vos a Castilla os volved,
conde, hasta tanto que sea
ocasión, y agora haced
que esto más secreto sea,
que es hacer a Sol merced,
hasta que el conde haya dado
de Ingalaterra a León
la vuelta, y perded cuidado,
que yo tomo su opinión
por mi cuenta.
GARCI:
Confiado
en esa palabra quiero
a Burgos la vuelta dar,
adonde tu gusto espero
obedecer y esperar
al conde.
ORDOÑO:
Él es caballero
tan valiente, que la cara,
cuando sin rey estuviera
y vasallo no se hallara,
a ninguno no escondiera
de los Manriques de Lara;
pero las armas aquí,
conde, no han de sentenciar
lo que me compete a mí.
GARCI:
La justicia, que en lugar
de Dios resplandece en ti. Vanse el rey ORDOÑO y conde GARCI Fernández
BLANCA:
¡Qué lastimoso suceso
en tan divina belleza
y en tal beldad!
LINDA:
Dios te guarde,
mujer, cualquiera que seas;
retiradla.
Vanse BLANCA y doñ SOL.
Sale RELOJ con fieltro y botas
RELOJ:
De tus bellas
plantas los chapines beso
y en los copos de la densa
nieve de las blancas manos,
pongo este pliego que espera
porte como de una infanta
que pretende ser condesa.
LINDA:
¿Quién eres?
RELOJ:
¿No me conoces?
¿Tan presto se olvidan prendas
de lo que se quiere bien?
¿Posible es que no se acuerda
de Reloj, lacayo suyo,
en tres semanas de ausencia?
¿El que te habló a la partida
y al que con tanta terneza
del conde, encargaste entonces
la brevedad a la vuelta?
El mismo soy; aquí vengo
en figura de estafeta
con botas hasta las ingles
más altas que una cuaresma
por marzo, y Dios sabe cómo
traigo las asentaderas,
que dejo al conde embarcado
en la Coruña, y con estas
cartas me despachó, y quiere
que al desembarcarse vuelva
a recibilre, señora,
de tu salud con las nuevas.
Reloj soy; yo soy Reloj.
LINDA:
Relox: en mal hora vengas.
RELOJ:
Por cierto buenas albricias
para quién viene por ellas
de posta en posta, sin tripas
más de cuarenta y seis leguas.
¡Mal haya el hombre que fía
después que una vez se ausenta,
en infantas ni en rocines!
LINDA:
¡Hola! Colgad de una almena
a este villano.
RELOJ:
¿Qué dices?
¿Hablas de burlas ó veras?
LINDA:
Presto lo verás, infame
cómplice de mis ofensas,
que en las cartas de ese ingrato
me traes víboras por letras.
RELOJ:
¡Yo he llegado a muy buen tiempo
para todas mis quimeras!
¡A linda ocasión, por Dios!
Cuando pensé que me hicieran
conde en aquesta ocasión
por albricias de estas nuevas
hallo tantas novedades.
LINDA:
¡Hola!
Sale el rey ORDOÑO y ORTUÑO
ORDOÑO:
¿Qué voces son éstas?
¿qué tiene la infanta?
LINDA:
Celos,
que es la pasión más inquieta
que priva del albedrío.
RELOJ:
Yo pienso que está su alteza
de aquella cabeza loca.
LINDA:
Antes, villano, estoy cuerda,
pues que sé sentir.
ORDOÑO:
¿Quién eres?
RELOJ:
Un lacayo sin librea
del conde don Lisuardo,
mi señor, que es la primera
vez que se ha visto en su vida
con botas y con espuelas,
que dejándole embarcado
en la Coruña, desea
dar a su alteza este pliego
y volver con la respuesta
al desembarcarse el conde;
que hallé estas puertas abiertas
y me metió el alborozo
hasta las pies de su alteza,
y cuando pensé salir
con un juro para en cuenta
de un título de vizconde,
me manda colgar.
LINDA:
En esa
relación de tu camino,
¿cómo olvidas la romera
de Santiago?
RELOJ:
Pues yo,
¿qué culpa tuve, o qué pena
merezco, si a mí y a Lauro,
a Ramiro y a Fruela
nos mandó volver con él;
que nosotros en la empresa
servimos de tenedor
y él trinchó el ave?
ORDOÑO:
Confiesa
sin tormento la verdad,
y la información comienza
bien por esta confesión.
Escribe, Ortún, de tu letra
los nombres de estos criados
del conde, y a éste le metan
donde ninguno entretanto
ni verle ni hablarle pueda;
y esté todo con silencio
esto en Palacio.
RELOJ:
(¡Que venga (-Aparte-)
a sólo esto un desdichado
por la posta tantas leguas
sobre navajas, en silla,
sobre tarascas gallegas!
ORDOÑO:
Llevadle.
LINDA:
Guárdete el cielo
por el socorro que intentas
dar, Ordoño, a mis agravios.
ORDOÑO:
El pecho, Linda, sosiega,
que ha de ser tu esposo el conde
aunque se ponga la tierra
de por medio, y de tus celos
las ciegas ansias desecha,
porque con el escarmiento
de la suma de la pena
culpas de la mocedad
fácilmente se descuentan.
(Esta lisonja a la vida (-Aparte-)
y al sexo de Linda es fuerza
hacer con arte.)
LINDA:
No mires,
Ordoño, pues que deseas
ser católico Trajano,
ser Numa español; las prendas
del conde, mi amor, mis celos,
mi vida, mi honor, la mesma
sangre que tienes, que es mía,
si a la justicia que enseñan
las leyes de tus pasados
has de faltar; pues sin ella
falta el poder al poder,
el decoro a la vergüenza,
el miedo a la majestad,
el amor a la obediencia.
Desnuda, Ordoño, el estoque
de la justicia, no pierdas
el nombre hasta aquí ganado.
Muera el Conde, aunque yo muera.
Ni la pasión te acobarde,
ni la sangre te detenga;
que eso es política, en fin,
y en los reyes que gobiernan
más importa la justicia
y para la paz la guerra.
Esto, Ordoño, contra sí
una loca te aconseja,
que de llorar, solamente
morir le queda de cuerda;
aunque es grande la desdicha
que la muerte le consuela.
Vase
ORDOÑO:
¡Notable suceso ha sido!
Síguela, Blanca.
BLANCA:
¡Qué fiera
pásión!
ORDOÑO:
Camina, lacayo.
RELOJ:
¡Oh, mal haya la romera,
que siendo ella la gozada
padece Reloj la fuerza!