La romera de SantiagoLa romera de SantiagoTirso de MolinaActo I
Acto I
Salen los que pudieren de acompañamiento,
y el conde don LISUARDO, de camino, y
ORDOÑO, rey de León, y doña LINDA, infanta,
su hermana, y siéntanse el rey ORDOÑO
y la infanta LINDA
ORDOÑO:
¿Conde?
LISUARDO:
¡Señor!
ORDOÑO:
Escuchad.
La memoria de los reyes
hace asegurar las leyes
del temor y la lealtad,
con el premio y el castigo
que son los polos por donde
suelen navegarse, conde,
estos dos mares que digo.
Porque la definición
de la justicia es igual
medida que cada cual
con la pena o galardón
da lo que le toca. Yo
estoy de vos obligado,
y vos no tan bien pagado
como el valor mereció
de vuestra heroica persona,
puesto que para pagallo
es poco con tal vasallo
partir, conde, la corona,
y por ver si corresponde
la paga al valor igual,
quiero hacer un memorial
de vuestros servicios, conde.
ORDOÑO:
Cuando el moro de Navarra,
en ofensa de León
quiso hacer ostentación
de su persona bizarra,
saliendo yo con la mía
del marte alarbe navarro,
al paso, vos tan bizarro
anduvistes aquel día
que nos dimos la batalla,
que cuerpo a cuerpe le distes
muerte y en fuga pusistes
toda la alarbe canalla;
y tanta africana luna
metistes de esta ocasión
arrastrando por León,
que envidié vuestra fortuna
más que la de haber nacido
rey, en fin, porque es mayor
imperio el que da el valor
que el que en la tierra han tenido
los príncipes que nacieron
con la dicha de heredallo;
que a tan valiente vasallo
reyes llegar no pudieron.
Cuando sobre el feudo entró
Garci Fernández, el conde
de Castilla, hasta adonde
el Esla los pies bañó
a sus soberbios caballos,
sobre la puente del río
no mostró el romano brío
de Horacio para estorballos
el paso más valentía
que vos, pues a voces dijo
que erais rayo, que erais hijo
del sol, Castilla, aquel día.
ORDOÑO:
Cuando el moro cordobés
las cien doncellas pidió
que Mauregato le dio,
rey infame, vil leonés,
y le obligó mi respuesta
a que pusiese en campaña
de la morisma de España
cuanta gente al arco apresta,
adarga embraza y empuña,
lanza jineta aprestando
otro berberisco bando
por la gallega Coruña
haciendo empeñar el suelo
y que el África se asombre,
¿no levantastes el nombre
de Ordoño segundo al cielo?
Si estos los servicios son
del conde don Lisuardo,
y hacerle merced aguardo,
una Infanta de León,
legítima hermana mía,
sola los basta a pagar,
y hoy la mano os he de dar;
de más de que merecía
vuestra sangre este favor,
que no será la primera
que honrar vuestra casa espera.
LISUARDO:
A tanta merced, señor,
ni sé responder, ni acierto
a agradecer con razones;
bien que en tales ocasiones
es cordura el desacierto.
Considere vuestra alteza
lo que propone mejor,
porque le viene el favor
muy sobrado a mi nobleza.
ORDOÑO:
Yo tengo considerado,
conde, el favor que os he hecho,
y es justicia y es derecho,
razón y razón de estado;
porque, a granjear los dos,
conde, venimos así.
Tanto me conviene a mí
como os está bien a vos.
Linda, mi hermana, ha de ser
vuestra esposa, y dad la mano
a la infanta.
LISUARDO:
El soberano
favor me ha de enloquecer.
ORDOÑO:
Levántese, Linda, a dar
la mano al conde.
LINDA:
Ocasión
es, según sus partes son,
que se pudo granjear
a costa de mis deseos.
LISUARDO:
Llegar a tanto en tan poco
me ha de hacer que goce loco
tan soberanos empleos;
traición parece que ha sido
al gusto y a la ventura.
ORDOÑO:
Quien pagar, conde, procura
lo mucho que habéis servido,
de esta suerte lo ha de hacer.
Vuestro valor os levanta
a la alteza de una infanta.
LISUARDO:
Sólo os puede responder,
Ordoño, en esta ocasión,
para no caer en mengua,
el silencio, que en la lengua
no hay sentimiento en razón
del saber encarecer
tan nunca vistos favores.
ORDOÑO:
Si pudieran ser mayores
no los dudara de hacer.
Dé la mano vuestra alteza,
hermana, al conde.
LISUARDO:
Dejad
que imagine que es verdad
tanto bien, tanta grandeza
primero, Ordoño valiente,
generoso, heroico y justo,
porque el gusto como el susto
puede matar de repente.
Con mil vidas que perdiera
por vos, con que derramara
de sangre un mar, no bastara
para que comprar pudiera
lo menos del bien que aguardo
tan sin pensarlo.
LINDA:
Yo estoy
pagada en saber que soy
del conde don Lisuardo.
Ésta es mi mano y con ella
el alma os rindo también.
LISUARDO:
Si no es sueño tanto bien,
loco estoy. Linda, más bella
que el sol en belleza y nombre,
a tanto cristal, a tanto
del cielo y de amor espanto,
no hay alma que no se asombre
y mil tener estimara
para ofrecer con la mano
a vuestro pie soberano,
prodigio de la más rara
belleza que ha visto el suelo,
de cuya mano divina
con la mía el alma indina
mide al sol rayo de hielo;
puesto que en empresa igual
más lince Amor, que Dios ciego
hoy trueca flechas de fuego
a cometas de cristal.
Pero, señor, ¿con qué intento
si esta merced me intentastes
hacer, ponerme mandastes
de camino? Un casamiento
tan alto, ¿no requería
galas cortesanas, antes
que cosas que tan distantes
son para tan grande día
como las botas y espuelas?
Perdonad, que enigmas son
tan notable prevención
de caminar, tantas velas
de plumas en mis criados,
tremolando al aire ya,
adonde copiando está
la primavera los prados
en las galas de colores
y a quien el sol hace fiesta,
de cuya hermosa floresta
son clarines ruiseñores,
y tanto apercibimiento
como León sale a ver,
dando, Ordoño, en qué entender
al sol, al abril y al viento,
y todo tan diferente
que obliga a esta admiración.
ORDOÑO:
No ha sido sin ocasión;
escuchadme atentamente.
Desde el día que tomé
la resolución postrera
de casaros con la infanta,
mi hermana, con su belleza
premiando vuestros servicios,
quise que las bodas nuestras
fuesen en un mismo día,
para juntar ambas fiestas
y para mostrar el gusto
que yo tengo, conde, en ellas,
porque corramos los dos
en el estado parejas;
pues para tomarle yo
fue necesario que hiciera
primero las de mi hermana,
que es obligación y endeuda
con que los varones nacen;
y aunque Polonia y Bohemia,
Flandes, Borgoña y Castilla
me la han pedido, más fuerza
las obligaciones, conde,
que os tengo, me han hecho, y éstas
con la merced de la infanta
aún no quedan satisfechas.
Ésta es la causa de haberos
mandado con la grandeza
que tenéis, conde, aprestada,
que os pusieseis las espuelas
para que, luego que a Linda
la mano dieseis, partiera
vuestra persona a tratar
mis bodas a Ingalaterra
con Margarita, segunda
hija de Enrico, tan bella,
que la fama pasó el mar
hasta León con las nuevas,
para cuyo efecto agora
en la Coruña os esperan
cuatro bajeles, redondos
escollos que el mar navegan,
tan valientes y veloces
caballos en la carrera,
del campo de las espumas,
que en pocos días las leguas
que hay desde allí hasta Plemúa
medirán, poniendo en ella
duda al viento si son hijos
de su propia ligereza.
En aqueste pliego, conde,
va la carta de creencia,
la instrucción y mi retrato.
Dadme los brazos y sepa
lngalaterra por vos
de la Corona leonesa
la grandeza y el valor.
LISUARDO:
Perdonara a vuestra alteza
la merced por la pensión
que viene, Ordoño, con ella.
Si fuera llevando a Linda
fuera donde el sol no llega,
adonde trueca en la Libia
por átomos las arenas;
pero no sé con qué vida,
con qué esperanza sin ella
podré llegar donde voy.
ORDOÑO:
Con el gusto de la vuelta
la ausencia puede sufrirse.
LISUARDO:
Como el rigor de la ausencia
primero se ha de pasar,
es necesario que sea
el valor más confiado,
más valiente la paciencia,
más sufrida la memoria,
la esperanza más resuelta;
mas donde méritos faltan
justo es que haya en recompensa
tanto infierno a tanto cielo,
a tal gloria tanta pena.
ORDOÑO:
Esto, es tan forzoso, conde,
como veis, que porque fuera
a esta embajada con más
autoridad y grandeza
vuestra persona, he querido
honraros de esta manera,
dando primero la mano
a la infanta. De su alteza
os despedid, y adiós, conde.
Vase el rey ORDOÑO
LISUARDO:
No tiene valor ni fuerza
para tanta empresa el alma.
LINDA:
Conde, Dios os guarde y vuelva
a León con la salud
que, como es razón, desea
quien ha de ser vuestra esclava.
Porque, si es igual la ausencia,
entre dos que están amando
del que parte y del que queda,
partamos los sentimientos
entre los dos, por que sean,
partidas y acompañadas,
conde, menores las penas;
que yo os aseguro, conde,
que lleváis a Ingalaterra
un alma que os acompaña,
tan fina y tan verdadera
amante, en fe de la mano
que os di, que podréis con ella
tener del tiempo al pesar
penas y gustos a medias.
Y a Dios que os guarde.
LISUARDO:
Esperad,
dejad que deje en la esfera
de la nieve de esas manos
con la boca el alma impresa.
LINDA:
En el alma queda, conde,
donde con firmeza eterna
ha de vivir; Dios os guarde.
LISUARDO:
Haced, Oriente, esas rejas
para verme partir; nazcan
vuestros dos soles en ellas
otra vez, no se me pongan
tan presto.
LINDA:
Conde, quien tenga
menos causa de querer,
menos razón de estar ciega,
atreverse puede a tanto.
Permitidme, pues es fuerza
el ausentaros, que escuche
el mal, y que no le vea,
y guárdeos Dios.
Vase la infanta LINDA
LISUARDO:
Dios os guarde.
Loco voy, y no me dejan
las mismas ansias partir.
¡Mal haya, enemiga ausencia
quien de amor te llama olvido
siendo pasión que te aumentas
en la misma privación!
Sale RELOJ, de camino con fieltro
RELOJ:
No ha de ser mi norabuena
la postrera, ¡vive Dios!
Perdone la palaciega.
ceremonia el caminante
traje de fieltro y librea
que a pisar indignamente
éntre estas salas; y luengas
edades goce vusía,
vueselencia o vuestra alteza
a la infanta, mi señora,
que se me ha puesto en la testa
que ha de heredar a León,
porque le he visto con muestras
de impotente al rey notables.
LISUARDO:
¿De qué suerte?
RELOJ:
Es cosa cierta.
Todo lampiño de barba
y bigotes no procrea,
porque son en el varón
señales de fortaleza,
como en éstos de templanza,
y si alguna vez engendran
en sus cluecos desposorios,
son aves para la iglesia.
LISUARDO:
¿Cómo?
RELOJ:
Capón es no más.
Gente que trae sin vergüenza
huevos de avestruz por caras,
que las pestañas y cejas
les han dado de barato,
aunque algunos se consuelan
cuando ven los angelitos
pintados, pues con ser esta
gente más honrada que ellos,
en cinco mil primaveras
de edad jamás han barbado.
LISUARDO:
Siempre estás de una manera.
¡Oh lo que envidio tu humor!
RELOJ:
También tengo mis tristezas;
también gozo mis pesares;
también lloro mis ausencias;
también hay Juana y Lucía,
Marina, Aldonza y Quiteria
de quien despedirse el hombre;
que llevo de una gallega
en el alma atravesados
trece puntos de chinela
que, a estar en un facistol,
pudieran cantar por ellas
un motete, porque anduvo,
según la apariencia enseña,
con esta nación de pies
pródiga naturaleza; `
y no tres puntos, seis puntos...
¡Jesús! En unas talegas
traigo los pies, y son vainas
donde el juanete profesa
tan gran clausura, que obliga
con las meninas tijeras
a la cuchillada en cruz,
y dice abajo una letra,
"Aquí mataron a un callo,
rueguen a doña Teresa
que se calce un punto más,
porque de esta suerte tenga
su apretado pie en descanso
de cordobán y de suela."
LISUARDO:
Reírme has hecho sin gana
de tus disparates.
RELOJ:
Pecas
mortalmente contra Amor
y no has de hallar quien te absuelva.
¿Sin gana? ¡Qué grosería!
¡Qué ingrata correspondencia!
¡Qué poca fineza! ¿Cómo
te puede sufrir la tierra?
¡Jesús, Jesús, qué notable
delito! Dios te convierta,
despojado Jeremías,
amante de la ley vieja,
Heráclito de los Condes.
LISUARDO:
¡Ah borracho!
RELOJ:
¿Quién lo niega?
LISUARDO:
Adiós, Linda; adiós, hermoso
cielo de amor, pues es fuerza
dejaros, que hasta volver
el alma en rehenes queda,
y adiós, que parto sin alma.
Vase LISUARDO
RELOJ:
¿Sin alma? ¡Qué borrachera!
Dóysela de dos la una
a cualquier difunto. ¡Oh bestias
de Amor! ¡Oh locos amantes,
qué presto que el alma dejan,
y como quien no hace nada
se van por su pie sin ella
trecientas leguas! Bien haya
un lacayo, que si llega
a despedirse de Elvira,
de Catalina o de Menga,
no trata de almas ni trata
de más que de dar la vuelta
con alma y cuerpo y tomar
lo que le dan por fineza,
si son cuellos o camisas
y sin lágrimas ni quejas,
suspiros ni otras embrollas,
se despide a media rienda
con un abrazo en aspón
y un beso de castañeta;
y sin hacer más misterios
el se va y ella se queda.
Yo le sigo. ¡Ah, pobre conde!
¡Cuál baja las escaleras
de palacio! No me espanto
de que la causa merezca
este enamorado aplauso,
que Linda, la infanta, es bella,
y es infanta de León.
Arriba en una ventana LINDA y BLANCA
BLANCA:
Del conde es esta librea.
LINDA:
Llámale, por vida tuya,
Blanca.
RELOJ:
Adiós, paredes llenas
de nidos de golondrinas,
mondongas y urracas dueñas.
Adiós, patios de palacio
donde tantas y tan necias
pretensiones paseadas
hacen señal en las piedras.
BLANCA:
¡Hola! ¡Ah, lacayo del conde!
RELOJ:
¡Qué soberana belleza
en tiple me está oleando!
¿Quién sin ser cura me olea?
LINDA:
¿Partióse ya el conde?
BLANCA:
Mira
que te está hablando su alteza.
RELOJ:
Ya lo miro con dos ojos
y con treinta reverencias.
LINDA:
¿Partióse el conde?
RELOJ:
Según
su sentimiento y su flema
pienso que no.
LINDA:
¿No eres tú
su criado?
RELOJ:
Y de su alteza
muy servidor, porque soy,
hablando con reverencia,
a quien tiene el conde muchas
obligaciones y deudas,
de hacer merced por servicios,
que de persona y de lengua
le he hecho veinte años ha.
LINDA:
Privarás con él, que muestras
desenfado cortesano.
RELOJ:
Tengo muchas excelencias.
LINDA:
¿Cómo te llamas?
RELOJ:
Reloj.
LINDA:
¡Notable nombre!
RELOJ:
A mi abuela
le debo, después de Dios,
porque fui desde la teta
al reloj tan semejante,
que no hay cosa que convenga
tanto conmigo en tener
puntualidad en la eterna
vigilia de no dormir,
porque tengo la cabeza
con notable sequedad;
y no se halla quien duerma
menos que el reloj, pues nunca
como frenético deja
de dar en su tema a voces,
como yo doy en mi tema,
en estar midiendo siempre
el tiempo en aguar las fiestas,
diciendo, "Las doce son,
las dos darán las primeras,
mañana es viernes, señores."
Y ya que en dar no parezca
reloj, en pedir lo soy;
sólo doy en las tabernas,
que son mis parroquias, donde
tragos por horas me cuestan
por cuartos y por cuartillos.
LINDA:
Pues haz, Reloj, que no sean
del tiempo a pesar las horas
tan largas en esta ausencia;
apresura al sol los pasos,
los siglos al tiempo abrevia
y te deberá la vida,
aunque es tan a costa de ella.
Salen GARCI Fernández
y XIMENO, criado
XIMENO:
A gran cosa te aventuras
si el mismo dia que llegas
enamorado a León
en demanda de esta empresa
al conde don Lisuardo
da el Rey a Linda, pues quedan
capitulados y dadas
las manos, premisas ciertas
de que su esposo ha de ser,
luego que de Ingalaterra
vuelva el conde.
GARCI:
Nunca amor
de lo más fácil se precia.
Garci Fernández, el conde
de Castilla soy, y heredan
más altas obligaciones
mi valor y mi nobleza.
Y aunque me niegue su hermana
por nuestras pasadas guerras
y diferencias, Ordoño,
pretendo ser dueño de ella,
o en la empresa he de morir.
RELOJ:
Dadme, señora, licencia,
porque el conde, mi señor,
a estas horas galopea
fuera de León, por dar
más presto a veros la vuelta,
y soy de la infantería
y he de caminar por fuerza
delante de su caballo
o al lado de su litera.
LINDA:
Dile al conde...
GARCI:
Damas hay,
don Ximén, en estas rejas
que caen a los corredores.
RELOJ:
Guarde Dios a vuestra alteza.
GARCI:
La infanta es, y éste sin duda
que despidiéndose de ella
está, es lacayo del Conde.
LINDA:
Dios te guarde.
RELOJ:
Adiós.
LINDA:
Espera,
y esta banda que te arroja
Blanca, al conde, Reloj, lleva
para que al cuello en mi nombre
le acompañe en esta ausencia,
a quien le da mi esperanza
la color y mi firmeza
el oro, y vuélvale el cielo
con la salud que desean
mis ojos verle en León.
Da la banda a BLANCA y vase
GARCI:
Ximén, si no pareciera
locura de amor, matara
al lacayo.
BLANCA:
Reloj, ésta
es la banda; adiós...
Echa la banda y vase
RELOJ:
Adiós.
Llega GARCI Fernández
y cógela al vuelo
GARCI:
Aparta, villano, y deja
trofeos de quien tus manos
son tan indignas, y cuenta
a tu dueño cómo un hombre
de más valor, de más prendas,
enamorado y celoso,
con esta banda se queda;
que me la pida del modo
que quisiere cuando vuelva
de Ingalaterra, que yo
le aguardo en León, si fuera
un Hércules, un Aquiles,
que no es razón que merezca
favores tan soberanos
menos que quien dueño sea
del mundo, como Alejandro,
para hacer a Linda reina
del mundo, o Garci Fernández,
conde de Castilla, esfera
donde esta banda ha de ser,
a pesar de la tormenta
de mis celos, arco hermoso
de la paz que amor desea
Vamos, Ximén.
RELOJ:
¡Vive Dios!
GARCI:
¿Qué dices?
RELOJ:
¿Yo? que me tengas
por tu amigo.
GARCI:
Vete, pues.
RELOJ:
Ya me voy; pero...
GARCI:
¿Qué esperas?
RELOJ:
Nada, por cierto; mas mira,
si es posible con más flema,
que es de la infanta esa banda
y que no hay burlar con ella
ni con el conde, mi amo,
a quien se dirige, y fuera
razón tener cortesía;
y cuando no se la tengan
ausente, soy hombre yo
que la banda de su alteza
con tanta superchería
tiranizada por fuerza,
y en este lugar, sabré...
GARCI:
¿Qué sabrás?
RELOJ:
Irme sin ella.
Vase RELOJ
GARCI:
Loco con la banda voy.
XIMENO:
¡Notables cosas intentas!
GARCI:
Para los pechos tan grandes
se hicieron grandes empresas.
Vanse.
Sale LINDA
LINDA:
Cansada ausencia, dolor
en el alma tan asido,
parece que habéis nacido
de un parto con el Amor.
Vuestro enemigo rigor
a un mismo tiempo sentí
que del amor conocí
el movimiento primero,
tanto que de ausencia muero
desde que al amor nací.
Cuando yo no conocía
qué era amor, imaginaba
que quien a querer llegaba
de ningún pesar sabía;
mas agora cada día
los daños de la apariencia
desengañan la paciencia,
que hallando a su mal testigos
va descubriendo enemigos
en el campo de la ausencia.
Pensaba yo que el mayor
era la ausencia no más;
y vanme enseñando más,
las espías de mi amor,
porque celoso temor,
las sospechas y el olvido
acometen al sentido,
monstruos.de tanto poder
que se dan a conocer
primero que hayan nacido.
Sale BLANCA
BLANCA:
Señora.
LINDA:
Blanca.
BLANCA:
Tu hermano
manda avisarte primero
porque cierto caballero,
embajador castellano,
quiere besarte la mano,
y él excusa darle audiencia
con esto, que en tu prudencia
libra el desengaño.
LINDA:
Ya
entiendo al rey. ¿Dónde está?
BLANCA:
Aquí, aguardando licencia.
LINDA:
Dile que entre, que su intento
justamente de mí fía.
Notablemente porfía
Castilla en mi casamiento;
en pie recibirle intento,
por que no quiero obligarme,
que se siente con sentarme.
Sale GARCI Fernández
con la banda puesta
BLANCA:
Llegad, que su alteza espera.
GARCI:
¡Qué hermosamente severa
el audiencia aguarda a darme!
¡No he visto mayor valor
con tan divina belleza!
Deme los pies vuestra alteza.
LINDA:
Levantaos, Embajador.
GARCI:
Como otra deidad de amor
suspende, turba y admira
a quien su hermosura mira.
LINDA:
(O es deseo o ilusión, (-Aparte-)
o hace la imaginación
casi verdad la mentira,
o ésta es la banda que di
para el conde.) Blanca, escucha.
GARCI:
Mucha es su cordura, y mucha
su beldad; no estoy en mi.
LINDA:
¿No es ésta mi banda?
BLANCA:
Sí,
señora, o tan semejante,
que es a engañaros bastante.
LINDA:
La semejanza me está
quitando el sentido.
GARCI:
(Ya, (-Aparte-)
para poder ser amante
más dichoso y confiado,
en sus divinos despojos
la infanta ha puesto los ojos
con particular cuidado;
siempre la Fortuna ha dado
victoria al que es atrevido.)
LINDA:
Perdiendo estoy el sentido. (-Aparte-)
¡Qué notable confusión!)
GARCI:
De tan justa suspensión
como viéndoos he tenido,
puedo valerme, señora,
para salvar el cuidado
de no haberos preguntado,
lo que es tan justo, hasta agora.
¿Cómo estáis?
LINDA:
Como quien llora
la ausencia del conde...
GARCI:
(¡Ay, cielos! (-Aparte-)
Cuanto escucho y miro es celos.)
LINDA:
...que en bienes tan deseados
es centro de mis cuidados
y blanco de mis desvelos.
GARCI:
El de Castilla pudiera,
señora, formar de vos
quejas, pues siendo los dos
de un nacimiento y esfera,
permitís que los prefiera
de vuestro hermano un vasallo.
LINDA:
Ya en él tantas partes hallo,
después que le he dado el sí
y que la mano le di
de esposa, que aun igualallo
quien goza la monarquía
del imperio no podrá;
y desengañarse ya
el de Castilla podría
sabiendo que no soy mía,
y que a sus cartas molestas
tan diferentes respuestas
tiene de Ordoño, mi hermano.
GARCI:
Ama como castellano.
LINDA:
Son necias finezas éstas
cuando me ve en esperanzas
de otro dueño.
GARCI:
No es razón
que hasta estar en posesión
que tenga desconfianza;
y hasta agora prenda alcanza
de esas manos, que a su amor
da esperanzas el calor
con que a dar celos se atreve
al sol, aunque no le lleve
otro bien su embajador;
que está dando afrenta al día
de tus soles que hurtó al viento;
perdona el atrevimiento
y sus colores confía,
que una amorosa osadía
méritos gana.
LINDA:
Es verdad,
cuando está la voluntad
de cobarde recatada;
mas prenda sin gusto hurtada
tiene poca calidad;
porque tan necia osadía,
y a persona como yo,
si en delito no incurrió
no escapa de grosería;
y no es bien que prenda mía
nadie goce a mi pesar,
que no quiero averiguar
de la manera que ha sido,
sino dejarte corrido
con llegártela a quitar. Arráncasela del cuello
De mi firma y de mi mano
esta respuesta y no más
a tu dueño llevarás,
embajador castellano;
y por vida de mi hermano
y del conde, si en razón
de esto has hecho relación
de mi autoridad ajena,
que te cuelguen de una almena,
la más alta de León.
Vase
GARCI:
Esquivos arrojamientos,
varoniles bizarrías
contra obstinadas porfías
de imposibles escarmientos;
que cuando los pensamientos
ciegos con su error se casan,
más los límites traspasan
del fin en que se desvelan
con desengaños que hielan
y con desdenes que abrasan.
Vase.
Salen el conde don LISUARDO y FRUELA,
LAURO, RAMIRO y RELOJ, criados
LISUARDO:
Ya me parece que es hora
de caminar, que los rayos
del sol, licencia a las sombras
por el ocaso van dando;
que basta lo que hemos sido,
mientras su fuerza ha durado,
huéspedes de estos laureles
y de estos cristales claros.
RELOJ:
El marqués de Mantua fuiste,
hoy con todos tus criados.
LISUARDO:
¿Cómo, Reloj?
RELOJ:
Porque a todos,
dando a la merienda aplauso,
alrededor de una fuente
mandaste sentar.
LISUARDO:
El campo
nos brindó.
RELOJ:
¿Qué te parecen
los de Galicia?
LISUARDO:
Retratos
de los jardines Hibleos.
LAURO:
Los Elíseos los llamaron
muchos antiguos.
LISUARDO:
Tuvieron
razón, que pienso que el mayo
de estos campos, de estas cumbres,
es eterno ciudadano,
y que pueden a cristales
hechos en peñas pedazos,
apostar el Sil y el Miño
con Guadalquivir y el Tajo,
cuyas fértiles riberas,
para hacer por abril palio
al sol, parece que están
flores a estrellas copiando.
Plata y verde es la librea
que dan los montes bizarros,
siendo por faldas y cumbres
los arroyos pasamanos,
bendiciendo con las lenguas
que primero murmuraron,
al zafiro de los cielos,
la esmeralda de los prados,
que a no gozarlos tan triste
de ausente y enamorado,
fuera pasar por el cielo.
RELOJ:
Alabando estás de espacio
los arroyos y los ríos,
cuando nos está brindando
Ribadavia, a quien venera
santa nación, por el santo
licor, que sobre un magosto
de castañas, hace raros
milagros. Perdonen todos
cuantos hay, tristes y blancos,
que éste es el rey de los vinos,
o el monarca.
LAURO:
Eso está claro.
LISUARDO:
Fértil tierra.
RELOJ:
De esa suerte
bien puede un lacayo honrado
decir que es gallego agora.
LISUARDO:
¿Por qué no, si estos peñascos
a Castilla y a León
tan honrada sangre han dado,
que para gloria del mundo
basta el blasón de los Castros,
en Galicia tan antiguo?
RELOJ:
Y los Relojes, ¿es barro
desde que se usaron horas?
Gente que siempre está dando,
a imitación de los condes
y marqueses.
LISUARDO:
Reloj, paso,
no te desconciertes.
FRUELA:
Siempre,
cuando está desconcertado
el reloj, suelen decir,
"el reloj está borracho."
RELOJ:
No quitando lo presente,
señor escudero, hablando
con reverencia.
LISUARDO:
En efecto,
¿el camino de Santiago
es éste?
RAMIRO:
Y en toda Europa
no hay camino más cosario,
aunque entre el de Roma y entre
el del Sepulcro sagrado
de Jerusalén.
LAURO:
No tiene
el mundo provincia en cuanto
el bautismo se predica
que a este antiguo santuario,
de nuestro patrón no envíe
peregrinos, ni apartado
mar, adonde el pasajero
y el piloto del naufragio
en la pared de su templo
no cuelgue tabla o milagro,
ni en las mazmorras de Fez
o Argel, cautivo cristiano
que no traiga la cadena
de su libertad, pagando
las gracias en esto al cielo
y al Patrón de España.
FRUELA:
Es tanto,
que al camino que en el cielo
por causa de estar cuajado
de estrellas llamó el gentil
camino de leche, han dado
en llamarle vulgarmente
el camino de Santiago.
RELOJ:
Y es de suerte, que viniendo
cierto labrador cansado
del campo a su casa humilde
una noche de verano,
queriendo hacerle su esposa
lisonja, en medio de un patio
le puso la cama al fresco;
mas él, los ojos alzando
al cielo y mirando encima
el camino de Santiago,
dio voces a su mujer,
y dijo, "¿No habéis mirado
dónde la cama habéis hecho?
¿Queréis que se caiga acaso
un bordón de un peregrino
de los que van caminando,
frasco lleno o calabaza,
y que me quiebre los cascos?"
Y creyéndolo los dos,
a un aposento, temblando,
con más miedo que vergüenza,
los colchones retiraron.
LISUARDO:
El cuento me ha dado sed.
RELOJ:
¿Y risa no? ¡Caso extraño!
LISUARDO:
Basta la que aquella fuente
entre cristalinos labios
muestra, brindando a beberla.
LAURO:
¿Quieres agua?
LISUARDO:
Tráela, Lauro,
en un cristal que compita
con el hermoso y helado
de esa fuente.
Va por ella
RELOJ:
¡Infame antojo!
En mi vida me brindaron
para beber fuentecicas
ni arroyuelos despeñados
por traidores contra el vino.
Siempre entre dientes hablando,
y si por desdicha enferma
de tercianas un cristiano,
no hay fuente que le socorra,
con andar por esos campos,
sin tener que hacer baldias,
y no puede ser aguado
sino un rocío.
Sale LAURO con un vidrio de agua
LAURO:
Aquí está
el agua.
LISUARDO:
Muéstrala, Lauro,
y partamos.
Salen doña SOL y URRACA
de peregrinas
SOL:
¿Señor conde?...
LISUARDO:
¡Notable belleza!
SOL:
Dadnos
limosna a estas dos romeras
que vienen de Santiago.
LISUARDO:
Del mismo cielo parece
que las dos habéis bajado.
Merced me haced de correr
a los rostros soberanos
de los volantes dichosos
las cortinas.
SOL:
No llegamos
haciendo esta ostentación;
si sois servido de darnos
limosna, hacednos merced,
y si no, el apóstol santo
en esta jornada os guíe.
LISUARDO:
¡Esperad, esperad!
SOL:
Vamos
con diferentes intentos.
LISUARDO:
No es cortés término darnos
con las espaldas tan presto,
ni novedad suplicaros
que los volantes quitéis.
SOL:
A quien es tan cortesano,
tan caballero y señor,
no será razón negarlo,
por no parecer nosotras
descorteses también.
Descúbrense
LISUARDO:
¡Raro
y más que admirable extremo
de hermosura! No me acabo
de persuadir que es verdad
tan peregrino milagro
de honestidad y belleza.
SOL:
Bebed, señor, y mandadnos
dar limosna.
LISUARDO:
¿Cómo pide
limosna quien está dando
pródiga, al mundo hermosura,
rica, al sol rayos dorados,
poderosa, al cielo envidia,
divina, al tiempo milagros?
Quien ha menester pediros,
romera, ¿cómo ha de daros,
ni qué ha menester pedir
quien almas viene robando?
SOL:
Yo soy, conde, una mujer
de Castilla, noble tanto
como su conde. Hice voto
de visitar el sagrado
sepulcro de nuestro apóstol;
de esta suerte caminando
a pie y pidiendo limosna,
aunque traigo mis criados
detrás con una litera
para los forzosos pasos
del camino, vuelvo agora
después de haber visitado
su sepulcro y su patrón,
a Castilla, publicando
mi devoción en las conchas,
veneras y santiagos
de azabache y de marfil,
que; como es costumbre, traigo
en sombrero y esclavina;
y quien sois, sabiendo acaso
de los vuestros, a pediros
las dos limosna llegamos.
Ved si nos la habéis de dar,
o guárdeos Dios.
LISUARDO:
Alejandro
quedara corto, señora,
en esta ocasión. No hallo
para serviros, si no es
esta cadena que alabo
los diamantes, cuando estén
en vuestras hermosas manos,
por los mejores que ha visto
Ceylán.
SOL:
Nosotras no vamos
sino es pidiendo limosna
por el voto de que os hago,
señor conde, relación,
y los diamantes dejadlos
para quien tan bien los luce,
que allá en Castilla no estamos
las mujeres como yo
tan faltas de ellos, que traigo
algunos con que poder
serviros y regalaros,
que pueden desafiarse
con más de una estrella a rayos.
Y el cielo os guarde con esto,
que me parece que estamos
los dos mal de esta manera;
vos, el tiempo dilatando
de caminar; yo, con vos
pasando ya del recato
los límites que me debo,
y que por quien soy me guardo,
y es razón no detenerme,
ni entreteneros hablando,
caminaréis más aprisa
y beberéis más despacio.
LISUARDO:
Detente, que, vive Dios,
que es rigor demasiado
partirte de esa manera.
SOL:
Pues ¿qué quieres?
LISUARDO:
¿Qué más claro
te pueden hablar mis ojos
de lo que te están hablando?
RELOJ:
Y vos, dulce motilona,
de este hermoso castellano
serafín, no os vais; mirad
que hay también quien os ha dado
más corazón que a Belerma.
URRACA:
¿Y es Durandarte el lacayo?
RELOJ:
¡Qué presto me conociste!
URRACA:
No basta el fieltro por ramo
a el vinagre que vendéis?
RELOJ:
Romera de los diablos,
poco a poco, que, por Dios,
que somos de un mismo paño,
y que te haré una manera,
sin saber cómo ni cuándo,
en el alma.
URRACA:
¿De qué suerte?
RELOJ:
Con un beso y dos abrazos.
URRACA:
Yo lo doy por recibido;
pero sepa que me llamo
Urraca y soy de Castilla,
y conmigo, señor ganso,
no hay zorroclocos.
RELOJ:
Vertiendo
estás por ojos y labios
seis mil ducados de renta.
URRACA:
¡Encarecimiento extraño!
RELOJ:
¿Pues hay más que encarecer
que con dinero sepamos?
¿Hay mayor donaire? ¿Hay cosa
de más hermosura?
SOL:
Tanto
os hacéis desentendido
de lo que soy, que me canso
de estar cansada con vos
de advertiros y escucharos;
hacedme merced de hacer
como quien sois, y dejarnos
proseguir nuestro camino,
sin que nos impida el paso
poco decoro a la sangre
que tengo, al antiguo y claro
blasón de algún apellido
que honra a España y que heredaron
estos nobles pensamientos
que veis, y que están brotando
valor y honor por los ojos,
por las palabras, por cuantos
átomos de sangre tengo
de ser mujer; que esto al alto
y al humilde suele siempre
obligar, y al más bizarro.
Sabed ser galán cortés,
no grosero cortesano.
LISUARDO:
Dejadme besar la nieve
de una mano.
SOL:
De mi mano
esperad, conde, más castas
hazañas, y reportaos;
no pasen las groserías
a poder llamarse agravios,
que--¡vive Dios!--que mujer
como soy, sepa dejaros
con desengaños de libre,
con presunciones de ingrato,
con escarmiento de necio
y castigos de villano.
Vamos, Urraca.
Vanse doña SOL y URRACA
RELOJ:
¡Y por Dios
que ella no es mal papagayo!
LISUARDO:
¡Mujer peregrina en todo!
LAURO:
¿Has de beber?
LISUARDO:
No, me abraso;
para tan poco remedio,
reparte a esas flores, Lauro,
ese cristal para perlas,
y caminemos, que parto
sin mí, dejando los ojos
en ese prodigio helado
de Amor, en ese desdén
peregrino, en ese mármol
imposible.
RELOJ:
¿Y Linda?
LISUARDO:
Linda,
de mi amoroso cuidado
ha de ser eterno dueño;
y es en semejantes casos
mujer propia, diferente
de la que ciego idolatro
por invencible y ajena,
RELOJ:
¿Apenas estás casado,
cuando al primer trascartón
quieres dar matrimoñazo?
LISUARDO:
Déjame, necio.
RELOJ:
Confieso
que es verdad, que no te hablo
al gusto, que eres señor
al fin, y yo un mentecato.
Digo, que la peregrina
es querubín soberano,
y que puede con los ojos
matar a Poncio Pilato;
y el contrapeso me deja
perdido por sus pedazos,
y que pretendo ser tordo
de tan dulce Urraca.
LISUARDO:
Vamos,
y pase la gente toda
delante, y sólo un lacayo,
que es Reloj, quede conmigo,
y cuatro o cinco criados,
que quiero ir un poco a solas.